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Palabras preliminares

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Aparecen en este momento varias imágenes, y si, como escribió Jean-Paul Sartre, las imágenes son conciencia, quizás también sean una manera de despertarse al presente, encontrarse allí. Un niño de ocho años que marcha de madrugada a trabajar en la zafra, en la cosecha de caña, su tarea es izar fardos de caña pelada por los aires con la fuerza de varias mulas. Una niña se despierta a las tres de la mañana, hace mucho frío y debe levantarse a cosechar en los surcos junto con sus padres y hermanos. En lo alto del tiempo, yacen las chimeneas como faros insomnes frente a las orillas de un mar de rostros y cenizas, la ciudad corta su cielo cada tanto con la inmovilidad de sus huellas. Una de esas chimeneas solitarias tiene cifras metálicas que todavía anuncian una fecha: 1910. La mañana se afila en el Mercado de Abasto y un hombre acomoda las verduras en el puesto, en el futuro suena una canción con “los bares tristes y vacíos ya, por la clausura del Abasto”. Una madre les habla a sus hijos, viven todos juntos en una sola habitación. A las dos o tres de la mañana, el sonido al pulsar las teclas de la máquina de escribir, luego el trueno de la Olivetti automática que hace latir de una sola vez todo un párrafo. Una mujer mira cómo las máquinas hacen helado, por primera vez, en la confitería El Buen Gusto. Un joven camina por una calle empedrada en Córdoba y uno de sus amigos le dice: “Mirá, ahí está tu nombre”, y él, en el reconocimiento apenado de ese otro que admira, lee su propio nombre después de dos números que traducen un año: 1969. Una fotografía, tomada desde un balcón, retrata una calle suspendida por una barricada de chapas, pizarrones y manos, ahora en el presente, coloreada y atrapada por semáforos, bocinazos y locales de comida rápida. Una última imagen muestra que la montaña verde sigue allí, presente, inamovible, como un testigo, con un gesto atento y enigmático.

El idioma alemán tiene una palabra muy interesante: das Denkmal, que designa a los monumentos. La primera parte de la palabra proviene del verbo denken, que significa “pensar”, y la última partícula (mal), por sí sola, significa “vez”; einmal (una vez), etc. Pero das Mal también significa “marca”, sirve para nombrar los lunares en la piel. Surgen así dos posibilidades para comprender la palabra Denkmal, que puede ser entendida como “monumento”, artefacto convocante para el recuerdo (sentido asociado a la memorización o a la conmemoración) o como “marca” en la memoria, que se resignifica constantemente (rememoración). Me gusta pensar que los recuerdos son como marcas, huellas que llevamos siempre con nosotros, grabadas en nuestra piel y en nuestros pasos. Esas marcas pueden ser reconocibles en cualquier momento, reclaman permanecer.

Entre barricadas

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