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5. La rememoración y el testimonio frente al olvido

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Paul Ricœur (2008) se dedicó a reflexionar profundamente sobre los vínculos entre la historia, la memoria, el olvido, el testimonio y el recuerdo. Una pregunta clave de sus planteos es de qué manera se cruzan y relacionan la imaginación y la memoria. Porque, siguiendo a Platón, la memoria es la “representación presente de una cosa ausente” (Ricœur, 2008: 23). En este sentido, “la imaginación y la memoria poseen como rasgo común la presencia de lo ausente” (67), y la escritura entonces permite construir una segunda memoria trazada también en el ahora, traer de regreso lo otro ausente, lo muerto y perdido en el pasado, para imaginarles un presente que resplandece.

¿Cómo la historia, en su escritura literaria, logra distinguirse de la ficción? Plantear esta cuestión es preguntar en qué la historia sigue siendo o más bien se convierte en representación del pasado, cosa que la ficción no es, al menos en intención, si lo es de alguna forma por añadidura. Es así como la forma repite, en su fase final, el enigma planteado, por la memoria en su fase inicial. (Ricœur, 2008: 245)

Ricœur deja en claro la distinción entre los conceptos “memorización” y “rememoración”. La memorización es una puesta en escena de ciertos datos de la memoria en una acción repetitiva y que no genera nuevos sentidos, mientras que la rememoración busca trazar nuevos vínculos de forma constante, es un proceso por el cual los hechos pasados y supuestamente perdidos se transforman en objetivos de una activa búsqueda de sentido. A través de la rememoración se busca resignificar el presente desde elementos del pasado, así también el pasado adquiere otro “espesor” desde la mirada del presente. Al tiempo que la “memoria-repetición” resiste la erosión de los cuestionamientos, la “memoria-recuerdo” es memoria crítica.

Por otro lado, el testimonio y también el recuerdo se construyen en el marco de un grupo que le brinda sostén y lo constituye en una práctica de rememoración, en una acción del pensar y recordar activamente. Así, el testimonio se erige en una “institución natural de vinculación” (Ricœur, 2008: 211-214) que asevera la realidad de lo sucedido y, al mismo tiempo, procura autentificar la declaración. Este primer elemento problematiza, como lo señala el mismo Ricœur, la distinción entre realidad y ficción a partir de esta frontera indecidible planteada por el testimonio en la que “surgen numerosas sospechas”. Así también el testimonio se realiza a partir de la “autodesignación del sujeto” que asegura “yo estaba allí”, al mismo tiempo que reafirma la realidad de lo sucedido.

En muchas ocasiones, el testimonio asume la figura de un diálogo, de una conversación entre varios interlocutores, lo que refuerza la validez de lo afirmado. El testimonio se convierte en la voz de un otro, de un tercero.3 Y si Ricœur (2008: 214) señala que “hay testigos que no encuentran nunca la audiencia capaz de escucharlos y oírlos”, entonces la novela se propone como un testimonio que asume muchas otras voces. La novela restituye voces, sucesos y protagonistas para conjurar, lo que Ricœur identifica como olvido de “destrucción de las huellas”, ese olvido que intenta ser definitivo (536).

Ciertas ficciones pueden ser consideradas como una “reserva” frente a los olvidos presentes, al dar cuenta de la actualidad, de las razones y causas de la amnesia. A partir de esta problemática interesa también plantear las dinámicas que se ponen en juego entre la representación y la interpretación, lo que expone también el funcionamiento de lo imaginario: “¿Cómo mantener la diferencia de principio entre la imagen de lo ausente como irreal y la imagen de lo ausente como anterior?” (Ricœur, 2008: 308).

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