Читать книгу Deuda de familia - Nadia Noor - Страница 10
ОглавлениеCapítulo 4
El señor ha pasado a mejor vida
Natalia dio varias vueltas sobre sí misma y el vestido blanco y vaporoso, se levantó airoso acariciándole los tobillos. Se contempló en el espejo y admiró el gran collar de perlas que le abrazaba el cuello. El pelo largo y abundante lo llevaba medio recogido en la nuca y sobre sus hombros, envueltos en tafetán, descansaban algunos mechones largos y ondulados.
«Eres una novia espectacular», se dijo presuntuosa a sí misma. «Sergio se pondrá feliz en cuanto te vea. Y, tu padre, te llevará al altar orgulloso».
Se paró en medio de una vuelta y admiró el jarrón de cristal repleto de rosas rojas que descansaba sobre una mesita de noche. Sus manos, enguantadas en seda blanca, acariciaron con delicadeza los pétalos aterciopelados. Inspiró hondo y se impregnó de un aroma suave y primaveral. Embriagada, decidió alejarse cuando notó que los pliegues de su vestido se engancharon en una astilla. Con sus manos temblorosas intentó liberar el vestido, pero, cuanto más tiraba, más se le resistía. Unas lágrimas enormes le nublaron la vista cuando la seda de su vestido crujió al desgarrarse. Tiró de la falda, pero no consiguió desengancharla y debido al tirón la mesa se movió de su sitio; hecho que provocó que el gran jarrón de cristal se balanceara y cayera estrellándose contra las baldosas con un sonoro golpe. Las rosas se esparcieron en el suelo y unas cuantas quedaron enganchas en el tafetán que cubría su vestido. Miró horrorizada el suelo de cerámica sevillana cubierto de rosas y su vestido blanco inmaculado teñido de pétalos rojos. Intentó quitarse las flores, pero los nervios se apoderaron de ella y solo consiguió pincharse con las espinas de un tallo, por lo que lo tiñó de sangre. Comenzó a chillar aterrada, pero la voz no logró traspasar su garganta. Escuchó unos gritos agudos; sin embargo, no reconocía su propia voz. Despegó las pestañas y se topó de frente con su cuarto oscuro. Por arte de magia, se desvanecieron las rosas, el vestido blanco teñido de sangre y el jarrón roto. Pero, los gritos continuaron con más fuerza…
Comprendió que solo había sido una pesadilla y agudizó el oído. En alguna parte de su casa, alguien estaba gritando. Saltó de la cama apresurada, encendió una vela y, con paso titubeante, se adentró en el pasillo lóbrego. Tras andar unos pasos, sintió una mano posarse sobre su espalda. Ahogó un grito cuando entendió que se trataba de su hermana Delia, que al igual que ella, se había despertado.
La agarró de la mano y, con la otra sujetó la vela con firmeza para iluminar el pasillo. Se paró a escuchar con atención antes de doblar la esquina. Los gritos venían de la biblioteca y, al aproximarse, pudo oír con claridad la voz de su madre. Buscó una silla y acomodó a su hermana en ella.
—Tú espera aquí, iré a ver qué pasa. No te muevas, ¿entendido?
Su hermana mayor asintió, mostrando una expresión asustada en su rostro.
Natalia iluminó con la vela el tramo de pasillo que la separaba de la biblioteca y abrió despacio la puerta. Dos piernas que se balanceaban en el aire le dieron la bienvenida. Un cuerpo inerte, colgado de una cuerda gruesa, flotaba sobre el escritorio sin llegar a tocarlo.
La joven sintió una angustia repentina y, al bajar la vista, observó a su madre sentada en el suelo. Emitía gritos y lamentos con la mirada fija en el cuerpo.
Natalia se aguantó las ganas de vomitar y se subió con rapidez sobre el escritorio. Alcanzó las piernas de su padre y levantó el cuerpo hacia arriba, sujetándolo con fuerza. Pensó que de esa manera, la cuerda se aflojaría y él volvería a respirar. El cuerpo de su padre parecía entumecido y pesaba muchísimo. A pesar de ello, lo sostuvo con firmeza y clamó a su madre:
—Llame a unos mozos para que nos ayuden. ¡Rápido! No puedo aguantarlo sola. Y que traigan un cuchillo para cortar la cuerda. ¡Vamos, madre, no podemos perder ni un segundo!
Los gritos de Natalia surtieron efecto y Patricia despertó del caos en el que se encontraba. Dejó de lamentarse y salió al pasillo para pedir socorro. Momentos después, entraron en la biblioteca dos mozos fornidos y una criada. Apartaron a Natalia y tomaron el relevo para cargar el pesado cuerpo del señor de la casa. La criada se subió sobre el escritorio y, con mano firme, cortó la cuerda que oprimía el cuello de Rafael. El cuerpo se balanceó con violencia y los mozos estuvieron a punto de dejarle caer; sin embargo, en el último momento, consiguieron estabilizarse y lo bajaron al suelo. Lo tendieron con cuidado sobre las baldosas frías y buscaron el pulso. En el cuerpo del señor no quedaba vida alguna, estaba tieso y frío como una piedra.
—El señor ha pasado a mejor vida —indicó un mozo mientras hacía la señal de la cruz y besaba la mano de Rafael—. Que Dios lo tenga en su santa gloria.
Natalia lanzó un chillido roto y se abalanzó sobre el cuerpo de su padre. Le zarandeó las manos, le movió la cabeza, implorándole que despertase.
—Padre, por favor, soy yo, Natalia. Abra los ojos, se lo ruego. Estoy asustada. ¡No puede estar muerto!
Su madre se acercó a ella y la levantó con severidad.
—No tiene caso lloriquear, vamos a organizarnos que hay mucho que hacer. Tu padre nos ha dejado.
Natalia se levantó con dificultad, lanzándole a su madre una mirada reprobatoria bañada en lágrimas.
—¡Escuchadme todos! —levantó la voz Patricia—. Lo que ha ocurrido en este cuarto se quedará aquí. Nadie más tiene por qué saber la verdad. Diremos a la gente que, a lo largo de la noche, el señor ha sufrido un paro cardiaco y ha pasado a mejor vida. ¿Me habéis entendido?
—Sí, señora —murmullaron los fornidos mozos con la cabeza agachada.
—Y, ¿el médico? —se aventuró a preguntar la joven cridada—. Se dará cuenta cuando vea el cuerpo, además, la cuerda le ha dejado marcas en el cuello.
—Tú, ¡a lo tuyo! —Patricia la miró amenazante—. Del médico ya me encargo yo.
Natalia regresó junto al cuerpo de su padre, lloriqueando en voz baja. Le tomó las manos entre las suyas intentado darle calor, cuando notó la mano de su madre tirándole del pelo. Sorprendida, la miró empañada en lágrimas.
—No te quedes ahí lamentándote, ya no tiene caso. Ve abajo y organiza el funeral con las criadas. ¡Rápido! —La apremió.
Obedeció y salió sin protestar de la biblioteca. Entre los arcos del pasillo se filtraban los primeros rayos del día. En la silla, acurrucada, esperaba su hermana Delia. Estaba ausente y parecía no acordarse de por qué estaba allí. Natalia la ayudó a caminar y la llevó de vuelta a su habitación.
—¿Mañana iremos a ver el mar? —preguntó una risueña Delia, al tiempo que ahogaba un bostezo.
—Sí, mañana iremos sin falta —le siguió la corriente con la voz entrecortada—. Ahora tienes que descansar. Es temprano, el sol no ha salido todavía.
Ayudó a su hermana a meterse entre las sábanas, apagó la vela y pidió a una criada que preparara un té de hierbas para dárselo a ella. Durante las próximas horas, necesitaba a Delia totalmente dormida.
Mientras bajaba los escalones de la casa, se preguntó cómo se organizaba un funeral.