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1.2 Durante

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El modelo clásico de la ciudad colonial hispanoamericana es esencialmente un modelo urbanístico arquitectónico que respondió a una idea cultural europea traída desde España a América, y que experimentó un proceso paulatino de perfeccionamiento que, con el tiempo, fue sancionado legalmente.

Landaeta Mardones y Espinoza Lolas, 2015, p. 2

En el amplio espacio temporal, intermedio entre el colonialismo y lo que definimos como actualidad, sucedieron hechos fundamentales en la historia que afectaron físicamente a este conjunto de ciudades, detenernos en ellos sería extenso, pero podemos concluir que finalmente no han modificado la mirada original, es más, en muchos sentidos profundizaron los procesos centralistas6 y, sobre todo, el desequilibrio con el soporte natural.

Encontramos asimismo en las ciudades latinoamericanas operaciones urbanas extirpadas literalmente de otros procesos y contextos, traspalando paradigmas inocuos e inconsistentes para los entornos políticos, sociales y ambientales de Latinoamérica. Estas operaciones no han cuestionado, en términos formales, las ideas desarrolladas en la ciudad colonial, es más, han servido para enfatizar esta condición eurocentrista.

En América, la idea de raza fue un modo de otorgar legitimidad a las relaciones de dominación impuestas por la conquista. La posterior constitución de Europa como nueva identidad después de América y la expansión del colonialismo europeo sobre el resto del mundo, llevaron a la elaboración de la perspectiva eurocéntrica de conocimiento y con ella a la elaboración teórica de la idea de raza como naturalización de esas relaciones coloniales de dominación entre europeos y no-europeos. Históricamente, eso significó una nueva manera de legitimar las ya antiguas ideas y prácticas de relaciones de superioridad/inferioridad entre dominados y dominantes. (Quijano, 2000, p. 779)

La ciudad de Buenos Aires, por ejemplo, retomó del pensamiento haussmaniano7 la apertura de las diagonales, diagonal norte y diagonal sur, y para su traza contrató a Joseph Bouvard, de la Municipalidad de París, con la idea de reproducir, precisamente, el modelo de la capital francesa. Para su realización, la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires (MCBA) debió comprar y/o expropiar gran parte de los terrenos de las manzanas involucradas. Concluidas en 1943, las diagonales marcaron un hito urbano que en gran parte han signado el ADN de la ciudad “más europea” de Latinoamérica. Más allá de la anécdota, este tipo de situaciones solo enfatizó los conceptos vertidos en la época colonial, evidenciando, cada vez más, la separación entre estructura urbana y soporte territorial. Con esto no estamos afirmando que hayan sido los únicos movimientos, se destacan en varias ciudades procesos de revalorización de las ciudades indígenas, que sí habían desarrollado la estructura física de sus asentamientos en relación directa con la topografía.

Otro ejemplo del interés por las ideas eurocentristas vuelve a escena en la posguerra, cuando, en sintonía con las ideas del movimiento moderno, surge la ciudad de Brasilia, una nueva ciudad planificada, convirtiéndose en un icono del modernismo en Latinoamérica. Esta es una ciudad proyectada por Lucio Costa a partir de la tabula rasa, nuevamente, al igual que la ciudad colonial. En 1957 su propuesta resultó ganadora del concurso hecho bajo el mandato del presidente brasileño, Juscelino Kubitschek, para crear una nueva capital más centralizada que la costera Río de Janeiro. Del gesto primario de hacer una cruz, del también conocido ritual romano de creación de una ciudad, Lucio Costa trazó los ejes de la nueva capital con una particularidad. El eje norte-sur estaría curvado, adaptándose así mejor a la topografía, dando como resultado un esquema que hará de Brasilia reconocible simplemente con dos trazos.

La mirada foránea a signado el territorio, más allá de operaciones urbanas específicas, siendo claro, además, que el crecimiento exponencial de habitantes en nuestras ciudades es el punto de inflexión para reflexionar sobre su estructura. De allí surge gran parte de la problemática actual. Los procesos migratorios, internos y externos, más el crecimiento demográfico, que en algunos casos se acelera en unos sectores sociales, evidencia una falencia en el crecimiento superficial de la huella urbana y en la consecuente planificación de los usos del suelo. Pese a la incapacidad física de crecimiento, limitada por la naturaleza topográfica del sitio, presente en mayor medida en las ciudades del Pacífico y en menor medida en las ciudades del Atlántico, el pensamiento centralista no ha sido eclipsado. Existieron muchos procesos que conformaron las estructuras existentes de las mismas, sin embargo, son contados los casos en que la manifestación física de estos procesos urbanos se dio alineada y de manera equilibrada a los procesos económicos, socioculturales y naturales de las mismas. Los procesos sucedidos en esta etapa, como los humanistas, haussmanianos, los migratorios internos y externos y las grandes infraestructuras, a principios de los años noventa, hicieron que el crecimiento de las áreas suburbanas se mantuviera signado por los procesos disociados de los territorios centralistas surgidos en la matriz colonial. Vale citar como ejemplo, que para que el crecimiento de los suburbios fuese una realidad tangible, se tuvieron que generar previamente infraestructuras vehiculares que pudieran rápidamente conectar a sus habitantes con los centros urbanos, manteniendo la lógica dependencia de estos, estableciendo así de manera anticipada su fecha de vencimiento. Según Sassen (2007),

la centralidad sigue siendo un aspecto clave en la actual economía global. Pero hoy en día ya no existe una relación directa única entre centralidad y entidades geográficas tales como el centro de la ciudad, o el distrito central de negocios (DCN). En el pasado, y de hecho hasta hace pocos años, la centralidad era sinónimo del centro de la ciudad o el DCN. Hoy, parcialmente como resultado de las nuevas TIC, el correlato espacial del “centroˮ puede asumir varias formas geográficas, desde el DCN, el área metropolitana, a la nueva malla global compuesta por ciudades globales. (p. 25)

Como fin de este período, Guattari (1990) manifiesta que “las oposiciones dualistas tradicionales que han guiado el pensamiento social y las cartografías geopolíticas están caducas. Las situaciones conflictivas continúan, pero introducen sistemas multipolares incompatibles con enrolamientos bajo banderas ideológicas maniqueístas. Por ejemplo, la oposición entre Tercer Mundo y mundo desarrollado ya no tiene ningún sentidoˮ (p. 14). Este panorama nos obliga, en la actualidad, a superar el paradigma “tercermundista” de la superioridad de las ideas foráneas que provenían del mundo ilustrado o desarrollado.

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