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1.3 Actualidad

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La ecosofía social consistirá, pues, en desarrollar prácticas específicas que tiendan a modificar y a reinventar formas de ser en el seno de la pareja, en el seno de la familia, del contexto urbano, del trabajo, etcétera. Por supuesto, sería inconcebible pretender volver a fórmulas anteriores, que corresponden a períodos en los que a la vez la densidad demográfica era más débil y la densidad de las relaciones sociales más fuerte que en la actualidad. Pero se tratará de reconstruir literalmente el conjunto de las modalidades del ser-en-grupo. Y no sólo mediante intervenciones “comunicacionalesˮ, sino mediante mutaciones existenciales que tienen por objeto la esencia de la subjetividad.

Guattari, 1990, p. 34

En la actualidad nos encontramos en un proceso en donde la “gobernanza” se ha constituido como un mecanismo validador de los procesos urbanos. Según la ONU:

La gobernanza es el ambiente propicio que requiere marcos jurídicos adecuados, procesos políticos, de gestión y administrativos eficientes, así como mecanismos, directrices y herramientas que permitan al gobierno local responder a las necesidades de los ciudadanos. La gobernanza puede definirse como las diversas formas en las que las instituciones y los individuos se organizan en la gestión cotidiana de una ciudad, y los procesos utilizados para llevar a cabo de forma efectiva la agenda del desarrollo de una ciudad, a corto y a largo plazo. La gobernanza urbana es el software que permite que el hardware urbano funcione. La gobernanza urbana eficaz se caracteriza por ser democrática e inclusiva, integrada y con objetivos a largo plazo, multiescalar y de multinivel, territorial, competente y conscientes de las ventajas de la era digital. (UN-Habitat, 2012)

Este proceso permite dar visibilidad a muchos actores, otrora relegados en el ideario colectivo de la ciudad, aunque aún no ha logrado, en líneas generales, revertir las posiciones de poder, acentuadas por un mercado de capitales dominante; sí ha conseguido, en algunos casos, con mayor éxito que otros, poner en evidencia procesos genuinos radicados en el seno de las sociedades.

Como señalamos en el análisis, las ciudades latinoamericanas enmarcadas en procesos contextuales similares registran en su superficie procesos urbanos también similares, los mismos han sido estudiados por diversos autores y podrían resumirse en la sintomatología condensada por el geógrafo e investigador Pablo Ciccolella (2012):

Expansión de la mancha urbana; Policentrismo o, al menos, tendencias al mismo; Tendencias a la ciudad-región y al crecimiento reticular; Expansión de la base económica, especialmente basada en servicios; Difusión o proliferación de nuevos objetos urbanos (shoppings, hipermercados, urbanizaciones cerradas, edificios inteligentes, etc.); Suburbanización difusa, tanto de élites como de sectores pobres o populares; Incremento de la polarización social; Incremento o consolidación de la segregación residencial; Aparición de nuevos distritos de negocios o formación de redes de distritos corporativos; Reestructuración neoliberal (desregulación-privatizaciones) como factor explicativo de estos procesos territoriales.

Asimismo, en varias de las ciudades consideradas, en general las más complejas, también se han verificado otros procesos coincidentes, menos acusados en el resto de la muestra:

Localización de actividades globalizadas (Buenos Aires, México, Santiago, San Pablo); Capital inmobiliario como factor preponderante de la expansión metropolitana (Buenos Aires, Lima, Río de Janeiro, Santiago de Chile, San Pablo); Gentrification, es decir reapropiación de áreas centrales por parte de sectores sociales de ingresos medios altos y altos (Buenos Aires, Santiago); Suburbanización de tipo “americanizante” (Buenos Aires, Caracas, São Pablo, Santiago); Dualización (Buenos Aires, Lima, Río de Janeiro, São Pablo). (p. 13)

Esta situación amerita un trabajo conjunto y exhaustivo que vuelva a equilibrar las estructuras urbanas, pretendiendo extender el soporte infraestructural sobre el territorio. En todos los procesos predecesores, existe un denominador común, el hombre se encontraba, en su valoración, por encima de la naturaleza, la política y la técnica, se fomentaban los procesos de acción por sobre la naturaleza. Esta tendencia fue cambiando y visibilizando el daño ambiental producido, una naturaleza mutante8, este concepto define una mutación constante del ambiente y, por ende, una transformación del estadio natural del territorio. Esta sucesión tuvo su inflexión en el tsunami del Japón en 2011, el cual fue el terremoto más potente sufrido en el Japón hasta la fecha, así como el cuarto del mundo. Transmitido en vivo a todo el mundo, cobró casi catorce mil vidas humanas, y por más que estemos hablando de un fenómeno natural, su visibilidad permitió que en que en el Marco de Sendai para la Reducción del Riesgo de Desastres 2015-2030, presentado por la ONU en 2015, aparecieran estas definiciones:

Además, entre 2008 y 2012, 144 millones de personas resultaron desplazadas por desastres. Los desastres, muchos de los cuales se ven exacerbados por el cambio climático y están aumentando en frecuencia e intensidad, obstaculizan significativamente el progreso hacia el desarrollo sostenible. La información existente indica que, en todos los países, el grado de exposición de las personas y los bienes ha aumentado con más rapidez de lo que ha disminuido la vulnerabilidad, lo que ha generado nuevos riesgos y un incremento constante de las pérdidas relacionadas con los desastres, con un considerable impacto en los ámbitos económico, social, sanitario, cultural y ambiental a corto, medio y largo plazo, en especial a nivel local y comunitario (Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres. [UNDRR], 2015, p. 3)

Conforme a esta cosmovisión, apoyada sobre las estructuras de la gobernanza desarrolladas a fines del siglo xx y principios del siglo xxi, se han logrado visibilizar una serie de actores (mayormente sociales) que se distinguen como la primera línea de afectados en estas problemáticas y, por ende, son los que condensan la mayor sabiduría, nos encontramos con un nuevo marco sobre el cual ponderar el valor del sustrato natural como soporte de la estructura urbana.

También hay un punto interesante a destacar, nuestra naturaleza hoy es la ciudad, somos naturales a lo urbano y, por consiguiente, vivimos un nuevo paradigma llamado urban landscape9 o paisaje urbano, el cual se distingue y reconoce a nivel mundial y en él hay una relación arrastrada del proceso de suburbanización analizado anteriormente. Es a principios del siglo xxi que las clases altas comenzaron en a retornar a los centros urbanos, cansadas de la saturación de los suburbios y sobre todo de las infraestructuras que, inevitablemente, al no reconocer los procesos naturales de la ciudad y su sustrato natural, fallan en su planificación a mediano plazo. Esto se ve enfatizado por la ineficacia de los Estados para ver y acompañar el crecimiento suburbano, dejando a manos del mercado la activación de los suburbios y solo garantizando las infraestructuras troncales, una visión retrógrada del neoliberalismo subdesarrollado que gobernó, mayoritariamente, a los países de Latinoamérica en los años de 1990. Así mismo, al inicio de la década del 2000 y con el cambio de signo, en muchos de estos países, hacia paradigmas de corte más keynesiano10, fomentando los mercados internos y el desarrollo de la industria, el suburbio volvió a tener el signo de las clases trabajadoras, terminando de conformar por un lado el desarrollo de guetos11 de clase alta (por ejemplo, Nordelta, en el Partido de Tigre, Área Metropolitana de Buenos Aires) o bien el retorno de dichas clases a las estructuras exclusivas de las centralidades (como Puerto Madero) o incluso los barrios tradicionales de ese nivel socioeconómico.

Este retorno tiene un residuo cultural, el paisaje. En su paso por el suburbio, las clases altas ponderaron la creación de un paisaje antropizado12 que hoy intentan reimplantar en los centros urbanos. Es importante destacar que si bien tiene ribetes positivos esta lógica es solamente una relectura superficial del problema, montada sobre la mutación natural de las ciudades que al apoyar procesos de valoración cultural no configura una mirada estructural sobre el problema.

Son muy pocos los casos de miradas sistémicas y equilibradas, en estos más de doscientos años de historia de nuestras ciudades, siempre la mirada cortoplacista, atada a procesos políticos inestables, superó la posibilidad de pensar la ciudad como un sistema asociado a un sitio.

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