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2. MARCO CONTEXTUAL

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Por su parte, la ecosofía mental se verá obligada a reinventar la relación del sujeto con el cuerpo, el fantasma, la finitud del tiempo, los “misteriosˮ de la vida y de la muerte. Se verá obligada a buscar antídotos a la uniformización “mass-mediática” y telemática, al conformismo de las modas, a las manipulaciones de la opinión por la publicidad, los sondeos, etc. Su forma de actuar se aproximará más a la del artista que a la de los profesionales “psy”, siempre obsesionados por un ideal caduco de cientificidad.

Guattari, 1990, p. 18

Avanzamos hacia un nuevo imaginario en donde la naturaleza (actual y natural) es el aglutinador de un nuevo urbanismo integrador. Como vimos, históricamente existe una disociación constante entre el pensamiento proyectual de los procesos urbanos, la aplicación de estos por parte de los Estados o desarrolladores y —por último y fundamental— la reinterpretación del espacio urbano generado, por parte de los usuarios.

La ciudad es una estructura (o infraestructura, hablando en términos técnicos) superpuesta a un sustrato (preexistente en la topografía y el ambiente) que reemplaza otra matriz, la matriz natural —a ese sustrato—. A partir de allí absorbe, de manera parasitaria13, las alteraciones políticas, económicas, culturales y sociales que la van densificando, expandiendo y transformando, manteniendo mayormente indeleble su estructura, que sólo es perturbada por acciones o reacciones del propio sustrato original o por consecuencias advertidas por su ambiente o las secuelas que se hallan producido sobre el mismo (que en oportunidades suceden como catástrofe). Podemos, por ende, establecer que la estructura de las ciudades nunca (o pocas veces) se altera, la ciudad resiste, solo hasta que la naturaleza (situación previa a la ciudad) lo decide. Esta paradoja nos manifiesta el aporte concreto que hacen las ciudades al cambio climático y, por consiguiente, una consecuente y cíclica modificación del ambiente, en tal caso, en cada etapa de crecimiento urbano existe una nueva —y ya no previa— situación “natural” del ambiente antropizado. Los efectos y consecuencias de este proceso cíclico de cambio (que podríamos asumir como mutación) constante del soporte natural radican en una agudización de los procesos naturales al sitio, por ejemplo, si se modifican los caudales de lluvia y consecuentemente se modifican los canales de irrigación originales, el riesgo de inundaciones ya es incontrolable, pero siempre se dará por las mismas cotas que estaba previsto.

Guattari (1990) plantea que “[e]l planeta Tierra vive un período de intensas transformaciones tecno-científicas como contrapartida de las cuales se han generado fenómenos de desequilibrio ecológico que amenazan, a corto plazo, si no se le pone remedio, la implantación de la vida sobre la superficieˮ (p. 7), al definir el marco de crecimiento actual que requiere un reequilibrio de las matrices y un ajuste en las metodologías de acción que se aplican a las estructuras urbanas vigentes.

Una serie de preguntas surgen entonces: ¿podemos seguir operando con las mismas premisas?; ¿son efectivos los procesos tecnocientíficos vigentes?; ¿podemos ponderar la eficiencia urbana si las estructuras existentes fomentan el desequilibrio?; ¿podemos pensar soluciones análogas en ciudades con distinta complejidad y soporte topográfico?

Congreso Internacional Comunicación, ciudad y espacio público

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