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LA MAFIA NO EXISTE

Entre todas las cosas que habían llamado mi atención del abogado Spanna cuando lo conocí una en particular me había asombrado.

Los zapatos.

Sus zapatos.

Eran viejos, realmente viejos. Pero bien conservados. Muy trabajados, diría: negros, costura inglesa, limpios. Probablemente con las suelas cambiadas una y otra vez. Probablemente Church Burwood3. Con cada pisada emitían siempre un característico y leve crujido que convertía todavía en más austera la forma de andar de aquel hombre anciano, bien plantado y arreglado.

Sus zapatos.

Cuando me lo encontré la primera vez mi mirada fue atraída, no tanto por la figura, sino porque me evocaba un encuadre específico de la película Cadena perpetua: un primer plano de los zapatos de Brooks.

Brooks era uno de los presos condenados a cadena perpetua; ahora, ya anciano, está encargado de labores socialmente útiles. Libre, en la práctica, pero deshabituado al mundo fuera de la prisión, tanto que la echa de menos. Seco y musculoso, a pesar de la edad, bajo, con la espalda y los hombros curvos y las manos como tenazas.

El encuadre partía desde un primer plano de sus zapatos: viejos pero cuidados. Negros, brillantes y robustos como los de los marines americanos (tipo Church Shannon,4 para hacernos una idea). La cámara seguía subiendo lentamente por las piernas de aquel hombre canoso para a continuación, girar a su alrededor y llegar hasta el rostro curtido: de pié encima de una mesa de madera, estaba intentando grabar con una navajita la frase Brooks estuvo aquí en la viga donde se mataría poco después.

Quién sabe porqué me había venido a la cabeza aquel encuadre. Me lo he preguntado muchas veces pero nunca he encontrado la respuesta. Jamás.

Quizás porque siempre he pensado que por los zapatos de un hombre es posible entender muchas cosas sobre él. O quizás también porque Brooks era cuidadoso, austero y comedido en todos los aspectos. Lo fue incluso en la forma de morir. Y también de él me habían llamado la atención los zapatos.

Con aquellos zapatos, paso a paso, decía, el abogado entró en la habitación.

Sobre el empeine se apoyaban los bordes de unos pantalones azules a rayas. Un clásico, con rayas claras muy finas y no muy juntas5. Los pantalones tenían la largura justa: ni un milímetro de más ni un milímetro de menos. Le caían bien. Debajo del traje, perfecta también en los hombros y probablemente hecha en una sastrería, una camisa con el cuello de puntas rectas, turndown collar6, de color blanco con rayas azules, corbata regimental7 azul con un nudo equilibrado, no demasiado grande, un medio Windsor, naturalmente.

Esta era la combinación perfecta para el trabajo de abogado: se adapta a todas las ocasiones, comunicaba autoridad pero no señales identificables a primera vista. Ponía al abogado en el sitio justo respecto a cualquier interlocutor y en cualquier contexto.

Su lenguaje corporal decía: no soy superior a ti pero tampoco inferior. No quiero aparentar pero te respeto y pido respeto por mi trabajo. No soy ostentoso, no busco cubrir defectos de carácter (es decir, tengo puntos débiles reconocibles). Soy una persona equilibrada. Lo que suceda también dependerá de ti. Traducido: autoritario con los clientes, irreprochable con los funcionarios, un escalón debajo de los jueces que lo querían un escalón por debajo. Sin excesos. Spanna, sencillamente, evitaba y prevenía potenciales equívocos y contrastes basados en el lenguaje no verbal.

Y usaba esta manera de vestir cuando la necesitaba: si se quería proteger aparentaba inexpugnable, recordaba su pertenencia a un orden. Si sus tonos eran más comunes, se convertía en modesto, preparado para dar un paso atrás, elásticamente, para sugerir estar dispuesto a un acuerdo, a una propuesta atrevida, incluso indecente pero necesaria. Podía tomar partido, sí, pero por una razón de deber legítimo. Irreprochable frente a su colega adversario, pero debía hacer su trabajo. Creíble con los jueces, respetuoso con su papel, pero también de la correcta aplicación de las leyes o de las excepciones a pesar de lo inocuas que podrían ser. Y así todo.

Eficaz, es el término exacto para describir su forma de vestir.

Para resumir, en él, en conjunto, nada desentonaba. Los cabellos eran grises, cuidados en su corte y todavía espesos. Las gafas de vista tenían una elegante montura en cromo y las lentes siempre limpísimas.

El abogado Egidio Spanna había entrado en la habitación, todavía no había pronunciado una palabra, sin embargo ya había dicho lo que pensaba a su interlocutor, que había adoptado la pose psicológica más idónea.

Me miró durante un momento (aunque fuesen milésimas de segundo, Spanna era capaz de repetirlo empleando exactamente el mismo tiempo) y se dirigió, acompañado por el crujido de sus zapatos negros, a la gran butaca de piel detrás del escritorio, sobre la cual se puso con el habitual movimiento, casi sin producir ruido que no fuese el del cuero que la revestía.

Después de una rápida ojeada a una nota puesta de manera ostentosa por la secretaria, se quitó las gafas con lentitud, las puso encima de la mesa, se apoyó en el respaldo, relajándose y pasando a continuación, una sola vez, las dos manos por la cara. Era el único momento de relax que se concedía y sólo con personas que conocía: colaboradores, amigos o familiares. Enseguida se puso las gafas de manera rápida y precisa, y me miró.

Yo estaba sentado, antes de que él entrase en la habitación, en una de las dos pequeñas butacas de madera al otro lado del escritorio. Incomodísimas. Y estoy seguro que ni siquiera esto era fruto de la casualidad.

Ahora ya había comprendido bien a ese hombre. Y había llegado el día en que le cantaría las cuarenta. Estaba harto, no me dejaría engañar por sus juegecitos y su dialéctica florida.

Con una expresión interrogativa me dirigió la palabra en tono amigable. Vagamente paternal.

«Bien, Alessandro, ¿cómo va todo?»

Pregunta abierta: necesitaba sondear el terreno.

«Bien» respondí con rapidez, «estoy intentando orientarme, abogado»

Respuesta cerrada: hoy te vas a enterar.

Había comprendido desde el principio que con ese hombre no necesitaba malgastar nada, y menos las palabras. Las palabras llevan tiempo, y las que se derrochan provocan un esfuerzo suplementario en el diálogo, una dispersión de conceptos, un efecto dominó que convierte en agotador cualquier enfrentamiento. La palabra mágica con el abogado Spanna era «esencial».

Creo que una de las razones principales por las que le era simpático, innegablemente, fuese porque había comprendido enseguida: «habla poco, escucha mucho, se sintético, y también rápido»...

Para ser claros: con el abogado Egidio Spanna estás en tu derecho de ser un completo idiota y él te lo permitirá: basta que seas rápido.

A mi respuesta Egidio Spanna permaneció inmóvil. El mensaje era bastante claro: la respuesta cerrada no bastaba, debía proseguir.

«Estoy comenzando a entender muchas cosas, del Derecho y de la realidad. Hace ya seis meses que vengo a este bufete y la profesión» añadí, pero también yo me sorprendí de la poca convicción que había en el tono «me gusta mucho. Me gusta, en particular, el derecho penal. Es más práctico en los procedimientos y más interesante en su aplicación práctica.»

El abogado frunció el ceño levemente: percibía una incongruencia en el interlocutor.

«Pero es indudable que todavía me queda mucho camino por recorrer» proseguí. Sus ojos volvieron a la normalidad y casi parecieron sonreír, complacidos por mi recuperación en tiempo real.

Se recostó: estaba a punto de hablar.

«Tú tienes muchas cualidades» comenzó. Pero por el tono pareció lo que era: una premisa negativa. De hecho continuó diciendo: «Quizás demasiadas para este trabajo».

Pausa. Podía tomar la palabra. Lo hice.

«Es que el Derecho, a veces, es muy árido, esquemático, anacrónico» argumenté «y no es fácil habituarse a esto.»

Tuve la clarísima sensación de haber dicho una solemne tontería, a pesar de haber expresado un concepto plausible. Pero no sabía dónde estaba el error. Dos palabras y ya estaba en apuros.

El abogado se quitó las gafas y pareció dudar.

«Árido, esquemático y… ah, sí… anacrónico.»

Repetía mis palabras, diciéndolas con los ojos bajos mientras se masajeaba suavemente las sienes.

«Sí» añadí con la desorientación de quien sabe que ha sido un incauto, poniéndose en la posición justa para recibir un tortazo en plena cara.

A continuación levantó la mirada y se quedó mirándome.

« ¿Qué es la mafia?»

Había disparado a bocajarro.

«Bueno… ¿en qué sentido, abogado?»

«Te he preguntado qué es la mafia. Eres un abogado en prácticas. Te has licenciado en Derecho. Hace seis meses que frecuentas este bufete y los tribunales. ¿Qué es la mafia? Explícamelo.»

Bastardo.

«Bueno, sí, la mafia es… en fin…» intenté recordar el artículo, «en el… en el… 416 del código penal… ¡no! El 416 bis… sí… asociación de tipo mafioso. Es una forma exacerbada de la asociación con fines delictivos… cuando, veamos, presenta varios agravantes… si… es decir…».

El abogado Spanna parece relajado, casi distraído. Era la primera vez que lo veía así.

«He hecho esta pregunta a muchas personas» dijo con calma y con una expresión casi desilusionada en la cara (más que desilusionada parecía disgustada. Levemente disgustada. Pero creo que sólo era un ilusión mía) «y muchos no han sabido responder. Otros han respondido en términos vagos. Algo parecido a lo que has hecho tú ahora. Y sin embargo se habla mucho de mafia. Es una palabra que conocen todos. Lucha contra la mafia, medidas contra la mafia, protestas y manifestaciones, iniciativas. Contra la mafia. Muchos responden a esta pregunta de cualquier manera: pero muchos, en sustancia, buscan una definición en el mismo momento en que le haces la pregunta, sorprendidos por la obviedad de la pregunta. Es como si le hubieses preguntado de dónde procede la leche, o de qué color es el alquitrán. Después, ante mi inmovilidad y mutismo, comienzan a darse cuenta que no lo saben, pero no lo procesan. Y dicen de todo: bandas armadas, hombres organizados en bandas, que piden pagos, matan, roban, controlan el tráfico de droga, gestionan actividades lícitas para limpiar el dinero sucio. Dicen estas cosas. Pero yo insisto, y les hago notar que aquello que están describiendo son elementos que definen el fenómeno de la asociación para delinquir, aplicables a cualquier banda armada de delincuentes, y vuelvo a hacer la pregunta: ¿qué es la mafia? ¿Cuándo y por qué una asociación criminal puede ser definida como mafiosa? Mejor dicho: de tipo mafioso. El estado castiga severamente las asociaciones de tipo mafioso. ¿Qué es lo que combate el Estado exactamente y por qué razón, dadas las medidas adoptadas, cree que es tan peligrosa?»

Estaba totalmente atraído por su discurso y curioso por saber a dónde quería llegar.

«Los veo, a menudo, rendirse ante la evidencia y admitir que no saben nada de algo que, paradójicamente, creían que conocían perfectamente: la mafia. Pero, obviamente, no todos saben todo. Y esta es una obviedad auténtica

Me miró otra vez, directamente a los ojos.

«Pero tú, que sabes estas cosas tan perfectamente para definir el Derecho como árido, y… sí… anacrónico, deberías saberme dar una respuesta concreta, ¿no te parece?»

Había leído una pancarta en la televisión. Habían escrito: «La mafia es una montaña de mierda.». Justo eso, en ese momento sentía que estaba debajo de aquella montaña de mierda.

Mi silencio fue más elocuente que cualquier respuesta. No se estaba ensañando. No me estaba diciendo «eres un idiota arrogante». Estaba haciéndomelo sentir, que es peor.

«Escucha, muchos saben que no saben muchas cosas: la fórmula química del magnesio, el peso específico del plutonio. No lo saben y ya está, no forma parte de su trabajo, o incluso no les ha pasado que hayan escuchado hablar de eso, o no han tenido nunca la necesidad de saberlo. Y no hay nada malo en todo esto. Pero si se lo preguntas dirán “no lo se”. Por el contrario, la diferencia que existe cuando se habla de mafia es que prácticamente todos están convencidos de saber lo que es, y en cambio este fenómeno es escurridizo, impalpable, imperceptible.»

Todo perfectamente lógico y, todavía más, nunca había visto tan locuaz a Spanna.

Yo, en cambio, estaba como el que, recién comenzada la película, no veía la hora de saber quién era el asesino.

«Pero la parte más difícil de creer, de comprender, de explicar, es que esto no ocurre por casualidad, digan lo que digan, la mafia “no existe”. O mejor dicho, la mafia no debe existir, según sus afiliados. ¿Sabéis que es por esto, según algunos, que se llama también “Cosa Nostra”? Parece ser que al inicio del fenómeno, hablo de hace muchísimos años, a todos los afiliados les estaba prohibido dar un nombre a esta organización. Porque la habría convertido en algo identificable y por lo tanto localizable. Es mucho más difícil combatir a un enemigo si no aparece como tal. Cuando ni siquiera se conoce cómo se ha formado. Para combatir un fenómeno complejo, por otra parte, es necesario comprenderlo en sus rasgos generales. Más allá de la sintomatología, que constituyen los elementos criminales. Si sólo conoces algunos aspectos, de manera fragmentaria, conseguirá engañarte, aprovechando tu ignorancia. Este es el mecanismo taimado de la asociación de tipo mafioso. Y quien ha aprendido a reconocerlo y a desvelarlo, sabe también cuáles son sus puntos débiles. Esos puntos débiles que en realidad la mafia conoce bien e intenta ocultarlos, desviándote. Los hombres de Estado que han comprendido, aquellos que han podido desvelar la identidad de este monstruo invisible, han sufrido la ira furibunda y nefasta, y muchos han pagado esto con su vida. Porque la mafia no quiere ser descubierta y cuando alguien está a punto de comprender los auténticos mecanismos, a punto de revelarla, la mafia mata. Mata para no ser matada.»

Casi hemos llegado, pensé. Ahora me lo explicará. Quizás.

«Ahora, Alessandro, volvamos con nosotros, ¿no piensas que uno como tú, con todas las cualidades que posees, tanto de sentirte capaz de definir nuestro Derecho como anacrónico, serías capaz de dar una respuesta a esta simple pregunta? Sabes que en el Códice está la respuesta, ¿verdad? Y sabes incluso que el Código Penal da la exacta definición…»

No. No me dijo quién era el asesino.

Desde la montaña de mierda salió mi voz, débil.

«Sí, creo que debería mirar mejor el Código, abogado.»

Estaba deshecho. Me había dado una buena paliza y me lo había merecido. Estaba a punto de marcharme, pero él me paró.

«Espera. Tengo que decirte algo.»

«Sí, abogado…»

«Quiero encomendarte un caso. Escúchame con atención.»

¿Encomendarme un caso? ¿Después de semejante rapapolvo? No entendía nada.

De todas formas, si había dicho escúchame con atención debía hacer dos cosas: permanecer en silencio y memorizar todo con claridad. Creo que, en el caso de que fallase, podría, como castigo, ser decapitado en la sala de reuniones: mi cuerpo sin vida, imaginaba, sería expuesto durante unos días, pendiendo de la lámpara, con un cartel en el pecho: No había memorizado bien lo que debía hacer.

Volví a sentarme.

«Hay una muchacha, es la compañera de un amigo mío. Uno de confianza, nos conocemos desde hace tiempo.»

«Sí, abogado.»

«Es una persona, como lo diría… importante. Una figura pública, de carácter firme, estimado e influyente. Por otra parte muy reservada.»

«Sí, abogado.»

«Deja de decir sí, abogado» continuó tranquilo «Esta muchacha, su compañera, tiene un problema con mi amigo, y ha acudido a mí. Yo quería rechazar el encargo. He pensado, de todos modos, hablar con él, sin revelar nada, obviamente. Le he hablado solo de la petición que me han hecho y me ha explicado: se trata de una pobre mujer, solitaria. Él la ha cuidado como ha podido, pero ahora ella está atravesando un período difícil y lo acusa de una serie de cosas… podríamos decir, muy concretas. Cosas que podrían dañar su imagen. En definitiva, ella no está muy bien de la cabeza. Tiene una historia familiar complicada. Ahora, él me ha pedido que no rechace el encargo, al contrario. Si la asistimos, podrá ayudarla a que no se haga daño a sí misma, sin obligarle a actuar y tener que neutralizarla. Por otra parte, él teme que pueda acabar en manos de algún colega sin escrúpulos que además de hacer dinero podría hacerle caso y manipular la historia. No anda descaminado. De todas formas, la estima y desea evitar verse obligado, para defenderse, a causarle daño. En fin, para acabar, quiero que tú la asistas.»

Habría querido decir sí, abogado, pero permanecí en silencio.

«Tienes unas cualidades innatas, entre las que se encuentra la empatía. Sabes que pienso esto seriamente. Le dirás que yo estoy ocupado y que te he encargado gestionar la instrucción del caso, y luego yo haré la valoración y lo llevaré. En síntesis, deberás hacer lo posible para hacerla entrar en razón, evitando que la cosa degenere en su contra. ¿Te ves capaz?»

«Ningún problema, abogado.»

«Perfecto. Estará aquí en una hora. Tú la recibirás.»

«De acuerdo.»

Me levanté y me dirigí a la puerta. Otra vez su voz.

«Dentro de unos días me hablas mejor de la mafia, obviamente….»

Obviamente, abogado.

Que te den. Que te den, que te den y que te den.

Salí rápidamente de la habitación y recorrí el pasillo: Fanny, la secretaria para todo, estaba, como de costumbre, sentada en su escritorio ocupada en escribir algo en el ordenador, pero tenía en la cara los rasgos inequívocos de una mal disimulada e íntima sonrisita burlona que no conseguía esconder, y que iluminaba siniestramente los ojos.

« ¿Todo bien, Alessandro?» ahí estaba la confirmación de la sonrisita burlona. En otros contextos, esto se llama ensañarse. En Bari se dice bagnare il pane. Disfrutar con las desgracias ajenas. Por otra parte, se veía en mi cara las collejas que había recibido del abogado Spanna.

«Todo fantástico, Fanny. Ah, estate atenta, dentro de una hora viene una cliente, algo del abogado. Por razones reservadas deberé…»

«Déjame adivinar» mi interrumpió ella «debes recibirla tú…»

Bruja. Bruja, bruja y bruja.

«Exacto. Ahora tengo que irme. He quedado con Cerrati. Si llegase cuando todavía estoy fuera, hazla entrar en mi despacho y avísame al teléfono móvil, por favor.»

«Claro, Alessandro. Ah, espera, ha telefoneado Mutolo. Tú estabas… ocupado con el abogado y le he dicho que llamase más tarde.»

«Gracias, Fanny. Has hecho bien.»

Me dirigí hacia la puerta imaginando a Fanny en una relación sexual antinatural con un rinoceronte.

Pero la sonrisita burlona también la tenía en este momento.

Después de salir del portal, ya en pleno centro de la ciudad, caminé lentamente durante dos manzanas. Quería evitar pensar, y cuanto más lo intentaba menos lo conseguía. Decidí que un buen café podría recargarme y fui en dirección hacia el paseo marítimo.

Spaghetti Paradiso

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