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Libertad económica y centralización política

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La necesidad de mantener un sistema librecambista instigó a Estados Unidos a centralizar el proceso globalizador de manera de adecuarlo a sus necesidades geopolíticas. En este sentido, emerge luego del fin de la Guerra Fría la necesidad de instaurar un proceso de centralización destinado a encauzar el sistema globalizador de manera de que este favoreciera los intereses nacionales de Estados Unidos. El comienzo de la guerra contra el terrorismo en 2001 dio lugar a una reformulación del esquema geopolítico de Estados Unidos. El gobierno de George W. Bush (2001-2009) fue caracterizado por la adopción de una política exterior muscular, basada en el uso de la fuerza militar intervencionista. A partir del nuevo milenio, la intervención militar de Estados Unidos se llevó a cabo apelando a conceptos tradicionales de seguridad, descartando en cierta forma el multilateralismo y aduciendo la necesidad de asegurarse de que el mundo globalizado siga funcionando a través de un sistema librecambista.

La guerra contra el terrorismo reorganizó la política exterior de Estados Unidos sobre la base de la preocupación por prolongar el “momento unipolar” producido luego de la caída de la Unión Soviética. El incremento de amenazas globales como el terrorismo y la proliferación de armas de destrucción masiva y el avance económico de China provocaron, paulatinamente, la necesidad de cabalgar el proceso globalizador de manera más férrea. La guerra contra el terrorismo, iniciada como respuesta a los atentados del 11 de septiembre de 2001, puso en marcha un proceso geopolítico tendiente a maridar el espíritu globalizador con un agresivo intervencionismo dirigido a extirpar la amenaza del terrorismo islamista. Para ello, se veía al uso de la fuerza como un factor fundamental para fomentar un cambio de régimen político en el Gran Oriente Medio.

La guerra contra el terrorismo fue utilizada por el gobierno de George W. Bush para determinar cuáles eran los países que se alineaban detrás del proyecto neohegemónico de Estados Unidos, destinado a fortificar su dominancia en un orden internacional cada vez más volátil, debido a la multiplicación de amenazas de carácter global.9 El lineamiento en política exterior proyectado por el gobierno de George W. Bush se basaba en una filosofía neoconservadora. Esta ideología fue pergeñada por gente con pasado de izquierda liberal, la cual había quedado desilusionada por la falta de éxito de las políticas sociales diseñadas por los mandatos de John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson durante la década de 1960. En el plano internacional, el neoconservadurismo emergió como consecuencia de la debacle de la guerra de Vietnam, la cual hizo mella en la moral del pueblo estadounidense. En cuestiones de política exterior, la filosofía neoconservadora estaba guiada por los principios políticos de Leo Strauss, quien a través de su lectura de la alegoría de la caverna de Platón abogaba por la construcción de “mentiras útiles” que sirvieran para unir a la ciudadanía detrás de un proyecto nacional, cosa de prevenir un liberalismo extremo que facilitara las condiciones para el establecimiento de una tiranía.10

Los escritos de Strauss, así como los de otros pensadores europeos emigrados a Estados Unidos en la década de 1930, estaban informados por la idea de que solo una posición realista en temas de política doméstica e internacional podía conservar el espectro de libertad en Estados Unidos y el mundo occidental. Esta percepción fue vital para consolidar la visión dominionista emanada de la política teológica de la religión civil de Estados Unidos. Los neoconservadores tenían una gran voluntad de usar a Estados Unidos como instrumento para hacer que las sociedades gobernadas por sistemas autoritarios se rebelaran contra sus opresores.11

Muchos de los ideólogos del neoconservadurismo habían tenido un rol primordial durante el gobierno de Ronald Reagan (1981-1989). Los atentados del 11 de septiembre de 2001 constituían una oportunidad ejemplar para renovar la política exterior de Estados Unidos y volver a consolidar su hegemonía en el orden internacional. Lo que se buscaba en definitiva era preservar la preponderancia económica del país a través de una mayor centralización de recursos geopolíticos. Estos factores informaron las razones detrás de la aventura militar en el Gran Oriente Medio. Estados Unidos, en los albores del siglo XXI, no estaba en condiciones de autoabastecerse en recursos energéticos. Las invasiones a Afganistán en 2001 y a Irak en 2003 respondieron a la necesidad de asegurarse de que los recursos energéticos del Gran Oriente Medio pudieran ser utilizados por Estados Unidos, el mayor consumidor de energía del mundo, y que estos fueran comercializados en dólares estadounidenses.

El intervencionismo militar lanzado por Estados Unidos a partir de 2001 intentaba establecer el principio de que Washington atacaría a otro país si esto suponía detener una amenaza para el orden mundial. La cuestión específica que informaba esta doctrina era la posible posesión y proliferación de armas de destrucción masiva por parte de líderes revisionistas como Sadam Husein. El gobierno de George W. Bush lanzó la doctrina de cambio de régimen para extender los principios de libertad y democracia a un área del mundo gobernada por regímenes autocráticos. Los miembros más prominentes de ese gobierno no ocultaban los obvios intereses geoestratégicos y comerciales que acompañaban la decisión de lanzar la doctrina de cambio de régimen. De todas formas, se citaba el orden internacional configurado en 1945 como ejemplo de la posibilidad de unir los intereses de Estados Unidos con la construcción de un orden internacional más libre y democrático.12 Este país mantiene relaciones muy asiduas con las naciones del golfo Pérsico, las cuales distan de ser consideradas como ejemplos de libertad y democracia. Esto indica que su interés primordial era maximizar su posición geopolítica en el Gran Oriente Medio, la cual posee un interés estratégico y económico de gran magnitud.

La voluntad de reconfigurar políticamente al sistema internacional tuvo ribetes maniqueos. El discurso pronunciado por George W. Bush luego de los ataques terroristas de 2001 anunciaba que “todas las naciones en cada región tienen una decisión que tomar: o están con nosotros o están con los terroristas”. Ese anuncio indicaba la voluntad de Estados Unidos de prolongar el “momento unipolar” de la década de 1990.13 El intervencionismo militar llevado a cabo en el Gran Oriente Medio, manifestado en las invasiones a Afganistán e Irak en 2001 y 2003, tuvo como objetivo consolidar la posición geopolítica de Estados Unidos en Eurasia y prevenir, ulteriormente, la capacidad de uno o más países revisionistas de obtener la primacía estratégica en este megacontinente.

La centralización política a nivel global buscada por el gobierno de George W. Bush impedía la posibilidad de que afloraran ideologías que desafiaran los parámetros de la globalización impuestos por Estados Unidos. Durante la primera década de este siglo también vemos cómo el islam se convierte otra vez más en un sujeto de las relaciones internacionales a nivel global. El islam político intenta dar respuesta a los problemas económicos y sociales que aquejan al mundo musulmán a través de una filosofía derivada de las enseñanzas del Corán. La politización del islam es consecuencia de la intervención militar y política de Estados Unidos en el mundo islámico, la emergente grieta entre el mundo sunita y el chiíta y el fracaso del socialismo panárabe en el Gran Oriente Medio. El foco de atención en esta última región, consecuencia natural de la guerra contra el terrorismo, derivó en un costo económico que se estima en seis trillones de dólares.14 Por otra parte, Estados Unidos, si bien logró detener el avance del islam político, no consiguió que el Gran Oriente Medio adopte patrones políticos y sociales similares a los de Occidente, de la misma forma que ocurrió con Alemania, Italia y Japón luego del fin de la Segunda Guerra Mundial.

Estados Unidos y sus aliados fueron incapaces de cambiar la cosmovisión de los países afectados por el intervencionismo militar iniciado como consecuencia de la guerra contra el terrorismo. El Gran Oriente Medio no adoptó la forma de gobernanza democrática promovida por Estados Unidos. Además, a partir de 2001, vemos también una creciente erosión en la alianza entre Europa y Estados Unidos, producto de la divergencia de intereses entre la “vieja Europa” (encabezada entre Francia y Alemania) y Estados Unidos. Parte del resquebrajamiento responde al hecho de que los países de la “nueva Europa”, como Polonia y Hungría, buscaron una asidua relación con Estados Unidos para obtener un cierto contrapeso político con respecto a la “vieja Europa”. Este es un fenómeno que subsiste hasta el día de hoy. Existe una corriente de opinión en los países del centro y este de Europa de que Estados Unidos, y el mundo anglosajón en general, es de alguna manera garante de su soberanía política, sobre todo teniendo en cuenta la perspectiva que ve a la Unión Europea como institución que quiere construir un homo europeus desligado de su contexto cultural específico.

La voluntad de reconfigurar un sistema global basado en la centralización política instigada por Estados Unidos adquirió una mayor relevancia debido a los efectos negativos producidos por el proceso de globalización, puestos de manifiesto por el deterioro social y económico producido en los países occidentales desde la crisis de 2008. En Estados Unidos, la percepción de pérdida de identidad cultural producida por el arribo masivo de inmigrantes de México y América Central y la diseminación de intereses identitarios por parte de los sectores progresistas fueron caldo de cultivo para la llegada al poder de Donald Trump en 2016. Trump logró articular y difundir uno de los principios ordenadores de la nueva formulación del Nuevo Orden Mundial. Trump arguye que la “soberanía” e “independencia” de las naciones son un “vehículo” para la preservación de la “paz”, la “libertad” y la “democracia”.15 Esto implica que el principio ordenador del sistema internacional será la primacía de los intereses nacionales de cada potencia, más que la preservación de un esquema basado en la primacía del derecho internacional.

La reciente reformulación del Nuevo Orden Mundial hace uso del “soberanismo” para erosionar el poder de las instituciones y los regímenes internacionales, los cuales son vistos como un obstáculo para la materialización de los intereses globales de Estados Unidos. En el caso específico de este último país, sus reproches a la Unión Europea y China y sus socios comerciales en América del Norte demuestran en realidad la voluntad de reconstituir su dominio sobre la economía global. La preponderancia que tienen los mercados financieros y las redes de producción y consumo globales hacen que esto no sea tan fácil como se prevé. El “globalismo” es una fuerza que busca materializar los intereses de las grandes corporaciones globales, las cuales ven en el “soberanismo” un obstáculo para que esto se lleve a cabo. De todas maneras, el “globalismo” no está totalmente divorciado de la proyección de ciertas tendencias expansivas que sirven para materializar los intereses de los Estados hegemónicos.

Los grandes intereses económicos de escala mundial no pueden prescindir de la ayuda de los Estados nacionales para promover sus intereses. La estabilidad de los procesos económicos se sustenta en gran parte a través de la acción centralizadora de los Estados de las potencias dominantes como Estados Unidos. El nuevo alineamiento internacional anunciado por Trump indica también el parcial retiro de Estados Unidos del su rol de conductor del sistema político internacional y de portador de poderío militar para fomentar reglas de conducta comunes en el sistema internacional, encolumnadas a través de valores como la democracia y los derechos humanos.

Es de destacar que esta es una tendencia que ya se veía durante el gobierno de Barack Obama, el cual empezó a realinear las prioridades geopolíticas de Estados Unidos dentro del sistema globalizador. El presunto aislacionismo del país está entonces dirigido a poner en movimiento mecanismos tendientes a recalibrar su posición estratégica en el sistema internacional. Su rol como proveedor de bienes públicos en el sistema de Estados fue decisivo para mantener la estabilidad de la arquitectura institucional establecida a fines de la Segunda Guerra Mundial.

La denuncia a los supuestos efectos perniciosos del “globalismo” y la adopción del “soberanismo” como elemento articulador del sistema internacional anuncian el establecimiento de un orden basado en espacios geopolíticos demarcados sobre la base de intereses económicos e identidades culturales afines. Esto implica una centralización de los recursos estratégicos de Estados Unidos en un proyecto hegemónico basado en la protección del hemisferio occidental como área comercial subyugada a los intereses comerciales de Washington. La centralización política vista en estos momentos se basa en cambiar la orientación de la economía mundial, buscando generar consensos para impedir el avance de ideologías mercantilistas que puedan dañar la proyección geoeconómica de Estados Unidos.

Todos los elementos económicos, políticos y culturales proyectados a nivel global son producto de la voluntad de ciertos Estados de imponer su dominio sobre otros. Igualmente, el proceso globalizador que tuvo lugar luego del fin de la Guerra Fría muestra cómo esa proyección de intereses puede tener consecuencias no deseadas para las potencias dominantes. El exceso de liberalismo político y económico propagado luego del fin de la Guerra Fría fue determinante para provocar la dispersión del poderío conceptual de Estados Unidos, el cual tiene importantes consecuencias en el área geoeconómica.

El desplazamiento del aparato productivo de Estados Unidos hacia Oriente tuvo como resultado el ascenso económico de China y su fenomenal expansión comercial. Esto tuvo como efecto ulterior la erosión de la posición relativa de Estados Unidos en la economía global. El “soberanismo” es entonces la más novel formulación del proceso de centralización política buscado por Estados Unidos para retener su dominancia a nivel global. El “globalismo” no es un movimiento que supere al Estado-nación y tampoco está necesariamente desconectado de él. Debe ser entendido como la propagación de los intereses globales de ciertas naciones hegemónicas. La queja de líderes como Trump se basa en que otros Estados (o grupo de Estados) también pueden adoptar una tendencia expansiva que erosione el poder económico detentado por Estados Unidos. Cualquier manifestación de “globalismo” (tipo la Unión Europea o el “ascenso pacífico” de China) que sea una amenaza a los intereses económicos de Estados Unidos es denunciado como una fuerza siniestra que erosiona la soberanía de las naciones. De todas maneras, el interés primario de la política exterior de Trump es preservar la hegemonía de Estados Unidos, impidiendo el ascenso económico de ciertas potencias o bloque de naciones que hagan referencia al “globalismo” para materializar sus objetivos estratégicos.16

El neonacionalismo ejercido por Estados Unidos magnificará el espectro de conflicto a nivel mundial. Es difícil imaginar la configuración de una “internacional nacionalista” porque la potencia hegemónica y las naciones revisionistas tienen intereses económicos y políticos distintos. Desde esta perspectiva, es posible entender la razón por la cual Estados Unidos y China se encuentran en medio de una disputa económica de larga duración.17

La voluntad del gobierno de Trump de preservar la soberanía política y cultural del país indica la prevalencia de apetitos neohegemónicos. Esto lo estamos viendo en la expansión geopolítica de Estados Unidos hacia el hemisferio occidental, sobre todo en lo que respecta a su posición geoestratégica en países como México, Colombia y Brasil. Además, con el pretexto de liberar el continente del “socialismo del siglo XXI” propuesto por Cuba y Venezuela, se erosiona la legitimidad del objetivo integracionista; el único capaz de crear en el largo plazo el pleno desarrollo económico de Sudamérica. En efecto, cualquier intentona continentalizadora es denunciada desde la perspectiva antiglobalista para proteger los intereses geoeconómicos y geopolíticos de Estados Unidos. Es por eso que la posición neohegemónica de ese país también se manifiesta en el acercamiento ideológico con la filosofía “soberanista” de ciertos países del intermarium europeo, como Polonia y Hungría. El discurso basado en la preservación de la identidad cultural y política de los países centroeuropeos tiene como propósito crear una brecha ideológica en el continente, tendiente a quebrar la ontología geoeconómica europeísta y a promover los intereses de Estados Unidos en la región.18

1. Ver Max Weber, La ética protestante y el “espíritu” del capitalismo [1905], Madrid, Anaya, 2012.

2. Samuel Huntington, The Clash of Civilizations and the Remaking of World Order, Nueva York, Simon & Schuster, 1996.

3. Ver Theodor Adorno y Max Horkheimer, Dialectic of Enlightenment, Stanford University Press, 2007.

4. Leo Strauss, Natural Right and History, University of Chicago Press, 1999.

5. Discurso del presidente George H.W. Bush, 17 de enero de 1991 (www.historyplace.com).

6. Discurso del presidente George H.W. Bush en el Soviet Supremo de Ucrania, 1 de agosto de 1991 (en.wikisource.org).

7. Discurso de Bill Clinton en el Congreso de Estados Unidos, 27 de enero de 2000 (www.presidency.ucsb.edu).

8. Discurso de Bill Clinton en el Congreso de Estados Unidos, 27 de enero de 2000 (www.presidency.ucsb.edu).

9. Ver Philip Bobbitt, Terror and Consent: The wars for the Twenty-first Century, Nueva York, Anchor, 2009.

10. Ver Leo Strauss, The City and Man, University of Chicago Press, 1978; y el ya citado Natural Right and History.

11. Ver Alan Weisman, Prince of Darkness: Richard Perle, the Kingdom, the power, and the end of empire in America, Nueva York, Union Square Press, 2011, p. 236.

12. Ver Condoleezza Rice, “Campaign 2000: Promoting the national interest”, Foreign Affairs, enero-febrero de 2000, pp. 53-87.

13. Discurso del presidente George W. Bush, 21 de septiembre de 2001 (https://edition.cnn.com); ver Christopher Layne, “The unipolar illusion: Why new great powers will rise”, Internationl Security, 17 (4), 1993, pp. 5-51.

14. “America’s «war on terror» has cost the US nearly $6 trillion and killed roughly half a million people, and there’s no end in sight”, Business Insider, 14 de noviembre de 2018 (https://www.businessinsider.es).

15. Discurso del presidente Donald J. Trump durante la 73a sesión de la Asamblea General de la ONU, Nueva York, 25 de septiembre de 2018 (www.whitehouse.gov/).

16. Ver John Mearsheimer, The Tragedy of Great Power Politics, Nueva York, W.W. Norton, 2001.

17. Ver Graham Allison, Destined for War: Can America and China Escape Thucydides’s Trap?, Boston, Houghton Mifflin Harcourt, 2017.

18. Ver el discurso del presidente Donald J. Trump en Varsovia, Polonia, 6 de julio de 2017 (www.whitehouse.gov/).

Auge y ocaso de la era liberal

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