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La primacía del factor económico en el entendimiento de la historia moderna

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El triunfo del individualismo devenido como consecuencia del orden liberal consolidado a partir del fin de la Guerra Fría implica la primacía de lo económico por sobre lo político como unidad de análisis principal de lo que acontece en el orden interno de los países occidentales. La idea de progreso material está profundamente ligada a la satisfacción ilimitada de deseos personales. De ahí que toda manifestación política esté vinculada de manera asidua a la materialización de alguna demanda por parte de grupos de interés. Existe un punto donde la interpretación liberal y la marxista de la historia se tocan. Según la primera, existe un avance lineal del progreso material. Según la segunda, este avance en el progreso material del ser humano revela las contradicciones irresolubles en el sistema capitalista, lo cual debería devenir en su reemplazo por el comunismo, entendido como un estadio donde el ser humano se libera para siempre de la escasez material. En este sentido, cuanto más se consolida la primacía de lo económico por sobre lo político, más se ve a la realidad social como extensión de las necesidades individuales del ciudadano. Esto acarrea la imposibilidad de delinear un contrato social que pueda abarcar a las mayorías.

Las incongruencias del sistema capitalista hacen que en algún momento se note la incapacidad de lograr progreso material ilimitado. Esa situación hace que se fragmente el espacio político. Cuando no se pueden extender derechos socioeconómicos, se trata de suplir esta carencia mediante la expansión de derechos civiles, lo que aumenta el espectro del pluralismo y, por ende, de la atomización de la sociedad. El liberalismo tampoco logra crear bienestar psicológico y emocional. Desde la perspectiva marxista, se podría deducir que el resquebrajamiento de la promesa liberal de progreso ilimitado debería promover un proceso revolucionario centrado en la materialización de las necesidades socioeconómicas de la población. No obstante ello, vemos cómo el sentido de “aspiración” engendrado por el liberalismo, el cual es visto como un derecho natural del ser humano, sigue siendo más fuerte que la voluntad de crear un espacio público que pueda contener las necesidades materiales de amplios sectores de la población.

La primacía de las consideraciones económicas, profundamente conectadas con la posibilidad de obtener progreso material, hace que el individuo pueda ser inducido a tolerar un sistema político que cada vez respeta menos la privacidad de la persona y a permitir una mayor centralización de poder político y económico. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, la ciudadanía de los países occidentales tuvo una expectativa de mejora económica sostenida, la cual empieza a desmoronarse a partir de la gran crisis financiera de 2008-2009. La incapacidad del sistema liberal de proveer mecanismos de elevación social puede llevar a la aceptación de modelos políticos más autoritarios. Los países más exitosos de Asia marcan el camino en este sentido. Es lógico pensar que estas prácticas se vean como irrespetuosas de las libertades personales.

Los países asiáticos han logrado crear un contrato social centrado en atender las necesidades económicas de la población a través de un sistema político más autoritario. Este esquema de control podría introducirse de manera cada más acentuada en las sociedades occidentales, las cuales han sido afectadas por una creciente atomización social.

El mayor grado de control social facilitado por la tecnología podría ser aceptado de forma cada vez más voluntaria, si es que este aporta un mayor grado de estabilidad. El contexto producido por la pandemia global de COVID-19 y las futuras catástrofes que azotarán a la humanidad auguran la posibilidad de que empiece a prevalecer un contrato social más rígido y vertical. Estas consideraciones están también ligadas a la puja entre las consideraciones espirituales y materiales que afectan a los individuos de las sociedades modernas. Las versiones progresistas y conservadoras del liberalismo no se ocupan de las necesidades emocionales y psicológicas del ser humano.3 Ninguna de las variantes del liberalismo que regula el funcionamiento de las sociedades occidentales se ocupa de la necesidad del ser humano de obtener trascendencia. El sistema político y económico de las sociedades occidentales opera de manera cada vez más pronunciada con un contrato social fragmentado, que solo parece estar interesado en atender las necesidades de grupos de intereses sectoriales, más que en generar las bases de un proyecto que pueda abarcar a todos los sectores de la sociedad.

La izquierda moderna parece tener como propósito la voluntad de fomentar los intereses de grupos que se autoperciben en situación de desposesión, adoptando una perspectiva emotiva basada en el sentido de empatía hacia los grupos vulnerables. Esta voluntad de ver el lado emotivo de la lucha por la justicia social expande el terreno de conflicto en el espacio público. Se pierde de esta forma la noción de mejora económica abrazada por la izquierda tradicional, encarnada en el pensamiento de Karl Marx, el cual veía la redención de la clase trabajadora en el paso del “reino de la necesidad” al “reino de la libertad”.4 Hay una paradoja que informa la manera en la cual se regulan las relaciones sociales en las naciones occidentales. Existe una primacía de lo económico por sobre lo político. Pero esta perspectiva no logra crear los resultados buscados, ya que existe la sensación cada vez más pronunciada de destitución económica, que no puede ser reemplazada satisfactoriamente con una expansión continua de derechos civiles. La filosofía socialdemócrata, heredera del materialismo histórico marxista, estuvo ligada fuertemente a un esquema político que reconciliaba la mejoría de la condición económica de la clase trabajadora con la legitimación del sistema de propiedad privada. Esta forma de generar progreso social pierde fuerza luego del fin de la Guerra Fría. La idea de mejora económica como pilar fundamental en la concepción progresista de la política es suplantada con la idea de la configuración de espacios políticos para la materialización de intereses que atañen a una cierta parte de la población.

Una de las consecuencias principales de la primacía de lo económico por sobre lo político es que el individuo deja de ser sujeto de la historia. En efecto, el fin de la Guerra Fría creó un sentido de inevitabilidad acerca de la forma de organización política y social que debía ser adoptada por la humanidad toda. Este fenómeno creó la sensación de que no existía una necesidad de que el ciudadano se inmiscuyera en lo político, ya que este terreno pasó a ser entendido como la administración tecnocrática de los asuntos públicos. El individuo se inmiscuye de manera cada vez mayor en asuntos que tengan que ver con sus derechos civiles. Pero ya hay cada vez menos interés en crear comunidades políticas que puedan ayudar a esbozar un contrato social que fomente el bien común. Luego del fin de la Guerra Fría el concepto de participación política empezó a estar guiado por la idea de que la forma de organización social estaba dirigida por conceptos racionales que respondían de manera indefectible a una lógica económica.

De esta manera, los derechos civiles se convertían en un instrumento para apropiarse de una porción más grande del sistema de distribución económica. A su vez, lo racional se veía como algo que era consecuencia del hecho de que el ser humano ya no se interesaba en la política sino en satisfacer sus necesidades económicas. Lo racional hacía a lo político aburrido. La participación política basada en un pensiero forte no puede tener lugar en un contexto social cada vez emocionalizado y dirigido a satisfacer necesidades de grupos de interés. En efecto, el pluralismo liberal que pergeñó la idea de la primacía de lo económico hace que la política no sea ya proveedora de un contrato social para el bien común.

Lo personal (es decir, lo que es prioridad para el individuo) se materializa de forma colectiva mediante grupos de la sociedad civil que promueven intereses sectoriales. El fin de la Guerra Fría había dado por terminado, al menos en forma provisional, las batallas políticas ocasionadas por las grandes narrativas ideológicas de la segunda mitad del siglo XX. Hasta el fin de la Guerra Fría, era posible identificar la forma en la cual estos choques ideológicos servían para promover una idea del bien común. La socialdemocracia, una escisión evolutiva del marxismo clásico, logró que el conservadurismo adoptara una cosmovisión apuntada a crear mejoras en el campo social. En los países de Europa Occidental, ese choque ideológico fue crucial para generar estabilidad social y la promesa de progreso económico sostenido. Luego del fin de la Guerra Fría, se creía que el liberalismo económico y político, con su idea de una libertad cada vez más creciente en todas las áreas de la vida personal, podría ocupar el lugar existencial dejado vacante por las viejas luchas ideológicas del siglo XX.

De todas formas, en esta tercera década del siglo XXI ya hay voces que identifican los peligros inherentes en la primacía de lo económico por sobre lo político y de lo personal por sobre lo colectivo. Para Francis Fukuyama, la mejor manera de recuperar la primacía de lo político por sobre lo económico, algo que es fundamental para la preservación de la democracia liberal, es tratando de incorporar los intereses de cada sector social a una narrativa centrada en un proyecto para el bien común.5 En el mundo contemporáneo, lo político se manifiesta a través de lo “personal”, es decir, de la materialización del interés personal en el ámbito público y privado. Sin embargo, la experiencia histórica del siglo XX indica que la manera de mejorar las condiciones de vida de la población está íntimamente ligada al uso impersonal de la política.

La evolución ideológica de la socialdemocracia atestigua la manera impersonal en la cual se entendió la relación entre el individuo, la sociedad y el Estado desde las postrimerías del siglo XIX. Ferdinand Lasalle, uno de los pensadores más importantes de la socialdemocracia moderna, decía que “está justificado que el trabajador, el ciudadano pobre y, por extensión, la clase de personas que no poseen capital pidan que el Estado dirija su objetivo a mejorar la triste y necesitada condición de la clase trabajadora, y a descubrir la manera en la cual se pueda mejorar la condición de aquellos que ayudan a producir riqueza y civilización”.6 El socialismo evolutivo, basado en cuestiones de derechos socioeconómicos, logró involucrar al individuo, al Estado y a la sociedad civil en la construcción de un modelo inclusivo para todos los ciudadanos. Ser inclusivo es entonces entender la política de manera que incluya la participación del espectro más amplio posible de individuos en un proyecto dirigido hacia la realización del bien común. Cualquier intento de crear mejora económica en el ámbito social debe basarse en el hecho de que lo que se produce debe su existencia a la gente que dedica su esfuerzo a participar en la creación de bienes y servicios.

Sin esta apreciación y sin la certeza de una recompensa por este trabajo no es posible establecer la idea de comunidad. El contrato social propulsado por la izquierda democrática desde los fines del siglo XIX abogaba por la necesidad de crear mejoría social mediante la acción estatal, dentro del contexto del legítimo derecho a obtener y disfrutar la propiedad privada. Uno de los pilares de la socialdemocracia es la idea de que la acción política es el elemento que ayuda al individuo que trabaja a lograr sus aspiraciones y a saberse como pleno miembro de la sociedad.7 La primacía de lo económico por sobre lo político tiene la particularidad de recalcar la importancia del esfuerzo individual como factor de avance material. Este es, en definitiva, el espíritu que guía la voluntad de expandir derechos civiles basados en intereses sectoriales. La aún incipiente historia del siglo XXI indica que la falta de un proyecto político basado en el bien común representa la mayor amenaza para la supervivencia de las democracias occidentales. Existe un alto grado de fragmentación social conectada al hecho de que la lucha por la justicia social está marcada por los mismos lineamientos aspiracionistas emanados del triunfo del liberalismo individualista. Por ello, la lucha por la justicia y la libertad está caracterizada por la primacía de lo económico por sobre lo político.

Auge y ocaso de la era liberal

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