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CAPÍTULO 2
La libertad como valor económico El efecto de la religión civil estadounidense sobre el concepto de libertad

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Una de las particularidades principales del alineamiento internacional impuesto por Estados Unidos luego del fin de la Guerra Fría es la influencia de la idea de libertad como concepto ligado a una utilidad económica. El concepto de libertad que emana desde Estados Unidos tiene connotaciones morales y ontológicas que son específicas de su cultura y de su evolución histórica. La religión civil estadounidense es el conjunto de valores emanados del protestantismo calvinista implantado en América del Norte por los colonos británicos en el siglo XVII. La religión civil estadounidense afirma que el país es la “última gran esperanza de la humanidad”, debido a su adherencia al concepto de libertad como valor económico. Este es un concepto de suma importancia en el imaginario colectivo estadounidense. El énfasis puesto en la idea de la libertad como valor económico origina un marco conceptual en el cual los intereses y las necesidades del individuo son mucho más importantes que los de la comunidad que lo rodea.

La religión civil estadounidense es una punta de lanza para expandir el poderío geopolítico de Estados Unidos. El cristianismo posprotestante que informa su visión geopolítica está basado en una cosmogonía dominionista que se sustenta en la idea de que Estados Unidos es una nación electa por Dios para librar al mundo de las fuerzas del mal. En términos prácticos, esto significa librar una batalla continua contra todas aquellas ideologías que desafíen la primacía del capitalismo librecambista y el dominio geopolítico de Estados Unidos.

El concepto de libertad como valor económico tiene mucho que ver, como lo ha notado Max Weber, con la influencia de la cosmovisión calvinista del credo cristiano implantado en América del Norte luego de la llegada de los primeros colonos europeos. Según esta visión, la salvación espiritual no es para todos. El ser humano es, ontológicamente, un pecador que no puede salvarse por sí mismo sino únicamente por la gracia divina. Solo algunos predestinados adquieren la salvación espiritual. El concepto “electividad” está suplementado por la idea de que el trabajo es el refugio espiritual del creyente. Desde esta perspectiva, se ve la diligencia en las tareas mundanas como elemento para poder aspirar a la salvación espiritual.1

La diferencia fundamental entre el cristianismo posprotestante y otras denominaciones cristianas tradicionales es el énfasis en una interpretación más o menos literal de la Biblia. Este literalismo va más allá de la mera práctica religiosa. El literalismo bíblico emanado de la tradición teológica de la religión civil estadounidense ha sido uno de los factores fundamentales en la denostación del intelectualismo en Estados Unidos. La versión de la religión cristiana que prevalece en ese país ve el cristianismo como un conjunto de reglas de índole moral y ética que guía la vida del creyente y que crea ciertos lazos de solidaridad entre los miembros de la sociedad. Estos lazos de solidaridad están guiados por el estricto acatamiento de la ley, fenómeno que puede ser entendido sobre la base del literalismo normativo que informa al cristianismo posprotestante de la religión civil estadounidense.

La fe religiosa que proviene del cristianismo posprotestante indica que la creencia es más importante que la comprobación empírica de los hechos. El resultado inmediato de este fenómeno es un racionalismo opaco, basado en la imposición de ciertos artículos de fe en el ámbito político doméstico e internacional. El racionalismo opaco promovido desde el cristianismo posprotestante (como las denominaciones bautistas, carismáticas y pentecostales) está sustentado en la idea de la venida de Cristo al mundo como un hecho histórico comprobable de la misma forma que cualquier otro gran hito en la historia de la humanidad. No hay lugar para el misterio y la alegoría dentro de esta teología política. Este racionalismo opaco que deviene de la idea del Cristo histórico se sustenta en un literalismo interpretativo de la Biblia. Este literalismo normativo ha tenido un profundo efecto en la evolución de la personalidad política de Estados Unidos. Esta creencia religiosa promueve un nacionalismo basado en la idea de que Estados Unidos está destinado a emular el rol que Cristo ocupó como redentor de la humanidad. De ahí que emerja una perspectiva dominionista que resalta la importancia de mantener una fe absoluta en los valores que propiciaron la fundación del país y en su función histórica como faro de luz entre las naciones.

La insistencia en el literalismo se traslada a un escepticismo hacia lo intelectual y la búsqueda del conocimiento empírico como factor para aproximarse a la verdad. Los valores de la religión civil estadounidense también tienen un efecto importante en el ordenamiento del sistema político de ese país. Desde la década de 1970, el movimiento carismático posprotestante tuvo un rol central en la propagación de la idea de que la libertad debe ser fundamentalmente entendida como la no interferencia del Estado en el ámbito privado. De ahí que se abogue por mantener un sistema económico estrictamente librecambista y guiado por la primacía de derechos constitucionales básicos, como el del uso de armas. Estos valores han sido exportados con cierto éxito a áreas del mundo donde Estados Unidos tiene intereses geopolíticos de importancia. Recientemente, el cristianismo posprotestante se ha convertido en una fuerza política relevante en el hemisferio occidental, como lo demuestra el avance de corrientes evangélicas en países como Brasil y México.

Los efectos de esta religión civil no solo se hacen sentir en cuestiones que tienen que ver estrictamente con la propagación de ideas del librecambismo en otras partes del mundo, sino también con la diseminación de ideas para redimir a las poblaciones de países abnegados de ideas contrarias a los intereses de Estados Unidos. En este sentido, los valores posprotestantes instalan un sentido de dominionismo sobre todas las naciones del mundo.

Así se puede entender la importancia de la función evangelizadora en las sociedades civiles de los países del Sur global, sea en la expansión del credo posprotestante o en la promoción de ciertas formas de redención social. A su vez, hay que agregar que los sectores de la sociedad civil estadounidense que se autoproclaman “progresistas” han secularizado algunas ideas formadas durante el período puritano para establecer nuevas dicotomías que demarcan la diferencia entre el “bien” y el “mal”. Desde el progresismo estadounidense, se aboga la idea de que algunas razas, orientaciones sexuales o géneros son “buenos” y otros son “malos”.

En ambos casos, la misión evangelizadora que deviene de los preceptos de la religión civil de Estados Unidos está fuertemente conectada al componente culpógeno de la cosmogonía protestante allí implantada desde el siglo XVII. Ambas orientaciones filosóficas están marcadas por ideas estrictas acerca de la diferenciación entre el “bien” y el “mal” que emanan del concepto de libertad como valor económico. La acción colectiva, tanto desde el conservadurismo de derecha como desde el progresismo, está necesariamente conectada, desde la perspectiva estadounidense, a la voluntad de crear utilidad económica.

El asociacionismo civil promovido por Estados Unidos a través de organizaciones no gubernamentales es un componente importante del proceso globalizador. De ahí que el proyecto progresista tenga como propósito la materialización de intereses sectoriales. El liberalismo de corte progresista ayuda a propagar la idea de libertad como valor económico haciendo hincapié, como su homólogo librecambista, en el hiperindividualismo, más que en un proyecto para realizar el bien común en las áreas del mundo impactadas por el asociacionismo civil promovido por Estados Unidos, el cual es el mayor productor de sentido conceptual del mundo occidental. Esto significa, en términos prácticos, que los problemas que afectan a las sociedades modernas sean vistos a través de las estructuras semánticas que emanan de América del Norte.

Los valores fundacionales de Estados Unidos están profundamente influenciados por la experiencia de los primeros colonizadores llegados de las islas británicas en el siglo XVII. El concepto de libertad que informó la experiencia histórica de la colonización del continente norteamericano estuvo guiado por una teología política que tomaba fuertes posiciones en lo que respecta a la línea divisoria entre el “bien” y el “mal”. El ámbito del trabajo y la producción ofrece la posibilidad de aspirar a la redención espiritual. Esta situación creó dos fenómenos interconectados. En primer lugar, se consolida la idea de que el Estado debe tener un espectro limitado sobre las acciones del ser humano, sobre todo en lo que respecta a la producción económica. Además, el sentido de nivelación ontológica creado por el sistema de representación política igualitaria exacerba el deseo de explotar a fondo las posibilidades económicas ofrecidas por América del Norte. La cosmogonía posprotestante está centrada en la idea de que Estados Unidos representa la “última gran esperanza de la humanidad”, debido al sentido de libertad que protege los derechos naturales fundamentales del individuo.

El credo estadounidense pone un énfasis especial en aquellos derechos en los cuales el Estado no debería intervenir, más que en aquellos que requieren la acción del Estado. Esta situación generó un pluralismo político basado en la idea de que la expansión de los derechos sociales y económicos debía establecerse a través de mecanismos de mercado. Una de las consecuencias naturales de este fenómeno es el sentido de apetitividad que informa la visión geoeconómica de Estados Unidos. Esta visión se sustenta en la necesidad de ver el sistema internacional como un espacio habitado por el “mal” y, por ende, sujeto a ser usufructuado y expoliado. La comosgonía dominionista ve a Estados Unidos como una nación elegida forzada a proteger sus intereses en un mundo que es fundamentalmente inicuo.

El alineamiento internacional consolidado luego del fin de la Guerra Fría maquillaba esta teología política apelando a un sentido de electividad que convertía a Estados Unidos en proveedor de bienes públicos como la democracia, la seguridad y el libre comercio. El sentido de electividad de Estados Unidos representaba, desde esta perspectiva, la mejor forma de preservar la paz mundial. El concepto de libertad que legitimó el proceso globalizador tenía como propósito integrar el mundo en un sistema económico que pudiera traer prosperidad económica a Estados Unidos. A pesar de lo notado por Francis Fukuyama, el concepto de libertad como valor económico no estaba necesariamente ligado a la ausencia de conflicto. Por el contrario, la versión del capitalismo que fue decisiva para derrotar al comunismo tiene como pilar fundamental a la libertad económica, no obstante el hecho de que esta cree grandes desigualdades sociales y falta de acceso a bienes y servicios vitales para buena parte de la población estadounidense.

Los efectos de la religión civil estadounidense también pueden ser observados en el maniqueísmo que informó la política exterior estadounidense luego del fin de la Guerra Fría. La visión realista propuesta por Samuel Huntington en su tesis sobre el “choque de las civilizaciones” sigue teniendo vigencia a la hora de analizar la forma en la cual Estados Unidos busca establecer su dominancia geopolítica. Luego del fin de la Guerra Fría, Huntington enfatizó la posibilidad de una resurgencia islámica y la conformación de un eje geopolítico en torno a China como amenazas de gran magnitud para el predominio de Estados Unidos. En las postrimerías del siglo XX Huntington observaba que el posible choque civilizacional entre Occidente (capitaneado por Estados Unidos) y sus posibles competidores no debía ser encarado bajo la premisa de la “universalidad” del pensamiento occidental, noción a la cual el pensador estadounidense consideraba “falsa, inmoral y peligrosa”. En términos prácticos, esto significa que los valores estadounidenses no pueden ser trasladables a todo espacio cultural, como pretende la mayor parte del establishment de la política exterior estadounidense. El dominionismo a ser ejercido por Estados Unidos, de acuerdo con Huntington, debía tener en consideración las diferencias fundamentales que existen entre las diversas ecúmenes culturales.

Puede decirse que el elemento de conflicto es vital para preservar la idea de libertad como valor económico. El proceso de convergencia económica que inicialmente guió al sistema globalizador sustentó la primacía geopolítica de Estados Unidos por un cierto período. El proceso de convergencia comienza a ser rechazado cuando este empieza a hacer mella en la capacidad de Estados Unidos de mantener su hegemonía geoeconómica. La idea de un “enemigo”, imaginario o real, es de fundamental importancia para mantener la dominancia económica de Estados Unidos y la conformación de un cierto equilibrio geopolítico en el orden internacional.

El metalenguaje civilizacional generado en el período posterior al fin de la Guerra Fría avizoraba que el islam ocuparía el lugar del comunismo como proveedor de conflicto internacional, desafiando la primacía ideológica de Estados Unidos. Esta es otra faceta importante para ejercer un dominionismo de corte religioso en el orden internacional. Huntington opinaba que aquellos que sostenían que Occidente no tenía un problema con el islam sino con alguna versión extremista de esta religión evitaban observar la larga historia de violencia entre ambas culturas.2 Aquí vemos la influencia de la religión civil estadounidense en la forma de idear el sistema político internacional. Cualquier ideología que redunde en la disminución de la posición geoestratégica de Estados Unidos debía ser confrontada como un “otro” a ser extirpado del sistema político internacional. De ahí que se entienda el actual conflicto con China y el desfasaje de intereses con buena parte de los países europeos.

El concepto de libertad como valor económico, emanado de la visión teológica del cristianismo estadounidense, tiene también un concepto antimodernista, ya que supedita el concepto de utilidad emanado de la Ilustración a ciertos valores fijos e inmutables que son constitutivos de la nación estadounidense, de acuerdo con la visión impuesta por los colonos puritanos.3 Leo Strauss, quien tuvo una influencia primordial sobre la configuración del movimiento conservador luego del fin de la Segunda Guerra Mundial, resaltaba que la mejor forma de proteger el sistema democrático liberal era desconfiando de la idea de progreso material y reteniendo la centralidad de la antinomia entre “amigo” y “enemigo”.4 Esta antinomia tiene como propósito encolumnar a la población en un proyecto político centralizado, basado en ciertos mitos políticos y culturales que sirvan para evitar la desintegración social. La antinomia “amigo/enemigo” (que fue tomada de Carl Schmitt, filósofo que influyó en la conformación de la teoría legal del nazismo) se encarga de poner la política en el centro de la vida social. Desde la perspectiva de la religión civil estadounidense, la lucha ideológica entre “amigo” y “enemigo” se centra en asegurarse de que cualquier variante ideológica sea respetuosa de la primacía de la libertad económica en la regulación de las relaciones sociales y de la posición hegemónica de Estados Unidos en el sistema de Estados.

Auge y ocaso de la era liberal

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