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4 de febrero


“¡No me ignoren!”

“Más bien, sean bondadosos y compasivos unos con otros” (Efesios 4:32).

Agotada, subí al autobús que me llevaría a casa nuevamente. Estaba embarazada y me sentía exhausta después de una larga mañana de actividades y clases. Pronto me sentí descompuesta. Rápidamente abrí la ventana e intenté respirar hacia afuera. Entonces escuché una voz cansada:

–Soy madre de seis hijos... Fui diagnosticada con depresión...

“Ay, otra vez me viene el malestar”, pensé. “Mejor sigo tratando de respirar el aire más fresco o voy a tener que bajarme del autobús”.

En un tono aburrido, la madre de seis hijos contaba su historia. Allí estaba, mal vestida, con el pelo graso y una figura triste. Allí estaba ella, suplicando un poco de dinero para sus hijos, y a nadie le importaba.

“Si la miro yo sola, me va a querer pedir todo el dinero a mí, ¿y qué voy a hacer entonces? Pero ¿cómo puedo no mirarla? Pobrecita... Uy, aquí viene otro mareo”, cruzaron los revueltos pensamientos.

Fue entonces cuando sucedió lo inesperado, y mi corazón recibió un sacudón que pocas veces volví a experimentar. Hubo un pesado silencio... y luego una suplicante y quebrada voz:

–Por favor, ¡no me ignoren!

Dos lágrimas saltaron como resortes hacia el borde de mis ojos. Sus palabras me hicieron ver cuán egoísta había sido. Jóvenes y adultos, la miramos con ternura, viéndola por primera vez no como alguien que venía a robar lo poco que teníamos, sino como alguien que no tenía a quién acudir.

Nunca, con palabras, alguien me volvió a pedir que no lo ignorase. Pero, ¡cuán real es ese pedido en las personas con quienes nos encontramos! Ojos que suplican una mirada de compasión. Manos que reclaman un toque cálido. Personas pidiendo alguien que escuche sus historias.

“No me ignores”, dice tu hermanito, “solo voy a ser pequeño por poco tiempo. Ten paciencia conmigo”. “No me ignores”, dice un compañero, “sé que no me conoces, pero necesito un amigo”.

“No me ignores”, dice tu mamá, “estoy cansada y estresada. Dame un abrazo. Ayúdame un poquito”. “No me ignores”, dice tu abuelito, “escucha esta historia solo una vez más. Sonríeme”.

“No me ignores, por favor...” es el silencioso pedido que hoy puedes contestar con tus actos de amor. ¡Que Dios te acompañe en esa misión! Cinthya

Un rayito de luz para cada día

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