Читать книгу Enamorado de la secretaria - Noelle Cass - Страница 10
CAPÍTULO 7
ОглавлениеDías después, Alessandro y Stacy habían llegado a una tregua e intentaban soportarse el uno al otro durante las largas jornadas de trabajo. Pero Stacy seguía resentida con Alessandro y tenía muy claro que no iba a olvidar tan fácilmente todo el daño que él le hizo. Pero por lo menos, en horas de oficina, no se tiraban los trastos a la cabeza y eso ya era un milagro de por sí. Pero para Stacy no era suficiente una disculpa, después de la forma en que Alessandro la había insultado y tenía muy claro que nunca olvidaría las palabras que tanto daño le seguían haciendo todavía.
Se obligó a quitar esos pensamientos de la mente y se concentró en el trabajo. Estaba al lado de la impresora recogiendo unas facturas que acababa de imprimir, cuando Brody se acercó al escritorio de Stacy.
—Buenos días, Stacy. ¿Qué tal estás llevando la jornada?
—Hola, Brody. Hoy está siendo un día tranquilo, ¿querías algo?
—En verdad, sí. He venido para invitarte a comer hoy conmigo, si te apetece, claro.
—Claro que sí, me encantará comer contigo.
—¿Te parece bien que quedemos en recepción a la una y media?
—Perfecto, allí te veré.
Impulsivamente, Brody se acercó a Stacy y le dio un beso en la mejilla, con tan mala suerte, que en ese mismo momento Alessandro regresaba a su oficina de una reunión con sus abogados. La mirada envenenada que él le lanzó a Stacy lo decía todo, menos mal que Brody era ajeno a lo que pasaba a su alrededor.
Brody se despidió de Stacy y ella se sentó en su asiento dispuesta a continuar con su trabajo, pero la presencia de Alessandro le estaba poniendo los pelos de punta. Él estaba apoyado en la pared con actitud indolente y no parecía tener prisa por entrar en su oficina.
—Veo que las viejas costumbres nunca mueren —dijo él, después de un tenso silencio.
Stacy levantó la vista del ordenador y arrugó el ceño al no entender lo que Alessandro le estaba diciendo.
—¿Perdón?
Alessandro se separó de la pared y caminó hasta el escritorio de Stacy, se inclinó y apoyó las manos sobre el mueble mientras se acercaba a Stacy.
Cuando sus rostros estaban muy cerca el uno del otro, Alessandro dijo:
—Para ti no es suficiente que te hayas liado con Hakim, si no que ahora estás intentando seducir a Brody.
Ella lo fulminó con la mirada, pero él no se dejó amedrentar por la mirada de Stacy.
—No tienes ningún derecho a reclamarme nada, ¿tengo que recordarte que estás rompiendo nuestra tregua?
—Al diablo con la tregua, no voy a tolerar este tipo de comportamiento en mi empresa, ¿te queda claro?
—No, no es lo que parece, Alessandro. Brody solo me estaba invitando a comer.
—¡Por favor! —rugió él—. ¡No insultes mi inteligencia, Stacy! Acabo de ver cómo él te besaba en la mejilla.
Alessandro se irguió y sin esperar una respuesta por parte de Stacy, entró en su despacho y cerró la puerta. Stacy se quedó unos segundos impresionada por la actitud de Alessandro, él seguía pensando lo peor de ella. Ahora se estaba dando cuenta de que sus disculpas no habían sido sinceras.
Stacy luchaba cada día para arrancarse del corazón a Alessandro, pero por mucho que lo intentara le estaba resultando imposible, por no decir inútil. Pero estaba más que decidida a que Alessandro se llevara su merecido.
Sin dudarlo, se levantó del asiento y entró en el despacho de Alessandro sin pensarlo. Él se estaba sacando la chaqueta y al verla entrar buscando pelea la miró desafiante.
Stacy se acercó a él y sin decir una sola palabra, levantó el brazo para abofetearlo, pero Alessandro fue más rápido y la sujetó firmemente por la muñeca.
—Estás loca si piensas que voy a permitir que me pegues otra vez.
—¡Suéltame, imbécil! —dijo Stacy, mientras intentaba zafarse del agarre de Alessandro.
Se quedaron unos minutos mirándose el uno al otro y lanzándose miradas de odio. Por fin, Alessandro la liberó y sin que tuviera tiempo a defenderse, Stacy logró abofetearlo ante la sorpresa de él.
—¡No vuelvas a insultarme nunca más! —dijo Stacy, temblando por la rabia—. Soy una mujer libre y puedo hacer de mi vida lo que quiera. Lo que no pienso tolerar es que me trates como a una cualquiera.
—Si quieres que trate como a una mujer decente, da ejemplo y compórtate. Te repito que en mi empresa no tolero este tipo de comportamiento.
—¡Entonces por qué no me despides! —exigió ella, furiosa.
Alessandro dio una carcajada de las que Stacy había aprendido a odiar, porque sabía que detrás de esa risa no venía nada bueno.
—Eso es lo que tú quisieras, pero no te voy a dar ese gusto. No hasta que por lo menos me haya cansado de tenerte trabajando para mí.
Stacy palideció. En vez de tratarla como a una empleada, a ella le dio la impresión de que Alessandro la estaba tratando como a una prisionera.
—No soy tu prisionera y no puedes tratarme de esta forma. Si continúas tratándome de esta manera iré a Recursos Humanos y pondré una queja.
—No me desafíes, Stacy, no te conviene tenerme como enemigo, eso te lo puedo asegurar.
—No me dan miedo tus amenazas, Alessandro. Y no tengo que justificarme ante ti porque Brody me haya invitado a comer.
—Déjalo en paz, Stacy. Despediré a Brody si sigues empeñada en relacionarte con él.
Stacy palideció y se tensó. No podía creer que Alessandro se pudiera a atrever a tanto.
—No, no serías capaz de hacer algo así —habló, apenas en un susurro.
—Ponme a prueba y verás de lo que soy capaz.
—¡Eres un maldito hijo de perra, si despides a Brody, no dudes que presentaré mi renuncia!
Stacy se dio la vuelta decidida a salir de la oficina de Alessandro, pero él la llamó y se detuvo con la mano en la manilla de la puerta. Luego, se giró lentamente para mirarlo.
—Si lo haces, yo me encargaré de que ninguno de los dos consiga trabajo en esta ciudad.
Ella se quedó blanca como el papel y sin saber qué responder. Salió de la estancia temblando como una hoja y las piernas apenas la sostenían. Como pudo llegó a su escritorio y se derrumbó en el asiento. Alessandro no podía atreverse a tanto. Pero en su fuero interno sabía que él estaba dispuesto a hacer cualquier cosa. Lo que no entendía era por qué a Alessandro le molestaba tanto que ella se relacionara con otros hombres. Brody no había hecho nada reprochable, únicamente le había dado un casto beso en la mejilla. Intentó continuar con su trabajo, pero la amenaza de Alessandro seguía flotando en su mente.
Cuando Stacy salió de su oficina, Alessandro descargó toda su rabia dando un puñetazo sobre el escritorio. Su mente no dejaba de atormentarlo con la imagen de Brody besando a Stacy. Estaba harto de ver cómo ella seducía a los hombres sin remordimientos, mientras a él lo devoraban los celos.
Alessandro tenía claro de que Stacy había sido la culpable de romper la tregua de los últimos días. Y él estaba dispuesto a llegar al final para darle una importante lección a Stacy. Si seguía con la intención de continuar con su relación con Brody lo echaría a la calle sin contemplaciones. Y si ella lo seguía haría que se arrepintiera de su decisión, él haría que ninguno de los dos volviera a trabajar en esa ciudad.
Media hora más tarde, todavía seguía furioso. Se acercó al mueble bar y se sirvió un vaso de whisky para intentar relajarse. Pero no era capaz, Stacy lo sacaba de sus casillas. Debería olvidarse de una vez por todas de esa mujer, se dijo, mientras daba un largo sorbo a la bebida.
Con el vaso en la mano, fue a sentarse al asiento. Giró el sillón hacia los amplios ventanales mientras pensaba. Su decisión estaba tomada y no tenía más qué pensar al respecto. Si Stacy estaba empeñada en seguir desafiándolo cumpliría su amenaza, y tenía claro que no le temblaría la mano a la hora de ejecutarla.
Después de vaciar el contenido del vaso, giró el asiento hacia el escritorio, dejó el vaso sobre el mueble e intentó concentrarse y repasar todo el papeleo que tenía delante. Por lo menos estaría ocupado el resto de la mañana.
Al mediodía, Stacy llamó al departamento donde trabajaba Brody y pidió que lo pasaran con él. Cuando se puso al teléfono, Stacy se disculpó con él diciéndole que le era imposible comer con él. Por teléfono, a Stacy le dio la impresión de que Brody se había quedado disgustado. Pero era lo mejor, se dijo, mientras colgaba el teléfono. No podía seguir alimentando las ilusiones que Brody tenía con ella. Se sentiría culpable si por culpa de su tozudez él no volviera a trabajar en esa ciudad. Por un lado, a Stacy le pareció buena idea que los dos se marcharan de la ciudad y forjarse una vida juntos. Lejos, muy lejos, donde las maldades de Alessandro no los pudieran alcanzar.
Pero Stacy se dio cuenta de que podría hacer eso. No se sentía capaz de darle falsas esperanzas a un hombre tan bueno como Brody. Él merecía a su lado a una mujer que lo quisiera y lo hiciera feliz. No a una que estuviera a su lado por despecho, ella no era de esas mujeres que serían capaz de irse con otro hombre por venganza, se sentía incapaz de jugar con los sentimientos de un joven como Brody. Y Stacy había sido criada con unos principios morales de los que nunca se apartaría, eso lo tenía muy claro.
Ella amaba a Alessandro Márquez y se moriría si se alejaba de él y no volvía a verlo. Pero no por eso iba a permitir que siguiera maltratándola e hiriéndola con sus insultos y sus reclamos. Stacy tenía su orgullo y no iba a permitir que ese hombre continuara comportándose como un auténtico cavernícola con ella. Iba a demostrarle a Alessandro que ella estaba hecha de una pasta diferente y que en ningún momento se iba a mostrar sumisa y apocada ante él. Seguramente, Alessandro estaba acostumbrado a que sus muchas amantes hicieran todo lo que él les ordenaba, pero desde luego que ella no. Alessandro acababa de desatar una guerra entre ambos y solo Dios sabía cómo acabaría todo esto.
El resto del día, a Stacy le pareció largo e insoportable de sobrellevar. La discusión con Alessandro le había afectado demasiado, todavía se negaba a creer que fuera un hombre tan cruel y capaz de cumplir sus amenazas. Había sido un gran error presentar su currículum en la empresa de Alessandro, a esas alturas, podría estar trabajando en otro sitio y con más tranquilidad. Stacy sabía que no iba a ser capaz de soportar los dos años de contrato que había firmado. Estaba segura de que, si seguía a ese ritmo tan vertiginoso, se acabaría volviendo loca si continuaban las discusiones con Alessandro.
Pasaban ya de las cinco de la tarde, y Stacy estaba apagando el ordenador, cuando Lana fue a preguntarle si le apetecía salir a tomar un café. Stacy aceptó y decidieron ir a la cafetería que había a la esquina de la calle. La tarde estaba soleada y dieron un agradable paseo hasta el establecimiento.
Ya dentro, un camarero las acompañó a una de las mesas y las dos pidieron café con leche. Poco después, el chico dejaba las consumiciones en la mesa y luego continuó sirviendo las mesas.
—¿Te pasa algo, Stacy? —preguntó Lana, tan pronto se quedaron a solas—. Te noto algo extraña.
—Estoy bien, Lana. Todavía me estoy adaptando al ritmo de trabajo de la empresa.
—A mí no me puedes engañar, Stacy. Desde que has vuelto de ese viaje estás diferente. Ya no eres las misma chica alegre que conocí.
Stacy se sintió arrinconada, delante de sus compañeros había intentado disimular, pero era evidente que a Lana no la estaba engañando.
—En serio, solo es el cansancio.
—Hoy he hablado con Brody —siguió diciendo Lana—. Me contó que te ha invitado a comer, pero que en el último momento declinaste la invitación, sin ni siquiera darle una explicación y se ha quedado bastante disgustado.
Estaba atrapada, se dijo Stacy para sí, mientras daba un sorbo a su bebida. Pero no podía contarle a Lana lo que estaba sucediendo con Alessandro. No podía permitir que en la empresa empezaran a circular rumores sobre Alessandro y ella.
—Siento mucho haberle dado plantón a Brody a última hora, pero mi jefe tuvo una reunión imprevista a última hora y quiso que estuviera presente.
Lana se quedó mirando a Stacy fijamente, a ella no le quedó más remedio que desviar la mirada hacia otro lado, temía que Lana pudiera averiguar la verdad.
—Sé que me estás mintiendo. No te voy a presionar para que me cuentes lo que te está pasando, pero espero que algún día puedas confiar lo suficiente en mí para contarme tus problemas. Tienes mi promesa de que seré tu amiga incondicional y que nunca traicionaré tu confianza.
—Gracias de todo corazón por brindarme tu amistad. Nos conocemos desde hace poco tiempo, pero me he dado cuenta de que eres una buena persona.
—Tú también lo eres, Stacy. No permitas que nada ni nadie te cambie, eres única y una persona maravillosa. Por eso tienes a Brody coladito por tus huesos. —Y soltó una risa pícara.
—Y Dylan está loquito por ti, lo sabes —respondió Stacy, riendo también y aliviada por el giro que había dado la conversación—. Y si no me equivoco, tú le correspondes.
Lana suspiró y se quedó en silencio unos minutos, Stacy pensó que no iba a responder, pero al final dijo:
—Sí, pero el muy cretino todavía no se ha atrevido a pedirme una cita.
—¡Nooo! —exclamó Stacy, fingiéndose escandalizada.
—Como lo oyes. Hago todo lo posible por llamar su atención cuando lo tengo cerca, pero el muy idiota es más obtuso de lo que creía.
—No te lo tomes tan a pecho, Lana. Ya verás cómo al final Dylan se dará cuenta de la gran mujer que eres y hará todo lo posible para no perderte.
—Ojalá tengas razón, Stacy.
Pidieron otra ronda de cafés y siguieron charlando y riendo mientras las horas pasaban. No había duda de que ambas disfrutaban de su mutua compañía, perdieron completamente la noción del tiempo.
Empezaba a anochecer, cuando regresaron al parking de la empresa para recoger sus coches. Se despidieron con un abrazo y después cada una subió a su respectivo coche y se fueron a casa.
Tiempo después, Stacy aparcó el coche en el garaje. Estaba entrando por la puerta que conectaba con la cocina cuando el móvil empezó a sonar. Lo sacó del bolso y comprobó que era Marcia, su madre, que la estaba llamando.
—Hola, mamá, ¿cómo estáis papá y tú?
—Estamos perfectamente los dos, cariño. ¿Y tú cómo estás?
—Estupendamente, mamá. Siento mucho no haber podido llamaros antes, pero estaba de viaje.
—¿Has estado de viaje y me lo dices ahora?
—Lo siento mucho, mamá. Pero ha sido un viaje que surgió de imprevisto a última hora.
—¿Con quién has hecho ese viaje, Stacy?
—Con mi jefe, mamá. Soy la secretaria de Alessandro Márquez y hemos tenido que viajar por motivos laborales a El Cairo.
—¡Me estás diciendo que mi hija ha viajado a solas con un hombre a otro país!
—¡Mamá, no es necesario que me trates como a una niña! —exclamó Stacy, frustrada.
—Stacy, cariño. A tu padre y a mí no nos importa que hagas tu vida lejos de nosotros. Soy tu madre y me preocupo por ti, eres muy joven y cualquiera se puede aprovechar de una joven tan hermosa como tú.
—Mamá, no tienes que preocuparte por nada. El señor Márquez es un buen hombre y se ha comportado como un auténtico caballero conmigo. Durante el vuelo tuvimos a una azafata que estuvo pendiente de nosotros en todo momento, y en el hotel reservamos dos habitaciones, así que puedes estar tranquila.
—Confío en ti, Stacy, pero no bajes la guardia, cariño. Los hombres están siempre al acecho y deseando llevarse a la cama a chicas jóvenes como tú.
—Lo tendré, mamá. —De ninguna manera iba a contarle a su madre que ya sabía esa triste realidad de mano de Alessandro, aunque no hubieran llegado hasta el final. Una lección que siempre tendría presente en su mente y que estaba más que decidida a que no se repitiera lo que había pasado en El Cairo.
—Te tengo que dejar, cariño. Tu padre va a llevarme a la peluquería y llegamos tarde. Te manda muchos besos.
—Dale un beso enorme a papá de mi parte. —Y cortaron la comunicación.
Stacy entró en la cocina sin dejar de pensar en sus padres. Tyler Petersen, adoraba a su esposa y nunca dejaba de mimar y de consentir a Marcia. La cuidaba como si de una reina se tratara, y siempre estaba pendiente de sus necesidades. Ambos regentaban una joyería en Los Ángeles. No eran una familia tan adinerada como lo era Alessandro, pero el negocio era próspero.
Fue al salón y dejó el bolso sobre el sofá. Luego, regresó a la cocina a mirar qué le había dejado Betty en el horno. En cuanto abrió la puerta, el olor de un delicioso pollo a la parmesana asaltó su nariz y se le hizo la boca agua. Sin perder tiempo, se sirvió en un plato una generosa ración. Estaba sabroso.
Después de cenar, se puso su camiseta de dormir y fue a sentarse al salón a ver la tele. Pero la mente de Stacy no podía olvidar todo lo sucedido a lo largo del día. Aunque había pasado la tarde entretenida con Lana, no era capaz de sacar de la cabeza la discusión con Alessandro. Stacy estaba decidida a que él la dejara de tratar como a una prisionera. Alessandro no era nada suyo y no tenía por qué darle explicaciones de lo que hacía o dejaba de hacer. Pero su amenaza seguía latente y no solo ella sería el blanco de esa ira, también lo sería Brody, y no podía permitirlo.
Dos horas más tarde, apagó la tele y fue al dormitorio a acostarse. Pero antes, fue al cuarto de baño a lavarse los dientes y alisarse el pelo. Ya en la habitación, apartó las mantas y se tumbó en la cama. Como no tenía sueño, cogió el libro que estaba leyendo e intentó concentrarse en la historia, pero iba pasando las páginas y no lograba saber de qué iba la trama.
Al ver que le era imposible seguir el hilo de la historia, cerró el libro y lo dejó caer sobre la cama, apagó la lámpara que había sobre la mesilla de noche y se arrebujó entre las mantas para intentar dormir.
Bien entrada la madrugada, logró quedarse profundamente dormida. Poco a poco, los nubarrones empezaron a ocultar la luna, un rayo iluminó la estancia y poco después se escuchó el retumbar de un trueno, la lluvia empezó a caer con fuerza, pero Stacy estaba tan agotada que siguió durmiendo profundamente durante largo rato.
Esa noche, soñó con Alessandro. Su sueño era muy diferente a la realidad, y en él, Alessandro era el hombre más cariñoso, amable y maravilloso sobre la faz de la Tierra. Ambos vivían felices, enamorados y disfrutando plenamente de su amor. Alessandro y ella se amaban sin reservas. Stacy nunca se habría podido imaginar ser tan dichosa al lado de un hombre como él, junto a Alessandro era la mujer más feliz del mundo.
Pero de pronto se despertó y volvió a la realidad. Dándose cuenta de que la esta era muy diferente. La tormenta en la calle arreciaba y seguía siendo fuerte. Stacy separó las mantas de la cama, se levantó y fue a la cocina a prepararse un té. Mientras, no dejaba de pensar en el maravilloso sueño que acababa de tener. Ella deseaba con todas sus fuerzas que algún día no muy lejano su sueño se hiciese realidad. Pero de momento se conformaba con soñar, pues sabía que Alessandro y ella no podrían tener nunca un futuro juntos. Le hubiera gustado poder enamorarse de otro hombre que no fuera Alessandro. Pero su corazón lo había elegido a él y Stacy no podía hacer nada al respecto. Su instinto le decía que Alessandro le iba a seguir haciendo mucho daño y lo único que podía hacer era mantenerse lo más alejada posible. Aunque sabía que eso sería imposible trabajando tan cerca de él.
Siguió perdida en sus pensamientos mientras se llevaba la taza de té a la habitación y se la fue bebiendo poco a poco sentada en la cama. Escuchando cómo seguían cayendo la lluvia y los truenos. Luego se acostó y ya volvió a quedarse profundamente dormida de nuevo. Esta vez, el sueño ya no tuvo nada que ver con Alessandro y Stacy se alegró. Pues ese hombre hasta en sus sueños más íntimos la seguía perturbando.
Alessandro no fue capaz de pegar ojo en toda la noche. Se levantó varias veces de la cama a servirse de beber algo mucho más fuerte que el whisky o el brandy. Seguía atormentado por la forma en que estaba tratando a Stacy. Pero esa mujer despertaba la fiera que anidaba dentro de él. Se sentía posesivo con respecto a ella y no podía evitarlo.
Se volvió a levantar por enésima vez de la cama. Y se pasó las manos en señal de rendición por el pelo. Luego, se acercó a la ventana, separó la pesada cortina, y se quedó observando cómo seguía lloviendo y los truenos que caían sin cesar.
Se quedó largo rato sumido en sus pensamientos y sin saber qué iba a hacer. Pero si de algo estaba seguro, era de que si Stacy lo desafiaba él cumpliría su amenaza, ni Brody ni ella volverían a trabajar en San Francisco. Utilizaría todas sus influencias para arruinar la vida de los dos. Y no se iba a arrepentir por ello.
Cerró la cortina y volvió a la cama, se fijó en el despertador que había sobre la mesilla de noche y comprobó que ya eran las cinco y media de la mañana. Se acomodó entre las mantas para intentar dormir por lo menos un par de horas hasta que le tocara el despertador a las siete y media de la mañana.
A las seis y cuarto de la mañana, se rindió y se levantó con un dolor espantoso de cabeza. La falta de sueño y la ingesta desmesurada de alcohol habían contribuido a que las sienes estuvieran a punto de estallarle. Se puso la bata y fue a la cocina a ver si Janice, su ama de llaves, ya le estaba preparando el desayuno.
Al entrar en la estancia el olor a beicon, huevos revueltos y café, hicieron que el estómago de Alessandro rugiera de apetito. Tras darle los buenos días a Janice, él se acercó a la mesa y se dejó caer en una silla. La mujer le sirvió el desayuno en el plato y una buena taza de café bien cargado. Luego, preguntó a Janice si había algo para el dolor de cabeza. Ella abrió un cajón y sacó un frasco de paracetamol, se la pasó a Alessandro y él se tragó tres pastillas de golpe.
Media hora más tarde, Alessandro fue al cuarto de baño a darse una ducha. Pero antes, se miró en el espejo del armario y comprobó que presentaba un aspecto horrible. Se veía pálido y ojeroso. Luego, abrió el grifo del agua caliente, se desnudó y se metió bajo el chorro del agua. Notando cómo se le iban relajando los músculos agarrotados.
Quince minutos después, estaba en el dormitorio vistiéndose con un traje gris oscuro de seda, camisa de lino beige y corbata del mismo tono que el traje. Ese día, se puso unos zapatos de cordón muy parecidos al traje. Ya que el día se presentaba gris y lluvioso, pero por lo menos la tormenta había amainado.
Cuando acabó de arreglarse, la cabeza ya no le dolía tanto, pero el dolor todavía era persistente. Luego, se encerró en el despacho que tenía en su ático a esperar una videollamada que tenía programada para esa misma mañana. Más tarde, iría a las oficinas a reunirse con uno de los clientes y sus abogados. Necesitaba estar activo para dejar de pensar en Stacy, esa mujer estaba acabando con su salud mental. Pero Alessandro se daba cuenta de que no podría vivir alejado de ella sin verla cada día. Prefería mil veces las discusiones con Stacy a que ella se fuera lejos de él. Tenía claro que no iba a poder soportar el vacío que dejaría Stacy en su vida. Sentía pánico y terror porque esa mujer también se estaba adueñando de sus emociones, y era algo que antes siempre había evitado con otras mujeres. Pero Stacy despertaba sentimientos y emociones que Alessandro creía que nunca sería capaz de sentir nada más intenso por ninguna mujer, pero Stacy lo cambiaba todo y estaba logrando poner su vida patas arriba.
Ya en el despacho, se sentó en el asiento tras el escritorio, encendió el ordenador y esperó a que se produjera la conexión por Skype. Entonces, fue capaz de olvidarse de Stacy y concentrar todos sus sentidos en los temas que tenían que tratar.
El despertador tocó y Stacy se levantó de la cama. Cogió el albornoz y fue directamente a darse una ducha. Diciéndose que por lo menos había sido capaz de descansar bastante bien por la noche.
Poco después, volvió al dormitorio envuelta en el albornoz y con la toalla se iba secando el pelo húmedo. Se sentó en la cama, y como siempre, se secó el pelo con el difusor para dar forma a sus suaves rizos. Luego, se sentó frente a la cómoda y se aplicó una sencilla capa de maquillaje. Al ver que el día estaba tan oscuro, en el armario cogió el vaquero negro de Pepe Jeans, la camisa roja de encaje de Mango, la americana también de color negro de la misma marca que la camisa. En el zapatero, se puso los botines de color camel que se había comprado en la sección de zapatería de Emporio Armani. Se dejó el pelo suelto, y para completar el atuendo se puso una sencilla cadena de oro de Cartier y los pendientes a juego que le habían regalado sus padres por su dieciocho cumpleaños. Cuando estuvo arreglada, se echó unas gotas de Chanel y luego se miró en el espejo de cuerpo entero que tenía en el dormitorio. Se veía deslumbrante. Cualquiera que fuese su atuendo, Stacy siempre se veía resplandeciente e impresionante.
Cuando salió de la habitación, Betty la halagó diciéndole que estaba preciosa. Stacy dio las gracias, cogió el bolso de Gucci, las llaves del coche y de la casa, salió al garaje para coger el coche e ir a la oficina, mientras la asistenta continuaba con sus labores.
Llegar a las oficinas le resultó bastante tedioso. En la carretera había demasiada agua y se hacía dificultoso el conducir, y todavía seguía lloviendo sin parar. En días como ese, era un caos circular por San Francisco. Pero a Stacy no le quedó más remedio que armarse de paciencia. Por lo menos, esperaba que ese día no tuviera que encontrarse con Alessandro, sería la guinda perfecta para aderezar un día tan pesado como el que estaba teniendo.
Por fin, aparcó el coche en su plaza de parking y subió a planta. Al verla, Lana se acercó a saludarla. Stacy se dio cuenta de que estaba muy elegante con un traje pantalón de color granate y una camisa de seda negra. Ese día llevaba el pelo recogido en un moño bajo la nuca y se había esmerado un poco más con el maquillaje. Stacy, enseguida dedujo que Lana estaba decidida a llamar la atención de Dylan.
Como todavía era temprano, fueron a la sala de descanso que tenían los empleados. Se sirvieron dos vasos de café con leche de la máquina, se sentaron y charlaron de nada en particular, pues en la sala había demasiada gente y no era lugar idóneo para tener una conversación privada.
Veinte minutos más tarde, se despidieron tras decidir que iban a salir a comer juntas al mediodía. Stacy se sentó en su asiento y encendió el ordenador. Vio que la puerta de la oficina de Alessandro estaba cerrada, pero decidió que no iba a mirar si él ya se encontraba en la estancia. Si estaba y necesitaba algo, ya saldría a buscarla. Estaba decidida a que ese hombre no le volviera a hacer daño. Intentaría llevarse bien con él por el bien de la empresa, pero nada más. Alessandro no era quién para inmiscuirse de esa forma en su vida. Y a partir de ahora, Stacy sería muy discreta con su vida privada. Alessandro no tenía por qué estar al corriente de lo que hacía o dejaba de hacer en sus horas libres. Él solamente era su jefe y podía darle órdenes en el trabajo, pero no en su vida privada. Con esa decisión en mente, continuó trabajando más relajada.
Alessandro llegó tarde esa mañana a la oficina. La videollamada se había alargado más de lo previsto, y luego el tráfico que, con la lluvia, hacía que se formaran grandes atascos. Menos mal que había decidido conducir él y llevarse el deportivo. Si hubiera ido en la limusina, tardarían el doble de tiempo.
Cuando llegó a planta, vio que Stacy estaba concentrada trabajando en el ordenador. Él pasó a su lado sin decirle una sola palabra. Y ella ni siquiera levantó la vista del ordenador, aunque enseguida tuvo conciencia de su presencia, el perfume de Alessandro lo delataba. Este entró en su despacho y sin perder más tiempo se puso a trabajar, tenía demasiada faena pendiente y quería sacarla de encima cuanto antes. Necesitaba sumergirse en el trabajo para no pensar en la mujer que se encontraba muy cerca de él, pero el aroma de su perfume la delataba y no le fue fácil concentrarse en todo lo que tenía que resolver esa mañana.
Trabajó incansablemente el resto de la mañana. Antes de pedir a la cafetería del edificio que le subieran la comida, se sirvió un vaso de whisky y se sentó en el sofá. El dolor de cabeza ya se había ido y se encontraba mucho mejor. El cliente que esperaba para reunirse con él llegó puntual, y Stacy entró en la oficina para anunciarlo y lo acompañó por uno de los abogados de la empresa. Alessandro la siguió con la mirada, se odiaba ser tan débil. Pero se olvidó de todo y se concentró en la reunión que tenía. Si todo resultaba como esperaba, esa misma mañana tendría firmado otro contrato en el que también había mucho dinero de por medio. Alessandro era un hacha para los negocios y en su terreno nadie podía competir con su audacia y su inteligencia a la hora de elegir su cartera de clientes. Este se aseguraba de que en su empresa invirtiera gente con mucho capital; odiaba fracasar y hasta ahora nunca sabía lo que era una derrota.