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CAPÍTULO 3

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Stacy permaneció al lado de la puerta inmóvil, preguntándose qué querría Alessandro ahora; que ella supiera, no había vuelto a hacer nada malo ese día. Suspiró para darse fuerzas y finalmente se decidió a llamar a la puerta. Desde la oficina de Alessandro volvió a llegarle el sonido de su voz indicándole que entrara.

Ella entró y por un momento se quedó perdida observando el lugar donde trabajaba su jefe. Le pareció que la decoración de la estancia iba acorde con la personalidad de Alessandro.

—¿Quería decirme algo? —preguntó Stacy, acercándose al centro del despacho.

Alessandro, por unos minutos, se quedó mirándola extasiado y notó una oleada de calor en el bajo vientre, preguntándose por qué esa mujer despertaba su deseo, solamente era un cría recién graduada, y él no se consideraba un asaltacunas, pero la prueba de su deseo palpitaba con fuerza en su entrepierna. Ya se había terminado la jornada laboral y ella seguía presentable, el maquillaje impecable, sus rizos de color miel seguían en su sitio, bamboleándose con cada paso que daba y su ropa estaba sin una sola arruga.

Tuvo que parpadear para volver a la realidad, carraspeó y dijo:

—Sí, quiero informarle de que esta tarde me ha llamado personalmente el jeque Hakim-Al-Jasser. Quiere que nos reunamos para tratar algunos puntos del contrato que tenemos entre manos. Y necesito que usted esté presente en la reunión para tomar nota de lo que a usted le parezca más importante.

—¿Yo…? —preguntó Stacy, incrédula.

—Es mi secretaria, ¿no?

—Sí, es cierto, solo me ha cogido desprevenida.

—Por cierto, espero que esté a la altura de las circunstancias. No diga ni haga nada que pueda comprometer el contrato.

—No tiene por qué preocuparse por eso, señor Márquez, le prometo que estaré a la altura de la reunión.

—Otra cosa más, póngase algo más formal que esté acorde con el vestuario de una secretaria, no quiero que por ningún motivo llame la atención de Hakim.

Stacy se quedó estupefacta, sorprendida de las palabras de Alessandro. Pues no se percató de que él se había estado fijando en ella. Pero no le desagradó la idea de que a su jefe no le resultara indiferente.

Pero se recobró de la impresión y se obligó a regresar a la Tierra.

—¿Dónde será la reunión? —preguntó Stacy, por fin.

—La reunión es pasado mañana en El Cairo.

—¿Cómo dice? —respondió ella, creyendo que había escuchado mal.

—Mañana temprano, volaremos en mi jet privado que nos estará esperando en el Aeropuerto Internacional de San Francisco.

—No... no puedo preparar un viaje con tan poco tiempo de antelación.

—Lo siento mucho por usted, pero tendrá que hacerlo. En eso consiste el trabajo de secretaria, estar preparada para las eventualidades que puedan surgir. Y Hakim es un hombre muy ocupado y no puedo darme el lujo que rompa el contrato millonario que tiene conmigo. Tiene el pasaporte en regla, ¿no?

—Sí, por supuesto. Mis padres viven en Los Ángeles y de vez en cuando voy a visitarlos.

—Bien, deme su dirección, mi chófer la recogerá mañana a las siete de la mañana para llevarla al aeropuerto.

—De acuerdo —respondió ella, resignada.— Es mejor que me vaya a casa a preparar la maleta, por cierto… ¿cuántos días vamos a estar en El Cairo?

—Hakim nos ha invitado a permanecer en su país una semana. Guarde en la maleta ropa de verano, en el desierto hace calor, pero no se olvide de poner alguna prenda de abrigo, por las noches hace mucho frío.

—¿Una semana?, ¿y dónde nos hospedaremos?

—Hakim insistió en que nos quedáramos en su casa, pero me he negado diciéndole que nos quedaríamos en un hotel de la ciudad, no quiero causarle molestias, ya está siendo demasiado amable al invitarnos a su país.

—¿Eso es todo, o hay algo más qué debería saber? Quisiera ir a casa, hacer la maleta y acostarme temprano.

—Eso es todo, la veré mañana en el aeropuerto.

Stacy salió de la oficina de Alessandro temblorosa después de darle su dirección. Todavía no se acababa de creer que fuera a pasar una semana con él en El Cairo. Pero había despertado su interés y estaba deseando conocer a Hakim-Al-Jasser.

Se acercó al sillón de su escritorio, cogió la chaqueta que estaba colgada y se la puso. Del escritorio recogió el bolso, puso un bloc de notas y un bolígrafo para apuntar los temas más importantes de la reunión. Luego caminó por el pasillo desierto hacia los ascensores. En el edificio, a esas horas, ya no quedaba casi nadie.

Mientras bajaba en el ascensor, la cabeza no dejaba de darle vueltas. Al día siguiente volaría en el avión privado de su jefe a otro país. Tenía ante sí un gran reto laboral, ya que iba a ser su primera reunión. Ni en un millón de años se atrevería a pensar que su primera reunión iba a ser, ni más ni menos, en un país tan idílico como El Cairo.

Ya en el parking, abrió el coche con el mando a distancia y subió al vehículo, poco después salió del estacionamiento y se incorporó a la carretera. Sintonizó su emisora de radio favorita para mantenerse distraída y dejar de pensar en Alessandro.

Cuando llegó a casa, ya estaba anocheciendo, pues había parado en un restaurante de comida rápida para comprarse una hamburguesa con una ración de patatas fritas para cenar. Ese día, Betty libraba y no tendría nada preparado de cena.

Después de guardar el coche en el garaje y cerrar la puerta, entró en casa. Dejó el bolso en la isleta de la cocina junto con la bolsa de la cena. Se daría una ducha rápida, haría la maleta, cenaría y se acostaría temprano, aunque estaba segura de que no sería capaz de pegar ojo en toda la noche. Con solo pensar en la cercanía de Alessandro, su cuerpo temblaba de una excitación que nunca antes había sentido, ya que su cuerpo estaba despertando a la vida y le cosquilleaba en lugares que hasta ahora había sentido dormidos.

Ya pasaban de las nueve y media de la noche, cuando Stacy se dejó caer rendida de cansancio en la cama. Ya había dejado todo preparado para la mañana siguiente. Solo tendría que ducharse, vestirse y aplicarse un discreto maquillaje.

Alessandro todavía permanecía en su oficina. En el ambiente todavía flotaba el seductor aroma del perfume de gardenias de Stacy. En tan poco tiempo él había aprendido a asociar ese aroma que solo le pertenecía a ella. Una y otra vez, no dejaba de repetirse que tenía que sacársela de la cabeza, era demasiado joven para él, los siete años de diferencia entre ambos era abismal. Mientras él tenía experiencia con las mujeres, era evidente que Stacy resultaba demasiado inocente todavía, se ruborizaba y se ponía nerviosa cuando él se le acercaba, claro síntoma de inexperiencia. Pero de pronto, recordó el momento en que la había visto en la cafetería con Brody, y una ráfaga de celos lo invadió. Con él, Stacy no se había mostrado cohibida en ningún momento, al contrario, parecía estar disfrutando con los halagos de su compañero.

Se levantó bruscamente del sillón y se acercó a la vitrina a servirse un vaso de whisky, y le dio un largo sorbo a la bebida. Tenía que olvidarse de esa mujer cuanto antes, se decía así mismo, pero sabía que le iba a ser imposible, esa mujer se estaba empezando a adueñar de cada rincón de su mente. Entonces se puso a pensar en cómo iba a poder soportar una semana entera a su lado en otro país. Había cometido un error garrafal al permitir que ella viajara con él, bien podría haber escogido entre el personal a alguna otra mujer con mucha más experiencia y que no lo afectara tanto como Stacy.

Pero había algo que todavía lo preocupaba más. Hakim era un hombre joven y atractivo. Estaba soltero y en cuanto conociera a Stacy, él se quedaría prendado de ella. Aunque le había dicho que se vistiera de forma recatada, Stacy no sería capaz de esconder su belleza. El árabe se quedaría encandilado de ella en cuanto se la presentara. Alessandro todavía seguía pensando cómo podía ser que al verla por primera vez le hubiera parecido anodina e insulsa, justamente, lo contrario de lo que era Stacy. Pues en los dos días que llevaba trabajando en su empresa, ya había llamado la atención de Brody, aparte de la suya misma.

Casi una hora más tarde, salió de la empresa y el chófer con el que contaba en algunas ocasiones, lo recogió en las puertas del edificio. «Iba a ser una semana muy larga», no dejaba de repetirse como un mantra. Deseaba a Stacy Petersen de una forma tan intensa que a él mismo lo asustaba. Intentó concentrarse en el paisaje nocturno que iba pasando ante sus ojos, pero Alessandro no era capaz de fijarse en nada. Ese viaje iba a ser una tortura para él.

Ya en su casa, pidió al ama de llaves que le preparara una maleta con ropa suficiente para una semana, ya que tenía una importante reunión en El Cairo. La mujer asintió, le sirvió la cena y mientras él cenaba, subió a la habitación de Alessandro a preparar el equipaje.

Media hora más tarde, se duchó y se acostó, había sido un día infernal en la oficina, ya que se había matado a trabajar para olvidarse de Stacy. Pero ni siquiera el trabajo hacía que pudiera olvidarse de ella. Alessandro estaba seguro de que esa mujer lo había embrujado de alguna forma, no sabía cómo lo habría hecho, pero estaba seguro de que Stacy estaba utilizando un hechizo para seducirlo. No era normal que él pensara tanto en una mujer, al contrario, en cuanto se acostaba con ellas, Alessandro perdía el interés, era cuestión de tiempo que las echara de su lado. Alguna se retiraba resignada, otras, le hacían numeritos y escenas de lágrimas para que no las abandonara. Pero Alessandro sabía que no todo lo que relucía era oro, pues algunas querían echarle el lazo para poder acceder a su inmensa fortuna, algo que hasta el momento había evitado con gran éxito. Lo que menos necesitaba Alessandro era una esposa ambiciosa que gastara como si nada todo el dinero que a él le había costado ganar con tanto esfuerzo.

Pero en la cama, no dejaba de dar vueltas y vueltas de un lado a otro. Ya por fin, bien entrada la madrugada, consiguió conciliar el sueño, mientras la luz de la luna bañaba su figura en la amplia cama y el dormitorio con su suave luz.

Unos lejanos golpes procedentes desde algún lugar de la casa, despertaron a Stacy. Abrió los ojos de golpe, separó las mantas y prácticamente se tiró al suelo para mirar qué hora era… y ¡eran las ocho menos cuarto! Alessandro iba a pedir su cabeza en bandeja de plata después de lo sucedido. Se puso la bata y se acercó al dormitorio de enfrente, desde donde veía la puerta principal de la casa. Un lujoso Mercedes blanco estaba aparcado y un hombre uniformado llamaba a la puerta de forma insistente.

Stacy se asomó a la ventana y dijo:

—Disculpe, deme cinco minutos y bajo, me he quedado dormida y el despertador no ha sonado.

El hombre levantó la vista con cara de muy pocos amigos, estaba claro que las órdenes y los horarios que imponía Alessandro se seguían a rajatabla.

—Señorita... por favor, dese prisa, ya deberíamos estar en el aeropuerto y el jefe y usted ya deberían estar volando a El Cairo.

Stacy desapareció en el interior de la casa, en un tiempo récord se duchó, se vistió y maquilló, siete minutos después, salía a la calle con la maleta. El chófer se la cogió y la llevó hasta el maletero. Luego abrió la puerta trasera para que Stacy entrara en el vehículo. La joven se quedó asombrada al ver los lujosos asientos de piel blancos. Ya no le dio más tiempo a fijarse en nada más, en pocos minutos, el chófer emprendió una alocada carrera por la ciudad para dirigirse al aeropuerto. Stacy no se quería imaginar lo furioso que debía estar Alessandro, se dijo para sí. Pues tenía toda la razón para echarle una buena y bien merecida bronca. Pero no había sido capaz de pegar ojo en toda la noche y cuando por fin se había quedado profundamente dormida, ella no logró enterarse de que el despertador estaba sonando.

Alessandro caminaba furioso por la terminal del aeropuerto. Volvió a mirar de nuevo el reloj de pulsera de oro en la muñeca izquierda. Iban a ser las ocho y veinte, su chófer todavía no había aparecido con la señorita Petersen y ya hacía más de media hora que la torre de control había autorizado el despegue de su avión. Todavía le costaba creerse que esa mujer fuera tan irresponsable y en cuanto la tuviera frente a él debería despedirla en el acto, pero no podía hacerlo, ya era demasiado tarde para encontrar una persona más cualificada para que lo acompañara.

Por fin la vio aparecer al lado del chófer, el hombre arrastraba la maleta con el equipaje de Stacy.

—Gracias por todo, Sean. Ya puedes regresar a casa.

—Sí, señor —respondió el hombre, antes de darse la vuelta y dirigirse hacia la salida del aeropuerto.

—Vamos —la urgió Alessandro, sujetándola del brazo para que lo siguiera—. El avión está esperándonos en la pista de aterrizaje y espero por su bien que la torre de control no retrase demasiado tiempo nuestro despegue.

—Lo… lo… sien… to mucho —respondió Stacy casi sin resuello, pues Alessandro caminaba demasiado deprisa y dando pasos demasiado largos que a ella le estaba costando seguir —. No ha sido mi intención llegar tan tarde, señor Márquez.

Alessandro la ignoró y siguió avanzando hasta la zona de embarque, donde una azafata morena y alta los estaba esperando para acompañarlos al jet privado de Alessandro.

Siguieron a la azafata que los acompañó a uno de los aviones más lujosos que Stacy jamás había visto. Al entrar en el interior vio que era amplio y confortable. Tenía cuatro asientos forrados en piel de color beige, el suelo estaba enmoquetado en un color granate que le daba un toque de elegancia. Al lado de uno de los sillones, había una mesa auxiliar en la que estaba el ordenador portátil de Alessandro. Vio dos puertas, una de madera, y se imaginó que al otro lado de ella habría un dormitorio.

La azafata interrumpió los pensamientos de Stacy al anunciar que debían sentarse y abrocharse los cinturones, pues el comandante tenía permiso de la torre de control para despegar, tras ser informado de que ningún avión entorpecería la maniobra de despegue.

—Gracias, Alana —dijo Alessandro.

La azafata asintió y dijo:

—En cuanto estemos en el aire les serviré el desayuno. —Y desapareció tras la puerta que comunicaba con la cabina del comandante.

Alessandro y Stacy se quedaron a solas; él tomó asiento y ella lo imitó sentándose en uno de los asientos frente a él. Stacy necesitaba estar lo más alejada posible de ese hombre.

Durante largo rato, permanecieron en silencio y sin decir nada, pero Stacy sabía perfectamente que la calma que reinaba en el ambiente era engañosa. Se trataba de una calma que precedía a la tormenta.

De pronto, Alessandro la miró fijamente y ella le sostuvo la mirada, aunque sabía que era responsable de ese retraso y no iba a dejarse amilanar por ese hombre. Si él quería guerra, pues bien, guerra tendría.

—¡Es una irresponsable y una secretaria incompetente! Debería haberla despedido en el acto, pero era demasiado tarde para buscarle una sustituta.

—Lo siento, señor Márquez. No ha sido mi intención llegar tarde, el despertador no sonó.

—¡No me importan sus excusas baratas! —rugió Alessandro—. Ha sido contratada en mi empresa para ser mi secretaria. Apenas lleva una semana trabajando y no hace más que cometer error tras error.

—Sé que mi trabajo está dejando mucho que desear, pero le prometo que la situación cambiará y no tendrá queja alguna sobre mí.

—Señorita Petersen, dirijo una empresa en la que se mueven millones de dólares al año, ¿usted cree que puedo esperar que mi secretaria no desempeñe bien sus funciones?

El silencio se hizo en la cabina, la puerta por la cual se había ido la azafata se abrió y la mujer entró portando una bandeja con café, zumo y cruasanes. Todos permanecieron en silencio mientras la azafata servía el desayuno. En el ambiente se seguía respirando una tensión insoportable.

Pero a Stacy no le quedó más remedio que darle la razón a Alessandro. El día anterior le había dicho claramente que la reunión en El Cairo con Hakim-Al-Jasser era demasiado importante, y ella lo había dejado esperando en la terminal del aeropuerto casi una hora y media.

La azafata volvió a dejarlos a solas de nuevo. Stacy dio un sorbo a su vaso de zumo mientras Alessandro bebía su café.

—Espero por su bien que no me eche a perder el contrato con Hakim, o de lo contrario no me quedará más remedio que despedirla y llevarla ante los tribunales por daños y prejuicios. Hay en juego una inversión de cincuenta millones de dólares.

Ella se quedó blanca como el papel. Si hubiera estado de pie, se habría desmayado al oír la astronómica cifra que el jeque árabe estaba dispuesto a invertir en la empresa de Alessandro.

—¡No… no… no tenía ni idea de que ese contrato fuera tan importante! —pudo decir Stacy, en apenas un susurro audible.

—Pues ahora ya sabe a lo que nos estamos enfrentando, señorita Petersen. Lo único que espero de una buena secretaria es que cumpla con su trabajo con eficacia.

—No tendrá ninguna queja más sobre mí al respecto.

Alessandro se quedó unos minutos mirándola fijamente en silencio. No podía arriesgarse a que esa mujer echara por tierra todo el terreno que había ganado con Hakim. Sabía de sobra que era un hombre al que le gustaba que todo marchara sobre ruedas y sin inconvenientes. No podía permitir que la inexperiencia y la ineptitud de Stacy le costara ese contrato.

—Lo mejor para todos es que usted se quede en el hotel, Hakim y yo nos arreglaremos para llegar a un acuerdo —dijo, con una voz fría como el hielo.

—No será necesario, señor Márquez, estaré presente en la reunión y haré mi trabajo sin entorpecer las negociaciones con el jeque.

—Muy bien —respondió Alessandro, entre dientes—. Si comete el mínimo error será despedida en el acto, y si pierdo ese contrato no dude que la llevaré a los tribunales para pedir una indemnización por daños y prejuicios. Tendrá que trabajar el resto de su vida para pagar una deuda que nunca será capaz de amortizar, en el caso de que no acabe en prisión.

El color abandonó el rostro de Stacy, ese hombre no podía ser tan cruel. Pero estaba de acuerdo con él, si ella metía la pata, estaría en todo su derecho por pedir que lo resarcieran por los daños causados.

—Lo… lo he entendido perfectamente, señor Márquez.

Poco después, la azafata recogió los restos del desayuno y en la cabina se hizo el silencio. Alessandro abrió el ordenador portátil y se puso a trabajar, mientras Stacy no era capaz de quitarse de la mente sus amenazas. Tenía que tranquilizarse. Lo único que tenía que hacer era estar presente en la reunión y tomar notas de los puntos más importantes, era algo que no requería de mucho esfuerzo.

Pero teniendo a Alessandro tan cerca, Stacy tenía que hacer un esfuerzo sobrehumano para poder concentrarse. Era consciente de cada movimiento y cada gesto de ese hombre. Ahora mismo, en vez de estar preocupada por sus palabras, se había quedado mirándolo embobada mientras él trabajaba en el portátil.

Escuchó el característico tono de las llamadas por Skype. Alessandro respondió y Stacy quedó sumergida en las dos voces que se hablaban. Stacy captó que el hombre que hablaba con Alessandro hablaba inglés con un extraño acento. Entonces se dio cuenta de que Hakim debía ser el dueño de esa voz tan sensual. Y era la voz de una persona joven y no la de un viejo como ella se hubiera esperado, ¿sería alguno de sus hijos, o la del propio Hakim?, se preguntó.

El resto del viaje lo hicieron en silencio, pues ninguno de los dos volvió a decir ni una sola palabra.

Alessandro se sentía tan culpable por el ultimátum que le había dado a Stacy. Le dolía verla palidecer con sus duras palabras. Era su primer trabajo, sí, pero no podía permitir que hiciera lo que ella le diera la gana y llegar tarde siempre. Ya le había advertido el día anterior de que era importante que llegara puntual al aeropuerto. Había sido una suerte que la torre de control no hubiera retrasado su despegue. Entonces, hubieran llegado mucho más tarde de lo previsto a su destino.

Pero no podía darse el lujo de perder un contrato de cincuenta millones de dólares por culpa de una secretaria inexperta. Y si Hakim rompía el contrato con él por alguna tontería de Stacy, no le quedaría más remedio que llevarla ante los tribunales. No era lo que quería, pero no podía permitir que el prestigio que tanto le había costado ganarse, quedara en entredicho. Si la prensa se enteraba de que el árabe rompía el contrato, seguramente otros le seguirían y debía evitarlo como fuera.

Enamorado de la secretaria

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