Читать книгу Enamorado de la secretaria - Noelle Cass - Страница 5

CAPÍTULO 2

Оглавление

La mañana para Stacy fue pasando lentamente. Por Lana, Alessandro envió un sinfín de carpetas para que traspasara los documentos al ordenador y luego archivarlos en el archivador que tenía detrás. Lana también le había dicho que estaba prohibido hacer fotocopias de los documentos, aunque no eran muy importantes, esos los guardaba Alessandro celosamente en la caja fuerte del despacho.

Luego, Lana le preguntó si le apetecía comer juntas al mediodía y ella agradeció la invitación. Durante el almuerzo, Stacy podría averiguar más cosas sobre Alessandro Márquez.

Se concentró en su trabajo; para su suerte, a lo largo de la mañana no había vuelto a verlo, pues permanecía encerrado en su oficina. Esto le favorecía, su presencia le afectaba más de lo que pensaba y no tenía intención de que él la hiciera abandonar su puesto de trabajo. Stacy trabajaba para superarse profesionalmente, aunque sus padres que vivían en Los Ángeles, pusieron una gran cantidad de dinero en un fideicomiso a su nombre, dinero al que podría acceder cuando cumpliera los veinticinco años, aunque para eso todavía faltaban dos años, ya que acababa de cumplir veintitrés. Pero Stacy no tenía intención de disponer de ese dinero a no ser que fuera necesario.

Para cuando dieron las doce y media, Stacy estaba más que agotada, pues ya había guardado la información de diez documentos en la base de datos del ordenador. Se echó hacia atrás en el respaldo del asiento y dejó escapar un largo suspiro. No podía rendirse a las primeras de cambio, le había quedado demasiado claro que su nuevo jefe no la soportaba, opinión que compartía con él, pues ella tampoco lo soportaba a él.

Guardó los cambios que había realizado antes de cerrar el programa que usaba y luego apagó el ordenador. Se levantó del asiento y fue a recepción a buscar a Lana. Se encontraron a medio camino y fueron juntas hacia los ascensores, bajando a la planta baja del edificio. Salieron a comer al restaurante que estaba enfrente de la empresa.

Entraron en el local y un amable camarero las acompañó a la única mesa libre que había, el local estaba lleno a rebosar. Ya sentadas, las dos pidieron coca cola para beber, y de comer una ensalada de primero y de segundo, filetes a la plancha con patatas. El camarero no tardó en servirles el pedido, pero se alegraron porque no era mucho el tiempo que tenían libre para almorzar.

Alessandro permanecía sentado en el sillón del despacho, lo tenía girado hacia los amplios ventanales que le ofrecían una panorámica envidiable de San Francisco, pero él no era capaz de ver nada, tenía la mente puesta en cierta mujer de la cual no era capaz de olvidarse. Había llamado a la cafetería del edificio para que le subieran dos sándwiches, un refresco de naranja y café con leche, pues no tenía ganas de salir de su oficina para encontrarse con la señorita Petersen, que por su carácter le hacía pensar en brujas surcando los cielos sentadas en sus escobas, pero Alessandro tenía que reconocer que era una bruja muy hermosa y le encantaba que lo desafiara. Pero estaba seguro de que muy pronto acallaría de una vez por todas esa lengua tan afilada, la iba a tener ocupada con montañas y montañas de trabajo hasta que ella dimitiera.

También había hablado con el jefe de Recursos Humanos, este le pidió perdón por no comunicarle que habían contratado a la señorita Stacy Petersen. Alessandro respiró aliviado, por lo menos en eso no le había mentido. Pero no podía dejar de vigilarla, no sabía qué intenciones tenía esa mujer para estar en la empresa. Los documentos que ella estaba pasando al ordenador no decían mucha cosa; los confidenciales, se aseguraba de tenerlos a buen recaudo y solo su equipo legal y él tenían acceso a ellos. No podía permitirse el lujo de que alguno de sus empleados filtrase información que lo pudiera comprometer. Odiaba ser débil ante la competencia, que cada día que pasaba era más dura y encarnizada para quitar de en medio a los rivales.

Llamaron a la puerta interrumpiendo sus cavilaciones. Roy, uno de los camareros de la cafetería, entró en la oficina portando una bandeja con su almuerzo. El chico dejó la bandeja sobre el escritorio y Alessandro le dio las gracias, el chico sonrió y lo dejó de nuevo a solas. Destapó uno de los sándwiches y comió con apetito. Se dio cuenta de que estaba hambriento, poco a poco, la comida y la bebida fue desapareciendo de la bandeja.

Cuando terminó, se levantó y fue al cuarto de baño a lavarse las manos, y después volvió a sentarse, e intentó concentrarse en toda la información que tenía sobre un nuevo contrato que tenía por medio. Se trataba de un jeque árabe que quería contratarlo para hacer importantes edificios en El Cairo. Lo que más sorprendió a Alessandro era la cantidad de dinero que el hombre estaba dispuesto a desembolsar para las construcciones. Lo repasó concienzudamente y guardó el documento en la caja fuerte, fuera de la vista de miradas indiscretas. Debía tener mucho cuidado cuando había en juego tanto dinero de por medio, no podía darse el lujo de que el jeque se fuera con la competencia, eso sería un golpe duro para él y que el dinero se le escapara de las manos.

Stacy y Lana regresaron a las oficinas para incorporarse de nuevo al trabajo, al final, se habían retrasado un cuarto de hora, y esperaba que Alessandro no se percatara de su ausencia, pues lo utilizaría contra ella y diría que era irresponsable.

Respiró aliviada cuando se fue acercando a su escritorio y vio el camino despejado, rápidamente se sacó la chaqueta, la colgó en el asiento, encendió el ordenador y se puso a trabajar sin perder más tiempo.

El resto de la tarde pasó tranquila y rápida para Stacy, para cuando se dio cuenta, ya eran las cinco de la tarde, hora de salir del trabajo. Después de asegurarse de que todo quedaba bien archivado, se puso la chaqueta, cogió el bolso y fue hacia los ascensores para bajar al parking donde estaba estacionado su coche.

Mientras bajaba en el ascensor con dos chicos y con Lana, pensó que su primer día de trabajo no había ido tan mal. Por lo menos, Alessandro la había evitado y Stacy se alegraba por ello. La presencia de ese hombre amenazaba su estabilidad emocional. No sabía por qué se sentía de esa forma cuando él estaba a su lado. Stacy nunca había sentido nada parecido por otro hombre. En varias ocasiones había tenido alguna que otra cita, pero ni siquiera había ido más allá de unos cuantos besos. Pero... con Alessandro, no sabía qué le ocurría. Con solo pensar en él, su corazón empezaba a latir de forma acelerada dentro de su pecho.

Ya en la planta de abajo, y en el parking, se despidió de sus compañeros y luego caminó hasta su plaza de aparcamiento. Abrió el coche con el mando a distancia, entró en el vehículo y minutos después, se incorporó a la circulación. Intentó concentrarse en la conducción, pero a cada minuto, la imagen de Alessandro se colaba en su mente, aunque hacía todo lo posible por borrarla, su cerebro parecía tener vida propia y no hacía caso a ninguna de las órdenes que ella le enviaba.

Ya casi anocheciendo entró en su propiedad, con el mando a distancia abrió la puerta del garaje y guardó el coche. Luego volvió a accionar el mando a distancia y la puerta se cerró con suavidad. Ella entró en el interior de la casa por la puerta que daba directamente a la cocina. En cuanto entró, un agradable olor a comida invadió su nariz, se dio cuenta de que estaba hambrienta y se acercó al horno a ver qué le había preparado de cenar Betty. Tras abrir la puerta, comprobó que en una fuente de horno había unos deliciosos macarrones con queso.

Antes de disponerse a cenar, fue al salón, se quitó los zapatos de tacón que le estaban matando los pies y dejó la chaqueta y el bolso en el sofá de cuero marrón. Su casa estaba decorada en tonos pasteles y suaves que a Stacy le encantaba. Los muebles eran de madera y que combinaban en perfecta armonía con los colores de las paredes.

Descalza, regresó a la cocina y se sirvió una buena ración de macarrones, se sentó en uno de los taburetes de la isleta que había en el centro de la estancia. La cena estaba deliciosa y la acompañó con una buena copa de vino tinto. Cuando dejó el plato limpio se levantó y lo dejó en el fregadero, luego cogió la copa de vino y fue a sentarse al sofá a ver un rato la tele. Estaba agotada, y eso que solo había sido el primer día de trabajo, Alessandro estaba haciendo todo lo posible por echarla de su empresa. No la conocía de nada y a Stacy le dolía que ese hombre desconfiara de sus intenciones. Era su primer trabajo después de terminar sus estudios en la Universidad. Aparte de que era inexperta, ella nunca sabría cómo filtrar información importante y no tenía intención de averiguarlo.

Ya cansada de ver la tele, miró el reloj y vio que ya estaban a punto de dar las once de la noche. Bostezó inconscientemente, se levantó del sofá y se fue a su habitación decidida a acostarse, pues al día siguiente le tocaba madrugar de nuevo y esperaba no quedarse dormida y llegar tarde, ya que no quería darle más razones a Alessandro para que tuviera motivos para despedirla.

Con ese pensamiento en mente, se quitó la ropa y se puso la vieja camiseta del instituto con la que dormía por las noches, desplegó las sábanas, se tumbó en ella y se tapó. No le hizo falta esperar mucho tiempo para caer en un profundo sueño. Stacy se dejó arrullar por la espesa niebla y la agradable sensación de que la estaban transportando a algún sitio muy lejos de la realidad en el cual podía permitirse el lujo de no pensar en nada más, solamente dejarse llevar por Morfeo, mientras su cuerpo permanecía relajado y sin preocupaciones en la cama.

—¡Llega tarde! —rugió una voz detrás de Stacy, a la mañana siguiente.

Stacy se quedó de piedra al escuchar la voz de Alessandro. Inevitablemente se había quedado dormida y no llegó a su hora. Pero esperaba que el ogro de su jefe no se enterara.

Entonces ella se giró y los dos se quedaron mirando frente a frente, a él le sorprendió ver la expresión combativa de Stacy, pues con su tono de voz había esperado amedrentarla, pero tuvo el efecto contrario.

—Lo siento, señor Márquez, no volverá a pasar —dijo Stacy, desafiándolo con la mirada.

—Sabía que no era buena idea tenerla aquí, no entiendo cómo el jefe de Recursos Humanos pudo pensar que una mocosa recién salida de la Universidad y sin experiencia podría ser de utilidad en esta empresa.

—¿Disculpe? —respondió Stacy, sorprendida de que ese hombre la hubiera insultado estando ella delante.

—Solo he dicho la verdad, yo necesito gente capacitada en cada puesto, no puedo permitirme ningún fallo entre el personal. Lleva dos días en la empresa y ya se está acostumbrando a llegar tarde, cuando el resto de sus compañeros llevan trabajando hora y media.

Stacy no lo aguantó más, no le importaba que después de lo que iba a hacer la despidieran. Alessandro quería un motivo para despedirla, pues ella iba a dárselo. Dejó el bolso sobre el escritorio, se acercó a él y sin pensárselo levantó el brazo derecho y le dio un bofetón tan fuerte que Alessandro estuvo a punto de perder el equilibrio.

Él, por unos minutos, se quedó sorprendido por el hecho de que esa mujer hubiera tenido el valor de abofetearlo y debería echarla de patitas a la calle, pero él mismo se dijo que le convenía tenerla a su lado, haría que esa niña se arrepintiera de lo que acababa de hacer.

—No me importa si después de esto me despide, pero presentaré mi queja formal en Recursos Humanos de que me ha insultado —consiguió decir Stacy, sin que se le notara que estaba nerviosa.

—Estoy en todo mi derecho de despedirla, ¿no cree? —dijo él, mientras se iba acercando peligrosamente a ella.

—Sí, está en todo su derecho. Pero deje de insultarme. Yo estoy aquí para cumplir con mi trabajo, no para ser su atracción de feria.

Stacy se sacó la chaqueta, encendió el ordenador y se puso a trabajar, mientras Alessandro la miraba boquiabierto y estupefacto, nadie en sus treinta años de vida le había respondido como lo acababa de hacer la señorita Petersen. Aquel que se atrevía a hacerlo, se enfrentaba a la ira de Alessandro. Parpadeó varias veces confuso, intentando decir algo, pero la furia que sentía no se lo permitía.

Sin decir nada más, Alessandro se encerró en su despacho cerrando la puerta de golpe. En la estancia empezó a dar vueltas como si fuera una fiera enjaulada. Las cosas no se iban a quedar así entre Stacy Petersen y él, eso lo tenía muy claro.

Después de varios minutos intentando calmarse, por fin lo logró. Luego se acercó a la vitrina donde estaban las bebidas y se sirvió una copa de coñac y de un trago se la bebió. Era demasiado temprano para empezar a beber y se planteó servirse otra copa, pero rechazó la idea inmediatamente, si seguía bebiendo acabaría emborrachándose y no sería de ayuda para su subordinados.

Dejó la copa vacía sobre el mueble y fue a sentarse al sillón. Se pasó las manos por el espeso cabello rubio para calmarse y así poder empezar su jornada laboral como cada día. Tenía que evitar a la señorita Petersen, sería cuestión de días que ella presentara su dimisión, y entonces ya nunca más tendría que soportar su presencia. Pero muy en el fondo, Alessandro no quería que se fuera, deseaba tenerla cerca de él para poder admirar su belleza y, sobre todo, su mal genio, se dijo, mientras se llevaba la mano a la mejilla donde Stacy le había abofeteado.

Stacy intentó concentrarse en el trabajo, pero le estaba resultando muy difícil, por no decir que la tarea le estaba resultando inútil. Todavía no se podía creer que ella abofeteara, nada más y nada menos, que al dueño de Industrias Márquez. Por unos instantes, el corazón se le paró en seco dentro del pecho, esperaba que Alessandro no tomara represalias en su contra. Sería terrible que en su currículum dijera que había sido despedida de su primer empleo por pegar al dueño. Nadie en su sano juicio la contrataría.

Media hora después, logró concentrarse en todo el trabajo que tenía por delante, pero de vez en cuando, no podía dejar de mirar la puerta del despacho de Alessandro, temiendo que en cualquier momento él saliera para anunciarle que recogiera sus cosas y que se marchara del edificio. Pero no pasó nada y Stacy se fue relajando. Menos mal que nadie más se había percatado de lo que había pasado.

Pero no se sentía avergonzada en absoluto por lo que había hecho, él la había insultado y ella lo único que hizo fue defenderse. Aunque él fuera el dueño, no tenía ningún derecho a mirar a los demás por encima del hombro, sintiéndose superior a cualquiera de los mortales.

La hora del almuerzo llegó y Stacy bajó con Lana a la cafetería del edificio a comer. Mientras charlaban animadamente, dos compañeros se unieron a ellas. Pero al poco rato, se hizo el silencio y una figura apareció en el umbral de la puerta. A Stacy no le hizo falta mirar para saber de quién se trataba, su cuerpo sabía perfectamente que era Alessandro.

Este entró en el local. Era la primera vez que se dejaba ver en la cafetería de su empresa, pues siempre ordenaba que le subieran el almuerzo a su oficina. Nada más entrar, sus ojos se posaron inevitablemente en Stacy, sintió algo que no fue capaz de descifrar, ¿celos, quizás?, al comprobar que ella estaba charlando animadamente con Brody Spencer, un chico joven, atractivo y que no dejaba de colmarla de atenciones, mientras ella sonreía y se sonrojaba.

Alessandro se acercó a la barra y pidió que le sirvieran un café con leche, pues de repente, había perdido todo el apetito al ver a su secretaria en compañía de otro hombre. Era cierto que en la mesa había otra pareja, pero Brody solo tenía ojos para Stacy.

Sin apartar la vista de la pareja, Alessandro tomó asiento en una de las mesas para tomarse el café e intentaría averiguar qué tipo de relación unían a Brody y a Stacy.

—¿Desea algo más, señor Márquez? —le preguntó Roy, interrumpiendo sus pensamientos mientras dejaba el café con leche sobre la mesa.

—No, gracias, eso es todo, Roy —respondió Alessandro. El joven asintió y siguió con su trabajo.

Stacy seguía con los nervios a flor de piel, no hacía falta que mirara a Alessandro para darse cuenta de que él no le quitaba la vista de encima, notaba el peso de su mirada quemándole hasta la última célula de su ser. Aunque intentó distraerse con todas las atenciones que le mostraba Brody, Stacy no era capaz de olvidarse de la presencia de Alessandro haciendo que el local pareciera más pequeño de lo normal. Echó una mirada a Lana, que mantenía una agradable charla con Dylan Kellerman y los dos estaban muy entretenidos. Se preguntó si entre Lana y Dylan había algo, pues todo parecía indicar que mantenían una relación, al ver las miraditas de complicidad que se lanzaban.

Alessandro maldijo entre dientes cuando su teléfono móvil empezó a sonar en el bolsillo interior de su chaqueta. No tenías ganas de marcharse de la cafetería hasta que Stacy regresara a su puesto de trabajo, pues cada minuto que pasaba, no dejaba de darle vueltas a la cabeza, pensando en que Stacy empezara una relación con Brody. Lo sorprendió darse cuenta de que quería a Stacy Petersen para él, y solo para él, la quería lo más lejos posible de Brody y de cualquier otro hombre que se le acercara con intenciones de conquistarla.

El teléfono siguió sonando y no le quedó más remedio que abandonar el local para atender la llamada, pues le sería difícil mantener una conversación por teléfono con todo el alboroto que había en la cafetería.

Por fin respondió a la llamada. Se trataba del jeque árabe Hakim-Al-Jasser, que lo estaba citando personalmente para reunirse con él y concretar algunos puntos del contrato. Después de atender la llamada, Alessandro decidió volver a su despacho. Necesitaba estar a solas y relajarse, le era imposible quitarse de la mente la imagen de Stacy al lado de otro hombre. ¿Qué diablos le estaba pasando? Se preguntó. Apenas hacía veinticuatro horas que conocía a esa mujer y no sabía por qué lo enfurecía al verla tan animada hablando con Brody.

Stacy respiró aliviada cuando se dio cuenta de que por fin Alessandro se había marchado de la cafetería. Ese hombre había logrado estropearle la hora de su descanso. Aunque intentó prestar atención a lo que le decía Brody, Stacy era consciente de la presencia de Alessandro. Sabía que no le había dejado de observarla y eso la inquietaba. Ese hombre era tan enervante que conseguía sacar su lado más peleón. Tenía muy claro que no iba a dejar que ese hombre minara su autoestima y su fuerza de voluntad. Decidió que a partir de ahora intentaría evitarlo en la medida de lo posible. Solo así sería capaz de hacer bien su trabajo y cumplir con su jornada laboral.

La hora de descanso estaba llegando a su fin y los cuatro se levantaron de la mesa, salieron del local después de que Dylan pagara las consumiciones. Caminaron hasta el ascensor y subieron a la planta en la que trabajaban. Fuera del ascensor se despidieron y cada uno regresó a su puesto.

Ya en su puesto de trabajo, Stacy tomó asiento, decidida a concentrarse en el trabajo y sacarse de la mente a Alessandro el resto de la jornada. Y por varias horas logró dejar de pensar en ese hombre tan despiadado.

Para cuando dieron las cinco de la tarde, había logrado introducir en la base de datos del ordenador veinte documentos. Estaba exhausta, pero había valido la pena. Lo único que deseaba era llegar a su casa, darse una buena ducha, cenar y disfrutar de una reparadora noche de sueño. Con esa intención guardó todos los cambios introducidos en el ordenador y lo apagó. Pero sus planes quedaron frustrados cuando desde la oficina de Alessandro escuchó su voz llamándola.

Enamorado de la secretaria

Подняться наверх