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Somerset, abril de 1842

Ya habían pasado siete largos años desde que Nolan viajó a Somerset para tomar posesión de su herencia. Y se había sorprendido cuando el abogado de su anciano tío leyó el testamento. No solo era inmensamente rico, sino que entre esa herencia se encontraba un ducado y ahora era el duque de Graystone. A sus treinta y un años ya era millonario, mucho más que los jóvenes lores que habían nacido en cuna de oro.

Ya era media tarde y Nolan se encontraba en el despacho de su enorme y palaciega casa, ultimando los detalles de su venganza en contra de Gina. Tiempo atrás ya había empezado con sus planes, y el primer paso fue despojar a lord Willow St. James de la empresa maderera que tan rico lo había hecho. Y poco a poco también los fue dejando en la ruina y sin dinero. Ahora, con ayuda de su abogado, quedaba darles el golpe de gracia, despojarlos de la casa y de todas sus pertenencias. Para eso, estaba ultimando los detalles para regresar a Londres y culminar su venganza. Y cómo iba a disfrutar viendo la cara de sorpresa de Gina cuando se diera cuenta de que ahora las cosas eran muy diferentes y ella estaba completamente arruinada y él nadaba en la abundancia e incluso poseía un título nobiliario.

Nolan estaba al lado de la ventana y con el brazo apoyado en el alféizar. Era una preciosa y cálida tarde de abril en la que el sol brillaba de forma espectacular. Pero Nolan no disfrutaba de las maravillosas vistas que tenía delante, pues desde hacía siete años su obsesión por vengarse de Gina había ocupado cada uno de sus pensamientos. Nolan sacudió suavemente la cabeza y volvió a la realidad, se separó de la ventana, se acercó al cordón y llamó a Graves, su mayordomo. Poco después, el hombre entró en la estancia y tras hacer una reverencia le preguntó:

—¿Deseáis algo, excelencia?

—Graves, tráeme un café.

—Enseguida, su excelencia. —Y el criado salió de la estancia para cumplir las órdenes del duque.

Nolan fue a sentarse al amplio sofá de cuero marrón que había en el despacho. Le gustaba la decoración de toda la casa, pero en especial la de esa estancia. El centro lo ocupaba un gran escritorio de madera de caoba con su sillón de piel y color beige. A la derecha se encontraba el sofá y frente a él había una mesita ovalada y de cristal. Cubriendo el suelo había extendida una alfombra Aubusson de color granate. En la pared de al lado había un aparador también de caoba marrón en la que descansaban varias licoreras y botellas de bebidas. A la izquierda estaban las ventanas, de las que colgaban unas pesadas cortinas de color granate.

El mayordomo entró de nuevo en la estancia con una bandeja entre las manos en la que había una taza de humeante café, azúcar y un plato con una porción de bizcocho. El criado dejó la bandeja sobre la mesita y le preguntó si deseaba alguna otra cosa. Nolan le respondió que eso era todo y el mayordomo salió de la estancia para continuar con sus labores.

Nolan cogió la taza de café de la bandeja, puso dos cucharaditas de azúcar, revolvió el contenido y dio un largo sorbo a la bebida, luego en voz alta dijo:

—Muy pronto nos veremos las caras, lady Gina St. James. —Y una cruel risa cruzó su hermoso rostro.

Mientras, en Londres, en la casa de los St. James la cosas iban de mal en peor. Y a esas alturas habían tenido que prescindir de la mayoría de los sirvientes, solo permanecían en la casa, Cassy, Vernon, que asistía a los varones de la casa, y Belinda, la doncella personal de Holly.

Gina se encontraba dando un paseo por los jardines de la finca sola. Todavía no se podía creer que su querido padre hubiera perdido la empresa y toda la fortuna de la familia por culpa de un mal hombre. Y lo peor no era eso, para ese malvado duque no era suficiente haberlos dejado completamente arruinados, sino que ahora, los estaba obligando a abandonar su casa y no tenían a dónde ir. Pues Jerome y Xavier también dependían de la empresa de madera, ya que ellos eran los que buscaban los clientes, y su tía Holly apenas podía malvivir con la pequeña cantidad de dinero que le había dejado su difunto marido. Y en los últimos siete años su padre se había dedicado a frecuentar casinos y mesas de juego para solventar una situación que cada día que pasaba se preveía peor, y en la que había perdido los escasos ahorros con los que habrían podido malvivir, y su padre se negaba a buscar un trabajo y ser un simple asalariado. Ella misma se había ofrecido a buscar trabajo como institutriz de alguna joven y poder enseñarle todo lo que ella sabía sobre etiqueta y alta sociedad, pero su padre también se había opuesto a ello y Gina ya no sabía qué hacer.

Derrotada, interrumpió su paseo y se dejó caer en un banco de hierro forjado situado al lado de los amplios jardines. Su vida tal y como la conocía se estaba derrumbando ante ella y no podía hacer nada. Y por si no fuera suficiente, anteayer habían recibido una carta del abogado del maldito duque diciendo que en breve viajaría a Londres para tomar posesión de la casa. Gina se imaginaba a ese duque viejo y decrépito riéndose de sus hazañas, y deseaba de todo corazón que a ese hombre le sucediera algo malo y así su familia y ella poder seguir viviendo en su casa como hasta ahora.

La voz de Cassy interrumpió sus pensamientos al decir:

Milady, le traigo su acostumbrada taza de té. —La doncella dejó la taza sobre la mesa de hierro forjado que había al lado del banco.

—Gracias, Cassy —respondió Gina, distraída.

Milady, ¿todavía sigue preocupada por la llegada de su señoría?

—Sí, Cassy. Estamos a punto de perder lo único que nos queda, nuestras posesiones, por culpa de un malvado hombre.

—No se ponga así, ya verá que al final todo se va a solucionar.

—No, Cassy. Esta situación ya no tiene vuelta de hoja, y que mi padre se haya gastado nuestros escasos ahorros apostando no ha ayudado en nada.

Como estaban tan entretenidas con la conversación, no oyeron a Holly acercarse.

—Cariño, no te preocupes tanto —dijo su tía sentándose al lado de su sobrina.

—¿Le sirvo una taza de té, milady? —le preguntó Cassy.

—Sí, por favor.

—Enseguida se la traigo. —La doncella entró en la casa para cumplir con su cometido.

—Tía Holly, es que no puedo aceptar así por las buenas que nos quieran echar de nuestra propia casa.

—Lo sé, querida. Pero ya sabes lo orgulloso que es tu padre, y no quiere aceptar la poca ayuda que puedo ofrecer. Y Xavier y Jerome tampoco quieren saber nada del asunto.

Gina no lo soportó más, apoyó la cabeza en el hombro de Holly y rompió a llorar, y trémula consiguió decir:

—En esta casa he pasado los mejores momentos de mi vida y es el único recuerdo que tengo de mi madre.

Su tía le pasó la mano por la espalda para reconfortarla.

—Lo sé, cariño. La situación que estamos viviendo es insostenible, pero ya verás que pronto olvidaremos este mal trago y vendrán tiempos mejores.

Fue en ese momento cuando Cassy regresó con una taza de té en una mano y un plato de pastas en otro. Dejó todo sobre la mesa y las dejó de nuevo a solas para seguir con sus quehaceres. Holly instó a Gina a beberse el té e intentando distraerla con algunos chismorreos y así pasaron una agradable tarde en compañía.

Horas más tarde, mientras Cassy la ayudaba a cambiarse y ponerse el camisón, Gina se dijo que su tía tenía razón y ya era hora de dejar de compadecerse de la mala suerte que los acuciaba, e iba siendo hora de luchar y defender lo poco que les quedaba. Pues ella tenía muy claro que no iba a permitir que ese duque se quedara con sus pertenencias y con los recuerdos que le quedaban de su adorada madre. Por desgracia, su padre se había rendido, pero ella iba a ser fuerte y presentar batalla, si el duque de Graystone pensaba que iban a darse por vencidos tan fácilmente y que iban a cumplir sus órdenes no sabía la sorpresa que le esperaba, porque ese hombre iba a conocer a la verdadera Gina y no le iban a quedar ganas de volver a enfrentarse con la gente que ella más quería en el mundo.

Poco después, Gina se sentó en el taburete frente al tocador y la doncella le deshizo el peinado y le cepilló el pelo. Luego, Cassy le preguntó si se le ofrecía algo más, Gina respondió que no y que podía retirarse a descansar, la doncella le dio las buenas noches y ella se quedó a solas en el dormitorio.

Se acercó a la gran cama con dosel, separó las mantas, se tumbó en la cama y se arropó. Mientras intentaba imaginar la cara de ese demonio que tanto daño les estaba haciendo, pero por mucho que se esforzara no lograba imaginarse cómo sería el rostro de ese hombre y desterró enseguida ese pensamiento de la mente, en lo que debía pensar era en idear un plan para frenar los maléficos ataques de ese hombre, y se dijo que lo iba a conseguir a como diera lugar, aunque muriera en el intento, y con la seguridad de que ese malvado no se iba a quedar con lo que todavía les quedaba y que por derecho les pertenecía. Su padre se había rendido, pero entre sus primos, su tía y ella evitarían el desastre de verse en la calle y desahuciados.

Fue entonces cuando Gina consiguió relajarse, porque al final de tanta oscuridad veía un resquicio de luz y de esperanza. Al duque de Graystone no le quedaría más remedio que largarse por donde había venido y con el rabo entre las piernas, y Gina sonrió al imaginarse al viejo duque subiendo a su ostentoso carruaje furioso con su gente porque sus planes se habían derrumbado. Era la única oportunidad de salvar St. James House y todo lo que pertenecía a la familia St. James.

Unos días más tarde, Nolan viajaba en su cómodo carruaje a su residencia de Londres y que se encontraba en el distrito de Mayfair, uno de los barrios más lujosos de la ciudad, y cuya casa destilaba tanta riqueza como la vivienda que poseía en Somerset. Como ya se encontraba en el último tramo de viaje, había parado a descansar en una posada y allí escribió una carta dirigida a lady Gina St. James y en la cual solicitaba su presencia en Mayfair tres días después, pidió a la posadera un sobre y que lo sellase con cera. Luego dio orden a uno de los lacayos que lo acompañaban en el viaje que la entregara personalmente a la dama, y tras darle la dirección, el sirviente alquiló un caballo y salió veloz a cumplir el mandado de su patrón. Y como iba a ser hora de comer, preguntó a la posadera si ya había comida preparada, esta le respondió que sí, y que tenían para comer empanada de carne o venado al horno con puré de patatas. Nolan se decantó por el venado asado con patatas y también pidió una jarra de cerveza bien fría. Le sirvieron la comida y pudo comprobar que estaba muy rica. Y mientras comía, una risa iluminó su rostro, porque Gina iba a saber muy pronto que él era el responsable de que se vieran en la ruina, y la cara que pondría ella cuando supiera que se había convertido en duque.

Nolan había dejado el trabajo y se marchó de Londres tan pronto leyó la carta. Siete largos años fuera de la ciudad, eran muchos años, y no sabía qué se podría encontrar cuando pisara Londres y, sobre todo, cuando tuviera a Gina St. James frente a él. Porque si de algo estaba seguro, era que en todo ese tiempo no había sido capaz de dejar de amarla, lo había intentado con otras mujeres, pero había fracasado estrepitosamente, Pero tenía que olvidarse de ese amor para poder culminar su venganza, pues Nolan no era capaz de olvidar las palabras de desprecio de Gina, y tenía muy claro de que iba a llegar tan lejos como pudiera, por ver a esa mujer y a su familia completamente arruinados. Y lo más importante de todo, era que en la vida de Gina no había nungún hombre que le impidiera culminar sus planes, y la tendría completamente a su merced.

Cuando acabó de comer pidió un café y otra de las mozas que servían en la posada se lo sirvió mientras le sonreía y flirteaba con él, era un hombre muy apuesto y los años habían enfatizado su atractivo rostro; él le sonrió y la chica tuvo que abanicarse cuando se dio la vuelta para seguir con su trabajo.

Tras pagar la cuenta a la dueña, salió del establecimiento y se encaminó hacia el carruaje, donde otro de los lacayos que lo acompañaban mantenía la puerta abierta para que él entrara en el vehículo. Nolan subió y se acomodó en uno de los mullidos asientos, pensando que en muy pocas horas estaría en su casa de Londres y podría descansar del largo viaje.

Ya empezaba a anochecer, y Gina se encontraba leyendo un libro en su biblioteca privada, cuando Vernon llamó suavemente a la puerta, asomó la cabeza y anunció que en el vestíbulo había un lacayo que quería hablar expresamente con ella. A Gina se le hizo muy extraño, porque ella no esperaba a nadie. Tras pensárselo, le dijo al mayordomo que enseguida bajaba, el sirviente asintió y fue a cumplir con su cometido.

Tras alisarse el vestido, Gina salió de la estancia, bajó las escaleras y se acercó al vestíbulo. Vernon permanecía al lado del lacayo, para Gina fue más que evidente que su fiel sirviente sospechaba de ese hombre y quería estar a su lado por si necesitaba su ayuda.

El criado habló, interrumpiendo los pensamientos de Gina:

—Buenas tardes, es usted lady Gina St. James, ¿verdad?

—Sí, soy yo, ¿qué desea?

Milady, vengo de parte del duque de Graystone, le envía esta carta —respondió el lacayo y extendió la mano con el sobre para que ella lo cogiera.

Al escuchar ese nombre, Gina empezó a notar cómo la rabia empezaba a bullir en su interior, con calma aparente pudo decir:

—Lo siento... pero tiene que ser un error, yo no conozco a ese hombre de nada.

Milady, soy uno de los lacayos de su excelencia, créame, no hay error posible.

Gina dudó varios minutos, pero finalmente cogió el sobre y el sirviente le dio las gracias, y tras despedirse salió de la casa y montó en el caballo que lo estaba esperando, mientras Vernon cerraba la puerta y después se dispuso a continuar con su trabajo.

Ella se quedó un buen rato mirando el sobre, como intentando averiguar el contenido de la misiva. Luego, regresó a su biblioteca para leer con calma y sin interrupciones la intrigante carta del hombre que había logrado que la vida de su familia y la de ella fueran un infierno. Y no tenía ni idea de qué motivaba a ese hombre para escribirle personalmente a ella, pues odiaba con todas sus fuerzas a un hombre tan perverso. Gina entró en la estancia, pero de repente, el pánico la atenazó y sintió un gran escalofrío, pensando que seguramente esa carta era para notificarles que muy pronto tomaría posesión de la casa. Con el corazón en un puño rasgó el sobre y se puso a leer. Gina pasó del pánico inicial a la sorpresa, pues el duque solo solicitaba una entrevista con ella en su mansión de Mayfair. Gina se acercó a uno de los sillones y se dejó caer estupefacta, y preguntándose a qué diablos estaba jugando ese hombre. Y releyó una y mil veces la carta intentando encontrar alguna trampa, pero Gina no pudo apreciar nada raro.

Ya era madrugada y Gina se encontraba en la cama y a oscuras, pero era incapaz de dormir, porque seguía dándole vueltas a esa extraña carta, y su instinto le decía que podía tratarse de una treta de ese malvado anciano. Y así permaneció en la cama dándole vueltas y más vueltas a sus pensamientos.

Ya pasaban de las cuatro y media de la madrugada, cuando Nolan cruzó el umbral de la lujosa mansión de Londres. Había pedido a Nina, el ama de llaves que cuidaba la mansión, cuando solicitaba que Graves viajara con él, que no lo esperara despierta, ya que no tenían hora prevista de llegada. Pidió a Torrance, su ayuda de cámara, que le preparara un buen baño ya que necesitaba sacarse el polvo del viaje. Dos lacayos subieron la bañera de cinc a los aposentos de Nolan, mientras dos doncellas subían agua caliente en cubos para llenar la bañera.

Poco después, Nolan se sumergió en la bañera y pidió a Torrance que le sirviera una copa de su brandy francés favorito; tras cumplir sus órdenes, pidió al criado que lo dejara a solas, y se dijo que tenía mucho que celebrar, ya que estaba más cerca de conseguir lo que tanto ansiaba, y no era otra cosa que ver a la caprichosa Gina y a su familia sin nada. Ni siquiera les dejaría un techo donde poder refugiarse de las inclemencias del tiempo. Nolan nunca se había creído un hombre vengativo y cruel, pero los desplantes y las malas acciones de Gina lo habían convertido en el hombre que era hoy en día. Gina se merecía comprobar con sus propios ojos lo que un día había despreciado y que podría haber llegado a ser su duquesa si no hubiera despreciado su amor de una forma tan cruel. Ahora iba a demostrarle que era ella la que estaba muy por debajo de su estatus social y la veía muy poca cosa para él.

Nolan volvió a la realidad al notar que el agua de la bañera se estaba enfriando, llamó a Torrance y le pidió una toalla para poder secarse y la bata. Se levantó de la bañera, se secó, se puso la bata y se acercó a la cama donde el ayuda de cámara había dejado ropa interior limpia y un pantalón de pijama, se vistió y tras despedir al sirviente se quedó a solas y se puso a dar vueltas de un lado a otro de la estancia. Diciéndose que a esas horas Gina ya habría recibido su carta, y cómo le hubiera gustado ver su cara de sorpresa al saber que el hombre que la había llevado a la ruina requería su presencia. Y se volvió a preguntar por qué no había sido capaz de olvidarse de esa mujer en tantos años. Ni siquiera sabía si Gina seguía conservando su belleza, o esta se había ido marchitando con el paso de los años, pero muy pronto descubriría cómo era la Gina de ahora, y lo único que podía pensar era en no flaquear ni mostrarse débil ante ella, no había pasado los últimos siete años de su vida arruinando la vida de esa familia si se desquebrajaba cuando la tuviera ante él. No, no, no, se dijo, iba a llegar hasta el fin con sus últimas consecuencias y no le iba a temblar el pulso a la hora de ejecutar la justa venganza que tanto ansiaba. En el pasado, Gina había sido una mujer con aires de grandeza y creyéndose superior a los demás.

Ahora las tornas habían cambiado y muy pronto sería él quien le bajara los humos, rompiera esa férrea voluntad de la que tanto presumía y la convertiría en polvo. Ella estaría a su completa merced y la sometería a todos sus caprichos, y sabía muy bien cómo lo iba a lograr. Ahora solo tenía que esperar a encontrarse cara a cara con ella y hacerle su propuesta, y Nolan tenía la certeza de que Gina no la iba a rechazar si sabía lo que en verdad le convenía. Dejó de dar vueltas, se acercó a la ventana, corrió la cortina, y a través del cristal observó la oscuridad de la noche, y se dijo que muy pronto sabría qué pensaría Gina de su proposición y qué decisión tomaría respecto a ello, solo debía tener paciencia y esperar unos cuantos días más, si había aguantado durante siete años, unos pocos días pasarían tan rápido que ni se daría cuenta. Solo debía esperar tres días para volver a tener a Gina St. James frente a él y daría el golpe final después de tantos años.

La venganza de un duque

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