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El día comenzó a despuntar en el horizonte. Nolan no había podido dormir en toda la noche, mientras que Gina se había tumbado en el asiento dormida y todavía seguía durmiendo. No podía apartar la vista de ella, era como si Gina St. James ejerciera un embrujo sobre él y mucho más poderoso que sus fuerzas e intentaba luchar contra sus sentimientos. Con mucho esfuerzo, desterró esos pensamientos de la mente, porque no quería profundizar en lo que sentía por Gina, pero de lo que sí estaba seguro es que el amor que un día había sentido por ella, ahora se había transformado en un profundo odio, y que muy pronto ella misma iba a ser testigo de ello.

A lo largo de la noche, habían tenido que hacer varias paradas para dejar descansar a los caballos y darles agua, porque los hermosos ejemplares les pertenecía y Nolan no quería dejarlos en una cuadra cualquiera porque no tenía la seguridad de que recibieran los cuidados a los que estaban acostumbrados, o que alguien decidiera adueñarse de ellos.

Todavía les quedaba un largo camino que recorrer, y Nolan calculaba que esa misma noche llegarían a la mansión Graystone. Deseando poder estar de nuevo en su hogar, donde le esperaba su cómoda cama. En la mansión, podría recuperar las horas de sueño, mientras daba orden a una de las doncellas que no perdiera de vista a Gina. Sabía que era una chica muy inteligente, y tenía muy claro que no podía quitarle la vista de encima ni un solo segundo.

Un ligero movimiento en el asiento de enfrente, hizo que Nolan volviera a la realidad. Gina separó la manta con la que se había cubierto por la noche y la hizo a un lado, después se incorporó en el asiento, confusa por todas las horas que había dormido.

Pero, de pronto, lo recordó todo, cómo Graystone se había acercado a ella en la mansión de los condes, que la había sacado a la fuerza por un oscuro pasadizo, y la había obligado a subir a su carruaje para llevarla de vuelta a Londres. Y en silencio, se maldijo por haber sido tan idiota de exponerse al peligro. Su tía y ella debieron renunciar a sus empleos en cuanto se había enterado de que el duque iba a asistir al baile, y ahora, ella estaba pagando muy caro las consecuencias de ese gran error. Pero lo que sí tenía claro, era que no iba a dejarse aplastar por ese hombre, y si quería guerra, ella se la iba a dar, porque lucharía con todas sus fuerzas para que él no lograra lo que pretendía de ella, y si creía que la iba a hacer suya sin su consentimiento, se iba a llevar el chasco de su vida, porque lucharía con uñas y dientes para defenderse de él, y debía seguir viéndolo como lo que era, el enemigo.

Tras pensárselo varios minutos, preguntó:

—¿Qué hora es?

Nolan se desabotonó la chaqueta del frac y del bolsillo interior sacó la leontina de oro del reloj, y tras consultar la hora, la miró fijamente. Por unos instantes, Gina se quedó perdida en las profundidades de esos ojos, que estaba segura que había visto antes, pero no conseguía recordar de dónde, y eso la perturbaba demasiado, porque el hombre que tenía sentado frente a ella, sabía todo sobre su vida, sin embargo, ella no sabía absolutamente nada sobre él, y eso la inquietaba demasiado.

—Son las ocho y veinte de la mañana —respondió él, y Gina perdió el hilo de sus pensamientos.

—¿No vamos a parar a desayunar?

—El cochero detendrá el carruaje cuando vea alguna tienda de comestibles, y se apeará a comprar algo para que desayunemos mientras proseguimos el camino.

—Lo siento, excelencia, pero yo necesito... ya sabéis... ejem, creo que no hace falta que os diga nada más, y también necesito estirar las piernas entumecidas.

Nolan sonrió al ver el rubor que había aparecido en las mejillas de Gina al decirle que necesitaba bajar del carruaje porque sentía la llamada de la naturaleza. Y cómo le gustaría creer que Gina era la mujer inocente y cándida que aparentaba ser en esos momentos. No, no, se dijo para sí mismo, no podía dejarse llevar por esos derroteros o estaría completamente perdido, y todo lo que había hecho los últimos siete años se iría al garete en un solo instante, debía ceñirse a su plan original y no dejarse llevar por sus sentimientos.

—Entonces, nos detendremos en la primera pensión o posada para que puedas ir al excusado, pero desde ahora, te advierto que no intentes escapar o te juro que no respondo de mí, ¿te ha quedado claro?

—Me queda muy claro, excelencia —respondió ella, desafiante. Pero, por dentro, sintió un frío helador que hizo que se estremeciera, porque ese hombre representaba un peligro real para ella.

Gina giró la cabeza hacia la ventanilla, y descorrió la cortinilla para observar el paisaje, dando gracias por tener algo en lo que distraerse y no pensar en el hombre que estaba sentado frente a ella, y que la turbaba demasiado.

Casi veinte minutos más tarde, el carruaje entró en un pequeño poblado y el cochero detuvo el carruaje en una pensión que se veía muy deteriorada. El cochero bajó del pescante para abrir la portezuela, y primero ayudó a salir a Gina, luego a Nolan. Ella se puso a caminar hacia el interior del establecimiento, mientras Nolan daba orden al sirviente de que estuviera atento por si la joven intentaba escapar. Luego, siguió a Gina y entró en la pensión. Pudieron comprobar que el interior era decente y bastante ordenado.

Gina se acercó al mostrador y preguntó a la mujer dónde estaba el cuarto de baño, y resultó que estaba afuera; llamó a una de las mozas para que la acompañara. Antes de que saliera, Nolan la sujetó por el brazo y le recordó que no intentara nada, porque si lo hacía e intentaba escapar, el sirviente tenía instrucciones de disparar a matar. Gina palideció al escuchar la amenaza, sabía que estaba atada de pies y manos y ni siquiera podía pedir ayuda.

La chica le dijo que la siguiera, salieron al exterior, y le mostró a Gina un pequeño cuarto de baño en el que había un retrete, un espejo, y un aguamanil con agua para lavarse las manos, pero que estaba limpio. Gina dio las gracias y entró en el minúsculo cubículo. Atendió a la llamada de la naturaleza, después se lavó las manos, y se peinó el pelo como pudo para no tener un aspecto tan desaliñado. Cuando salió, vio que el cochero no la había perdido ni un segundo de vista, y por descontado, no podía pensar en cometer una locura.

Entró de nuevo en la pensión, tras buscar a Graystone con la mirada, lo encontró sentado en una mesa tomando una taza de café. Él también la vio, y le hizo una señal para que se acercara. Y al lado de la mesa, le hizo otra señal para que se sentara.

—Al menos, podríais tener la decencia de poneros en pie, ante una dama —dijo Gina, entre dientes.

—Sí, sí que la tengo, pero a ti no debo mostrarte ningún respeto, porque no eres una dama. Ahora siéntate, y pide algo de desayunar antes de que me arrepienta y te deje con el estómago vacío.

Ella se sentó, murmurando algo entre dientes.

—Perdón, ¿decías algo? —preguntó Nolan, lisonjero.

—Nada que os incumba, excelencia.

Una de las mozas se acercó a ella y le preguntó qué iba a tomar. Gina pidió un té con una rebanada de pan y mermelada. Mientras, Nolan la observaba en silencio, porque sabía que ella estaba perdiendo los estribos y solamente se contenía por su amenaza.

Media hora después, subieron al carruaje y emprendieron de nuevo el camino a Londres, y por momentos, el ambiente se volvía más tenso entre los dos.

—¿Por qué siempre lleváis el rosto cubierto? —Quiso saber Gina—. ¿Acaso tenéis alguna cicatriz que ocultar?

—Eso es algo que no te incumbe, Gina.

—Solo siento curiosidad, porque sois un hombre muy atractivo, y no es justo que os ocultéis bajo esa horrenda máscara.

Nolan lanzó una carcajada carente de humor.

—Así que piensas que soy atractivo.

—No, no lo pienso, lo afirmo.

—Y entonces, ¿por qué te niegas a acostarte conmigo?

—Eso es algo muy personal y que no os concierne, excelencia.

—Te aseguro que mientras seas mi amante, no te faltará nada, tendrás los vestidos más glamurosos que cualquier mujer puede desear, joyas exquisitas, y largos viajes, si así lo deseas.

—Estáis muy equivocado conmigo, excelencia. A mí no me importan las cosas materiales que me estáis ofreciendo, porque ante todo tengo dignidad.

—Estás mintiendo, porque te conozco demasiado bien y sé lo materialista que eres.

—¡Vos no me conocéis! ¡Y no os permito que habléis de esa forma de mí! —exclamó, dolida.

—Al contrario, querida. Te conozco mejor de lo que tú crees. Recuerda que llevo siete largos años vigilando cada uno de tus movimientos.

—¡Podéis amenazarme todo lo que queráis, pero nunca me acostaré con vos!

—Eso ya lo veremos.

Poco después, se hizo el silencio en el interior del carruaje, y la tensión entre los dos creció. Mientras, Nolan se decía que Gina iba a caer en sus brazos mucho más pronto de lo que ella creía. Ella misma le acababa de confesar que lo encontraba atractivo, y seducirla no le iba a costar ningún esfuerzo. La mantendría como su amante mientras la deseara, y dejaba que Gina se fuera enamorando poco a poco de él, entonces, cuando eso sucediera, se desharía de ella como si fuera un trapo viejo del que había que desprenderse. Pero, sobre todo, debía tener mucha precaución para no dejarla embarazada, porque existía la posibilidad de que Gina le exigiera casarse con él. Aunque Nolan creía que en cuanto él le desvelara su verdadera identidad lo odiaría con todas sus fuerzas, y sería feliz al haber arruinado por completo la vida de Gina y su reputación, porque en cuanto se diera a conocer que ella había sido su amante, ningún caballero decente querría casarse con una mujerzuela que se vendía al mejor postor, y por descontado, Nolan no iba ni a cargar ni a responder por esa mujer el resto de sus días, porque la odiaba y la aborrecía con todas sus fuerzas, y eso era algo que siempre debía tener presente y no olvidar nunca, porque si lo hacía, estaría completamente perdido, y sería él el que estuviera a merced de Gina St. James, y no podía permitir que una mujer dominara sus sentimientos y sus emociones.

Mientras, en Éxeter, Holly había esperado poder marcharse a Londres esa misma mañana, pero cuando comunicó a Vera sus intenciones de marcharse, no se lo había permitido, porque insistía en que su suegra la necesitaba. Por mucho que intentó explicarle que su sobrina estaba en peligro, Vera no quería escuchar nada del asunto, luego, la obligó a deshacer el equipaje y regresar al lado de Dolly. Diciéndose que tenía que escribir cuanto antes una carta a sus hijos para ponerlos al tanto de lo que estaba sucediendo.

Ya al lado de Dolly, intentó distraer la mente charlando con la anciana, pero seguía muerta de la preocupación por lo que le pudiera pasar a Gina, y creyéndose la responsable por dejar que su sobrina se exhibiera ante Graystone. Pero ahora, era demasiado tarde para lamentaciones, y no le quedaba otra solución que pedir ayuda a la familia para que rescatara a Gina de las garras del duque.

Jeremy regresaba del club, cuando escuchó voces que provenían de la biblioteca, se acercó a la puerta y espió lo que su madre y la criada decían. Y no le gustó para nada enterarse de que Gina se había ido de la mansión.

Sigilosamente, recorrió el pasillo hasta las escaleras para subir a sus aposentos y acostarse, porque estaba muerto de cansancio. Y mentalmente, soltaba una ristra de obscenidades porque no había logrado hacerla suya, y tenía la seguridad de que a esa zorra se le había presentado la oportunidad de largarse con otro hombre, y supo aprovecharla.

En el pasillo, se encontró con Patricia y le dio orden de que subieran la bañera a su dormitorio, que quería darse un baño antes de acostarse. Ya en la estancia, le pidió a su ayuda de cámara que le preparara ropa interior limpia y un pantalón de pijama. El sirviente asintió e hizo lo que su patrón le ordenaba.

Diez minutos después, Jeremy se sumergió en la bañera de agua caliente y se relajaba. Diciéndose que tenía que averiguar el paradero de Gina e ir a buscarla, porque no iba a dejar que escapara de él tan fácilmente. Y desde luego, no iba a permitir que ningún otro hombre se la arrebatara, prefería verla muerta antes que al lado de otro hombre.

Jeremy no sabía por qué una simple doncella lo obsesionaba tanto, pero algo muy dentro de él le decía que esa mujer no siempre había sido una sirvienta, pues en ella se veía un porte regio, elegancia y buenos modales. Y por eso tenía que hacerla suya al precio que fuese.

Cuando el agua de la bañera comenzó a enfriarse, llamó a Travis, el ayuda de cámara, para que le pasara una toalla para secarse. Después de secarse, se vistió con ropa limpia, mientras dos lacayos vaciaban la bañera y la sacaban del dormitorio. Cuando todo estuvo recogido, dio orden de que nadie lo molestara hasta la hora de la comida, y se acostó en la cama, pensando cómo iba a lograr que Gina volviera a su lado. Y la única solución que veía, era que él contratara a un detective que lo ayudara a dar con el paradero de Gina, con esa idea en mente, se quedó profundamente dormido.

Para Holly, el día fue pasando lentamente, porque con el paso de las horas, su angustia por la ausencia de Gina iba en aumento. Porque sabía qué intenciones tenía Graystone con la joven, y tenía el presentimiento de que ese hombre le iba a hacer mucho daño; se lamentaba porque ella no podía hacer nada para ayudarla, aunque quisiera, no tenía ni idea de a dónde se la podría haber llevado.

Ni siquiera tenía ánimos para comer, porque los nervios la devoraban por dentro, y debían haber confiado en la familia para resolver el problema, ya que ellas habían fracasado a la hora de intentar solucionarlo a su manera, y además, conscientes de que el duque se encontraba entre los invitados de los condes.

Por lo menos, mientras atendía a Dolly estaba distraída, y eso evitaría que se volviera loca de la angustia. Esa misma noche, cuando la anciana se quedara dormida, escribiría la carta a sus hijos y al día siguiente haría que uno de los sirvientes la pusiera en el correo, y esperaba que no fuera demasiado tarde para cuando la recibieran.

El carruaje donde viajaban Nolan y Gina de regreso a Londres había hecho cuatro paradas a lo largo del trayecto para que los caballos descansaran, repusieran fuerzas y bebieran agua. Mientras, en el interior del carruaje, seguía reinando el silencio y no se había vuelto a decir ni una sola palabra desde que dejaron la pensión en la que se habían apeado a desayunar.

Ya era noche cerrada, cuando el carruaje entró en Londres. Nolan estaba deseando llegar a la mansión, darse un buen baño para quitarse el polvo del camino, y acostarse a dormir varias horas, porque se encontraba tan cansado que estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano para mantenerse despierto, pues temía que Gina aprovechara cualquier despiste para huir de él, aunque sabía que la amenaza de esa mañana había surtido efecto en ella.

Gina, cortó el hilo de los pensamientos de Nolan, al decir:

—Excelencia, quiero que me llevéis a St. James House para ver a mi padre y a mis primos, necesito ver con mis propios ojos que están bien.

—Ya te he dicho que no, vas a tener que confiar en mi palabra.

—Y yo no confío en vos, después de la forma en que me habéis secuestrado de Éxeter.

El rostro de Nolan se contrajo en una mueca de contrariedad, mientras levantaba una mano para hacer callar a Gina.

—Mira, Gina. Estoy demasiado agotado para discutir contigo. Ya te he dicho que no vas a ver a tu familia y es mi última palabra.

—¡No sois nadie para decirme lo que puedo o no puedo hacer! —exclamó ella, indignada.

—Gina, estoy empezando a hartarme de tus exigencias.

—Estupendo, así podréis ordenar que detengan el carruaje y regresaré a mi casa.

Nolan torció la boca en un gesto de desdén.

—¿Piensas que soy tan idiota para dejar que te vayas?

—Sí, lo haréis. Antes de que os acusen por secuestro y os condenen a la horca por ello.

—No seas ingenua, Gina. No cuelgan a ningún hombre por tener una amante.

—Sí, si está obligada a serlo a la fuerza.

—No irás a ver a tu familia, y es mi última palabra. Por tu bien, es mejor que tengamos la fiesta en paz.

—¡Os juro que algún día pagaréis muy caro por todo esto! —exclamó ella, furiosa entre dientes. Mientras, por dentro hervía de la rabia, porque había perdido la última esperanza de pedir ayuda a su familia.

Casi cuarenta y cinco minutos más tarde, el carruaje atravesó el portón de la entrada de la mansión, y minutos después, se detuvo al lado de la entrada donde un lacayo los esperaba para abrirles la puerta y ayudarlos a apearse. Mientras Gina y Nolan bajaban, del interior de la casa salió el mayordomo con otro de los lacayos y le daba instrucciones para que bajara el equipaje y lo dejara en el vestíbulo, a la espera de saber cuál era el dormitorio que Nolan iba a asignar a la mujer que lo acompañaba.

Ya dentro, Nolan presentó a Graves a Gina, y le dijo que cualquier cosa que necesitara se la pidiera al mayordomo.

Gina se lo quedó mirando fijamente mientras pensaba, y luego dijo:

—Excelencia, en realidad, hay algo que os quiero pedir a vos, y que a mí me haría muy feliz.

—Por favor, Graves, que suban mi equipaje a mis aposentos, y el de la dama a uno de los dormitorios de invitados. —E hizo un gesto para que los dejaran a solas.

—¿De qué se trata?

—Excelencia, me haría muy feliz que permitáis que Cassy, mi doncella, venga a atenderme.

—Tendré qué pensármelo. Porque quiero estar seguro de que no tienes intenciones ocultas al querer que esa mujer venga a mi casa. Es una de tus sirvientas y no dudo de que esté dispuesta a hacer lo que sea para ayudarte a escapar.

—Os juro que no tengo nada que ocultar, excelencia. Os lo pido porque ella me conoce desde hace años, y solamente me encuentro a gusto con ella.

Nolan se quedó largo rato en silencio, luego dijo:

—Te prometo que lo pensaré. Ahora, sube a tu habitación a bañarte y a descansar. Graves te acompañará a tu dormitorio para que te instales.

Gina asintió, y poco después, seguía al mayordomo escaleras arriba, mientras observaba la lujosa decoración de la mansión, y tuvo que reconocer que estaba decorada con muy buen gusto y preciosa.

Cuando llegaron a la puerta de la habitación que le habían asignado, Graves la abrió y le hizo un gesto para que entrara. Gina entró, y se quedó asombrada, al ver la bonita decoración. Por unos minutos, se quedó plantada en el sitio mientras recorría la estancia con la mirada. El dormitorio era muy amplio, presidido por una gran cama de dosel de madera blanca, y cortinas de seda de color lila claro. Al lado, había dos mesillas de noche también blancas, a la derecha había una cómoda con espejo, y un gran armario. También tenía amplios ventanales con cortinas de un color lila más oscuro. Y diciéndose que a partir de ahora ese iba a ser su refugio, porque Graystone estaba loco si pensaba que ella iba a compartir su cama con él.

El mayordomo la dejó a solas. Y Gina fue a sentarse a la cama, deseando que el duque accediera a que Cassy se pudiera quedar con ella. Con su doncella en la mansión, Gina sería capaz de soportar mucho mejor la situación en la que se encontraba, pues su doncella la ayudaría a no volverse loca, ya que en esa casa no podría contar con ningún aliado.

En cuanto Gina subió las escaleras, Nolan llamó a Shelby, una de las doncellas, y le dio órdenes precisas para que no perdiera de vista a Gina en ningún momento. Incluso mandó poner un camastro para que la doncella durmiera en los mismos aposentos que Gina. La sirvienta asintió, y cumplió con lo que su patrón le ordenaba. Sabía que a Gina no le iba a agradar la idea, y de ninguna manera le iba a dar la oportunidad de que saliera de la mansión. Y todavía tenía qué pensar si permitía que su doncella se quedara con ella, porque antes tenía que averiguar qué estaba tramando Gina.

Deseaba darse un baño, pero antes necesitaba una copa para relajarse. Tenía muchas cosas que planear, pero en esos momentos solo quería relajarse y no pensar en nada. Ya en la estancia, se acercó a la mesa de las bebidas, se sirvió una copa de coñac, luego fue a sentarse al sofá, dio un largo sorbo a la bebida, y cerró los ojos, al tiempo que se masajeaba una de las sienes.

Al cabo de un rato, Nolan volvió a abrir los ojos, se bebió de golpe el contenido de la copa, se levantó del sofá, se acercó a la mesa de las bebidas y dejó sobre ella la copa vacía. Luego, salió de la biblioteca para subir a sus aposentos, esperando que a los sirvientes les hubiera dado el tiempo suficiente para que hubieran preparado su baño. Recorrió el pasillo y subió las escaleras a paso ligero; ya en el pasillo, se dirigió a su dormitorio cuando sintió curiosidad por lo que estaba haciendo Gina, porque le había dicho a Shelby que la dejara bañarse sola, ya que Gina no se encontraría nada cómoda desnudándose ante una desconocida. Y en vez de ir al ala donde se encontraban sus aposentos, dio la vuelta y se dirigió al ala donde solían hospedar a los huéspedes.

Al lado de la puerta, Nolan pegó la oreja a la madera a ver si era capaz de escuchar algo, pero dentro parecía estar todo muy silencioso y tranquilo. Sigilosamente, abrió un poco la puerta para saber qué era lo que estaba haciendo Gina. Y la vio, por unos instantes, pensó que el corazón le iba a dejar de latir, ella estaba de pie en la bañera y de espaldas a él, mientras se secaba el pelo con una toalla, y a través del espejo, Nolan vio el reflejo de sus turgentes pechos, y la boca se le secó, y aunque tenía ganas de seguir descubriendo el cuerpo de Gina, se dijo que no podía arriesgarse porque ella lo podría descubrir, o la doncella que la atendía podía aparecer en cualquier momento, y entonces él quedaría como un pervertido por espiar a una mujer cuando se estaba bañando.

Muy despacio, cerró la puerta, se aseguró de que no había nadie en el pasillo, y se dirigió a su dormitorio para bañarse. Cuando entró en sus aposentos, vio que todavía Torrance estaba escogiendo ropa limpia en el armario, y dos lacayos llenaban la bañera con cubos de agua caliente. Minutos después, el ayuda de cámara le ayudaba a quitarse la ropa. Nolan se sumergió en la bañera de agua caliente, y dio orden al sirviente de que lo dejara a solas. Torrance asintió, hizo una reverencia y dejó a solas a su patrón.

Fue entonces cuando Nolan se dejó llevar por sus pensamientos, y se dio el lujo de volver a recrear en su mente el cuerpo desnudo de Gina, y tuvo que reconocer que esa mujer era perfecta. Y ahora que la había visto desnuda, todavía la deseaba más y soñaba con hacerle el amor lenta y apasionadamente. Porque por mucho que ella insistía en que nunca se iba a acostar con él, estaba seguro de que muy pronto Gina bajaría la guardia.

El agua de la bañera comenzó a enfriarse, y Nolan llamó a Torrance para que le pasara una toalla para secarse; luego, se visitó con ropa limpia. Poco después, entró Graves y le preguntó a Nolan si le servían algo de cena, él respondió que no tenía hambre, y le ordenó que fuera a los aposentos de Gina a preguntarle si quería tomar algo antes de acostarse.

Como estaba agotado, Nolan se acostó en la cama después de despedir a Torrance para que lo dejara a solas. Apagó la luz de la vela, y la estancia quedó en penumbra. Pero, durante largo rato, no fue capaz de cerrar los ojos, y diciéndose que debía haber obligado a Gina a compartir su cama desde ya. Pero Nolan había querido que ella se fuera adaptando al ambiente de la mansión, y comprobar con sus propios ojos los beneficios que obtendría al convertirse en su amante. Ella le había asegurado que no le importaban las cosas materiales, pero Nolan sabía perfectamente que mentía, porque en el pasado lo había despreciado por ser un simple secretario.

Dio varias vueltas en la cama, porque la imagen de Gina desnuda no dejaba de atormentarlo. Esa mujer se estaba convirtiendo en una obsesión para él, y eso podía hacerle perder la cabeza y flaquear en sus planes, y Nolan tenía muy claro que no podía desviarse de su cometido, porque si no, el lastimado sería él, y desde luego, no iba a permitir que una mujer que se había burlado de él en el pasado, saliera indemne.

Por fin, el cansancio lo fue venciendo. Nolan cerró los ojos y cayó en la oscuridad de un profundo sueño, mientras el cuerpo se le relajaba y disfrutaba de tan merecido descanso.

Gina se había bañado y cambiado de ropa, cuando llamaron a la puerta y una doncella entró en la habitación.

—Buenas noches, señorita. Soy Shelby y su excelencia me ha ordenado que la atienda en todo lo que usted necesite, y que se sienta lo más cómoda posible.

—Hola, Shelby, yo soy Gina St. James. Te agradezco tus buenas intenciones, pero te aseguro que me las puedo arreglar perfectamente sola.

—Lo siento, pero son órdenes directas del duque, y no puedo desobedecer una orden directa de su excelencia.

La conversación quedó interrumpida porque llamaron a la puerta, la doncella abrió, y dos de los lacayos cargaban con un camastro. Shelby abrió del todo la puerta y se hizo a un lado para que los sirvientes entraran.

—¿Qué significa esto? —preguntó Gina.

La doncella les indicó a sus compañeros dónde podían dejar el camastro, y poco después, volvieron a quedar solas.

—Su excelencia me ha pedido que me quede con usted en este dormitorio.

—¿Por qué? —siguió preguntando Gina, pero tenía sus sospechas de por qué ese canalla había pedido a la sirvienta que se quedara con ella.

—Para que usted no se sienta tan sola en esta habitación tan grande. Y por si se le ofrece algo de noche, no conoce la mansión y se puede perder.

A Gina no le quedó más remedio que resignarse, porque su última oportunidad de escapar de Graystone se le había escapado de las manos. Con la doncella en los aposentos, le iba a ser imposible escapar en medio de la noche, y mentalmente maldijo a ese hombre, porque parecía tener un sexto sentido para saber lo que ella pretendía, y siempre iba un paso delante de ella, y lo estaba empezando a odiar con todas sus fuerzas. Porque un hombre que secuestraba a una mujer para obligarla a ser su amante, no era un hombre de verdad, era un demonio.

Pero se obligó a sacar esos pensamientos de la mente, porque no podía pagar su frustración con la pobre doncella, Shelby solo cumplía las órdenes de su patrón.

—Shelby, quisiera tomarme un té, ¿sería posible? —preguntó Gina, amablemente.

—Por supuesto, señorita. Avisaré a Graves para que se lo sirva. —La mujer se acercó al cordón para llamar al mayordomo. Poco después, el sirviente llamó suavemente a la puerta y entró en el dormitorio.

—¿Se le ofrece algo, señorita?

—Sí, ¿podrías subirme un té?

—Enseguida, señorita. Aunque su excelencia me ha pedido que le pregunte si desea cenar algo.

—No, gracias. con el té será suficiente.

El sirviente salió de la estancia, y bajó a la cocina a preparar el té que Gina había pedido. Mientras, Shelby hacía su cama. La doncella estaba colocando la colcha, cuando Graves entró en la estancia con una bandeja entre las manos, en la que había una humeante taza de té, y un plato con galletas.

El mayordomo se acercó a la mesilla de noche, y dejó la bandeja sobre el mueble, y salió del dormitorio dejándolas solas. Gina se acercó a la cama, se sentó en el borde, cogió la taza de té de la bandeja, se lo fue bebiendo en lentos sorbos y notando que el cuerpo se le relajaba.

Diez minutos después, y tras mucho insistir, la doncella ayudó a Gina a desvestirse y a ponerse el camisón, también le cepilló el pelo. Luego, ambas mujeres se acostaron en sus respectivas camas y Gina apagó la luz de la vela.

Intentó cerrar los ojos y dormir, habían sido muchas horas de viaje y se encontraba exhausta, pero no conseguía que el sueño la venciera. Gina reconocía que estaba asustada, aunque lo intentaba disimular y ser fuerte, era todo lo contrario. Y tenía que idear pronto un plan para poder deshacerse del duque antes de que arruinara su buena reputación.

Ella había esperado poder escapar esa noche en cuanto todo el mundo estuviera durmiendo, pero Graystone se le había adelantado a la jugada: le había puesto una doncella para que la vigilara, y su plan había fracasado estrepitosamente, antes de ponerlo en marcha.

Se dio la vuelta en la cama, y miró a Shelby, esta parecía dormir, pero Gina no podía fiarse, porque bien podría ser una artimaña para engañarla, y si intentaba algo, enseguida avisaría a su patrón de que ella había intentado huir, y entonces las cosas le iban a ir mucho peor.

Volvió a dar varias vueltas más, pero no lograba conciliar el sueño. Fue bien entrada la madrugada cuando finalmente el cansancio la venció. Esa noche, Gina tuvo un perturbador sueño con Graystone. Soñó que él la volvía a besar, y ella no se resistió, al contrario, lo abrazó más fuerte para que no se separara de ella, mientras en el estómago sentía revolotear cientos de mariposas. El duque profundizó el beso, y con la punta de la lengua, incitó a Gina a que abriera la boca para poder explorarla, mientras sus lenguas se unían en una excitante danza y en la que las emociones de Gina la hacían sentirse viva, y a punto de perder la razón. Porque no entendía que un desconocido le hiciera sentir todo lo que estaba sintiendo solamente con un beso, pues nunca antes la habían besado de esa forma.

Gina se acurrucó en la cama, con una sonrisa en los labios, mientras seguía perdida en las profundidades de ese sueño tan delicioso y del que no querría despertarse jamás. Mientras, en el interior de la mansión y en la calle, reinaban la paz y la tranquilidad en el transcurso de la noche.

Mientras, Gina seguía con el sueño más dulce que había tenido en toda su vida, porque ahora se daba cuenta de lo mucho que se sentía atraída por Graystone, pero eso era lo que menos le importaba, lo único que quería era sentirse abrazada entre los fuertes brazos del duque, perdida en sus besos y en el sabor a miel de su boca, y besos a los que Gina se estaba haciendo adicta.

La venganza de un duque

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