Читать книгу La venganza de un duque - Noelle Cass - Страница 7
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ОглавлениеYa habían pasado tres largas semanas, desde que Gina y Holly llegaran a Éxeter. Tres días después de su llegada, consiguieron que las contrataran para trabajar en la casa del conde Carling; Holly, como acompañante de la anciana madre del conde, y Gina, como doncella. Al principio, su tía se había opuesto a que su sobrina fuera una simple doncella, pero Gina le había hecho ver que necesitaban el trabajo para sobrevivir mientras permanecían en Ëxeter, y empleadas en la misma casa, tendrían una cama donde dormir y ahorrarían mucho dinero al no tener que pagar alquiler por una casa. Lord Aníbal y su esposa lady Vera, se portaban muy bien con las dos, pero con el hijo del matrimonio, las cosas eran muy diferentes, lord Jeremy Carling era un joven muy apuesto y se había encaprichado de Gina desde que la había visto, y no perdía ocasión para molestarla.
Ya era media mañana, y Gina se encontraba en uno de los dormitorios aireando la estancia y cambiando las sábanas de la cama, cuando Jeremy la increpó por la espalda, con un brazo la sujetó por la cintura, y con la mano que tenía libre le tapó la boca.
—Si sabes lo que te conviene, vas a hacer todo lo que yo te pida —le dijo al oído.
Gina intentó zafarse, y eso hizo que Jeremy se enfadara.
—¡Te he dicho que te estés quieta, me estás empezando a agotar la paciencia! —Y la apretó todavía más a su cuerpo.
Ella hizo un nuevo intentó de zafarse dándole una patada, pero falló en el intento.
Luego, la giró bruscamente y la empujó a la cama, después se tumbó sobre ella y empezó a levantarle la falda del uniforme.
Gina aprovechó ese momento para morderle la mano, flexionó la rodilla y golpeó a Jeremy en la entrepierna, él aulló de dolor mientras se doblaba, Gina se libró de él, se levantó de la cama y se alisó la ropa.
—¡Esto es para que aprenda que conmigo no se juega! —Y salió corriendo del dormitorio. En el pasillo se apoyó en la pared mientras intentaba tranquilizarse, pensando que no le quedaba más remedio que callar lo que había sucedido; si no lo hacía, su tía y ella se quedarían en la calle, y además, el hijo del conde diría que había sido ella la que había intentado seducirlo. Finalmente, logró tranquilizarse y continuó con sus quehaceres, diciéndose que de ahora en adelante debía tener mucha precaución y evitar quedarse a solas con Jeremy.
En el dormitorio, Jeremy seguía retorciéndose de dolor, al tiempo que decía:
—¡Esto no va a quedar así! ¡Vas a ser mía a como dé lugar!
Para alivio de Gina, el resto de la mañana no se volvió a encontrar con él, y preguntándose por qué había tenido que caer tan bajo, ella, que lo había tenido todo en la vida, y resultaba muy duro servir a personas que antes habían estado a su mismo nivel social.
Por culpa de Graystone, había tenido que huir de Londres como una fugitiva, y no iba a permitir que un canalla la deshonrara. Y de nuevo maldijo al duque porque todavía les seguía haciendo la vida imposible.
A la hora de comer, por orden de Patricia, el ama de llaves, otra doncella y ella sirvieron la comida al conde, a su esposa y a la anciana madre, Dolly, que estaba acompañada por Holly. Después de la comida, sirvieron té, y finalmente recogieron la mesa. Tras una pequeña comida en la cocina, Gina continuó con todo el trabajo que tenía que hacer.
Horas después de recoger la mesa de la cena, Gina se fue a su dormitorio a quitarse el uniforme, asearse y ponerse el camisón, como no tenía hambre, se tumbó en la cama y se puso a leer un rato para intentar distraerse y no pensar en nada. Ya apenas veía a Holly, pues a ella le habían puesto un pequeño camastro en los aposentos de la anciana.
Nolan había viajado a Éxeter, porque Danny Tramain, el detective que había contratado, le aseguró que la dama que buscaban se encontraba en la ciudad. Y ya llevaba casi una semana alojado en la suite del mejor hotel y todavía no sabía dónde se escondía Gina.
Ya pasaban de las diez y media de la noche, Nolan ya había bajado a cenar al restaurante del hotel, y ahora se encontraba en la suite dando vueltas de un lado a otro, tenía que encontrar a Gina, ella no se iba a burlar de él tan fácilmente. Danny le había dicho que estuvo preguntando en las casas que se habían alquilado durante las últimas semanas, pero ninguna de ellas fue alquilada por dos mujeres que encajaran con la descripción que Nolan le había proporcionado.
Luego, se acercó al mueble de las bebidas y se sirvió una copa de coñac, fue a sentarse al sofá y dio un sorbo a la bebida, y preguntándose qué más podría hacer para encontrar a Gina. Éxeter no era una ciudad tan grande, y ella no podía haberse esfumado de la faz de la Tierra. Y se dijo que seguiría buscándola hasta dar con su paradero. Gina había demostrado ser una mujer astuta, pero él le iba a enseñar que lo era mucho más, y que por mucho que intentara escapar de él, nunca lo iba a conseguir, porque la perseguiría hasta el mismísimo infierno si era necesario, porque Gina iba a pagar muy caro, e iba a disfrutar haciéndola pagar.
Se bebió el contenido de la copa, y entonces recordó que para esa noche se había organizado una partida de póquer en una de las salas del hotel. Se levantó del sofá, se recompuso la ropa y salió de la suite, decidido a pasárselo bien durante unas horas.
La suerte estaba de su lado, y a lo largo de la noche fue el ganador de la partida, aunque en esa ocasión no se había apostado dinero, simplemente había sido organizada para diversión de los caballeros que se alojaban en el prestigioso hotel.
Cerca de las tres de la madrugada, Nolan regresó a su suite. Allí se desvistió; en ese viaje había prescindido de su ayuda de cámara, ya que no tenía intención de quedarse para siempre en Éxeter. Luego, se puso el pantalón del pijama y se acostó en la mullida cama. Apagó la luz, y como estaba exhausto, poco a poco se fue quedando profundamente dormido, mientras la suave luz de la luna inundaba la habitación.
Y como otra noche cualquiera, soñó con Gina, con sus besos y sus caricias que tanto añoraba. Y Nolan era feliz porque ella le correspondía. Le encantaba sentir el tacto de la piel de ella sobre la suya, sus labios sobre los suyos y descubrir a qué sabían sus besos. Pero de pronto, el hechizo se rompió y Nolan despertó bruscamente y respirando con dificultad, diciéndose que solo había sido un sueño, pero demasiado real.
Separó las mantas de la cama, se sentó en el borde de la cama y se pasó las manos por el pelo, diciéndose que la obsesión por esa mujer lo estaba llevando a la locura, y si no la encontraba pronto y la hacía suya, acabaría volviéndose completamente loco. Y se negaba a creer que seguía enamorado de Gina, no, no lo podía estar, después de cómo ella lo había rechazado de forma tan cruel. Lo que sentía por Gina en esos momentos, era un deseo incontrolable por tenerla en su cama y poseerla. Y para lograrlo, tenía que encontrarla lo antes posible.
Para Gina, la noche no estaba pasando demasiado bien, y no podía pegar ojo, temiendo que Jeremy irrumpiera de un momento a otro en su cuarto para terminar con lo que había empezado esa mañana. Aunque tenía prohibido acercarse a los dominios de la servidumbre, Gina no se fiaba para nada, por eso había decidido pasar la noche con un ojo abierto y alerta. Sabía que a la mañana siguiente tendría un espantoso dolor de cabeza, pero eso era lo que menos le importaba, proteger su honra era mucho más importante que unas horas de sueño. Lo que no dejaba de preguntarse era hasta cuándo podría soportar esa situación, porque ella tenía conocimiento de que era la única sirvienta que Jeremy Carling violentaba y molestaba de la forma que lo hacía.
Cansada de dar vueltas en la cama, encendió la vela, hizo a un lado la ropa de cama, se levantó, se acercó a la ventana, descorrió la cortina, y se puso a contemplar la oscuridad de la noche a través del cristal. Pensando en que tenía que buscar una solución para evitar que Jeremy la siguiera molestando, pero por muchas vueltas que le diera al asunto, no encontraba una solución, ya que ella era una simple doncella y llevaba las de perder. Si se atrevía a decir una sola palabra, su tía y ella serían echadas a la calle como perros, y Gina tenía claro que no podía permitir que eso sucediera, tenían que permanecer en esa casa hasta que ahorraran el suficiente dinero para poder alquilar su propia vivienda.
Minutos después, cerró la cortina y regresó a la cama, se tumbó, se cubrió con las mantas, cogió el libro que había dejado sobre la cama y se dispuso a leer un rato, a ver si así la vencía el cansancio y lograba descansar el resto de la noche, pero la lectura no la atrapaba.
De repente, Graystone apareció en su mente. Se preguntó si él la estaría buscando o se habría rendido al darse cuenta de que no iba a conseguir nada de ella. Y esperaba de todo corazón que no la buscara y la dejara continuar con su vida tranquilamente. Pero tenía sus dudas al respecto, el duque no se había pasado tantos años intentando destruirlos para que de buenas a primeras se quedara tan tranquilo. Gina rezó de todo corazón para que ese malvado hombre se olvidara de ella para siempre, y por supuesto, que Jeremy Carling la dejara de molestar, solo así podría llevar una vida tranquila. Y, sobre todo, rezó por la familia que había dejado en Londres, para que su padre y sus primos se encontraran bien. No había sido fácil mentirles, pero era la mejor decisión que su tía y ella habían tomado, porque no quería que ellos fueran a reclamarle nada al duque, porque se podría ensañar con su padre y sus primos, y Gina jamás lo hubiera soportado.
A la mañana siguiente, a Gina no le quedó más remedio que tomarse varios analgésicos para eliminar el terrible dolor de cabeza que tenía, pues no había sido capaz de descansar en toda la noche, y necesitaba estar completamente despejada para poder desempeñar su trabajo.
Estaba acabando de vestirse, cuando una de sus compañeras llamó a su puerta.
—Gina, ¿puedo pasar?
—Adelante, Sandy. —La otra doncella abrió la puerta y entró.
—Buenos días, lady Vera, me ha enviado a buscarte porque quiere hablar contigo.
—¿Y qué quiere de mí? —preguntó, pero un escalofrío la recorrió de los pies a la cabeza, pensando que a lo mejor Jeremy la había delatado y la iban a despedir.
—No lo sé, Gina. Solamente me ha dicho que te viniera a avisar de que te espera en su saloncito privado.
—Por favor, Sandy, dile que enseguida voy.
—De acuerdo. —Y la doncella salió del dormitorio tras despedirse de Gina.
Con los nervios a flor de piel, Gina acabó de ponerse el uniforme y la cofia que usaban las doncellas de la casa. Tenía miedo de que por culpa del idiota de Jeremy su tía y ella se quedaran sin trabajo. Cada día que pasaba, odiaba más la miserable vida a la que la habían obligado a vivir, pero por mucho coraje que le causara esa sensación, no le quedaba más remedio que soportarla.
Minutos después, salió de sus aposentos y se dirigió al saloncito privado de Vera, que se encontraba en la planta de arriba de la casa. Mientras subía las escaleras, Gina notaba que el corazón se le iba a salir del pecho, por mucho que intentara tranquilizarse, no lo conseguía.
Para cuando llegó a las puertas dobles del saloncito, se paró para inspirar profundamente y desde el interior le llegó la voz de Vera diciéndole que pasara. Gina entró e hizo una reverencia.
—Milady, ¿quería usted hablar conmigo?
—Sí, acércate, por favor. —Y Gina hizo lo que Vera le decía.
—¿He hecho algo malo, milady? —siguió preguntando.
—No, no, al contrario. Estoy encantada con el trabajo que desempeñáis tu tía y tú en esta casa. Nunca he visto tan contenta a mi suegra con su dama de compañía. Y tú eres responsable y haces bien tus labores.
—Milady, me agrada poder escuchar eso.
—Le he dicho a Sandy que vinieras porque estoy organizando un baile de máscaras. Me he enterado de que el duque de Graystone se encuentra en la ciudad. Mis amistades me han comentado que se aloja en el hotel Resorte.
—¿Y qué tiene que ver eso conmigo?
—Quiero que tú dejes en la recepción del hotel la invitación para que se la entreguen.
Gina empezaba a notar que se le secaba la garganta, porque si iba a ese hotel, existía la posibilidad de que se encontrara con el duque, y él entonces sabría que estaba escondida en Éxeter.
—¿Y no es más conveniente que la entregue usted? Es la anfitriona.
—Ya lo había pensado, pero me es imposible. El baile se celebrará dentro de dos noches y todavía me queda mucho trabajo por hacer.
A Gina no le quedaba más remedio que cumplir con lo que su patrona le había pedido.
—Como usted ordene, milady.
—El cochero ya tiene el carruaje listo para llevarte al hotel.
—Milady, ¿necesita algo más?
—No, eso es todo, puedes retirarte. —Gina hizo una reverencia y salió de la estancia.
Tan pronto bajó al piso inferior, Samuel, el cochero, ya la estaba esperando con el carruaje en la entrada de la casa. Gina subió al carruaje y el vehículo se puso en marcha, mientras el corazón le latía a galope dentro del pecho, solo esperaba no encontrarse con Graystone. Haría el recado que su patrona le había encomendado, dejaría la invitación en la recepción del hotel y regresaría a casa para continuar con sus quehaceres.
El carruaje se detuvo frente a la entrada del hotel. Gina bajó del vehículo y se puso a caminar hacia la entrada del edificio, con piernas temblorosas, temiendo encontrarse con el duque. Como llevaba el uniforme puesto, el portero no se molestó siquiera en abrirle la puerta. En el vestíbulo del hotel, tuvo que enfrentarse a las miradas de indignación de clientes y empleados, pero Gina irguió con orgullo la cabeza y se dirigió al mostrador de recepción.
—Buenos días, señorita.
—¿Qué es lo que quieres? —preguntó la guapa recepcionista, con aire despectivo.
—Soy empleada del conde Carling. Su esposa, la condesa, está organizando un baile y me pidió que dejara esta invitación para el duque de Graystone. —Y le mostró el sobre.
—Muy bien —respondió la chica, al tiempo que le sacaba el sobre de la mano—. Le entregaremos la invitación cuando lo veamos, ahora ya puedes irte.
Gina salió del edificio, pues ya no soportaba que la gente la mirara como si fuera un insecto al que había que aplastar. Ya al lado del carruaje, subió y regresó a la casa. Y allí le informó a Vera que había cumplido su encargo. Luego, comenzó su jornada laboral, pues no tenía tiempo que perder, porque ya llevaba mucho retraso.
Mientras cambiaba las sábanas de las camas, y limpiaba el polvo, no podía dejar de pensar que en dos días iba a volver a ver a Graystone. Y se preguntó cómo iba a hacer para evitarlo, porque estaba segura de que en cuanto la viera, la iba a reconocer. Por mucho que intentara sacar esa preocupación de la mente, no era capaz. Porque por culpa de ese hombre tan déspota, estaba haciendo todo lo posible para ocultarse de él.
Sacudió suavemente la cabeza, y se puso a pensar en cosas más agradables, como, por ejemplo, en escribirles una carta a la familia para saber cómo se encontraban, y que ellos también supieran que su tía y ella se encontraban bien. Cada día que pasaba, a Gina le costaba cada vez más estar separada de su casa y de todos sus recuerdos. Tenía que mantenerse firme y pensar en cómo iba a hacer para que Graystone no la viera servir durante el baile.
Nolan todavía se encontraba en la cama. Era lo bueno de pertenecer a la nobleza, no se tenían preocupaciones y uno podía levantarse a la hora que fuera. Perezosamente, separó las mantas de la cama, se levantó, se acercó a las amplias ventanas y descorrió la cortina; al instante, la habitación quedó inundada por la luz del sol. Luego, se puso la bata y se disponía a desayunar cuando llamaron a la puerta de la habitación. Nolan hizo un gesto de contrariedad, ya que no soportaba las interrupciones, se anudó la bata y fue a abrir.
—Buenos días, excelencia, siento importunaros, pero han dejado este sobre para vos en recepción —dijo el botones.
—Gracias —respondió Nolan, al tiempo que cogía el sobre.
—¿Estáis cómodo, necesitáis algo? —Quiso saber el empleado.
—Todo está en orden —respondió Nolan.
—Me alegro, ya sabéis que solo tenéis que avisar cuando necesitéis algo. —El botones hizo una reverencia y desapareció por el pasillo para continuar con su trabajo.
Nolan cerró la puerta, vio que en el sobre estaba escrito el nombre del conde Carling, y sin pérdida de tiempo abrió el sobre. Estupendo, se dijo, lo estaban invitando a un baile de máscaras que se celebraría dentro de dos noches. Ya que no le vendría nada mal divertirse unas horas, y diciéndose que tenía que confirmar su asistencia lo antes posible. Se acercó a la mesa del desayuno, dejó el sobre, y se sentó a tomarse el desayuno. Y con el presentimiento de que le esperaban grandes sorpresas.
Después de desayunar, se dio un baño, se vistió con la elegancia de siempre, y tras consultar su aspecto en el espejo, salió de la habitación. Para ese día, el hotel había organizado varias actividades para entretener a los huéspedes. Para los caballeros, habían organizado un concurso de dardos, una partida de cartas, y las actuaciones de dos bellas cantantes. Las damas, se entretendrían bordando, tomando el té, y todo amenizado con la armoniosa música de un arpa.
A la hora de la cena, los huéspedes se reunieron en el comedor, y mientras se sentaban, comentaban lo bien que se lo habían pasado ese día, y los camareros comenzaban a servir la cena.
Nolan se sentó solo. El día le había resultado agradable, pero nada fuera de lo normal. Mientras cenaba, el baile de los condes ocupó de nuevo su mente, deseando que los dos próximos días pasaran pronto para poder asistir al baile. Porque su intuición le decía que en esa casa le aguardaba una gran sorpresa, y deseaba averiguar de qué se trataba.
Después de cenar, pidió un café acompañado de una copa de coñac. De pronto, la imagen de Gina St. James cobró vida en su mente, y se maldijo, porque desde que había llegado a Éxeter no había sido capaz de dar con su paradero, parecía como si Gina se hubiera esfumado del planeta. De nuevo, pensó en la posibilidad de que hubiera abandonado el país en barco, pero Danny le había asegurado que el nombre de esa mujer no se encontraba en las listas de pasajeros de ningún barco que hubiera zarpado de Londres, o fuera a zarpar en los próximos días. Y Nolan tenía el presentimiento de que estaba malgastando sus energías buscando en el lugar equivocado, y ya no sabía qué más podría hacer, quería creer en el detective al asegurarle que estaban tras la pista correcta. A Nolan no le gustaría malgastar su fortuna en algo que no estaba dando los frutos que esperaba.
Nolan sacó esos pensamientos de la mente, se levantó de la mesa, se acercó a la barra del restaurante y allí pidió otra copa de coñac. Todavía no tenía sueño, y estaba seguro de que, si subía a su habitación a acostarse, no iba a ser capaz de dormir. Minutos después, el barman le informó de que varios caballeros solicitaban su presencia para una partida de póquer, y Nolan se alegró por ello, porque así estaría distraído parte de la noche, ya que a todo buen caballero que se preciara, le gustaba disfrutar de una buena partida de cartas.
Y como siempre, Nolan volvió a llevarse las mejores manos y ganó todas las partidas de la velada, ya que tenía mucha suerte para el juego. No había nacido en cuna de oro, pero estaba demostrando mucha más inteligencia que los petimetres que se habían criado en Eton, y que se creían el ombligo del mundo por nacer entre la nobleza.