Читать книгу La chispa adecuada - Noemí Quesada - Страница 10

Оглавление

Noches de desenfreno, mañanas de ibuprofeno

Lo hemos echado a suertes con nuestro mítico «piedra, papel, tijera» y le ha tocado a Cam ir a la farmacia a por alguna droga sanadora que nos libere de este martilleo en las sienes. El pobre no sé cómo se las arregla, pero siempre pierde a este juego. Ha refunfuñado como un niño pequeño y por poco me estalla la cabeza con el ataque de risa. Carol apenas ha estado pendiente del teléfono y echo en falta alguna de sus conversaciones cursis con Martín. Además, sus respuestas esquivas me dicen que entre ellos está pasando algo gordo o si no, ella no estaría aquí.

—¿Me quieres contar lo que te pasa con Martín?

Las dos seguimos metidas en la cama y aunque me esté dando la espalda, sé que no está durmiendo. Tras un soplido salido de lo más hondo, se pone bocarriba y sé que ha estado llorando. La máscara de pestañas le ha formado unos chorretones negros por toda la cara y parece recién salida de una película de terror.

—La verdad es que no me pasa nada.

—¿Nada?

—Nada de nada.

Carol es de esas personas que necesitan que les dejes tiempo entre preguntas o de lo contrario, se agobia y no contesta. Siempre piensa muy bien lo que va a decir y medita las palabras exactas.

—Sí, Emma, últimamente no pasa nada. Ni por su parte ni por la mía. Todo empezó de la mejor manera posible, pero se ha ido desinflando de tal forma que ya apenas reconozco lo que teníamos o quiénes éramos.

—Pero… te pidió matrimonio —digo sin terminar de entender.

—Después de mucho pensarlo, creo que lo hizo como último cartucho, como si así pudiera salvar la relación. Supongo que yo le dije que sí por lo mismo. No sé qué pensar. No es que estemos mal, pero me pregunto si ya está, si esto es todo lo que hay. El amor se acaba o se transforma, se pierde la emoción, la pasión. ¿Es siempre así? ¿No hay nada más? No sé… Nos casamos, tenemos hijos, me convierto en mujer trabajadora y ama de casa, preparo la cena, baño a los niños y vuelta a empezar.

Habla a la nada, sintiendo cada palabra en lo más profundo de su corazón. Ahora me siento una mala amiga por no haber sabido antes de su situación y por no poder consolarla, pues no tengo respuestas para nada de lo que ha dicho.

—¿Por qué no me lo has contado antes?

—Es que tampoco hay nada que contar, igual son todo rayadas mías, yo qué sé.

—¿Lo has hablado con él?

—Creo que no me entendería —dice negando con la cabeza—. O puede que piense igual, tampoco lo veo muy ilusionado. No sé, igual es una crisis de pareja sin más.

—No tengo ni idea, en estos temas me pillas de novata total.

—No eres novata, has tenido novios.

—Sí, ya ves tú qué novios. Raúl, el gay que no sabía que lo era y Mateo. A estos añadimos un par de medio novios que me pusieron los cuernos a diestro y siniestro.

—¿Estáis hablando de Mateo? —interrumpe Cam que acaba de llegar con un par de bolsas—. ¿Mateo, «en tu cara me meo»?

Carol comienza a reír junto a él mientras yo me vuelvo a meter bajo las sábanas. Los muy cabrones se parten de risa cada vez que sale el tema, que, para mi disgusto, suele ser bastante a menudo.

—Aún no puedo entender cómo dejaste que te meara en la cara, en serio —ríe Carol.

—Joder, no pienso volver a decíroslo. ¡Yo no sabía que me iba a mear! ¿Vale?

—Pero si te lo dijo, cari. ¿Quieres que te haga la lluvia dorada? —dice Cam poniendo voz seductora imitando la escena, tal y como se lo conté hace ya más de dos años.

—Síííí —contesta Carol siguiéndole el juego—, ¡hazme la lluvia dorada!

—¡Sois gilipollas! Son cosas que se dicen mientras estás ahí con todo el subidón, ¡no sabía que realmente pensaba hacerlo!

Los cabrones están llorando de la risa mientras yo me lamento por habérselo contado con tal lujo de detalles. Por supuesto lo dejé de inmediato, después de meterme a la ducha a punto de echar hasta la primera papilla por la boca. El muy guarro me meó en la cara y una no vuelve a ser la misma después de eso. Desde hace dos años tengo la puerta cerrada a los hombres. Me he acostado con alguno, pero solo por extrema necesidad, al fin y al cabo, una no es de piedra. Pero me sobran dedos de la mano para contarlos.

—Ay, no pensaba que podía reírme tanto recién levantado y resacoso. ¡Grande, Mateo! —aplaude.

—¡Como sigas te tiro el zapato a la cabeza! ¿Qué hay en la bolsa?

—Aparte de pastillas, he traído el desayuno. Tenemos que reponer fuerzas, quiero patearme la ciudad de punta a punta, así bajamos las calorías del alcohol de anoche.

Cam recoge el sofá donde ha dormido y pone el desayuno encima de la mesa. Es cuidadoso y detallista donde los haya. Se ha duchado y vestido como un pincel para salir a por los suministros, mientras Carol y yo estamos medio en bragas, con pelo de escarola y restos de maquillaje por la cara, como si fuéramos dos payasos recién atropellados.

—Emma, tengo algo para ti, pero prométeme que lo vas a guardar.

—No voy a prometerte nada.

—Terca como una mula, chica. Cam extiende la mano y me da el papel arrugado que lancé anoche por los aires.

—¿En serio volviste a cogerlo? Flipo contigo.

—Soy yo el que flipa, cari. No te digo que os caséis, pero joder, está como un queso, es amable, te da su número y tú lo tiras como queriendo demostrar que no lo necesitas.

—Es que no lo necesito —refunfuño.

—Vale, no lo necesitas, pero puedes tomar un café, un helado, una cerveza… No sé, abrir un poco la mente que últimamente estás más cerrada en banda que una almeja.

—Como sigas comparándome con animales, te la ganas. ¿Para qué quiero su número? Estoy aquí de paso, él se va a Indonesia en tres días… Fin de la historia.

—O también puedes verlo como que los dos estáis en el mismo lugar, a la misma vez y que un café no hace daño a nadie —añade Carol sabiendo que la voy a fulminar con la mirada—. No sé, digo yo…

—Cuando os aliáis me dais un poquito de asco, que lo sepáis.

—Bueno, yo voy a dejar el número de Alex aquí al lado de tu cama, para que te acompañe —extiende el papel con delicadeza—. Tú solo piénsatelo. Ojalá alguno así me diera su número, que le pedía matrimonio la primera noche. ¡Rubio, hazme tuyo, estoy aquí para servirte!

Cam se pasea por el salón, donut en mano, con su particular forma de contonearse, mientras Carol y yo nos reímos con la boca llena de chocolate. Siempre le decimos que no es justo que él camine de manera más femenina que nosotras, pero es algo innato. Aunque trate de enseñarnos, jamás nos deslizaremos como él. Cam no camina, él levita y hay que asumirlo.

La chispa adecuada

Подняться наверх