Читать книгу La chispa adecuada - Noemí Quesada - Страница 9

Оглавление

Alex

Cam ha tardado menos de una hora en ligar con un rubio de pelo largo y metro ochenta. Así es él. Carol está desatada, cosa que me extraña un poco, pero supongo que será por la emoción del viaje.

—¿Qué opina Martín de que hayas venido sin él? —grito junto a su oreja debido al excesivo volumen de la música.

Carol se encoge de hombros y sigue bailando sin contestar a la pregunta. Mi sexto sentido me dice que aquí pasa algo, pero sé que no es el momento de indagar.

—Me alegro tanto de que estemos juntos —les digo una vez que Cam ha vuelto—. Deberíamos hacerlo más. Tendríamos que juntarnos los tres, mínimo una vez por semana. Te echamos de menos, Carol. Ya no es lo mismo de antes.

Mi ataque de euforia y sinceridad deja claro que ya he bebido de más.

—Lo sé, chicos, perdonadme, es que… En fin, estoy muy liada, ya sabéis… Pero ahora estamos aquí que es lo que importa, ¿no?

Cam alarga los brazos y nos funde en un abrazo reparador en el que no hay gente, ni música, ni ningún tipo de problema. Solo dura unos segundos, pero es como volver a la etapa universitaria en la que todo eran fiestas, risas y felicidad.

—Os quiero, chicas. Ojalá siempre estemos juntos.

—Lo estaremos, no vais a deshaceros de mí, así como así —contesta Carol como hablando para ella misma.

—Ese chico me suena… —pienso en voz alta.

—Toma, ya está la otra rompiendo la magia —se separa bruscamente Cam.

—¿Qué chico?

No he podido evitarlo, mientras ellos se deshacían en elogios y amor, mi mirada ha ido más a allá de sus cabezas y se ha topado con alguien que ha llamado mi atención. ¿De qué lo conozco?

—El rubio. ¡No miréis! — les advierto mientras me doy la vuelta y me quedo de espaldas a él.

—¿Puede saberse de qué conoces a tal elemento, cari? —me interroga Cam mientras él y Carol me miran expectantes.

Tras unos segundos, logro recordar. Es el surfero de la cafetería, solo que con vaqueros y camisa me ha costado reconocerlo.

—Nada, lo vi sentado en una cafetería con sus amigos el otro día —digo sin querer darle importancia.

—¿Solo eso? ¿No hablasteis ni nada?

—No. Estábamos mesa con mesa, pero él ni siquiera me vio.

—Pues… viene hacia aquí —me susurra Carol mientras me sujeta del brazo.

—¿Cómo?

Antes de que pueda contestarme, ambos se apartan y una mano se posa en mi cintura. Me tenso como un palo y el surfero se planta frente a mí.

—¿Miras así a todo el mundo? ¿No sabes que es de mala educación?

—Perdona, ¿te conozco? —trato de hacer como que no sé de qué habla.

—Te vi el otro día en la cafetería. ¿Sabes lo incómodo que es tratar de mantener una conversación mientras una persona ajena te escudriña con la mirada?

Creo que mi boca llega al suelo y mis ojos están a punto de salirse de las órbitas, como si fuera un dibujo animado. Intento decir algo que esté a la altura o algo ingenioso; por lo menos debería intentar defenderme, pero estoy completamente noqueada.

—Vale.

Él arruga el entrecejo interrogándome con la mirada.

—Jaque mate. ¡Has ganado! —le digo medio indignada, pues no sé qué otra cosa decir.

Él deja escapar una carcajada.

—¿Cómo que he ganado? ¿Acaso estábamos jugando?

—No sé, ¿a qué ha venido ese corte?

Nos quedamos unos segundos mirándonos fijamente sin saber qué decir.

—Soy Alex —dice tendiéndome la mano.

—Emma—le devuelvo el apretón lo más serena que puedo.

—Hola, yo soy Cam y esta es Carol. Somos sus amigos.

Cam se presenta con su habitual desparpajo, pero dejando claro que va a estar vigilándole de cerca por si se le ocurre hacer algo raro. No le pega nada esa faceta de «marcaterritorios», pero le sale la vena protectora con nosotras como si fuera nuestro padre o nuestro novio. Supongo que todos los tíos llevan impreso en su ADN lo de levantar la pata y mear y es algo que no pueden controlar.

—Hola chicos, yo soy Alex. Encantado —dice con su mejor sonrisa.

—Cari —me susurra Cam en el oído—, estamos por aquí cerca, ¿vale? ¡Qué bueno está, joder!

No puedo evitar reírme. A Cam le pierden los rubios; yo en cambio, soy más de morenos, aunque últimamente vivo en un estado asexual permanente.

—¿Qué te hace tanta gracia? Si estáis hablando de mí debería saberlo —levanta las cejas.

—Nada, mi amigo que es muy chistoso —hago un gesto con la mano como quitándole importancia—. Pensaba que no me habías visto… En la cafetería, quiero decir.

—Difícil no verte —suelta como si nada.

Genial, apenas hemos intercambiado dos palabras y vuelvo a estar noqueada.

—Te tenía casi al lado y tú no dejabas de mirar fijamente. No eres invisible, ¿sabes?

—Lo siento —logro decir—. Perdona si te he molestado, es que me llamó la atención lo que estabas diciendo.

—Así que mirona y escuchando conversaciones ajenas —se ríe.

—Oye, yo no tengo la culpa. Fuiste tú que hablabas demasiado alto, como si quisieras que todo el mundo se enterase de que te gusta surfear por playas exóticas.

Me defiendo lo mejor que puedo, aunque la verdad, él no me está atacando. Creo que solo se divierte y a mí me apetece seguirle el juego.

—¿Te gusta el surf? —pregunta como si de repente el juego solo estuviera en mi cabeza.

—Pues… No sabría decirte. No tengo ni la más remota idea de surf, pero me gusta el mar.

—Yo amo el mar. Ahora estoy de vacaciones, ya que uno de mis amigos se ha empeñado en que venga a visitarle, pero estoy deseando volver al agua. ¿De dónde eres?

—De Madrid, ¿y tú?

—Bueno… Nací en Canadá, pero mis padres enseguida se mudaron a Sudáfrica. Hemos ido dando tumbos de aquí para allá, casi siempre a zonas con costa, así que lo llevo en las venas. Ahora ellos se han instalado en Madrid durante un tiempo y yo sigo dando tumbos con mi tabla. Como oíste en la conversación —enfatiza con una sonrisa—, mi próximo destino es Indonesia. Quiero probar las olas de allí, seguramente iré a Bali y luego ya veremos. Estuve hace muchos años con mis padres, pero entonces yo no hacía surf y tengo ganas de volver.

—O sea, que no trabajas.

El alcohol me hace ser mucho más directa de lo que soy normalmente, pero quiero dejarle claro que no me encandila con su estilo de vida playero.

—¿Esa es la conclusión que sacas de todo lo que te acabo de contar? —pregunta arqueando las cejas.

—Pues la verdad es que sí. Hace falta dinero para hacer todo eso que me cuentas y si solo te dedicas a surfear…

—Verás —se acerca a mi oído—. No he dicho que solo me dedique a surfear y si es tan importante para ti, no tengo problema en enseñarte mi cuenta bancaria, aunque no creo que sea apropiado ya que nos acabamos de conocer.

Si su tono de voz fuese desafiante o engreído estaría muy enfadada ahora mismo, pero desprende tal aura de buen rollo «paz y amor» que simplemente le sigo el juego, tratando de obviar que me ha erizado la piel con sus susurros.

—Tranquilo, no será necesario. ¿Sabes? Yo estuve a punto de estudiar biología marina. Me encanta todo lo que vive allí abajo, es como una especie de obsesión —le confieso sintiendo que le estoy revelando una parte muy importante de mi vida.

—Entonces tengo dos preguntas para ti: por qué no lo hiciste y por qué vives tan lejos del agua —dice poniendo los dedos índice y corazón delante de su cara mientras me mira fijamente.

Me tomo unos segundos para contestar. Es curioso cómo nos cuesta menos confesarnos con gente desconocida que con alguien a quien conoces de toda la vida. Supongo que será porque al no conocernos, no nos pueden juzgar y eso nos libera de mucha carga.

—Finalmente me decidí por el arte, es mi otra pasión. Y respecto a lo de vivir en Madrid… cuestión de trabajo, supongo. Conseguí un puesto de guía en el Museo del Prado. Antes me encantaba, pero ahora…

Mis palabras me pillan por sorpresa. Ni siquiera sé cómo me siento respecto a eso, sin embargo, se lo estoy contando a alguien que acabo de conocer.

—¿Y qué haces en Roma? ¿También estás de vacaciones?

—Precisamente he venido para intentar reconectar con esa parte de mí que ama el arte. ¿Sabes qué? —me interrumpo a mí misma en un momento de lucidez—. Creo que he bebido demasiado para hablar de algo tan íntimo y menos en una discoteca. Además, mis amigos deben de estar esperando por aquí.

—Deberías venir conmigo —suelta como si nada.

—¿Cómo dices?

—Bueno, según me cuentas estás en un punto muerto con el arte. Podríais daros un tiempo y ponerle un poco los cuernos con el mar. ¿Quién sabe? Igual descubres que esa era la elección acertada.

Alex habla con absoluta tranquilidad, como si nada pesara sobre sus hombros, como si fuera parte de la brisa que sopla en la playa. Es sereno, amable, educado, su sonrisa parece sincera y sus ojos se ven transparentes, llenos de luz y verdad. Me da la sensación de que no forma parte del caos al que llamamos vida, como si él estuviera por encima de todo eso.

—¿Así es como funcionas? ¿Probando con otras para ver qué pasa? —arremeto contra él.

Probablemente no tenga nada que ver, pero no puedo evitar llevarme sus palabras a mi terreno personal. Supongo que un par de historias de cuernos a mis espaldas, son más que suficientes para que la palabra «cuernos» haga aflorar mi ira.

—Solo era una forma de hablar —se defiende con las manos en alto— aunque queda claro que para ti no. Lo diré de otro modo: mi vuelo sale dentro de tres días. No te estoy pidiendo que vengas conmigo, solo que, si te apetece cambiar de aires, puedo hacerte compañía mientras volamos o si necesitas algo una vez allí. Es lo que se llama «echar un cable».

Me quedo observándole con la expresión desencajada, sin entender lo que acaba de pasar.

—Ahí está otra vez esa mirada escudriñadora.

—No termino de entenderte. ¿Es una especie de broma o apuesta? —digo mirando a mi alrededor para comprobar si hay algún grupo de amigos pendiente de nosotros.

—Toma —saca un trozo de papel y un lápiz minúsculo del bolsillo trasero de su vaquero—, aquí tienes mi teléfono. Ahora tengo que irme.

Estoy completamente bloqueada, sin saber qué hacer o decir. Él coge mi mano suavemente, coloca en ella el papel y la cierra sin dejar de sonreír.

—Un placer conocerte, Emma. Puede que volvamos a vernos… o no. Quién sabe.

Lo observo alejarse mientras sus palabras resuenan una y otra vez en mi cabeza. Se ha detenido la música, la borrachera y hasta el tiempo. Por suerte, Cam y Carol me sacan de mi estado catatónico haciéndome todo tipo de preguntas.

—Chicos, solo hemos hablado. Ha sido muy amable, nos hemos contado un poco la vida y ya está.

—¿Ya está? Cari, hemos visto cómo te ha sonreído y tienes su número de teléfono en la mano. No trates de quitarle importancia.

—Joder, Cam, ¿tan cerca estabais?

—Nos hemos escondido bien, pero queríamos ver el espectáculo de cerca —bromea Carol—. ¿Vas a llamarle?

—¡Por supuesto que no! Mira lo que hago con el papel.

Lo arrugo formando una bola y lo lanzo tan lejos como puedo.

—¿Veis? Os he dicho que no ha pasado nada. Muerto el perro se acabó la rabia —digo tratando de estar por encima de la situación.

—Odio cuando te pones en plan chula, cari. Voy al baño, ahora vuelvo.

—Eres muy tonta, ¿lo sabías? ¿Y si fuera él tu chico ideal?

—Carol, te he dicho mil veces que el chico ideal no existe. Lo que tú tienes con Martín debe ser la excepción que confirma la regla, pero no funciona así para los demás.

Carol resopla y baja su mirada hacia el suelo.

—Chicas, la cola del baño llega a la otra punta del local. ¿Nos vamos a casa?

—Sí, vámonos. Mañana no va a haber quien nos levante y hemos venido para hacer turismo, no para emborracharnos —dice Carol recuperando la cordura.

—Yo llevaría ya horas durmiendo si no fuera por vosotros. Sois una mala influencia, pero me ha gustado mucho la sorpresa.

La chispa adecuada

Подняться наверх