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Mi propio Panteón

Los dos días siguientes nos los tomamos de turismo y relax. Hemos visitado entre otros, el Panteón de Agripa, una obra arquitectónica completamente sobrecogedora. La impresionante cúpula coronada por un óculo es uno de mis lugares favoritos. Siempre salgo de ahí con dolor de cuello, pues me paso todo el tiempo mirando hacia arriba, preguntándome si realmente aquello lo construyó una persona normal alrededor del año 125. No me extraña que haya tantas leyendas de extraterrestres entorno al arte y es que es algo que se escapa de la concepción humana; de ahí surge la búsqueda de explicación en lo divino, la magia, lo sobrenatural… Es más creíble que las pirámides fueron construidas por seres de otro planeta, que por personas corrientes en una época en la que apenas había nada.

Aquí, justo debajo del impresionante óculo, puedo sentir que todo vuelve a su lugar. Por esto elegí el arte, por todo lo que me hace sentir, por la magnitud de su belleza, por la grandeza, por lo extraordinario y único. Por cómo me eriza la piel y cómo me sobrepasa haciendo incluso que se me escapen las lágrimas.

—¿Ya has tenido tu revelación? —me pregunta Cam trayéndome de vuelta a la realidad—. Te ves tan bonita así, con los ojos llenos de lágrimas, mostrando tu sensibilidad. ¿Por qué no lo haces más a menudo?

Cam me pasa el dedo por la cara y me limpia las lágrimas. Me cuesta unos segundos ser consciente de que estoy llorando en medio del Panteón, con cientos de personas alrededor.

—Se me ha metido algo en el ojo —digo armando de nuevo mi escudo.

—¿Sabes, cari? No siempre podemos estar fuertes y contentos. A veces nos derrumbamos, necesitamos llorar, soltar peso, y no pasa nada por mostrarnos vulnerables.

—Lo sé, Cam, lo sé. ¿Dónde está Carol?

Veo su mirada de resignación, pero me da un poco de tregua. No estoy preparada para una conversación tan intensa y menos en un lugar como este, que consigue emocionarme de tal manera. Normalmente aguanto bien las lágrimas. Cuando algo me emociona trato de sujetarlo para que se quede fuera, pienso en otra cosa, trago saliva y sigo como si nada. No me gusta este escudo que me he creado, pero lo necesito para sobrevivir. No puedo ir por la vida llorando cada cinco minutos porque he visto un anuncio emotivo o a una pareja de ancianos cogidos de la mano. No puedo ponerme a llorar en medio de una visita al museo porque uno de los niños me pregunte con brillo en los ojos qué tiene que hacer y estudiar para ser como yo.

Puede que sea demasiado sensible y lo compense con una coraza que me hace parecer borde, arisca y un tanto fría, pero creo que es mejor así. Carol y Cam conocen esa parte de mí, aunque solo les dejo merodear cuando la situación es límite. Digamos que es mi pequeña parcela y no quiero intrusos. A veces pienso si seré demasiado egoísta, si debería darles más de mí. Por suerte, ellos me respetan y me quieren a pesar de todo.

—Carol está esperando fuera, ya sabes que aquí siempre se marea —me lanza una sonrisa reconfortante.

—Es verdad, ella y sus problemas de cervicales, vértigos y mareos. ¿Crees que está bien con Martín? ¿Te ha comentado algo?

—Algo me contó en el vuelo, creo que están pasando una crisis. Deberíamos hablarlo con ella cuando volvamos.

Aunque los tres seamos amigos íntimos, jamás revelamos algo que el otro nos ha contado en confianza. Al final, los tres acabamos sabiendo todo, pero siempre hay alguien con quien prefieres confesarte. Yo, por ejemplo, prefiero hablar con Carol, porque ella no ahonda mucho más allá de lo que le digo y me resulta más fácil expresarme sin miedo a derrumbarme. Con Cam, sé que con poco que diga, él ya ve que hay algo más y profundiza directo, dejándome con el culo al aire. Sin embargo, Cam sabe suavizar la situación con sus palabras y sabe cuándo echar el freno. Carol para eso es más directa y a veces sus verdades, aunque necesarias, escuecen. Cam me busca a mí por lo mismo, porque tengo algo más de mano derecha. Él es otro sensiblón, solo que mucho más valiente, ya que se le ve de lejos que es un oso de peluche. Hay que ser muy valiente para ir por ahí con el corazón al descubierto y es algo que admiro muchísimo de él. Carol creo que primero tantea el terreno con Cam y luego me lo cuenta a mí. Con ella soy más directa, puede que sea porque cuando ella pide ayuda, es que la cosa es grave, así que, si tengo que darle una dosis de verdad, se la doy sin dar demasiadas vueltas. Es curioso cómo adoptamos diferentes roles dependiendo de la persona con la que estamos. Los tres somos diferentes, buscamos a uno u otro dependiendo del momento y la situación y, aun así, somos inseparables.

—Chicas, deberíamos salir esta noche y despedir Roma como se merece.

—No sé, Cam, el vuelo nos sale a las seis de la mañana. No quiero volar resacosa, ya lo hice una vez y casi me muero.

—Además, tú solo quieres ligar e irte servido. ¡Confiesa, truhan! —le apunto con el dedo.

—¡Culpable! —se ríe—. Venga chicas, un romanito para despedir el viaje. Prometo ser rápido, aunque no demasiado, claro.

—Vale, vale, sin detalles eyaculadores, por favor —se tapa los oídos Carol.

—Joder, cómo me gustaría ser gay. Ves a un tío, te gusta, le gustas, os liais y todos contentos. Creo que las mujeres somos las que lo complicamos todo —digo siendo consciente de lo mal que suena mi comentario.

—Cari, no tienes ni idea de los líos de maricas. No tiene que ver con ser hombre o mujer, aunque sí es cierto que para el tema del sexo somos mucho más directos. A veces se agradece, pero también cuesta más encontrar a alguien que te quiera para algo más que para un polvo rápido en un rincón —suspira con la mirada esquiva.

—¿Es que has vuelto a saber algo de Roberto? —me atrevo a preguntar.

Los dos se miran cómplices mientras relamen el último helado del viaje. Me apuesto un dedo a que algo ha pasado; la mirada de Cam lo dice todo.

—Sí, el Intermitente ha vuelto.

—¿Y eso cuándo ha sido? ¿Qué dice esta vez?

—Pues qué va a decir, lo mismo de siempre… Que me quiere, que quiere estar conmigo, que soy el amor de su vida, que va a decírselo a su familia, bla, bla, bla…

—¿Y si lo dice en serio? ¿No has pensado en darle otra oportunidad?

—Todos los días lo pienso, pero no quiero volver a pasar por lo mismo. Ya estoy mayor para andar en una relación a escondidas, siendo el amigo, sin poder participar en su día a día como dos personas normales. Además, no va a salir del armario jamás. Si no lo hizo cuando lo dejé, no lo va a hacer ahora.

—¿Tú crees? Nunca es tarde para rectificar. Lo que está claro es que te quiere porque lleva detrás de ti desde que lo dejaste hace ya más de un año.

Puede que Cam me suelte uno de sus famosos bufidos, pero parece receptivo esta vez así que aprovecho para indagar un poco más. Carol y yo hemos seguido su historia como si se tratara de una telenovela venezolana. Hace cinco años más o menos, Cam se descargó una de esas aplicaciones para ligar. Roberto siempre le pedía conversación, pero a Cam no le gustaba lo que veía. ¿Superficial? Sí, pero para qué perder el tiempo si creía que era demasiado mayor para él con la cantidad de jovencitos que tenía a su disposición. Roberto ya era intermitente desde antes de conocerse, pues desaparecía, a las semanas volvía a hablarle y así sucesivamente. Cam nunca iba más allá de un saludo cordial y un par de frases educadas pero un día los astros se alinearon. Roberto le preguntó si tenía algo que hacer aquella tarde y la verdad es que Cam no tenía ningún plan. De hecho, estaba bastante aburrido así que, por primera vez, Cam accedió a quedar con él. Lo que vio cuando se montó en el coche le sorprendió para bien. Nunca le habían gustado mayores, pero Roberto era diferente. A mí también me gustó cuando vi su foto. Alto, pelo castaño ligeramente canoso, algo de barba y unos rasgados ojos grisáceos que encandilarían a cualquiera. Es lo que se conoce como un madurito sexy, además de educado, culto, fogoso y otras cualidades indispensables para Cam. El problema vino después.

Al parecer, Roberto no tenía intención de abandonar su papel de hombre de negocios, hetero y triunfador, así que siempre quedaban a escondidas, sin salidas a lugares públicos donde pudieran reconocerle. No podían hacerse una foto, ni quedar con amigos, ni nada de nada. Al principio, Cam aceptó porque estaba enamorado hasta las trancas, pero cada vez se le hacía más difícil y llegó a un punto en el que el sufrimiento ganaba al amor. Después de muchas idas y venidas, Cam decidió acabar con la relación porque para él, y así debería ser para todos, el amor propio siempre ha de estar por encima de todo lo demás. Otra prueba más de su envidiable valentía, porque lo quería a rabiar, como nunca había querido a nadie.

Creo que no me equivoco si digo que, a día de hoy, aún lo sigue queriendo. Han sido muchas las veces que Roberto lo ha buscado para rogarle que vuelva, decidido a hacer las cosas bien, pero Cam es puro acero valyrio. No sé de dónde saca la fuerza y no me explico cómo no ha recaído ni siquiera con el típico polvo de despedida. Supongo que debe de ser algo así como dejar de fumar, que tienes que ser radical a muerte o arriesgarte a sufrir toda una vida de recaídas. Lo de Cam es admirable, pero Roberto no se lo está poniendo nada fácil. Me gustaría cantarle las cuarenta, decirle que deje en paz a mi amigo, que así solo lo está haciendo sufrir. Si tanto lo quiere, quizá debería dejar que continúe con su vida, pero ¿y si de verdad está convencido de que están hecho el uno para el otro?

—Si me quisiera de verdad lo demostraría con hechos, no con palabrería barata y no quiero hablar más del tema —sentencia tajante—. ¿Qué me decís? ¿Nos vamos de fiesta?

Carol y yo nos miramos con cara de circunstancia, porque no nos apetece nada el plan.

—¿Y qué te parece si nos sentamos en la Fontana y contemplamos las vistas mientras nos comemos un trozo de pizza?

—¡Yo invito! —digo entusiasmada al escuchar la propuesta de Carol.

Cam resopla con los ojos en blanco sabiendo que cuando las chicas nos aliamos, poco hay que él pueda hacer. El plan me parece el cierre perfecto a este viaje que comenzó siendo yo sola con mis pensamientos y acaba siendo tres, con muchas anécdotas vividas y aún por acabar. Queda en el aire mi vuelta al trabajo, lo cual me produce un nudo en el estómago, pues aún no me siento preparada. También está el tema de Carol y Martín, que seguro nos llevará unas cuantas conversaciones, cervezas, lágrimas y quebraderos de cabeza. Y, por otro lado, está Roberto que, haciendo honor a su apodo, está y no está.

Observo a Cam que está sentado con los codos apoyados en sus rodillas y me da la sensación de que está a punto de hacerse pedazos. ¿Puede el acero, ser acero para siempre? Carol está a mi lado, admirando la belleza que tenemos frente a nosotros. La rodeo con el brazo y ella apoya su cabeza en mi hombro. La plaza comienza a vaciarse y el sueño a hacer mella. Es como si quisiéramos quedarnos aquí para siempre. En Madrid hay muchos temas por resolver, mucho a lo que enfrentarse y Roma ha sido una pausa más que necesaria para los tres. Una pausa que nos ha evadido de nuestra realidad, en la que hemos reconectado como trío. Me temo, y ojalá me falle la intuición, que esto ha sido una de esas pausas que la vida te regala para coger fuerzas antes del inminente cataclismo.

La chispa adecuada

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