Читать книгу La chispa adecuada - Noemí Quesada - Страница 12

Оглавление

¿Destino o casualidad?

Ni me he enterado mientras preparaban las maletas. Carol me ha susurrado algo mientras me acariciaba la mejilla y me he despedido de ellos medio en sueños. ¿Cuánto habrán dormido? ¿Unas dos o tres horas? Me duelen los ojos solo de pensarlo. Suerte que mi vuelo sale esta noche y puedo alargar un poco más la despedida. Tengo claro lo que voy a hacer antes de empezar a recoger y poner rumbo al aeropuerto.

Los Museos Capitolinos tienen algo mágico y envolvente y no podía irme de aquí sin volver a visitarlos. Me recreo en todas las salas, respiro, disfruto, siento y pienso. Hoy apenas hay gente y el silencio en algunas zonas es sepulcral. El corazón se me va acelerando conforme me acerco a la sala donde está la culpable de todo.

—Hola, Medusa, volvemos a vernos las caras.

Como quien va a la tumba de algún familiar a contarle qué hay de nuevo en su vida, comienzo con ella una conversación imaginaria en la que la pongo al día de todas mis dudas, mis miedos, mi desencanto y desazón. ¿Por qué me siento perdida? ¿Por qué no quiero seguir con mi trabajo? ¿Por qué siento que necesito un cambio radical? ¿Qué voy a hacer si dejo mi profesión a un lado? ¿Sabré hacer otra cosa? ¿Podré ganarme la vida? ¿Es eso lo que necesito o es solo una distracción? Parece que vaya a contestarme de un momento a otro y un escalofrío me recorre la espalda. Estoy frente a la escultura que desencadenó que estudiara Historia del Arte hace ya unos dieciséis años y no sé por qué, pero siento que estoy cerrando una larga etapa. ¿Qué demonios me está pasando?

Llega la hora de marcharme y no he conseguido aclararme ni un poco; si cabe, incluso estoy más confundida. Por mucho que quiera seguir evitando el regreso a mi realidad, el reloj y la pantalla del aeropuerto me indican que hasta aquí ha llegado mi escapada de auxilio y que, si no encontré lo que vine a buscar, tendré que marcharme con las manos vacías. Roma, eres grandiosa, majestuosa, imponente, mágica y estás llena de sabiduría y belleza, pero siento decirte que esta vez no me has dado lo que esperaba.

—¿Destino o casualidad? —oigo tras de mí.

Aparto la mirada de la pantalla buscando al autor de la llamativa pregunta y el corazón me da un vuelco.

—Ahí está esa mirada otra vez —sonríe—. Hola, Emma, ya no esperaba verte.

—Ho… Hola… Alex. ¿Sale ahora tu vuelo? —balbuceo sorprendida.

—Sí, es ese de ahí —se acerca a mí y señala la pantalla.

—Ah… El mío también. Vuelvo a Madrid.

Mi voz ha sonado más triste de lo que me gustaría y creo que lo ha notado.

—Oye, perdona por no haberte llamado, pero ya sabes, mucho que visitar y poco tiempo —me disculpo.

—Tranquila, de haber querido quedar contigo te lo habría dicho —dice como si nada—. Te di mi número por si lo necesitabas en caso de emergencia, por lo que estuvimos hablando, pero ya veo que lo tienes todo controlado.

Lo miro intentando descifrar su frase. ¿Me ha dado calabazas anticipadas o con retraso?

—¿Lo está? —me mira fijamente.

—¿El qué?

—¿Que si está todo bien?

—¡Ah! Sí, sí. Todo controlado —le lanzo un amago de sonrisa.

—Y entonces ¿por qué pareces tan triste?

De nuevo, jaque mate. Odio cuando alguien sabe leerme. Me quedo bloqueada y no sé cómo continuar.

—¿Qué? ¡No estoy triste! Solo cansada del viaje y demás. Seguro que se me pasa en cuanto llegue a mi casa y vuelva a dormir en mi cama; de hecho, debería irme ya. No quiero llegar la última al avión.

—Sí, yo también tengo que irme. ¡El mar me espera! —exclama con una expresión de felicidad y entusiasmo que ojalá tuviera yo.

—Pues que te vaya bien…

No se me ocurre qué más decir y me quedo mirándole a la espera de que diga él algo mejor. Alex sonríe igual que viaja, ligero de equipaje. Se le ve que es un alma libre y le envidio por eso.

—Igualmente. Quizá volvamos a coincidir en algún lugar… Quién sabe.

—La verdad es que lo dudo mucho, pero es bonito que seas tan optimista —digo incrédula.

—¿Por qué no iba a serlo? ¡La vida está llena de sorpresas!

Alex comienza a caminar mientras se despide con la mano. Seguro que tengo la misma mirada de boba que siempre, pero no lo puedo evitar. ¿La vida está llena de sorpresas? ¿Hace cuánto que no me sorprende a mí? Mi vida se ha vuelto una tediosa rutina que consiste básicamente en trabajar, y lo peor de todo es que antes me bastaba con eso, pero me temo que ya no es suficiente. Quizá las sorpresas las provocamos nosotros asumiendo riesgos, saliendo de nuestra zona de confort. Quizá llevo demasiado tiempo en estado vegetativo…

De repente, como si alguien ajeno a mí controlara mis piernas, echo a correr detrás de Alex sintiendo que es mi bombona de oxígeno.

—¡Alex! —grito cuando estoy a su lado.

—¡Joder! Me has asustado, ¿qué pasa?

—Pasan demasiadas cosas y puede que este sea el mayor error de toda mi vida, pero me voy contigo.

—¿Lo dices en serio? —exclama sorprendido con una enorme sonrisa.

—¿Crees que quedarán asientos disponibles?

—Supongo. Estos vuelos no suelen estar muy concurridos. ¿Estás segura de esto? No quiero ser el culpable de nada.

Suspiro y sopeso por última vez mi decisión.

—Vamos antes de que me arrepienta.

Dejo el destino de mi vida en manos de la azafata. Alex le pregunta si sería posible comprar un billete de última hora y tras unas comprobaciones, me da luz verde para volar. Estoy tan nerviosa que Alex es quien me guía por el aeropuerto y los controles de seguridad. Lo único que quiero es subir al avión y que cierren las puertas para que no pueda bajarme. Esto es la mayor locura que he hecho en toda mi vida, pero no quiero pensar en las consecuencias hasta que aterricemos. Aunque apenas nos conozcamos, parece que sepa que ahora mismo no puedo ni hablar, así que se limita a acompañarme, guiarme por los pasillos y guardar silencio. Supongo que mi mirada es mucho más transparente de lo que creía y debe de ver el pánico en mis pupilas.

—¿Cuánto dura el vuelo? —le pregunto sin apartar la vista de la azafata que va dándonos paso al avión.

—Unas catorce horas.

—¿Catorce horas? ¡Eso es demasiado tiempo para pensar! Madre mía, estoy nerviosísima. No te asustes si lloro, ¿vale?

Aparto un segundo la vista de la azafata que está a punto de dejarnos pasar. Alex me lanza una mirada de comprensión que entiendo como: «Tranquila, puedes llorar si quieres, pues lo que estás haciendo es una puta locura, pero todo va a ir bien».

Yo hago un gesto con la cara que pretende ser una sonrisa, pero me sale una mueca de pánico. La azafata nos da la bienvenida y camino hacia el avión con la mirada clavada en el suelo y los ojos llenos de lágrimas. Es imposible que esto salga bien.

La chispa adecuada

Подняться наверх