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Lisa Alberdi. Lazos, Institución psicoanalítica

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El primer efecto de esta invitación fue verme llevada a pensar cuestiones que hasta aquí no habían tenido para mí aún ese destino, cobrando entonces ya en lo personal este el valor de un buen encuentro.

Ya no recuerdo si recibí o devolví el llamado de Patricia Mora, regresando del teatro después de haber disfrutado las letras y acordes de María Elena Walsh, que seguían resonando en las voces infantiles de los pequeños que se encontraban conmigo y canturreaban, trucando una palabra por otra a fuerza de pura sonoridad. Con ese canturreo de fondo tomo nota del título de estas jornadas, escribo “Qué se produce en UN psicoanálisis. Experiencia y transmisión”, titubeo y me advierto de haber escrito lo que escuché, no así lo que del otro lado del teléfono había sido dicho. Pregunto nuevamente entonces, no tanto para salir de la confusión, como para confirmar el lapsus...

Quedo tomada el resto del día por ese llamado y será en la oscuridad de la noche, como suele suceder, donde un sueño traerá una primera luz que baliza este escrito. Compartiré con ustedes algunos fragmentos, aquellos que me posibilitaron abrir una hendija al trabajo escamoteando, o al menos es ese el anhelo, lo que pudo devenir demanda de saber.

El sueño: llego a una reunión de analistas, con cierto apremio por estar arribando tarde, me encuentro con analistas miembros de Lazos, entre ellos hay una analista de la EFA, estoy con cierto desconcierto porque tengo la hoja en blanco, en ella se ven solo letras sueltas, la analista de la EFA dirigiéndose a mí dice: “¿Qué querés, que cierre?”, respondo: “Me tocaron las palabras de apertura”... Me despierto.

¿Qué se produce en un psicoanálisis?, experiencia en cuerpo de lo real del inconsciente, une-bévue, cifrado de goce residuo de la colisión de la palabra con lo real del sexo, que porta en su seno mismo las trazas de lo que no pudo ser más que un desencuentro... de allí que siendo lalengua nuestra única morada, no cesará de sernos extranjera… de allí que habitemos un cuerpo, que no cesará de no pertenecernos.

Una experiencia posible por este novedoso lazo social que Lacan supo formalizar siguiendo el surco de la invención freudiana.

Una experiencia en el filo mismo del discurso, pero no sin él, ya que, siendo aún una experiencia de palabra, o precisamente por ello, conlleva el pasaje por la estructura de “ese borde de lo real”[1], muro del lenguaje, que es paradojalmente razón del discurso.

¿Cuál es el estatuto del saber que importa a la experiencia que se atraviesa en “un” psicoanálisis y cómo hacer de ello transmisión? En cuanto experiencia y transmisión se enlazan sin confundirse en banda moebiana, ya que el analista implica ineludiblemente ese al menos dos.

Transmisión en psicoanálisis hay contingentemente en ese uno por uno de las transferencias de trabajo que Lacan nos señaló en el acta de fundación de la Escuela Freudiana de París, pero llegando al final de su obra y de su vida, también nos dice que “(…) no la hay dado que dicha experiencia resulta intransmisible (…)”[2], conminando a cada analista a encontrarse forzado, molestia mediante, a reinventarlo cada vez, para que el psicoanálisis pueda así perdurar.

Hay y no hay, dialéctica y su ruptura ineludible si de psicoanálisis se trata. No hay relación sexual, tope lógico que nos confronta con un real imposible de decir por estar apresados en la insuficiencia del saber en relación con el goce y el ser, hueco mismo desde donde torbellinea una proliferación de saber que necesariamente aspira allí a hacer suplencia, no encontrando jamás aquella herida completo sosiego. Pero hay también, y de modo contingente, un-decir donde ese real resuena, devolviéndole al saber su carácter no-todo, aquel que asienta en lo irreductible de la grieta.

En la discordancia entre el saber y el ser es donde el sujeto se produce como efecto. Allí donde el significante lo representa sin poder jamás alcanzarlo, el campo del saber tendrá la riqueza de producir al sujeto en su tropiezo, con el pago irremediable de que el ser por siempre escape. Centro ausente del sujeto, imposible de capturar por la vía simbólica, sin que por ello cese dicho intento.

¿Cómo resguardar entonces el vacío si la palabra no tiende más que a su colonización? Si nuestra praxis es una praxis de discurso, que nos permite sostener aquella idea lacaniana de “(…) deshacer por la palabra lo que está hecho de palabras (…)”[3], ¿cómo operar para que su efecto no sea el adormecimiento?, sino que, como lo real, produzca despertar.

Será la letra, LETRA SUELTA (aislada) que de ese precipitado significante se desprende mostrando su cara real, la que haga APERTURA en el cese del parloteo, trazando los contornos del agujero, conduciendo al saber al lugar de la verdad.

“Haciendo de la verdad valor en tanto vacío (…)”[4], nos dice Lacan, mofándose así lo real de la verdad que se pretenda toda. En psicoanálisis ella habla, habla de su imposibilidad de decir lo verdadero, haciendo oír ese vacío en el hiato discursivo por siempre irreductible a la maquinaria significante.

Y así la elucubración de saber que se teje sobre aquel troumatismo, que lalengua al cuerpo imprime, encontrará su tope en un decir poiético, con su efecto de sentido y su efecto de agujero.

En su estructura de acto, apertura a aquella dimensión donde el Otro no responde, por el hecho de que no existe, sin que ello nos haga desconocer que en la estructura tiene un lugar. Siendo su ex-sistencia el sitio mismo para la producción de lo inédito.

Violencia poiética del uso corriente de la lengua, abertura a los intersticios de la palabra, que erosionando el significado extenúa el sentido, hallando este su límite allí donde no hay más que descifrar. Ruptura del saber, caída momentánea del semblante, que hace que la palabra diga su carozo de silencio, en tanto su origen se encuentra en el mismo abismo al que hace borde. “Lacerando la cadena haciendo colisionar los sentidos, se deja oír la cifra, núcleo real de lalengua, devolviendo al sinsentido su eficacia, silencio que, como supo decir el poeta, es escudo y es espada…”[5].

Forzaje que escritura la letra, que al haberse desgastado ya el goce del sema precipita circunscribiendo el vacío. Letra entonces que hace agujero al instaurar su borde, forzando el “pasaje por la experiencia de la inexistencia del desciframiento último, a la ex-sistencia de lo indescifrable (...)”[6], irreductibilidad también del goce, que destierra entonces toda ilusión de decir lo verdadero de lo verdadero, soportando que la verdad (mentirosa) semi diga su desgarro con lo real (desajuste irreductible entre las palabras y las cosas, que constituye esa fractura misma).

El deslizamiento metonímico S1-S2, que disyunta sonido y sentido, apelando al doble sentido que por ello no hace más que redoblarlo, en su intento siempre fallido de escribir lo imposible, de escribir la relación sexual que no hay, encontrará entonces su tope en el forzaje que detiene y quebranta ese deslizamiento abriendo a la dit-mensión del equívoco que no prescinde del sentido, ya que no se trata de desterrarlo, sino de que pierda este su valencia de unicidad, haciendo surgir el ausentido en la mudez de la palabra.

Significación vacía que hace reverberar el agujero en lo real, más allá de la resonancia semántica donde el sentido tapona vía el significante, para con la escritura poiética que desprende al sonido de aquel, da paso a la cadencia, la musicalidad, lalengua como fuente sonora, que dejará oír el eco[7] de la pulsión que cincela cuerpo y palabra. “No hay escritura sin la fuerza del cuerpo (…)”, nos enseñó la pluma de Marguerite Duras.

De ello que el paso de sentido no se reduzca entonces a sus efectos imaginarios (propios de la fuga de sentido), siendo preciso que sea real[8], aunque paradojalmente de esta dit-mensión el sentido no está más que excluido.

Abandonando entonces la esperanza de escritura de lo imposible por la vía de la proliferación de sentido, exiliados de la escritura de la relación sexual, lo que se escribirá no es más que ese exilio mismo. No se trata según entiendo de la exaltación del silencio y del culto a la ausencia de palabra lo que invitaría a la ruptura del lazo social, sino de la experiencia de su límite, de lo imposible que es posibilidad misma del discurso, experiencia de ese fracaso, haciendo del resto nuestro haber[9], para seguir fracasando, pero fracasando cada vez mejor, siguiendo aquella apuesta ética beckettiana.

¿Cómo hacer transmisión de lo inefable de esa experiencia? Si lo que se dice en “un” psicoanálisis se transmite como efecto, y no como saber... Arriesgo a modo de pregunta si lo posible de la transmisión en la extensión, en tanto que también es no-toda, ¿tendrá lugar solo si allí se produce un decir poiético?

Si la posición enunciativa de aquel que habla deja pasar, en el uno a uno de las transferencias de trabajo, la relación del que habla a la falta, su relación al une-bévue, a ese saber siempre en fracaso, que se hace cuerpo por haber hecho la experiencia de lo imposible, dará paso a un saber-hacer con lo real, y al singular modo de cada quien de reinventar cada vez el borde de lo indecible.

Si desde allí se efectúa un paso de sentido que atenta contra la religiosidad que siempre nos hace resistencia, hará resonancia la dimensión de lo imposible, y como efecto... el agujero, ya que habrá de lo intransmisible que aún, encore, todavía nos fuerza a reinventar.

Recurro a Clarice Lispector[10] “(...) escribir es el modo de quien tiene la palabra como carnada: la palabra pescando lo que no es palabra. Cuando esa no-palabra muerde la carnada, alguna cosa se escribió”.

Esa carnada que haga surgir lo que no es palabra en la palabra misma, lo que es silencio. Ese singular modo de saber-hacer allí encarnadura de esa nada, ese trucaje, nos dice Lacan, es intransmisible, resto que por no cesar de no escribirse pone en-causa tanto lo contingente de una transmisión como una ética de la reinvención.

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¿Qué se produce en psicoanálisis?

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