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Diego Fernández. EFA

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¿Qué se produce en psicoanálisis?

El padre, dice Lacan, es una sanción significante. Y esto es importante remitirlo al chiste y la risa como sanción.

En algunos trabajos antropológicos, particularmente de etnología, se estudió en algún momento la relación que se establecía en diversas sociedades entre el coito y el nacimiento de un niño. Muchos de esos estudios comprobaban que en algunas organizaciones sociales no se establecía ninguna relación entre el coito y el alumbramiento; pero el punto no es este, tal como Lacan lo indica, porque lo realmente importante es que sí se sanciona con relación al nacimiento el lugar del padre, el nombre del padre. Se adjudica un padre en relación con un nacimiento, y esta adjudicación es una sanción significante que se encuentra siempre, ligando ese nacimiento a un orden simbólico. Puede tratarse de una piedra mágica, de algún animal totémico, del espíritu santo o la donación de espermatozoides, pero en cualquier caso hay una sanción significante que es un efecto padre en relación con el nacimiento de un niño.

En la dimensión del sueño, en el sueño como formación del inconsciente, ¿estará siempre planteada esta cuestión, llamémosla así, esta cuestión del padre? Creo que podría responderse que sí —sin duda que no en el orden de lo que podría ser lo temático—, pero sí en el orden de lo que es la estructura, el deseo y que no es de otra parte de donde surge la estructura del complejo de Edipo y su articulación con el complejo de castración.

Es más, podemos afirmar que, si es el significante lo que hace al padre y por ello a la dimensión simbólica, no es posible la existencia de formaciones del inconsciente sin que se introduzca el padre como significante en el discurso, eso no significa plantear la temática del padre, sino que el mismo significante lo hace presente en su dimensión simbólica, dando lugar a las formaciones del inconsciente. Y a partir de sus formaciones el sujeto comienza a introducirse en el orden del deseo. Es lo que tiene que ver con la propia hora del sujeto, como sujeto del deseo, lo que está en juego.

Un hombre de 65 años consulta por su permanente, casi constante, estado de preocupación, en general por sus hijas y en particular por una de ellas, tiene 2, una de 32 y otra de 35 años, y sobre esta última cae la preocupación la mayoría de las veces. Su preocupación puede ser disparada por cualquier motivo, hasta converger en que no quiere que su hija sufra por nada. Vive en una atmósfera de tragedia cotidiana y una sensación de que una bomba va a explotar en cualquier momento, hace muchos años hizo ese dibujo, un hombre y una bomba a punto de explotar, lo trae, me lo muestra.

Su padre murió cuando él tenía 8 años, a los pocos meses lo mandan a vivir con sus abuelos porque su madre y su hermano mayor tienen que salir a trabajar.

No sueña, no recuerda haber soñado nunca o casi nunca en su vida.

La preocupación lo acompaña todo el tiempo, es un padre preocupado, dice que le hubiera gustado que su padre se preocupara por él, que no hubo tiempo, que murió muy joven.

Podemos ver de qué manera la preocupación es un significante que en este caso hace a un padre, este sujeto vive acompañado de la preocupación como quien vive acompañado del padre.

A partir del momento en que esto se aclara, que se establece una relación, que queda dicho, que se interpreta, sueña.

Sueña que se encuentra con Mónica frente a frente, ella apoyada sobre una pared, él le dice:

—En la peor de las derrotas, me voy.

Y ella le pregunta:

—¿Entre ustedes dos pasa algo?

—¿Entre ustedes dos, quiénes? —pregunta él.

Y ella le responde:

—Entre vos y Mónica.

Ahí se despierta.

Mónica es una chica de un fotoclub de los años 80. Después que él recibe un premio, envalentonado por ser un ganador esa noche, le dice de ir a tomar algo.

Salen un par de veces y él decide no continuar con lo que no había comenzado, habían sido un par de besos, no continuar para que no sufra.

Ella le había contado que hacía poco tiempo había cortado una relación con un hombre casado y que había quedado muy mal, realmente muy mal.

—¿No continuar para que no sufra? —le digo.

—Sí, que no sufra ella, hacerme cargo del sufrimiento de ella.

—¿De quién? —le pregunto.

Cuando murió su padre él tenía 8 años y recuerda el sufrimiento y duelo por muchos años de su madre.

De él también, pero él no podía verla sufrir, lo ponía muy mal, un día se escapó del colegio, salió corriendo, frenó un auto a punto de pisarlo y gritó: “¡MAMÁ!”. Su madre se dio la vuelta, se fueron juntos a la casa y se metieron juntos en la cama.

—Entonces, ¿cuál es la peor de las derrotas? —le pregunto.

—No haber podido sacarle su sufrimiento. Haber querido reemplazar a mi padre.

—Entonces queda claro que pasaba algo con ella —le digo.

—Sí, con mi mamá, yo quise ocupar el lugar de mi papá.

Corto ahí y dice:

—Yo no sabía.

Y acá surge algo muy importante, porque es el discurso lo que hace que este sujeto diga lo que dijo.

De tan vívido parece increíble, es alguien que no tiene nada que ver con el medio psicoanalítico. Lo vívido está en relación con la actualidad, con lo actual, no se trata de que esté diciendo cosas de su pasado, lo que dice es actual, por eso lo vívido.

Cuando dice Freud que el sueño es una realización de deseos está diciendo que la realización de deseos supone la prohibición, que no hay realización de deseos si no hubiera en juego una prohibición y que la prohibición tiene el carácter de una interdicción y que parece haber una relación entre la interdicción y lo que aparece como padre muerto en el sueño. Freud homologa al padre muerto con la ley. Y, efectivamente, esto aparece así en el sueño y esta homologación está en el sueño, pero corresponde a la estructura del fantasma, el fantasma donde se liga el padre y la ley. En este sentido Freud establece una relación entre el padre, la ley y el deseo. El deseo ahí es lo que Freud llama “el deseo edípico”. Esto supone la coincidencia de la realidad y el fantasma, al nivel de la estructura del deseo.

El sueño significa todo un recorrido significante que la operación analítica va a despejar. Y es el recorrido lo que puede producir algún despertar, si no se duerme lo que podemos llamar, el sueño del padre, en términos del complejo de Edipo. Quiere decir, el sujeto duerme el sueño del padre, de ese padre todopoderoso del deseo, de ese padre que garantiza la ley, que se homologa con la ley y que es pantalla respecto de la muerte. Porque la verdadera fórmula del ateísmo dice Lacan, no es, Dios ha muerto, la verdadera fórmula del ateísmo es Dios es inconsciente.

Hasta tanto Edipo no sepa quién era su padre, hasta tanto no sepa, no hay padre, porque lo que es fundamental es el no saber qué está en juego cuando se trata de Edipo. Ahora bien, con respecto al padre que Edipo ha matado, este no era el padre hasta el momento en que esto ocurre. Quiere decir que Edipo ha asesinado al padre antes de saber de su existencia. Esto es esencial a la tragedia. La esencia de lo trágico está en el sentido de que el padre no ha existido para él mientras existía, mientras estaba vivo. Es ya el padre muerto. Es allí donde hay una función simbólica del padre muerto. Sin el significante que introduce, que hace aparecer en el discurso al padre, hasta que eso no ocurre, hasta que la función, la dimensión simbólica, no se hace presente, no hay formaciones del inconsciente.

“Yo no sabía”, dice al final de la sesión. Es Freud el que hace entrar el significante. Freud descubre lo que es la función del significante, descubre esa relación al significante por lo que aparece en la experiencia misma del análisis y hace a esta experiencia por lo que aparece como falta en saber; como lo que aparece en términos de “yo no sabía”, es la cuestión misma del inconsciente en términos de “no lo sabía”.

El inconsciente no solo se trata de un saber no sabido, sino que el hecho mismo por el cual aparece una formación del inconsciente es signo de una falta introducida por el significante. El sujeto en cuanto falta en saber inaugura la experiencia del análisis.

A la sesión siguiente viene entusiasmado, dice que se quedó pensando en la sesión anterior y justo vio un documental en Netflix acerca de la memoria, de cómo los recuerdos, pasados los años, se pueden deformar.

—¿Habrá sido tan así el recuerdo de cuando salí corriendo del colegio, sin mirar, llevado por la pena y el dolor que veía en mi madre y justo frenó un auto, que, si no me pisaba, y fuimos a la casa, y nos acostamos juntos con mi mamá?

Silencio…

—Yo lo viví con mucha intensidad.

—Eso es lo que importa —le digo.

Y sigue:

—Tuve que llamar a mi hermano que vive en Canadá para preguntarle por qué siempre dormí en esa habitación, en una cuna que se iba haciendo grande y cuando muere mi viejo quedé a dos pasos de su cama. Yo no te puedo decir que tenía un deseo, lo que sí puedo decir es que quería consolar a mi madre. Porque ya no era un bebé que lo sacan o no de la cama de sus padres, yo ya tenía 13, 14 años cuando volví a vivir en esa casa, después de vivir un par de años en la casa de mi abuela, volví y dormía con mi madre. Era otra época, lo tenía naturalizado. Hace siglos quizá no era cuestionado eso.

(Silencio)

—Es una tragedia lo que ocurrió —continúa.

—Hace siglos se escribieron tragedias también —le digo.

—¿Te referís a Otelo?

—¿A ver? —le digo.

—Claro, Otelo estaba enfermo de celos.

—¿Y entonces?

—¿Qué, celos por mi madre? ¡Pero eso es Edipo!

—Otra tragedia —le digo.

Se ríe a carcajadas.

Ahora se entiende el temor a una tragedia permanente, a que explote la bomba.

Dejamos acá.

Seguimos la próxima.

***

¿Qué se produce en psicoanálisis?

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