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María Gabriela Correia. EFA

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“(...) Un sueño es algo que no introduce a ninguna experiencia insondable, a ninguna mística: se lee en lo que se dice de él, y se podrá avanzar si se toman sus equívocos en el sentido más anagramático de la palabra (…)”.

Seminario Encore, Clase VIII, El saber y la verdad. J. Lacan

El discurso del analista implica una suposición: “que el sujeto sabe leer”. Ese saber, soporte del analista como función de semblante de objeto, Lacan lo ubica en el mismo lugar que la verdad. “(…) Desde ahí interpela al sujeto dividido, y ello debe tener como resultado la producción de un S 1, del significante del cual puede resolverse, ¿qué?, su relación con la verdad”.

¿Cuál es ese saber?, ¿de qué estofa está hecho?

Antes de Descartes esta pregunta no había sido formulada. Lacan señala que el psicoanálisis vuelve a colocarla en su centro, cuando por fin, se encuentra con un saber no sabido, lo que conocemos como síntoma, y que desnuda una verdad que no puede ser todo dicha, una verdad cuya condición es que, si se dice, es por la mitad.

FREUD Y LOS SUEÑOS.

En 1929, Maxim Leroy, un gran estudioso de Descartes, le consulta a Freud acerca de los tres sueños que Descartes dejó escritos en su diario. Luego de examinarlos, Freud le responde que se trata de sueños superficiales, que poco aportan respecto del inconsciente. No obstante, hace dos salvedades respecto de estos:

- La primera, que se logra muy poco resultado sin obtener de parte del soñante la línea de asociaciones.

- La segunda, que, al estar muy próximos al devenir consciente, con facilidad el soñante accede a su significado.

En la biografía escrita por Adrien Baillet, se toma en cuenta lo que Descartes escribe en su diario, y las notas recogidas por Leibniz, donde encontraremos un material más acabado y las asociaciones que Descartes proporcionó respecto de estos.

A partir de René Descartes comienza la modernidad, caracterizada por la razón y la unidad del saber. Descartes se pregunta por el saber, pero, como no está dispuesto como Sócrates a morir, reserva el saber a los hombres y deja la verdad del lado de Dios. (Eligió para vivir Holanda, un país que por ese entonces era más tolerante. Eso no evitó que su nombre fuese celebérrimo y su obra combatida. La intervención del embajador de Francia detuvo el proceso de acusación). Inaugura un método, cuya fecha de fundación es ubicable: la medianoche del 10 de noviembre de 1619. Lo funda a partir de un sueño, a los 23 años. Dice: “(…) hoy encontré los fundamentos de una ciencia admirable”. Exaltado, en estado de ebriedad, se fue a dormir y soñó.

EL SUEÑO DE DESCARTES

Los sueños son tres, dos pesadillas y un sueño más calmo.

De la primera pesadilla despierta sudoroso, angustiado, un viento fuerte lo sacude hacia la izquierda. Quiere entrar a una iglesia, pero el viento lo empuja. Un hombre, Monsieur N., le ofrece un melón (lo asocia con un contenido sexual propio de su época, que desconocemos). Preso de pánico, despierta. Descartes interpreta lo sucedido como la intromisión de un genio maligno que intenta apartarlo del camino recto. Se duerme y otra vez el terror. Lo despierta un trueno. Siente culpa y miedo. Dos veces se interrumpe el sueño. Vuelve a dormirse y entonces entra en un sueño calmo.

El tercer sueño es el siguiente: encuentra un libro en la mesa (a los diarios se los llamaban libros de mesa) y lo abre, se trata de un diccionario. Hay otro libro, una antología de poesía latina (Descartes se ha dedicado a la poesía), Corpus Poetarum. Lo abrió en un verso que decía ¿Quod vitae sectabor iter? (¿Qué camino de vida debo seguir? ¿Qué camino tomaré en la vida?[15] Un no-saber se pone en juego en la pregunta. Bien podría leerse: ¿Quién sabe qué camino tomaré en la vida? o ¿Quién sabe qué camino de vida debo seguir?

Aparece un hombre desconocido. Le dice que en el libro hay un verso que en su inicio dice: Est et Non (sí y no). Descartes le dice que lo conoce, pero no logra hallarlo. Encuentra el verso anterior. Hablan con este hombre sobre esos versos. De repente, el personaje desaparece.

Descartes no se despertó, cosa que Baillet destaca, sino que se dispuso a interpretar su sueño mientras soñaba. Consideró que “(…) el diccionario significaba todas las ciencias juntas (…)”[16] y los poemas “(…) la filosofía y la sabiduría unidas”.

Descartes sueña con la concentración del saber, con su acumulación plasmada en el libro que contiene todas las palabras: el diccionario. También con lo que no sabe. ¿Qué camino seguir?

La unidad de la ciencia y de la razón queda por Descartes fundada y así expuesta, en la primera de las reglas para la dirección de la mente.

La frase respecto del camino, el método, era un consejo de una persona sabia. ¿Un sujeto supuesto saber para Descartes? Al despertar, interpretó el sí y el no, referido a Pitágoras, como “la verdad y la falsedad en el conocimiento humano y las ciencias seculares.” Finalmente, dice Baillet, Descartes se convenció a sí mismo[17] de que “(…) era el espíritu de la verdad el que había querido abrirle los tesoros en su sueño”. Le reza a la Virgen de Loreto y años más tarde va en peregrinación a visitarla. La verdad queda por fuera del sujeto que Descartes mismo es, al otorgarle el estatuto de divino.

En esa operación podemos constatar, una vez más, cómo Descartes divide el saber y la verdad.

El camino-método tomado fue abandonar el ejército y dedicarse a la ciencia.

LOS SUEÑOS, EL SABER Y LA VERDAD.

En las primeras páginas de La interpretación de los sueños Freud se dedica a dilucidar el papel de la memoria en ellos. El primero de sus ejemplos lo toma de la experiencia onírica del propio Delboeuf. Allí el soñante reconoce el nombre de una planta, que no sabía que conocía: Asplenium rut muralis. Aflora el recuerdo a partir de un pequeño álbum de flores secas que los extranjeros traen como suvenires. Dice Freud que “(…) en los sueños a veces emerge un material que quizá no reconozcamos como perteneciente a nuestro saber y a nuestra vivencia”[18]. Podemos entonces detectar que supimos algo que no creíamos que sabíamos. Es decir, un saber que no sabíamos saber tiene lugar.

Constituidos por una Spaltung estructural, la división no es entre el saber y la verdad, sino que se trata de una imposibilidad, de todo el saber y de decir toda la verdad. Sabemos que la vía del mensaje es insuficiente para analizar un sueño, dado que hay un saber que no se alcanza: sexualidad y muerte. Hay, en la realización de deseo inherente al sueño, una relación del deseo con la verdad. El deseo es imposible de decirse y la verdad se dice solo a condición de no extremarla. Se trata de un límite estructural: el ombligo del sueño. En la experiencia del análisis, el sujeto supuesto saber es un operador fundamental para que el amor de transferencia tenga lugar, dado que el amor se liga al saber. Al sujeto supuesto saber se le supone un saber, no así la verdad. En esa experiencia el sujeto, el saber y el sexo se expresan, dice Lacan, por la castración que allí se manifiesta. No alcanza con el sujeto y el saber, sino que, además, es necesaria la puesta en juego de ese real del sexo que se manifiesta a través del síntoma: allí la verdad retoma sus derechos, bajo la forma de ese real no sabido. El saber, dice Lacan, adviene un problema, tanto para el analista, respecto de su saber supuesto, como para el analizante, por ser poseedor de un saber que se sostiene en un no-saber, porque esa es la estofa con la que el sujeto está hecho: un saber de falta. Un saber al que el sujeto le hace falta. Léase el equívoco. El dispositivo analítico permite que ese no-saber trabaje, acto analítico y presencia del analista mediante. Si un sueño es un mensaje, está dirigido a alguien: es allí donde la transferencia toma su lugar, dado que “(...) la presencia del analista es una manifestación del inconsciente(...)”. En ese sentido, el sujeto se abre y se cierra en una pulsación temporal produciendo un saber que no es posible sin la presencia de la analista puesta en función. Puesta en función quiere decir que es ahí, en esa formación del inconsciente, donde el analista acude a la cita porque está hecho de esa formación del analizante: “el analizante hace al analista”. Allí reside el corazón, el motor de la experiencia del análisis. No tener en cuenta esto nos conduce inexorablemente a una interpretación salvaje, a un rechazo del inconsciente y del dispositivo mismo que cierra, antes de empezar, el trabajo del análisis. El sueño de la joven homosexual es paradigmático en este punto.

Si es el soñante el que tiene el saber, y en eso se basa la respuesta de Freud a Leroy, el analista no está menos concernido en eso que se produce allí. No alcanza con tener más o menos asociaciones del soñante, sino que, hay una imposibilidad de interpretación, porque es en la transferencia que esa interpretación es posible, por la puesta en juego de la realidad sexual del inconsciente.

Entiendo que por ello Freud subraya la necesidad de las asociaciones respecto del melón (por el contenido sexual, referido a las semillas) y del hombre que aparece en el sueño.

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¿Qué se produce en psicoanálisis?

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