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El destino de dos cartas

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“[…] porque quiero salir algún día a la calle, y que sea pronto, y no morirme”.

El beso de la mujer araña, Manuel Puig

Martin escribe dos cartas a su padre en octubre de 1918, desde el campo de batalla de la Primera Guerra Mundial. Una guerra apocalíptica, contemporánea con la “gripe española”, pandémica.

Ambos acontecimientos provocaron miles de muertes, que producían al joven una profunda desazón y un marcado pesimismo por el futuro. A esto se le sumaba una gran angustia por la estadía de su familia en Viena, donde se producirían prontamente acontecimientos trágicos.

Al final de la guerra Martin estuvo desaparecido, sin que se supiera si estaba vivo o muerto.

El joven, en medio de la tragedia que vivía, pudo felicitar a su padre por el acontecimiento del Congreso de Psicoanálisis, después de varios años en Budapest.

Sigmund Freud, padre de Martin, luego del congreso –donde expuso el brillante texto “Los caminos de la terapia analítica”– le envía una carta a su hijo, a la cual éste responde: “Tienes razón al sostener que me he curtido, que ya no necesito tanto para vivir, y que tengo voluntad suficiente para asumir cualquier trabajo que me alimente a mí y a una mujer que se me quiera fiar”.

Freud, en la conferencia mencionada, ya había situado con total precisión, adelantándose menos de dos años al gran giro de 1920, respecto a la cuestión de la autodestrucción y la satisfacción que ella implicaba.

Pero ya había salvado al padre, y el límite fálico le impedía dar cuenta de lo femenino. Para eso había que invertir los dos tiempos de “Tótem y tabú”. El segundo es primero lógicamente, y el primero es un efecto de esto. Salvar al padre al precio del sacrificio del hijo, como lo afirmó Lacan.

Martin le dice que no al sacrificio. Le responde al padre: “Esa fortaleza posterior supuesta, sería posible, pero para ello es necesario e imprescindible a dicho fin, de que regrese a casa con las cuatro extremidades, los cinco sentidos y una mente serena, además de una buena porción de salud, todas cosas con las que no contaría si en el ínterin alguien, sea quien fuera, me colgara, acribillara, masacrara o me apresara”.

En definitiva, agregó: “Padre, ¿no ves que estoy ardiendo?” Dos años después Freud produce el “Más allá del principio de placer”. Toda guerra es el asesinato de los hijos.

Martin se dirige a la denegación de Sigmund. Denegación en perspectiva con el famoso sueño “se ruega cerrar los ojos”. Conmoción de la visión y el objeto mirada. Retorno del objeto al cuerpo como manifestación de la angustia traumática, en la misma perspectiva que la denegación subrayada anteriormente.

La pandemia actual implica, entre otras cosas, una caída de las identificaciones, por lo tanto de la conceptualización del inconsciente es la política, que velaba el agujero estructural causa del sujeto.

Varios gobernantes de importantes países llaman a restablecer las condiciones de trabajo, renegando del peligro de muerte, no solo por la dimensión de la acumulación de plusvalía, sino para restituir las identificaciones propias del ordenamiento de la cultura neoliberal.

El neoliberalismo es un proyecto de organización de la existencia humana a escala planetaria. No es solo un modo atroz de acumulación capitalista, sino una operación totalitaria de dominio de las subjetividades.

La caída de los regímenes totalitarios de mediados del siglo pasado, no abrió un porvenir democrático genuinamente. El neoliberalismo se quitó de encima los recaudos y los semblantes que le daban cuerpo al viejo liberalismo.

La concentración de la riqueza, el dominio de la justicia y de los medios de comunicación, crean sociedades neofascistas con lenguaje posmoderno. Ante la emergencia de este real sin ley se produce tanto la denominada angustia traumática llamada así por Freud, como la conmoción profunda de las identificaciones.

Esto último puede representar, si sabemos cómo posicionarnos, una gran oportunidad para la promoción de la dignidad humana que siempre tuvo el psicoanálisis en su horizonte, como muy bien lo reflejó Freud en “El malestar en la cultura”.

Agradezco a Viviana Mozzi por acercarme las cartas de Martin Freud, y a Denise Siciliano la referencia de Manuel Puig.

Leyendo a Freud desde un diván lacaniano

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