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El “pase” de Freud

I.

¿No es acaso el texto “La transitoriedad” el testimonio anticipado de aquello con lo que Freud escandalizaría a sus discípulos?

Efectivamente, “La transitoriedad” o “Lo perecedero” según las traducciones, da cuenta del desgarramiento de ese hombre de paz, de saber, de cultura universal; por lo que estaba por acontecer como crueldad y matanza sin límites en Europa.

Todo se inclinaba hacia la catástrofe, en la cual sus hijos participarían en las trincheras del frente de batalla.

El amor de Freud por sus hijas e hijos, se confrontaría con la tragedia que nos viene legada desde Grecia: el sacrificio de los hijos.

El hombre que en la más absoluta soledad había inventado el psicoanalista, un objeto inédito en la cultura moderna. Produjo una hendidura imposible de suturar en el ideal de la razón: el inconsciente.

Ese mismo hombre había dado cuenta que en la sexualidad existía un imposible, que no podía ser colmado con ningún concepto.

En esa gran época, según la pertinente investigación de Silvia Tubert, se van a producir acontecimientos de una envergadura social, científica y cultural, con una potencia inédita.

Einstein inventa la teoría de la relatividad, Pessoa conmueve el mundo literario, Wittgenstein construye su lógica matemática, Schoenberg produce la música atonal, Joyce escribe Ulises, Picasso conmueve la lógica pictórica, los bolcheviques realizan la Revolución de Octubre. También comienzan a gestarse las primeras manifestaciones segregativas que el gran director Ingmar Bergman desplegó en su genial film “El huevo de la serpiente”.

Freud le dice a su interlocutor poeta: “La guerra puso al descubierto nuestra vida pulsional en desnudez” (1). ¿Cómo podía entonces seguir sosteniendo Freud que lo que regula el aparato psíquico es el principio de placer?

Ya se había encontrado, en la clínica que sostenía, con los impasses que le generaba el forzamiento que hacía respecto del principio de placer.

¿Por qué le costó tanto dar el paso hacia el concepto de pulsión de muerte?

Él lo dice: titubeó, vaciló; “la bruja adivinante” y el “phantasieren” no lo visitaban por la noche. ¿Era solo por el estatuto que podríamos llamar deconstructivo, que eso implicaría?

Freud, que se caracterizó por su valentía y osadía intelectual, no podía dar ese salto. ¿Por qué tanta angustia si ya había dado varios pasos fundamentales, con la postulación del inconsciente, con la caída de la escena traumática, con la construcción temprana de la fantasía del padre gozador?

¿Cómo es posible que desde esa fantasía vaya a llegar a formular al padre como normativo?

Pocos años antes de “Más allá del principio de placer”, Vergänglichkeit (La transitoriedad) Freud plantea al texto como un trabajo de duelo, y lo afirma fuertemente: “Una vez superado el duelo, se advertirá que nuestra elevada estima de los bienes culturales no ha sufrido menoscabo por la experiencia de su fragilidad. Volveremos a construir todo lo que la guerra ha destruido, quizás el terreno más firme, con mayor perennidad”. (2)

Desde esa formulación, ¿qué lo detenía? En “Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte”, también de 1915, va a plantear que “estas lamentables circunstancias (de la guerra) serán quizás modificadas por evoluciones posteriores. Pero un poco más de veracidad y de sinceridad en las relaciones de los hombres entre sí, y con quienes los gobiernan deberían allanar el camino hacia tal transformación”. (3)

Estas consideraciones, según mi lectura, implican forzar el principio de placer, como aquel que regularía el aparato psíquico y el lazo entre los seres humanos.

Forzar, hasta tal punto, que las masacres y devastaciones culturales no le alcanzaban subjetivamente para hacer el verdadero duelo. Duelo, respecto a su ideal del reinado del principio de placer.

Es ese ideal lo que lo lleva a denegar lo que le dice su hijo Martin desde el frente de la guerra.

Por todo esto, el texto “Más allá del principio de placer” es el “pase” de Sigmund Freud. El atravesamiento del fantasma de la bienaventuranza y la caída del ideal del principio de placer.

Atravesamiento que lo va a llevar finalmente al resto irreductible, llamado fragmento de agresión libre en “Análisis terminable e interminable”. Y a postular finalmente ante lo que vacilaba, retrocedía, esquivaba: la compulsión de repetición.

Compulsión que hace caer la supuesta seguridad de cualquier ideal, y agujerea para siempre el ordenamiento de la ley paternal.

El Nombre del Padre, como lo formuló tempranamente Lacan, siempre reveló su impostura ante la compulsión de repetición.

El texto “Más allá del principio de placer”, “separó las aguas” en el postfreudismo. Aquellos que se formaron en ese “pase” de Freud son los que pudieron dar cuenta del concepto de goce, y orientar la clínica en relación a lo real.

Ciertamente, Freud ya había formulado en varias oportunidades lo que a partir de 1920 planteó como anticipaciones. La experiencia de dolor en el “Proyecto…”, la fuente in- dependiente de desprendimiento de displacer, la dimensión compulsiva en la obsesión de las psiconeurosis de defen- sa, los sueños punitivos, los fragmentos de vida real que siempre fueron displacenteros, etc. Sin embargo, no daba el paso.

El primero en “Más allá del principio de placer”, fue dado por la precisa, rigurosa y actual articulación de la angustia, el miedo y el terror; enmarcados en una nueva doctrina del trauma.

Es en ese punto donde cae la vieja juntura de la función del sueño y el cumplimiento de deseo. Es ahí donde se precipita el acto que estaba en suspenso. Escribe Freud: “O bien tendríamos que pensar en las enigmáticas tendencias masoquistas del yo”.

Esto lo cambia todo, se trata de “tendencias más originarias que el principio de placer en independientes de él”.

Sin esta afirmación, no sería posible sostener el concepto prínceps llamado “compulsión de repetición”.

Concepto que va a inaugurar la tercera y última etapa de la doctrina de la orientación clínica, y le va a permitir dar cuenta del fundamento de las catástrofes sociales.

Se trata del “sesgo demoníaco” del más allá del principio de placer. Este es el núcleo del reverso del psicoanálisis en Lacan. Jacques Lacan lo dice con total claridad en el Seminario 17: “Lo que precisa (Freud) de la repetición es el goce, término que le corresponde en propiedad”. (4)

Efectivamente, le corresponde.

Ciertamente, el concepto de goce tendrá un destino más complejo en la última enseñanza de Lacan, fundamentalmente a partir de Seminario 20, pero ya he destacado la cuestión de la divisoria de aguas fundamental en el postfreudismo.

Esto es lo que denomino atrevidamente el “pase” de Freud, sin desconocer por ello que el pase como tal le corresponde con propiedad a Lacan.

Y es en la “Proposición del 9 de octubre de 1967” donde, junto con su doctrina del Pase, nos formula la cuestión de los campos de concentración y de la “expansión” cada vez más dura de los “procesos de segregación”. Se trata del nudo: advenimiento del nuevo analista y analista ciudadano. Cuestión que está en el núcleo del psicoanálisis en intención y en extensión.

II. Bibliografía

Freud, S., “La transitoriedad” (1915), en Obras completas, López Ballesteros, Buenos Aires, 1989.

Lacan, J., El Seminario, Libro 17, El reverso del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 2008.

Lacan, J., “Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela”, en Otros escritos, Paidós, Buenos Aires, 2006.

1- Freud, S., “La transitoriedad” (1915), en Obras completas, López Ballesteros, Madrid, 1989, p. 2120.

2- Ibíd., p. 2119.

3- Freud, S., “Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte” (1915), en Obras completas, López Ballesteros, Madrid, 1989, p. 2117.

4- Lacan, J., El Seminario, Libro 17, El reverso del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 2008, p. 48.

Leyendo a Freud desde un diván lacaniano

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