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CAPÍTULO 5

El paso de las montañas

PERCY

La mañana del día siguiente era muy oscura, como todas las demás, pero a pesar del mal tiempo todo se encontraba tranquilo, sin tormentas previsibles. Me preguntaba a dónde habían ido a parar las nubes negras que había visto en la mañana anterior, ya que en ningún momento llovió a lo largo del día.

—Vamos, pongámonos en marcha antes de que se ponga a llover. No me gustaría caminar estando calada hasta los huesos —dijo Kika mientras terminaba de desmontar su tienda con la ayuda de Cristina y de Hércules, que les sujetaba las bolsas de utensilios para supervivencia, en las que seguramente llevarían lo mismo que Natalie y que yo: cuerdas, potabilizadores de agua, algunos arneses y bastones para andar, aparte de algún mechero o utensilios para hacer fuego.

—En marcha pues —añadió Hércules, que había optado por sentarse un momento antes de salir en el tocón cortado más próximo a los restos de la hoguera que hicimos la noche anterior.

Tardamos más de diez minutos en recogerlo todo y en ponernos en marcha. Aunque ninguno sabíamos exactamente dónde estábamos, por los paisajes y carreteras yo llevaba tiempo creyendo que sería una zona del norte de Europa, tal vez al sur de Alemania, pero me era imposible saberlo sin ver una ciudad o carteles y sin disponer de GPS, los cuales dejaron de funcionar a las pocas semanas del estallido. Pero dónde estuviéramos realmente era algo indiferente porque, después de todo, sería Hércules el que nos guiaría y nos haría llegar a Sesenya en pocas semanas. Aunque si realmente estábamos en Alemania no sabía cómo pensaba llevarnos hasta el centro España en solo unas semanas y a pie.

Al pensar en eso me di cuenta de lo lejos que habíamos llegado Natalie y yo con tal de escondernos y de huir de los inferis y también pensé en la increíble y extraña coincidencia de habernos encontrado a Kika y a Cristina y que, además, yo las conociera y que ellas también fueran como nosotros. Era demasiada casualidad, incluso para los dioses que, según Hércules, se pusieron de acuerdo para que varios de sus hijos se conocieran por si ocurría una catástrofe como la que acabó ocurriendo a pesar de que varios nos conociéramos.

En torno al mediodía paramos unos minutos a descansar para comer. Natalie hablaba con Cristina de algún tema relacionado con los idiomas, ya que la había escuchado hablar en lo que creí que era polaco con Kika. Mientras, esta última hablaba con Hércules sobre su padre, ya que en cierto modo ellos dos serían como hermanastros.

Yo, entre tanto, me bebí el caldo que había preparado Natalie improvisadamente con un poco de la carne del cervatillo del otro día y después me puse a limpiar y afilar las espadas que me había entregado Hércules. Aunque intentaba no empuñarlas durante demasiado tiempo, ya que una sensación muy siniestra y que no me gustaba nada invadía mi cuerpo cuando lo hacía.

—Deberíamos continuar hacia las montañas que se ven en el horizonte. Será un camino largo y agotador, sobre todo para mí, pero una vez allí encontraremos refugio para dormir y pasar la noche —propuso Hércules mientras caminaba apoyando levemente su peso sobre un bastón de madera muy grueso.

Aquellas eran unas montañas muy altas, con subidas empinadas y rocosas, y yo juraría que nunca las había visto antes a pesar de que llevábamos un par de semanas moviéndonos por esos bosques y sus alrededores.

Tras varias horas de caminata llegamos exhaustos a los pies de las montañas y vimos que no había ningún camino de ascenso que pudiéramos tomar para subir.

—Tendremos que escalarlas. Rodeándolas tardaríamos demasiado tiempo y el tiempo es esencial, así que os espero en la cima —dijo Hércules desde detrás de nosotros, ya que era el más lento y siempre caminaba siendo el último.

Pero cuando nos giramos para contestarle este había desaparecido como por arte de magia. Nos miramos entre nosotros y finalmente optamos por intentar escalar hasta llegar a la cima, aunque a ninguno le hacía gracia, en especial a Natalie, a la que desde siempre le habían dado pánico a las alturas. Era un miedo que seguía conservando desde que era pequeña.

El ascenso era sumamente complicado y costoso, con muchos matojos, tierra resbaladiza y rocas de por medio, pero como Kika y Cristina iban más adelantadas que nosotros Natalie y yo nos distrajimos hablando un poco mientras subíamos, ya que a ambos nos venía bien el no pensar en todas las preocupaciones que rondaban dentro de nuestras cabezas.

—¿Entonces nunca antes habías salido de España? —me preguntó mientras trataba de subir a duras penas una roca de un tamaño considerable y hacía lo que podía con tal de no mirar hacia abajo.

—Pues la verdad es que no. Nunca me dejaron. Solo salía a los campamentos. No llegué a salir hasta que empezó toda esta locura —respondí mientras buscaba un nuevo punto de apoyo para mis pies entre tantas rocas.

—No te ofendas, pero tu familia siempre fue un poco extraña y se comportaba fatal contigo. Tampoco eras tan malo —me comentó ella entre risas y yo también me reí un poco, pues ambos sabíamos que sí que era tan malo.

Entonces me empezó a doler de nuevo la cabeza. Era un dolor tan sofocante como el que sentí la noche anterior con Kika en el bosque. Cuanto más me intentaba aguantar más me mareaba y me tambaleaba a pesar de estar haciendo uso de toda mi fuerza para sujetarme en las rocas. Natalie se dio cuenta de mi mareo e intentó ayudarme a sujetarme hasta que se me pasara, pero cuando trató de volver a su posición anterior resbaló con uno de sus pies y estuvo a punto de caer al vacío. Realmente no sé cómo lo hice, pero pude reaccionar justo a tiempo para agarrarla de la muñeca y que no se despeñara.

—¡Súbeme! ¡Súbeme! —gritaba Natalie histérica al darse cuenta de la altura a la que nos encontrábamos. Con una enorme facilidad pegué un fuerte tirón y la coloqué de nuevo en la pared, como si tuviera el mismo peso que una pluma. Ella tardó un buen rato en recuperarse del susto, pero cuando recobró el habla después de hiperventilar me dio las gracias—. ¿Cómo lo has hecho? ¿Cómo me has subido así? —me preguntó extrañada y confundida.

—Si te digo la verdad, no lo sé. Ha sido todo muy rápido y no lo tengo claro, pero supongo que tendrá algo que ver con lo de ser licántropo —contesté mientras le enseñaba la palma de mi mano, en la que estaba empezando a desaparecer pelo negro.

—Bueno, sea como sea, ambos vamos a tener que ir aceptando lo que somos y lo que eso conlleva —afirmó ella en un tono de voz muy firme y decidido—, así que vamos a tener que hacer sacrificios si queremos devolver un poco de orden al mundo. —Yo hice una mueca con la cara, muestra de mi desaprobación—. Mira, sé lo que prometimos y que estás un poco cabreado conmigo por obligarte a seguirme de esa forma, pero piénsalo fríamente. Si tenemos la oportunidad de cambiar el mundo, de cambiarlo de verdad, ¿acaso no merece la pena intentarlo? —me preguntó mientras seguimos subiendo. Cuando terminó de hablar yo me detuve para contestarle.

—Depende del precio a pagar —respondí. Como ella me miró como si no entendiera a lo que me refería, yo seguí hablando—. Sí, llámame egoísta o inmoral, pero a mí el resto del mundo me da exactamente igual. Tú y yo somos lo único que realmente me importa en este momento. Y si esta supuesta misión se llevara consigo la vida de alguno de los dos… —continué mi argumentación intentando hacer que entendiera mi egocéntrica pero práctica manera de ver las cosas. Aunque Natalie y yo hubiéramos compartido muchas cosas con los años, nuestras maneras de pensar no podían ser más diferentes la una de la otra.

—Ya, bueno. ¿Y qué quieres que hagamos entonces? ¿Quedarnos en los bosques hasta hacernos viejos e inútiles? ¿Dedicar nuestras vidas únicamente a cazar, dormir y huir de todo porque no somos lo suficientemente fuertes? —respondió ella algo indignada—. Yo no pienso vivir más así si hay otra opción mejor —me dejó claro, tratando de hacerse respetar.

—Pues yo lo siento, pero me cuesta mucho dar la cara por unos dioses que no dan nada por nosotros. Nos dan siempre lo necesario para que hagamos lo que quieren, pero luego tú necesitas su ayuda o les pides algo y pasan de ti, con esos aires de superioridad, cuando realmente son ellos los que nos necesitan a nosotros y no al revés. Y sabes bien que las cosas son así y que no van a cambiar, así que si decides seguirles el rollo bien, yo te seguiré a ti, pero no esperes que lleve una sonrisa en la cara entre tanto —contesté algo cabreado.

—Mira, ninguno de los dos nos merecemos las cosas que nos han pasado, pero eso no es excusa para no querer ayudar cuando puedes hacerlo —me dijo mirándome a los ojos cuando paró de escalar—. Pero si te quedas que no sea solo por mí, que sea por ti también, para poder construir de la nada y del caos que dominan el mundo una tierra en la que podamos vivir tranquilos y sin miedo de saber si al día siguiente estarás vivo o muerto. No sé tú, pero yo ya estoy cansada de eso. Así que no te quejes tanto, porque has sido tú el que ha elegido estar aquí. Y si no quieres, deja de hacerte el enfadado y vete —añadió alzando bastante el tono y cuando terminó de hablar siguió subiendo la montaña.

Siempre había sido una chica de armas tomar, con un carácter fuerte aunque inestable en muchos sentidos; pero tenía buen corazón y, aunque le costara decírmelo, me quería. Y yo a ella. Así que resoplé varias veces, alcé la mirada y la seguí en la subida.

Habíamos estado hablando durante un buen rato, porque Kika y Cristina nos sacaban un buen tramo de ventaja. Esa pared que pretendíamos subir era bastante empinada, incluso hubo varios tramos en los que la inclinación rozaba los noventa grados respecto al suelo. Fue en esos tramos en los que Natalie se quedó parada y comenzó a hiperventilar de nuevo, pero siempre acababa por superar su miedo y seguía adelante.

Esa era otra de las muchas cosas que me gustaban de ella. Yo nunca tuve esa predisposición y esa facilidad mental para enfrentarme y superar mis miedos.

—Veo que sigues subiendo… Eso es que te quedas, ¿no? —me preguntó irónica cuando me vio subir por detrás de ella.

—Sí —respondí, sabiendo que se venía otra pregunta que ella ya tenía preparada desde antes de que le respondiese.

—¿Y te quedas por ti o por mí?

—Por los dos —solté toscamente. Natalie se detuvo, dispuesta a replicarme. Ya tenía los labios preparados y la boca abierta de par en par, pero en el último momento se lo pensó dos veces antes de seguir discutiendo.

—Me vale como respuesta, al menos de momento —indicó con una extraña combinación de alegría y disconformidad antes de seguir escalando para, después de otra media hora, llegar a la cima junto con los demás.

Cuando me respondía así yo pensaba siempre en lo complicada y compleja que debía de ser la mente de esa chica, porque por más cosas que iba averiguando de ella y por más cosas que creía llegar a entender me di cuenta de que realmente seguía siendo un gran misterio para mí. Incluso cuando el mundo estaba en su sitio y las cosas iban bien ella tampoco había sido una persona muy abierta en cuanto a sus sentimientos, pero desde la muerte de su familia había cambiado mucho.

Antes de que me diera cuenta llegamos a la cima de la montaña, la cual consistía en varias explanadas de rocas y tierra. Cuando conseguí subir, las chicas me ayudaron a reincorporarme y los cuatro buscamos a Hércules. Tras unos cinco minutos de búsqueda mientras se iba poniendo el sol, escuchamos un fuerte graznido por encima de nuestras cabezas, por lo que, asustados, nos dimos la vuelta y vimos cómo un águila del tamaño de un todoterreno llegó y se posó con suavidad y delicadeza en el suelo, a nuestro lado.

Desenvainamos nuestras armas y dejamos nuestras mochilas con las tiendas en el suelo, pero entonces el águila soltó otro fuerte graznido y comenzó a volverse más pequeña y a cambiar de forma hasta convertirse en un viejo con la piel arrugada y una toga rodeando su delgado cuerpo huesudo. Todos nos quedamos impresionados al ver esa demostración de metamorfosis.

—¿Cómo? —le pregunté al anciano justo cuando el último rayo de sol desapareció en el horizonte y la noche se ciñó sobre nosotros.

—Al ser hijo de Zeus puedo metamorfosearme en animales de todo tipo. Y vosotras también podréis hacerlo, pero con el tiempo; cuando descubráis vuestros poderes y, sobre todo, cuando aprendáis a controlarlos —dijo mirando a Kika y a Natalie.

—Y si puedes hacer eso, ¿por qué nos has hecho caminar y escalar una montaña cuando nos podrías haber subido tú? —le reproché impotente y desconfiado. Cosas como esas eran a lo que me refería con lo de los dioses y las medias tintas. Siempre tramaban algo.

Hércules se quedó en blanco y justo cuando iba a respondernos todos escuchamos el inconfundible sonido de cientos de gritos a los pies de la montaña. Corrimos para acercarnos al borde y muy borrosamente vimos cómo unos doscientos inferis subían a toda prisa la montaña a base de saltos y de subirse unos encima de otros. Escalaban a una velocidad impresionante y no tardarían mucho en llegar hasta donde nos encontrábamos.

—¡Inferis! ¡Corred! —gritó Natalie, presa del pánico, mientras todos recogimos las mochilas y tiendas del suelo y empezamos a correr sin saber exactamente a dónde nos dirigíamos. Simplemente seguíamos a Hércules, el cual, por cierto, nos adelantó a todos y se puso en primera posición, corriendo como alma que lleva el diablo.

El viejo corrió hacia una zona que tenía varios salientes y rocas afiladas y nosotros le seguimos. Después de todo, no nos quedaba opción, ya que la otra era quedarnos a luchar con los inferis y a nadie parecía hacerle demasiada ilusión.

Tras un par de minutos Hércules se detuvo y nos gritó que nos metiéramos todos en una pequeña grieta, casi imperceptible para la vista, que atravesaba un par de metros del suelo. Estaba cubierta por ramas y varios matojos y parecía llevar a una especie de caverna en el interior de la montaña.

Cristina, que era la que menos peso llevaba en la espalda, llegó la primera y no se lo pensó ni por un segundo. Se metió dentro de la grieta sin problemas. Algo más tarde llegó Kika e hizo lo mismo: primero metió las cosas que llevaba cargadas a la espalda y después se metió ella rápidamente. Por último, llegamos Natalie y yo, que nos quedamos parados frente a la grieta. Nos miramos y pensamos en lo mismo, en que esa misma situación ya la habíamos vivido antes, hacía un tiempo. Ambos sabíamos que pensábamos en lo mismo porque los dos nos miramos con la misma cara de espanto con la que lo hicimos hacía ya muchos meses, cuando estuvimos en una situación muy parecida. Fue el día en el que perdimos a nuestras familias. Aunque sí que es cierto que por entonces las cosas eran diferentes, pues aún no sabíamos quiénes éramos, nuestras familias y amigos aún vivían y no sabíamos qué hacer por el miedo que nos recorría todo el cuerpo al ver a un muerto.

Cuando llegamos y Hércules vio que ninguno de los dos se metía en la grieta se puso a gritarnos cosas, las cuales obvié porque no llegué a entender ninguna. Cuando asimiló que no le haríamos caso se metió él en el agujero de un salto y nosotros nos quedamos quietos mientras nos mirábamos con los ojos llorosos y escuchábamos cómo los inferis se iban acercando alarmantemente rápido.

Durante unos instantes ambos pensamos en combatir (hasta sacamos nuestras armas, ella su arco y yo las espadas que me entregó Hércules), pero al oír el sonido de los inferis, que ya casi nos habían alcanzado, le grité a Natalie que entrase y eso hizo, metiéndose en la grieta también de un salto, y yo fui justo detrás.

*****

Las paredes, que deberían ser de roca, eran de madera, al igual que el techo, en el que en vez de estalactitas había lámparas encendidas, dándonos la luz suficiente como para poder ver una pequeña habitación con un par de camas y una especie de sofá viejo y mohoso.

—¿Pero qué? ¿Cómo? —dijo Natalie desconcertada, igual que yo.

—Magia, muchachos —explicó Hércules con un cierto tono de misterio al hablar—. ¿Por qué habéis tardado tanto? —preguntó a modo de reproche. Nosotros no le respondimos y nos limitamos a colocar nuestras mochilas y nuestras cosas en condiciones, ya que se habían esparcido todas al saltar de golpe.

Nadie nos dijo nada. Kika y Cristina dejaron las cosas en el suelo con moqueta de madera y se metieron juntas en una de las dos camas después de cambiarse. Natalie hizo lo mismo y se metió en la otra, así que yo me dirigí hacia el sofá raído, pero Hércules me cortó el paso.

—El sofá es mío, chico. Necesito dormir recto por cosas de mi espalda y eso. Ya sabes, cosas de viejos —me aseguró Hércules, que se tumbó de golpe y sin ningún cuidado en el sofá.

«Pero luego bien que corres aun con problemas de espalda, cabrón», pensé mientras me acercaba a mi mochila para empezar a extender mi saco de dormir en el suelo. Justo en ese momento se escuchó cómo pasaban por encima de nosotros cientos de inferis.

—Solo los vivos pueden entrar aquí. No os preocupéis, podréis dormir tranquilos —afirmó Hércules desde el sofá y tocó una especie de interruptor para apagar la luz.

Era muy extraño que no le sorprendiera nada la situación aunque fingiera que sí. Era como si supiera qué iba a pasar en cada momento.

«Igualmente va a ser una noche muy larga», pensé mientras me metía en mi saco y seguía escuchando los pasos y los gritos de los inferis sobre nosotros.

—Percy, ¿duermes conmigo? —me dijo Natalie desde su cama, tras lo que sentí cómo las chicas y Hércules me miraron pícaramente. Yo asentí y me metí en la cama con ella, que estaba helada a pesar de estar bien arropada.

—No sé, sinceramente pensaba que esta noche en especial querrías dormir sola —le comenté en voz muy baja cuando vi que Hércules y las chicas ya se habían dormido. A nosotros nos resultaba sumamente difícil hacerlo, ya que entre los gritos de los inferis y los ronquidos de Hércules teníamos toda una banda sonora tocando para nosotros esa noche.

—Esta noche en especial necesito dormir contigo —me respondió. Tras unos segundos se acercó a mí, rodeó mi pecho con sus dos brazos y apoyó su cabeza sobre mi hombro. La combinación entre lo fría que estaba ella y yo, que estaba ardiendo, me hizo recordar tiempos pasados, tiempos mejores. O al menos tiempos no tan malos.

Pensé durante un rato en lo que eran nuestras vidas antes de los inferis, los dioses y todo esto. Hubiera dado lo que fuese por poder volver a entonces. Pero esos monstruos que seguían gritando y berreando fuera lo estropearon todo. No obstante, a pesar de los inferis, de haberlo perdido todo y de haber vivido durante un año escondidos, seguíamos estando los dos juntos y pensar en ello me llevó a decir unas palabras que nunca había pronunciado por nadie en voz alta:

—Te quiero —le dije a Natalie muy bajito y al oído. Pero no hubo respuesta por su parte; ya estaba dormida.

*****

—¡Vamos! ¡Arriba, dormilones! ¡Los monstruos ya no están, así que vamos a entrenar! ¡Venga, arriba! —gritaba Hércules una y otra vez mientras nos zarandeaba para tratar de despertarnos.

—¿Qué? ¿Entrenar? ¡Voy! —respondió Natalie muy animada, lo cual era raro, y saltó de la cama para ponerse en pie de golpe—. ¿Qué hay que hacer? —Un par de segundos después, Hércules y las chicas empezaron a reírse a carcajadas de ella—. ¿Qué? ¿Qué pasa? —preguntó molesta.

—Natalie, ¿y si te pones algo de ropa antes de salir afuera? —le sugerí yo, riéndome y uniéndome a los demás. Cuando Natalie se dio cuenta corrió de nuevo a la cama y se tapó con las mantas. No se acordaba de que estaba en ropa interior. Tras varios segundos ella también acabó por reírse.

—Os esperamos fuera —indicó Kika cuando recogió sus cosas aún entre risas. Y seguida por Cris y Hércules subió a la superficie.

Nosotros nos vestimos lo más rápido que pudimos y salimos también. Extrañamente, hacía una muy buena mañana por primera vez en varios días y se veía el sol, con el cielo casi completamente despejado. Hasta me lloraron un poco los ojos al no estar acostumbrado a tanta luz y a que me diera el sol en la cara.

—Bien, lo ocurrido anoche me ha hecho pensar que necesitáis un poco de instrucción sobre vuestros poderes, porque no dudo de vuestras habilidades con vuestras armas. Sois supervivientes después de todo, pero debéis aprender a usar y, sobre todo, a controlar vuestros poderes, ya que únicamente con armas no podréis enfrentaros a tantos enemigos como los de ayer. Así que ¿quién es el primero? —preguntó Hércules con entusiasmo.

—Yo —contestó Natalie con mucho ímpetu e inmediatamente dio un paso al frente.

—Muy bien, Natalie, hija de Artemisa. Veamos qué puedes hacer —dijo él y después se llevó un par de dedos a la comisura de los labios y silbó dos veces.

Nosotros nos quedamos desconcertados unos momentos, pero después escuchamos un grito muy agudo a lo lejos y vimos como un inferi se acercó corriendo hacia nosotros a toda pastilla, lo cual nos dejó aún más consternados, pues nunca habíamos visto a uno exponerse bajo la luz directa del sol. Así que yo tiré mi mochila y mis cosas y desenvainé mis espadas.

—¡No! —me pidió Hércules poniéndome una mano en el pecho—. Natalie, mátalo —le ordenó el viejo.

Ella se quedó quieta unos momentos, pero finalmente adoptó una postura de ataque, se adelantó un poco y esperó pacientemente a que el inferi la alcanzara. Cuando este llegó a su altura se abalanzó sobre ella directamente, sin darle margen para poder defenderse y sin que pudiera hacer nada para quitárselo de encima, así que los demás cogimos nuestras armas y corrimos para apartarlo de ella. Pero justo en ese momento Natalie reaccionó y le dio un rodillazo lo suficientemente fuerte como para tirarlo al suelo y poder levantarse antes de que el monstruo pudiera reincorporarse.

Cuando el inferi se levantó gritó con rabia en el mismo tono agudo e irritante que habíamos escuchado antes y todos pudimos ver su grisácea piel envuelta en podredumbre, también sus músculos tensos y delgados. En su rostro vacío y sin vida se veían agujeros y poros del tamaño de pelotas de tenis, todos recubiertos de pus y materia muerta en constante descomposición.

Sorprendentemente, Natalie se enfrentó a él haciendo uso de sus fuertes y entrenados brazos y de su cuchillo de caza y la vi hacer cosas que nunca antes había hecho. Esquivaba los zarpazos y arremetidas del monstruo con mucha agilidad y elegancia y al moverse parecía otra persona diferente. Tras un par de minutos ella encontró su oportunidad cuando el muerto tuvo la guardia baja y le dio un golpe seco en la cabeza con el codo. Entonces el inferi cayó al suelo no inconsciente, sino muerto.

—Una agilidad digna de un semidiós. Bien, ¿siguiente? —preguntó el viejo emocionado. Le divertía la situación cuando al resto nos aterraba. Acababa de exponer a Natalie a un peligro enorme de manera gratuita. Aunque, ciertamente, esa sería la única manera de entrenarse para matar a esos monstruos.

—¡Yo! —se ofreció Cristina, que dejó su tridente junto a sus cosas y dio un paso al frente.

Hércules volvió a llevarse los dedos a la boca y silbó de nuevo. En el acto el inferi se puso en pie y arremetió contra Cristina, dando golpes sin patrón alguno. Eso hizo que a la chica se le hiciera complicado poder esquivarlos todos, ya que, por lo que nos había contado, solo manejaba bien el arco. Así que inevitablemente el inferi acabó por atinar en uno de esos golpes y la mandó directa al suelo, donde ella se vio arrinconada por el monstruo.

Kika intentó correr hacia Cristina, pero Hércules se le adelantó y volvió a interponerse. Esta vez recogió de la mochila de Cristina una especie de cantimplora llena de agua y se la arrojó con ganas a la chica.

Antes de que ninguno de nosotros pudiera hacer ni decirle nada, vimos cómo la cantimplora empezaba a temblar por sí misma cuando se encontró cerca de Cristina y, antes de que el muerto pudiera tocarla de nuevo, el recipiente estalló en mil pedazos y el agua que había en su interior, que no era mucha, se quedó en el aire flotando, como si estuviera en gravedad cero. Cuando el monstruo intentó acercarse a ella, el agua empezó a moverse y adoptó una forma de punta de lanza, la cual salió despedida contra él y le atravesó varias veces como si fuera el metal más cortante del mundo: por el pecho, la clavícula, el abdomen, ambas rodillas y finalmente la cabeza, lo cual hizo que se desplomara en el suelo al instante.

—Impresionante, Cristina. Ya verás como poco a poco podrás controlarlo mejor y a tu antojo —le aseguró Hércules a Cristina, que se acababa de levantar del suelo sin saber muy bien qué era lo que había pasado—. Kika, hija de Zeus, da un paso al frente. Es tu turno —ordenó el anciano con muchas ganas.

Kika se quedó dudando durante un momento, ya que, al igual que yo, miraba al viejo insatisfecha por exponernos a un peligro tan directo. Pero igualmente dejó sus dos espadas en el suelo, junto a sus cosas, y se acercó lentamente al cuerpo agujereado del inferi. Parecía totalmente muerto a pesar de que no sangrara nada en absoluto, pero cuando el anciano volvió a silbar el pecho del monstruo empezó a subir y a bajar lentamente, de una manera casi imperceptible. Cuando renació de nuevo y consiguió ponerse en pie pilló por sorpresa a Kika y la agarró del cuello. Ella no podía hacer nada por separar las frías y huesudas manos del monstruo de su garganta y poco a poco notamos cómo su cara empezaba a ponerse roja a medida que se iba quedando sin aire.

—¡Páralo! ¡La va a matar! —le grité a Hércules al ver que Kika era incapaz de soltarse.

—Tú solo mira y calla —me respondió el anciano, que ya estaba algo cansado de mí.

Cuando giré mi cabeza para mirar de nuevo, Kika consiguió doblarle una mano por completo al inferi y después lo miró mientras intentaba respirar. Se le notaba en la cara que estaba tremendamente enfadada.

Mantenía una mano sobre su cuello mientras respiraba hondo, mientras que sobre la otra, entrecerrada, vimos cómo comenzó a formarse la silueta distorsionada de un rayo centelleante. Cuando el rayo dejó de formarse, de crecer y de soltar chispas, la chica lo arrojó contra el inferi como si fuera una jabalina y, tras una enorme explosión de luz que nos obligó a todos a taparnos los ojos durante unos segundos, vimos que el monstruo había quedado calcinado y reducido a cenizas. Entre tanto, Kika ya tenía otro rayo preparado para lanzarlo por si el inferi había sobrevivido, pero al ver cómo había quedado, con un movimiento muy técnico de muñeca hizo desaparecer el rayo que empuñaba en su mano derecha.

Todos nos quedamos impresionados. Todos, menos Hércules, el cual simplemente sonreía como muestra de su emoción y satisfacción.

Kika volvió con nosotros mientras hacía aparecer y desaparecer rayos de su mano. Parecía como una niña pequeña a la que le acababan de regalar un juguete nuevo, uno bastante peligroso y letal. Cuando llegó hasta nosotros todos me miraron expectantes, esperando a que diera un paso al frente, pero yo no reaccioné hasta que vi la cara con la que me estaba mirando Natalie. Entonces resoplé y dejé caer al suelo mis espadas para acercarme al montón de huesos y cenizas en silencio. Al ver cómo se recomponía a partir de la nada, Hércules silbó de nuevo y yo miré a las demás y me percaté de que el viejo tenía una amplia sonrisa dibujada en la cara. Escuché cómo detrás de mí empezaron a sonar unas fuertes pisadas.

Al girarme de nuevo vi a una especie de inferi enorme que se acercaba a mí, con su típica piel grisácea, como todos, pero este era bastante corpulento, una característica que nunca habíamos visto ninguno en los inferis, ya que normalmente todos rozaban los límites de la delgadez extrema. Tenía también todo el cuerpo lleno de bultos extraños. El monstruo medía casi dos metros y comparado con él yo tenía la estatura de un niño grande. Ninguno habíamos visto nada igual antes. Era algo bastante aterrador.

No obstante, cargué contra el monstruo antes de que él pudiera hacerlo conmigo y, a pesar de tener una constitución esbelta, me sorprendí de lo fácil que me resultó detenerle. Y pareció que al inferi también le sorprendió, así que aproveché para agarrarle del cuello y empecé a apretar y apretar hasta que noté que sus músculos y huesos muertos empezaban a ceder. Entonces apreté con todas mis fuerzas y con una rabia desmedida, lo cual hizo que el cuello del monstruo estallara y que su cuerpo se separara de su cabeza.

Las chicas gritaron durante unos segundos cuando el monstruo estalló y yo me empapé de su sangre negruzca y podrida, como la que tenían todos los inferis. Tras eso me giré y miré a los demás, un poco asqueado conmigo mismo, pero satisfecho y orgulloso en la misma medida. Hércules seguía con esa sonrisa pícara en su cara, que no me gustaba en absoluto. Sabía que verle sonreír así no era una buena señal, así que me volví a girar para mirar el cadáver del inferi y vi que estaba en pie de nuevo, con la cabeza en su sitio y sin ninguna cicatriz visible.

Me quedé muy confundido, igual que los demás, pero volví a reaccionar antes de que se abalanzara sobe mí y me tiré sobre él. Esta vez llevé mis manos a ambos lados de su cabeza para volver a apretar con todas mis fuerzas. A los pocos segundos se escuchó un fuerte crujido y su cabeza estalló y se abrió como un coco, pero igualmente el monstruo se recompuso tras varios segundos y esta vez consiguió atizarme en la cabeza con sus enormes manazas.

El golpe, extrañamente, no me dolió demasiado a pesar de la magnitud del monstruo. Es más, casi ni lo sentí, pero eso hizo que me enfadara y empecé a notar cómo ese calor que sentí la otra noche con Kika hacía que me volviera a arder el estómago, que mis músculos se hincharan y se cubrieran de pelo negro y que varios de mis dientes crecieran a medida que iba matando al monstruo una y otra vez.

Lo intenté de todas las maneras posibles: arrancándole las extremidades de cuajo, las cuales siempre le volvían a crecer; dándole golpes por todas partes y tirándole al suelo, pero siempre se levantaba. Hasta metí mi mano con garras en su pecho y conseguí extraerle su podrido corazón, lo cual fue bastante sádico y macabro, pero siempre se volvía a levantar, independientemente de cómo le matara. Justo cuando creí que iba a estallar de la ira escuché la voz de Natalie, que siempre había sido muy suave y rasgada al mismo tiempo, pero también muy dulce.

Sin yo quererlo, cerré los ojos mientras veía cómo el muerto se aproximaba corriendo hacia mí e involuntariamente levanté mi brazo derecho justo en el momento en el que lo tuve delante. Cuando me di cuenta de que notaba una sensación rara en la mano, abrí los ojos y vi que en ella tenía una de mis espadas, la cual acababa de atravesar el pecho de la bestia como si fuera mantequilla. Desconcertado al ver que empuñaba un arma, la solté de golpe y esta cayó al suelo, junto con el cuerpo del inferi. Pero me quedé aún más confundido al ver que de la boca del muerto salía una pequeña neblina blanca y que se metió dentro de la hoja de doble filo de la espada, la cual se iluminó cuando el vaho procedente del inferi se introdujo en ella.

—¿Qué ha sido eso? —le pregunté a Hércules pidiéndole una explicación. También me sorprendí al ver que podía vocalizar y que mi cuerpo había vuelto a ser el que siempre había sido, sin pelo, sin colmillos y sin garras.

—Pues eso ha sido que el alma del no muerto se ha metido en tu espada, porque cuando tu padre le pidió a Hefesto que las forjara usó… —intentó responderme el anciano. Parecía que toda esa situación le resultaba sumamente graciosa, pero yo no le dejé terminar la frase sin antes cogerle agresivamente de la toga e interrumpirle.

—¡No me refería a eso, viejo cabrón! —le grité amenazante y con el puño en alto, pero entre Natalie, Kika y Cristina consiguieron separarme de él.

—Vamos, ya está. Venga, Percy, respira y relájate. Vente a comer algo con nosotras, ¿sí? —me dijo Natalie mientras me llevaba de la mano a sentarme en una roca.

Cuando se me quitó la adrenalina del cuerpo me uní a ellas y todos comimos en el silencio más absoluto. Mientras comíamos, Hércules me miró de reojo un par de veces y yo instintivamente le enseñé los dientes y le gruñí. Por supuesto, sin que Natalie me viera hacerlo.

—Tenemos que avanzar y bajar la montaña. Encontraréis un camino de bajada a un par de kilómetros si seguís esa dirección —nos explicó, señalando en dirección suroeste, una vez que todos terminamos de almorzar—. Si nos ponemos en marcha, cuando caiga la noche le sacaremos una buena ventaja a ese grupo de muertos que nos siguió ayer. Seguramente nos sigan el rastro durante días, tal vez semanas, así que tendremos que ocultarnos de ellos como hoy y rezarles a los dioses para que haga buen tiempo —manifestó el emisario poniéndose en pie—. Os espero abajo —se despidió antes de dar la vuelta a una roca y desaparecer de nuevo.

Nos quedamos en silencio, empezamos a recoger nuestras cosas y cuando terminamos nos colgamos las mochilas a la espalda y anduvimos en la dirección especificada. Nadie habló con nadie durante un buen rato, al menos hasta que encontramos la bajada a la que se refería Hércules, que no era exactamente un camino, como nos había dicho. Eran más bien un montón de piedras que formaban una especie de escalera descendente muy resbaladiza, la cual nos fue bastante difícil de bajar y nos llevó bastante tiempo y paciencia.

A medida que bajábamos saltando de roca en roca, íbamos intentando no caernos, pero tarde o temprano acabábamos resbalando, aunque sin ninguna consecuencia grave. Nada más allá de un par de cortes y moretones. Cuando conseguimos llegar a los pies de la montaña ahí estaba Hércules, esperándonos justo en el punto en el que comenzaba una gran extensión de tierra cubierta por más árboles de lo normal.

Al llegar y encontrarnos con él no nos dijo nada; simplemente, se puso un poco por delante de nosotros y empezó a caminar en silencio y el resto le seguimos. Después de lo ocurrido esa mañana parecía que nadie estaba de humor para hablar con nadie. Ni siquiera Kika y Cristina se hablaban entre ellas. Aparte de eso, las chicas se esforzaban para que no se les notase, pero todas, incluso Natalie, trataban de evitarme. Yo no quise hacer o decir nada al respecto; me parecía completamente comprensible después de lo que habían visto. Yo tampoco me hablaría si fuera una de ellas.

Cuando llevábamos caminando un par de horas nos dimos cuenta de que a lo lejos, en dirección norte, se empezaban a divisar varios grupos de nubes negras que amenazaban con traer tormenta. Esas nubes no tardarían mucho en cubrir el sol, lo que les daría vía libre a los inferis para poder perseguirnos. En general, a esos monstruos les resultaba muy perjudicial el contacto con la luz del sol porque tras unos cuantos minutos expuestos a ella comenzaban a descomponerse más rápido de lo normal y se quedaban reducidos a una especie de papilla de piel y sangre ennegrecida. Era una mezcla muy asquerosa y que olía fatal, la cual, por cierto, era bastante complicada de quitar de la ropa.

Tras comer me había echado agua de mi cantimplora para beber y limpiarme la cara y los brazos, pero de ninguna manera conseguí eliminar la sangre de mi ropa, así que la tiré y ahora andaba con la ropa que le sobraba a Natalie, que era bastante parecida a la mía, pero algo más estrecha.

Cuando las nubes acabaron por cubrir el sol completamente nos vimos obligados a acelerar el paso y empezó a hacer un frío horrible. Todos nos pusimos todo lo que llevábamos de abrigo. Todos, menos Hércules, que seguía con su túnica de tela fina. Entonces escuché como Kika y Cristina empezaron a hablar acerca de sus padres biológicos y también de sus padres humanos. Se preguntaban si aún seguiría vivo alguno de sus amigos o familiares.

Al escucharlas me puse a pensar en ello yo también. A diferencia de ellas, sabía que, salvo Natalie, el resto de las personas que me importaban estaban muertas. Tenía la certeza de que nunca más las volvería a ver, y si fuera así las vería convertidas en inferis, lo cual me dejaría un buen trauma que añadir a mi lista. Noté que al escucharlas hablar de esos temas poco a poco volvía a sentir ese calor desde mi estómago. Pero antes de que me subiera por la garganta sentí cómo unas manos me rodeaban y se agarraban a mi cintura para sacarme de mis pensamientos en el momento justo. Por un momento me llevé un susto, pero al ver que esas manos pertenecían a Natalie pude relajarme del todo.

—Tranquilo, te entiendo. Es duro haber perdido tanto. Pero, como dices tú, nos tenemos todavía el uno al otro, ¿no? —me dijo ella mientras caminaba a mi lado y entrelazaba una de sus manos con las mías.

—Sí, aún nos tenemos el uno al otro —repetí en voz alta intentando sonreírle un poco, ya que sabía que le estaría resultando muy difícil ser cariñosa después de lo ocurrido esa mañana. Así que acabé por sonreír, porque ella nunca fue demasiado cariñosa con nadie, ni siquiera cuando las cosas estaban bien, y que lo fuese conmigo me hizo sentirme bastante especial—. ¿Sabes? Esta mañana te he escuchado en mi cabeza, hablándome. Me has hecho tranquilizarme. Pero ha sido algo muy extraño —le revelé mientras caminábamos.

—¿En serio? —me preguntó ella, extrañada y alegre al mismo tiempo. Aunque a mí lo que realmente se me estaba haciendo extraño era verla tan alegre.

—Sí, ha sido como si… —empecé a decir, pero ella rápidamente me cortó.

—¿Como si estuvieras escuchando mi voz hablándote muy lentamente en el interior de tu cabeza? —terminó la frase que yo estaba a punto de decir.

—Exacto. Sinceramente, escuchar tu voz es de las pocas cosas que realmente me relajan —le dije. Entonces Natalie se adelantó y se detuvo frente a mí, obligándome también a pararme, y tras mirarme a los ojos un par de segundos me besó. Aún se me hacía raro, pero yo la agarré de la cintura y continué el beso hasta que nos separamos—. Excepto cuando te enfadas. Entonces lo que hace tu voz es infundirme pánico —añadí en broma, con una sonrisa de oreja a oreja, y ella me miró frunciendo el ceño y levantando una ceja mientras intentaba hacerse la ofendida, tratando de ocultar su sonrisa.

—¡Eh, tortolitos! ¡Vamos! ¡No os quedéis atrás! —nos gritó Hércules desde algo más adelante, ya que habernos parado por el beso hizo que el resto nos sacara un poco de ventaja.

—¡Ya vamos! —respondió Natalie mientras yo resoplaba y ponía los ojos en blanco. Ella se giró para darme otro beso—. Haz un esfuerzo aunque no te caiga bien, ¿vale? ¿Lo harás?

Y tras pensármelo unos segundos asentí con la cabeza y ella sonrió y corrió para alcanzar a los demás. Yo me quedé algo pensativo después de eso, pero tras un par de minutos decidí acelerar mi paso para alcanzarles.

El silencio ya se había roto del todo y todos hablaban con todos…, pero eso no duró demasiado, ya que unos minutos después el sol empezó a ponerse y poco a poco el ambiente fue tornándose cada vez más frío y oscuro. Cuando ya no pudimos ver nada más allá de nuestras propias narices decidimos acampar en medio de un pequeño aunque amplio claro sin árboles de por medio, el cual nos aportaría bastante visibilidad por la noche. No tardamos ni diez minutos en poner las tiendas y encender una hoguera a pesar del fuerte viento. Se notaba que teníamos práctica a la hora de plantar las tiendas de campaña.

Tras montar el campamento Natalie se ofreció a hacer la primera guardia y yo me quedé con ella mientras los demás se fueron a dormir un rato y a descansar tras la larguísima caminata de aquel día. Kika y Cristina se metieron en su tienda y Natalie fue a recoger algo de madera para mantener el fuego encendido por la noche, así que yo, entre tanto, me quedé sentado en una roca frente a la fogata y empecé a hacer un recuento mental de las personas que sí o sí estarían muertas de entre mis conocidos, también para saber quiénes podrían seguir vivos, aunque eso lo hubiera hecho ya cientos de veces antes.

Cuando Natalie volvió con la madera se sentó en otra roca más pequeña al lado de la mía y los dos nos apoyamos el uno en el otro para después quedarnos así un buen rato, aunque de vez en cuando alguno se tenía que mover y echar algo de madera para alimentar el fuego. Me gustaban esos ratos de silencio a su lado; nos daban la oportunidad de pensar en nuestras cosas tranquilamente y eso era algo que los dos solíamos necesitar a diario.

A medida que iba pensando me iba enfadando cada vez más al pensar en mi verdadero padre y en el resto de los dioses. Lo único que parecía mantener a raya mi mente y mi inestable carácter actual era Natalie. Cuando me giré para mirarla vi que tenía una sombra extraña detrás, así que, asustado, me levanté mientras desenvainaba mis espadas.

—Tranquilo, chico —dijo Hércules, incómodo por mi reacción—. Parece como si quisieras matarme —siguió diciendo con esa sonrisa que yo no aguantaba.

—Y tú pareces divertirte intentando cabrearme —le respondí muy seco y volví a envainar las espadas en sus fundas para sentarme con Natalie de nuevo. La presencia del viejo no me hacía ninguna gracia, aún menos cuando aparecía y desaparecía sin previo aviso. No me caía nada bien, pero me vería obligado a convivir con él al menos hasta llegar a Sesenya. Y le había prometido a Natalie que haría un esfuerzo por aguantarle. A él y a su sonrisa.

—¿Podríamos hablar a solas? —preguntó el viejo mirándome a mí y después a ella. Natalie asintió rápidamente y se fue a recoger algo más de madera mientras tanto. Yo le supliqué con la mirada para que no me dejara a solas con él, pero acabó por marcharse a por la madera igualmente—. Lo que he hecho hoy ha sido para tratar de enseñarte algo —me explicó Hércules, que se sentó a mi lado, en la roca en la que hasta hacía cinco segundos estaba Natalie.

—¿El qué? ¿Que si llevas al límite a alguien como yo acaba por perder los papeles? Gracias por tu sabia lección, pero creo que ya me la sabía —respondí sarcásticamente y de la manera más hiriente que pude.

—Aparte de eso, que tus poderes de licántropo no tienen nada que ver con los divinos. Esas espadas pueden matar cualquier cosa si las usas adecuadamente y te concentras lo suficiente, pero entiende que si no os llevo al límite no podréis avanzar en cuanto a vuestras habilidades como semidioses —continuó argumentando al tiempo que desenvaina una de las espadas de mi cinturón y la hacía girar entre sus dedos rápidamente—. Es elección tuya… —agregó esperando una especie de respuesta por mi parte, pero no se la di en ningún momento, dándole a entender que no estaba cómodo con su presencia—. Eres un digno hijo de Hades; puedes ser casi tan arrogante e impulsivo como él. —Al soltar ese comentario me mostré molesto a pesar de saber con certeza que no le faltaba razón en lo que decía—. Tú sabrás. Yo te ofrezco poder aprender a luchar como lo que realmente eres y no como un animal sin escrúpulos ni cerebro —dijo sonriendo de nuevo. Sabía perfectamente cómo provocarme y cómo desencadenar reacciones agresivas en mí.

—¿Qué has dicho? —le pregunté al anciano y le arrebaté rápidamente mi espada de la mano para sostenerla apuntando a su garganta.

—Tú piénsatelo —me volvió a decir, apartando la espada suave y lentamente con la mano. Entonces se levantó y desapareció al fundirse con la oscuridad del ambiente. Justo entonces volvió Natalie cargando con muchas ramas secas en sus brazos, que soltó de golpe junto a los troncos partidos que ya teníamos apilados.

—Qué breve. ¿Qué tal la charla? —me interrogó mientras se volvía a sentar a mi lado y empezaba a cubrirse con parte de mi abrigo de pieles.

—Podría haber ido peor —contesté sin dejar de mirar de reojo entre los árboles y la penumbra del bosque.

Los hijos del caos

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