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CAPÍTULO 7

Vuelo a lomos de un dragón

PERCY

Pasaron varios días en los que repetimos la misma rutina: amanecíamos temprano, antes de que saliera el sol, recogíamos el campamento y volábamos a lomos de Hércules hasta que este se cansaba y no podía continuar, algo que solía pasar cada vez antes.

Así pasamos casi una semana de rutina, silencios incómodos y autodescubrimiento, ya que en los entrenamientos poco a poco íbamos conociéndonos mejor a nosotros mismos y a nuestros poderes. Si seguíamos al paso que íbamos llegaríamos a Sesenya en tres o cuatro días.

—¿Podéis pasarme un poco de caldo, por favor? —pidió Cristina cuando, después de otro día agotador, nos sentamos todos alrededor de la hoguera para cenar y calentarnos. Pero el tiempo no favorecía que se pudiera hacer un buen fuego.

—Claro, ten —le respondí y le ofrecí lo que me quedaba del mío.

—Gracias —dijo ella mientras se lo tomaba todo de golpe a la vez que intentaba dejar de tiritar cubriéndose con varias mantas y acercándose aún más al fuego.

Desde el primer día en que volamos con Hércules las conversaciones dejaron de ser fluidas y eran solo de este tipo. Nadie decía más de una frase al hablar. Eso los que hablábamos, porque Natalie rara vez pronunciaba alguna palabra, y si lo hacía solo usaba monosílabos, los cuales, combinados con su mirada triste y perdida, daban una imagen muy deprimente.

Cuando todos decidieron que ya era hora de irse a dormir y Kika se quedó haciendo la primera guardia, se me ocurrió ir y darme un paseo por el bosquecito en el que habíamos acampado esa noche. Sin duda, ya estábamos en España, ya que la tierra era mucho más seca y el ambiente era algo más cálido aunque siguiera haciendo un frío horrible.

Advertí a Kika de que volvería antes de que relevara el turno y después me puse mi abrigo de pieles para deambular sin rumbo por entre los árboles, pensando en cosas que no tenían demasiado sentido, pero que me ayudaban a evadirme de la realidad y de la actual situación entre todos nosotros.

Tras unos veinte minutos de caminar dando vueltas a una zona del bosque decidí pararme y sentarme a los pies de un árbol muy grande y robusto. Yo nunca entendí mucho sobre botánica, pero a simple vista hubiera dicho que era un roble, y uno bastante viejo. Una vez sentado y apoyado en el tronco del centenario árbol cerré los ojos y empecé a sentir todo lo que estaba a mi alrededor, a notar cada movimiento, cada crujido, el revolotear de los búhos y el sutil chismorreo de las ardillas, que saltaban de árbol en árbol tratando de dar esquinazo a las aves rapaces que las perseguían.

Muchas veces pensé que viviendo en los bosques, solo, o en una casita en el campo, acompañado por solo un par de perros, sería feliz, y ahora que podía disfrutar de la naturaleza de esa manera me daban todavía más ganas de cumplir mi fantasía aunque supiera perfectamente que eso no podía ser.

Pero al escuchar el sonido de una respiración y de varias pisadas que se acercaban a mí dejé de fantasear y me centré en la esbelta figura de una mujer que se acababa de materializar a unos cuantos metros de mí.

—Tranquilo, hijo de Hades, no quiero hacerte daño. Si fuera así ya estarías muerto —afirmó la mujer desde la penumbra, con un tono de voz casi angelical, al ver que yo me ponía en pie e involuntariamente le enseñaba los colmillos mientras ella se acercaba poco a poco a mí, con el paso decidido y sin dudar.

—¿Quién eres? ¿Qué quieres? —le pregunté mientras seguía mostrando los colmillos—. ¡No te acerques más! —grité cuando conseguí distinguir su rostro, el cual parecía estar casi esculpido por un artista. Aquella mujer desprendía belleza, pero tenía algo en su mirada que me decía que no era precisamente inofensiva.

La mujer se detuvo a varios pasos de mí y me miró de arriba abajo con sus ojos verdes cristalinos, como examinándome, así que yo hice lo mismo. Tenía el cabello corto y castaño, demasiado bien cuidado como para vivir como nosotros vivíamos.

—A lo largo de los siglos me han dado muchos nombres, pero tú, sobrino, puedes llamarme Hera —respondió la mujer sin dejar de mirarme fijamente con sus penetrantes ojos, los cuales me resultaban muy difíciles de mirar directamente, ya que al clavar mi mirada en ellos se me levantaba un tremendo dolor de cabeza.

—¿Hera? ¿A qué has venido? Pensaba que no podíais presentaros físicamente ante nosotros sin los colgantes —repliqué rápidamente.

—Solo he venido a hablar contigo, sobrino, para avisarte de lo que está por venir y para ayudar en lo que pueda —explicó ella, omitiendo la respuesta a mi última pregunta. Pero al escuchar esas palabras yo me relajé y dejé de estar en tensión, escondí mis colmillos y volví a ponerme mi abrigo, el cual había arrojado al suelo.

—Háblame pues —le pedí cuando relajé mi postura y apoyé la espalda en el roble, pero sin llegar a sentarme para evitar que lo interpretara como una falta de respeto.

—Bien, no voy a andarme con rodeos. Como ya sabrás, en unos días tendrá lugar una gran reunión a la que asistirán todos los semidioses de vuestra generación con sus correspondientes séquitos.

—Sí, lo sé. Al menos eso es lo que nos ha dicho tu hijastro —contesté sin titubear.

—Hércules ya está viejo. Tuvo su época, pero ahora os toca a vosotros hacer lo que él ya no puede. Yo tampoco le aguanto, pero hazle caso, fue un gran guerrero en sus tiempos. Bueno, a lo que íbamos. En esa reunión no podéis fiaros de nadie. Tenéis todos los mismos propósitos, cada cual tiene sus propios métodos y, según el oráculo del Olimpo, es inevitable que haya confrontaciones entre vosotros. Y tú eres uno de los más susceptibles a los enfrentamientos directos. Y si tú pierdes los papeles en la reunión, el plan para devolverlo todo a la normalidad se irá al garete, os separaréis y los titánides os cazarán uno a uno —me comentó con la arrogancia típica de los dioses—. Por eso estoy aquí, para evitar que eso ocurra. Así que ten, tómate esto cuando sientas que vas a perder los papeles. —Sacó un pequeño frasco con un líquido amarillento de su túnica. Yo lo cogí y lo examiné. Olía fatal y seguramente sabría peor.

—Gracias, supongo —respondí guardándome el frasco en uno de los bolsillos del pantalón—. Aunque esto no sería necesario si mi padre me quitara de encima la maldición que él mismo creó —dije imitando la arrogancia con la que ella me acababa de hablar.

—Sabes que eso no puede ser. Solo él puede anular la maldición. Y, según él, no es una maldición, sino un don. Así que imagínate el entusiasmo que le causó saber que su hijo era licántropo —contestó ella comprensiva.

—Ya. Digamos que no estoy muy al día de los sentimientos de mi padre para conmigo. Gracias de todas formas —repliqué y después hice una extravagante reverencia para despedir a la diosa, la cual se había dado la vuelta para marcharse.

Me quedé mirando su figura fijamente hasta que la vista se me empezó a difuminar y un destello de luz azul me empujó hacia atrás, haciendo que me tropezase con las raíces del roble, las cuales sobresalían por todas partes en un radio de tres metros alrededor del árbol. Cuando recuperé la vista Hera ya no estaba frente a mí y me encontraba tumbado en el suelo sin poder moverme, completamente indefenso. Pasé así un buen rato hasta que alguien me agarró del hombro y pegó un fuerte tirón, el cual hizo que me pusiera en pie de golpe.

—¡Percy! ¡Percy! —me gritó Kika cuando estábamos frente a frente y yo dejé de tambalearme—. ¿Estás bien? —preguntó preocupada.

—Sí, gracias. ¿Qué haces tú aquí? ¿No estabas de guardia? —respondí confundido, aunque algo indiferente con su posible respuesta.

—Sí, estaba. Pero has estado fuera varias horas, Percy. Natalie se ha levantado para hacer tu guardia y que yo pudiera ir a buscarte. Nos tenías preocupadas —explicó ella, aún agitada.

—Ya, bueno, necesitaba despejarme un poco. Se me ha ido el tiempo, lo siento mucho —contesté para tranquilizarla mientras me llevaba la mano al bolsillo del pantalón para asegurarme de que el frasquito seguía allí. Y así era.

—Entiendo. Bueno, solo he venido para ver si estabas bien. Si quieres te dejo solo —dijo ella entrecortadamente cuando se le pasó el sofoco que llevaba encima.

—Bueno, si quieres podemos dar un paseo antes de irnos a dormir —le respondí al ver que estaba cabizbaja.

Al decirlo vi que se le iluminó la cara y asintió con la cabeza, así que los dos nos abrochamos los abrigos y fuimos caminando en silencio siempre en la misma dirección, alejándonos del campamento. Nos limitábamos a mirar las estrellas en el cielo, como hacíamos en los campamentos, y respirando el frío aire de esa noche mientras escuchábamos cómo el viento agitaba las copas de los árboles con suma violencia.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —dijo ella cuando pasó un buen rato.

—¿Si te dijera que no se te quitaría de la cabeza el hacérmela? — respondí irónicamente, procurando poner una pequeña sonrisa en mi cara para que mi respuesta no pareciera tan dura.

—Pues no —reconoció ella, sonriendo también—. ¿Qué sientes con todo este tema de ser licántropo? —La pregunta me dejó algo descolocado, ya que yo esperaba que fuese una cuestión relacionada con Natalie. Aparte, hasta el momento todo el mundo había hecho suposiciones sobre el tema, pero nadie me había preguntado directamente qué era lo que sentía yo al respecto. Ni siquiera Natalie cuando no estaba tan distante—. ¿Y bien? Puedes responder a eso, ¿no? ¿Cómo te sientes? —volvió a decir, poniendo especial énfasis en la última de sus tres preguntas. Kika siempre había sabido cómo acercarse debidamente a la gente, aunque a mí me gustaba pensar que conmigo le costaba algo más que con los demás.

—Pues la verdad es que es una sensación contradictoria. Es complicado, creo que no lo entiendo ni yo. Pero bueno, supongo que por una parte te sientes libre, más fuerte, más ágil y mejor en todo lo que tenga que ver con la salud física. Ser así te da «habilidades», si se pueden llamar así, que están bien. Pero todo eso es solo la punta del iceberg. En cuanto al resto, te dejas llevar por tus instintos más primitivos muy fácilmente y es una lucha mental continua y constante entre lo que te dice tu instinto y lo que te dice tu cerebro. En cuanto a eso, supongo que Hércules tiene razón: soy más parecido a un animal salvaje que a una persona. Y eso es bueno para el combate, pero solo para eso. A medida que veo que la luna se va llenando más en el cielo me voy sintiendo peor y me cuesta más resistirme para no hacer cosas de las que me pueda arrepentir. ¿Y quieres saber cómo me siento? Me siento atrapado, atrapado por una misión que yo no elegí; controlado y vigilado por unos dioses arrogantes a los que, al parecer, no les caigo demasiado bien simplemente por ser hijo de mi padre. Él ya me lo advirtió, que nunca me considerarían como un aliado, sino como una amenaza potencial que hay que contener y encerrar, ya sea de manera física, en una cárcel como es el inframundo, o en vida con misiones de las que no puedes escapar. Y todo este tema de ser licántropo siento que sirve solo para rematar la faena. Digamos que tener que alejarme de Natalie por el bien de la misión hace que me sienta solo, y eso que ahora mismo estoy en un grupo. Pero sin ella me siento extremadamente solo. Así me siento —le expliqué con tanta fuerza en la voz que ella se asustó un par de veces.

Cuando terminé de hablar Kika hizo un gesto raro con sus cejas y me miró apenada. Pero también pude distinguir una pizca de compasión y comprensión en su mirada. Yo sabía que contarle mis sentimientos a alguien como Kika era mala idea, ya que era de ese tipo de personas que sabían cómo manipularte fácilmente con ese tipo de información, pero en ese momento me dio igual. Necesitaba desfogarme y hablar de eso con alguien.

Seguimos caminando en silencio, partiendo a nuestro paso todo tipo de ramas secas que crujían tal vez demasiado. Pero aquel silencio incómodo lo usamos para seguir observando el lugar en el que estábamos, el cual estaba bañado por la débil luz de la luna. Era un lugar precioso. Si la situación actual no hubiera sido esa, seguramente me habría pensado el quedarme a vivir en ese bosque, hacerme una casita y vivir tranquilo y casi sin sobresaltos hasta que me llegara la hora. Pero, tristemente, eso ni se me pasaba por la cabeza en ese momento.

—Lo siento, Percy —se disculpó Kika mientras partía en trocitos minúsculos una rama seca que había recogido del suelo.

—No te preocupes. Todo sea por la misión, ¿no? —respondí sarcásticamente.

—No estás solo. Lo sabes, ¿no? Nos tienes a nosotros. A pesar de todo, te queremos. Tal vez cada una por razones distintas, pero es la verdad —me dijo agarrándome el brazo con fuerza pero con cierto cariño, lo cual no me hizo ninguna gracia.

Yo me quedé mirándola, clavé mi mirada en sus ojos, los cuales reflejaban a la propia luna. Y al ver la luna a través de sus ojos me fui acercando poco a poco a ella, empujado por una fuerza invisible que no podía ni entender ni controlar. Pero al estar frente a frente con ella, con nuestros rostros a escasos centímetros el uno del otro, me detuve y seguí mirándola fijamente, ahora tratando de psicoanalizarla, pero era algo que no me hacía demasiada falta con ella. La conocía bastante bien.

—Gracias, Kika. —Le di un beso en la mejilla, muy rápido pero con sentido, o al menos para ella pareció tenerlo, ya que se sonrojó bastante y se le escapó una sonrisita tonta, la cual yo ya tenía muy vista. Ya sabía que esa fachada de soldado seria e incorruptible con la que se presentó cuando nos encontró no era de verdad—. Muchas gracias.

—Deberíamos volver ya, ¿no? Estamos muy lejos del campamento — sugirió ella cuando se dejó de ver en horizonte la débil luz de la hoguera.

—Sí, volvamos, que estoy cansado —respondí. Y acto seguido dimos la vuelta y pusimos rumbo al campamento.

Mientras volvíamos yo andaba cabizbajo, aunque inevitablemente algo más a gusto por haberme desahogado con alguien al fin. También noté que Kika no paraba de mirarme de reojo mientras caminábamos al mismo paso los dos.

Cuando llegamos al campamento Natalie aún seguía de guardia, sentada, con la mirada fija en la fogata recién avivada por madera seca y un montón de ramitas del suelo. Esos últimos días se parecía más a los inferis de lo que a mí me hubiera gustado; con la mirada perdida siempre, sin hablar, solo balbuceando consigo misma y sin mirar a nadie directamente, a menos que tuviera que entrenar con los demás, lo cual había pasado pocas veces hasta ese momento.

—Buenas noches, Natalie —la saludó Kika cuando pasamos a su lado, pero Nat ni siquiera movió los ojos. Seguía con la mirada clavada en las llamas, impasible, inexpresiva, no hacía ni un solo gesto. Seguía ahí, quieta, y ver eso me daba más miedo que todos los inferis del mundo juntos. Era horrible tener que verla así—. Como quieras, bonita —añadió Kika al ver que Natalie la ignoraba y pasaba olímpicamente de su saludo. Entonces Natalie se dio la vuelta y la miró con unos ojos que desprendían rabia e ira, pero también algo de indiferencia. Al ver cómo la miraba, Kika se volvió pequeña y pasó a su lado cuanto antes para perderla de vista.

—Buenas noches, Kika —le dije rápidamente para que cada uno nos fuéramos a nuestras tiendas lo más rápido posible.

—Buenas noches, Percy —me respondió ella después de darme un beso en la mejilla y sonreír pícaramente con la intención de que Natalie escuchara su risa desde la fogata. Lo hacía para ponerla rabiosa, aunque no creí que Nat pudiera sucumbir a provocaciones de tan bajo nivel.

Kika finalmente se metió en su tienda y afuera nos quedamos solos Natalie y yo. Apagué los farolillos de mi tienda y después me senté junto al fuego, justo enfrente de Natalie, pero ella parecía ignorar mi presencia. Continuaba con la mirada fija y clavada en las llamas, las cuales de vez en cuando formaban figuras. Si le echabas imaginación, podías ver muchas cosas perturbadoras en el fuego.

—¿Vas a seguir así siempre? ¿No piensas hablarnos a ninguno nunca más o cómo va esto? ¿Has hecho voto de silencio o qué? —le pregunté algo indignado ante su comportamiento para con los demás. Podía entender que estuviera enfadada conmigo, pero no con los demás. Pero ella seguía sin responder, no hacía ni un solo gesto ni con la mirada—. Bien, vale. Como quieras, Natalie. Pero yo te aviso: si sigues con esta actitud va a llegar un momento en el que los demás ya no lo aguantemos y eso no traerá nada bueno, ni para ti ni para nadie —la avisé subiendo poco a poco mi tono de voz hasta el punto de llegar a gritarle.

Cuando le grité ella al fin miró hacia otra parte que no fuese el fuego, clavando sus ojos en los míos. Su mirada era parecida a la que le había puesto a Kika hacía un rato, pero esta vez se notaba que sentía rencor hacia mí. Sinceramente, no la reconocía. No parecía ella. Y jamás lo reconocería ante nadie, pero esa mirada hizo que me asustara bastante. Parecía la de una psicópata y no la de mi amiga.

—Vete a la mierda, Percy —me dijo muy lentamente y con mucho desprecio en cada palabra que salía de su boca. Tanto que en cinco palabras me hizo sentir como si una serpiente me hubiera infectado con el peor veneno existente. La que antes era mi callada y dulce amiga ahora tenía una lengua bífida, cual reptil, y guardaba demasiada rabia y rencor dentro de sí.

—Bien, como tú quieras. Buenas noches —contesté rápida y secamente, me levanté y me dirigí a la tienda. Ella volvió a dirigir su mirada a las llamas.

Cuando me metí en la tienda me introduje en mi saco y me cubrí con las mantas. Inevitablemente, mi mente me jugaba una mala pasada y no me dejaba dormir hasta que le di quinientas vueltas a todo el asunto de Natalie. Su reacción era totalmente desproporcionada al daño que yo le había podido hacer. O eso pensaba yo.

*****

Al día siguiente, mientras volábamos a lomos del dragón Hércules, surgió una conversación interesante con Cristina, a la que Kika tardó poco en querer unirse, gritándonos desde el otro lado del dragón cada vez que quería decir algo.

Según Hércules, nos quedaba tan solo un día de vuelo para llegar a Sesenya. El paisaje ya se iba transformando en una gran extensión de secarrales con algún que otro olivo y pequeños pinares a cada par de kilómetros. Eso hasta que llegó el punto en que supe exactamente dónde estábamos. Me sonaban las tierras que sobrevolábamos y era cierto, nos quedaba muy poco para llegar.

Ya hacía mucho tiempo que no pisaba Sesenya, desde el día del estallido, y me daba miedo cómo nos la íbamos a encontrar. Me puse a pensar en ello y no me creía lo que estaba pensando, pero echaba de menos a toda esa gente, esas mañanas con niebla alrededor del río e incluso echaba de menos a mi familia. Extrañaba esa época de mi vida en general. Fue una época dura, pero ni por asomo tan dura como la actual.

Desde el día oficial del estallido todo cambió. De aquel día solo recuerdo el caos, a la gente corriendo en todas direcciones. Los que no morían atrapados por inferis lo hacían aplastados por las multitudes, que corrían atemorizadas en cualquier dirección.

A mí la hora cero me pilló en el instituto, en el que solía pasar muy poco tiempo. Sinceramente, nunca supe cómo pude salir de allí con vida. Fui uno de los pocos que pudieron escapar y de los que se libraron de la masacre que ocurrió allí. Ese día fue un completo caos. Tuvimos muchísima suerte de sobrevivir los pocos que lo conseguimos.

—¿Qué pasa, Percy? ¿En qué piensas? —me preguntó Cristina, que ese día estaba a mi lado durante el vuelo—. ¿Es sobre Natalie? —siguió diciendo ella, intentando alzar la voz lo suficiente como para que pudiera escucharla a pesar del viento, pero cuidándose de que no pudieran escucharla ni Kika ni Natalie al otro lado del dragón.

—¿Qué? Ah, no. Procuro pensar en ella lo mínimo posible desde que está así —respondí tratando de que tampoco me escucharan las demás.

—¿Entonces en qué pensabas? —insistió Cristina.

Ella siempre había sido muy comprensiva conmigo desde que nos conocimos, pero había pasado demasiado tiempo con Kika y no sabía si podía hablar con ella de mi pasado. No obstante, al ver que me miraba con la misma cara dulce e inocente que siempre me ponía cuando hablábamos, decidí contarle algo sobre lo que pasó el día del estallido a pesar de que hice una promesa con Nat de que ninguno hablaría de ello con nadie. Pero justo cuando iba a empezar a hablarle a Cris de ello, antes de que dijera la primera frase, un giro brusco de Hércules hizo que casi cayésemos al vacío y nos vimos obligados a agarrarnos a los cuernos que le sobresalían de la espalda para no caernos.

—¿Pero qué haces? —le conseguí gritar a Hércules cuando volvimos a estabilizarnos, aunque aún estábamos aterrados.

Un segundo después noté una sombra que pasó rápidamente a nuestro lado a una velocidad de vértigo. Volaba tan rápido que ninguno pudo reconocer qué era lo que estaba tratando de derribarnos. La sombra dio media vuelta cuando nos adelantó y voló acercándose de frente a nosotros. Cuando se encontraba a una distancia próxima a nosotros vi lo que parecía ser el abdomen de una gran bestia, que se estaba hinchando y poco a poco iba cambiando de color, de un negro borroso a un rojo anaranjado muy nítido, a medida que se acercaba a nosotros.

—Oh, mierda —dije para mí mismo, a pesar de que era consciente de que ni Cristina podría escuchar mi comentario, al darme cuenta de que lo que nos acechaba era otro dragón, mucho más pequeño pero infinitamente más rápido.

Hércules hizo una maniobra muy rápida para esquivar la llamarada del otro dragón, la cual nos pasó muy de cerca, tanto que sentí cómo el calor nos pasaba rozando por encima, muy cerca de nuestras cabezas. En lo que tardó Hércules en esquivar otra embestida del otro dragón, nosotros sacamos con dificultad nuestras armas de las mochilas.

—¡Hércules! ¡Intenta acercarnos a él! —Escuché gritar a Kika desde el otro lado de la espalda de Hércules mientras se ponía en cuclillas, tambaleándose por el viento, empuñando en una mano su espada de oro y en la otra uno de sus rayos.

Nuestro dragón resopló fuertemente mientras giraba bruscamente hacia el dragón negro, el cual se nos acercaba de nuevo por detrás. Mientras giramos les dijimos a Cris y a Natalie que nos agarrasen fuerte mientras Kika y yo nos poníamos en pie para poder apuntar en condiciones.

El otro dragón nos pasó varias veces demasiado cerca y cada vez que Kika intentaba lanzarle alguno de sus rayos este se lo esquivaba sin problemas, al igual que hacía cada vez que yo le intentaba apuntar con mis brazos rodeados de fuego negro. Entre tanto, Hércules hacía lo posible para esquivar las cada vez más continuadas arremetidas del otro dragón a la vez que intentaba no moverse demasiado por miedo a que los que estábamos en pie cayéramos al vacío.

Viendo que con nuestra puntería, anulada por el fuerte viento y por los constantes movimientos bruscos de Hércules, no llegaríamos a ninguna parte se me ocurrió una idea horrible y temeraria, pero era la única que se me ocurrió.

—¡Hércules! ¡Estate atento! —grité a pleno pulmón.

—¿Para qué? —me preguntó Kika desde el otro lado, pero en cuanto me miró a la cara me vio las intenciones—. ¡Ni se te ocurra! —me gritó aún más fuerte.

Pero antes de responderle desenfundé mis espadas, las cuales estaban brillando con fuerza, y esperé a que el otro dragón se acercara lo suficiente a nosotros. Paso un minuto entero hasta que vi mi oportunidad cuando Hércules cogió altura para esquivarlo y el monstruo quedó justo debajo de nosotros. Fue entonces cuando lo vi claro y salté.

Mientras caía oía los gritos de los demás los primeros segundos. Después solo notaba cómo el viento me agitaba violentamente hasta que caí de golpe en la escamosa espalda del dragón negro, el cual ni se inmutó. No parecía haberse dado cuenta de que tenía a una persona en su lomo, seguramente por sus grandes dimensiones. Era más pequeño y delgado que Hércules, pero seguía siendo una bestia enorme.

Con el aire azotando mi cuerpo fui avanzando lentamente por el lomo del dragón, agarrándome como podía a sus escamas, mientras este volvía a intentar achicharrar a Hércules y a las chicas, que empezaban a tambalearse y a tener complicaciones para poder esquivar las constantes arremetidas del monstruo.

Cuando me aproximé lo suficiente como para tener su cabeza a unos metros de mí, me di cuenta al mirar a los ojos del dragón de que estaba infectado, igual que los inferis. Sus ojos eran completamente grises, sin vida y rodeados de podredumbre. Eso me dejó con muchas preguntas en la cabeza, pero traté de no pararme a pensar en ese momento. Seguí avanzando con sumo cuidado a través del esbelto y largo cuello del dragón sin pensar en nada, con la mente en blanco y con todos mis sentidos alerta y enfocados en un solo propósito, llegar hasta la cabeza del monstruo. Cuando me acerqué demasiado, el dragón finalmente se percató de mi presencia y fue entonces cuando empezó a agitar el cuello y la cabeza con violencia, tratando de echarme de encima de él, pero por suerte su cabeza no era muy diferente a la de Hércules y tenía muchos cuernos a los que poder agarrarme para no caer.

Cuando la bestia se percató de que no conseguiría nada intentando echarme volvió a centrar toda su atención en Hércules, el cual se tambaleaba sobremanera. Al igual que el dragón, supe que él y las chicas no podrían esquivar una embestida. Cuando me di cuenta de ello cogí con fuerza una de mis espadas mientras con la otra mano me agarré a uno de los cuernos del dragón. Al ver que la hoja de la espada brillaba con más fuerza cerré los dos ojos y de nuevo, involuntariamente, me vi obligado a pensar en la muerte, en todas las personas a las que había visto morir y a las que había matado. Entonces grité y con todas mis fuerzas clavé mi espada en el centro de la cabeza de la bestia. La hoja del arma atravesó las escamas y la dura piel del reptil como si fuesen mantequilla y se clavó por completo, hasta la empuñadura. Inmediatamente se escuchó un rugido atronador y al instante la bestia dejó de batir sus alas y sus ojos dejaron de ser grises y tomaron un color negro, lo cual les daba un aspecto aún más aterrador que antes.

Entonces fue cuando me separé del monstruo, ya que ambos caíamos inevitablemente al vacío, no sin antes ver como una enorme neblina grisácea salió de la boca del reptil y se introdujo en mi espada.

Tanto el ya muerto dragón como yo caíamos en picado y a una velocidad increíble. Mientras caía y veía que me aproximaba al suelo volví a cerrar los ojos y traté de recordar la mayor parte de cosas de mi vida que en su momento me sacaron una sonrisa. Iba a morir en unos pocos segundos, todo se iba a acabar al fin; pero, lejos de sentirme aliviado, me sentí aterrado al saber que no moriría en paz conmigo mismo.

Sentía que la presión en el aire cada vez era menor, lo cual significaba que estaba cerca del suelo, y entonces respiré hondo y traté de no pensar en nada. Pero pasaban los segundos y no ocurría nada, solo seguía sintiendo cómo el aire me movía a su antojo. Cuando ya había pasado un rato y me parecía extraño que no hubiera impactado aún, abrí los ojos y vi que me encontraba sobre una de las acolchadas alas blancas de Hércules. Me di cuenta de ello y miré hacia abajo para ver lo cerca que estábamos del suelo. No lo pude evitar, se me había pasado ya la adrenalina, y lo último que recordé antes de desmayarme fue la forma de las nubes que estaban por encima de nosotros, las cuales me recordaban a la cabeza de un dragón.

*****

—¡Ya está despierto! —Escuché la voz de Cristina en cuanto abrí los ojos y vi que estaba tumbado al lado de una hoguera que estaba entre dos tiendas ya montadas, en medio de un campo sin ni un solo árbol ni planta.

—¡No vuelvas a hacer algo así nunca! —me gritó Kika enfurecida mientras me señalaba con el dedo.

—Dejadle, ha hecho lo que tendríais que haber hecho las demás también —intervino Hércules, haciendo a Kika a un lado.

Natalie, por su parte, no dijo nada. Estaba de cara a la hoguera mirando el fuego, como siempre.

—¿Qué ha pasado? —conseguí decir entre balbuceos, ya que aún tenía mis sentidos un poco confundidos y no podía ver, oír u oler con completa claridad.

—Creo que deberíais iros a las tiendas todas. Ha sido un día movidito y debéis estar descansadas para mañana. —Escuché cómo la mancha borrosa que parecía ser Hércules les decía a las otras tres manchas oscuras, las cuales con casi completa seguridad serían las chicas. Cuando estas le hicieron caso y se fueron, poco a poco fui recuperando mis sentidos al cien por cien. Y cuando logré incorporarme para sentarme por mi propia cuenta, Hércules se puso frente a mí, hizo una pequeña mueca con los labios y habló de nuevo—. Dime una cosa, muchacho, respecto a lo que hiciste hoy. ¿Estuviste controlado por tus instintos o por tu rabia? —me preguntó varias veces, ya que aún no escuchaba bien.

—No… Bueno, sí, pero no. Era totalmente consciente de todo lo que estaba haciendo. Bueno, de todo, excepto de cuando hice eso con la espada —expliqué cuando recuperé el habla y también los recuerdos de lo que había pasado.

—Eso pensaba —confirmó el viejo—. Y de eso quería yo hablarte, porque ya creo saber lo que significa eso —aseguró orgulloso de sí mismo.

—Explícate —le solicité cuando vi que el anciano dejaba de hablar.

—Hay una historia antigua, muy antigua. Nunca se ha sabido si era algo real o un mito, pero en esa historia tu padre, Hades, liberó las almas que encarcelaba en sus dos armas, conectadas directamente con su corazón inmortal, todo ello para formar un ejército con el que derribar el Olimpo y destronar a Zeus para reinar solo él sobre los demás dioses y sobre los mortales. Y al ver lo que has hecho hoy con sus espadas he sabido que esa historia tal vez tuviera algo de verdad —contó Hércules emocionado, pero sin poder ocultar su preocupación—. Ya te dije que esas espadas podían matar cualquier cosa y era verdad. Lo que no sabía era que también podían almacenar almas como se decía en la historia. Y eso es algo muy peligroso, Percy —me advirtió. Se me hizo raro escucharle decir mi nombre, ya que siempre me había llamado «chico» o «muchacho»—. A medida que vayas eliminando inferis, dragones o lo que sea, sus almas se quedarán en las hojas de tus espadas y, si lo piensas bien, podrías usar eso a tu favor para tener tu propio ejército y así poder derrotar a los titánides. Piénsalo. Piensa en lo que podrías hacer con un ejército de almas ya muertas a tu disposición. Si lo controlas tendrías bajo tu mando a un ejército inmortal, Percy —dijo Hércules a sabiendas de que eso podría ser beneficioso para los dioses, pero también consciente de que esa sería una situación que fácilmente podría darse la vuelta y que podría resultar una amenaza contra el Olimpo.

En cuanto me narró esa historia yo también me di cuenta de la enorme responsabilidad que recaería sobre mí si llegaba a liberar una fuerza así, pero también pensé inevitablemente en que la posibilidad de rebelarme contra los dioses con un ejército así era una opción muy tentadora. Cuando Hércules me vio la cara se asustó y rápidamente me dijo que ni siquiera lo pensara, porque podría correr mucho peligro si los dioses acababan por considerarme enemigo suyo.

—Entonces, si sabes lo tentador que suena, ¿por qué me cuentas esto? —le pregunté al viejo, el cual se asustó todavía más cuando escuchó que lo dije en alto y rápidamente se acercó a mí y me tapó la boca con su arrugada mano.

—Porque confío en que harás buen uso de esta información y que te limitarás a cumplir la misión que los dioses os han encomendado. Créeme, ningún mortal que se haya querido rebelar contra los dioses ha acabado bien. Mira las historias de Tántalo o Prometeo. Incluso Baldum o tu padre, Hades, acabaron sucumbiendo ante el poder de los dioses. Y te aseguro que los castigos por rebelarse contra ellos no son muy agradables —expuso el viejo, aún temeroso de que los dioses pudieran estar escuchándonos.

—Está bien. Lo tendré en cuenta, tranquilo —le aseguré a Hércules para tratar que se tranquilizara, pero sobre todo para que se apartara de mí, ya que estaba más cerca de lo normal y eso hacía que me sintiera incómodo, pues seguía sin caerme demasiado bien—. Ahora, por favor, ¿podrías dejarme descansar? Estoy agotado. Ah, por cierto, si lo del dragón de hoy ha sido otra prueba más de los dioses, diles que ha sido de muy mal gusto —solté antes de ponerme en pie y dirigirme hacia mi tienda.

—Créeme, no ha sido una prueba —comentó Hércules en un tono sombrío, casi tenebroso—. Está bien, descansa esta noche. Yo haré guardia… —dijo mientras se sentaba en el suelo, junto al fuego, y echaba un par de ramas para avivarlo.

Tras esa pequeña charla me introduje en la tienda. Natalie ya estaba dormida y arropada con todas las mantas y para no molestarla me metí en mi saco en silencio y decidí dormir esa noche sin manta para cubrirme. Después de todo, esa noche tampoco hacía demasiado frío. Se notaba que nos encontrábamos más al sur que hacía unos días y no solo en el ambiente. El tiempo también era mucho más agradable, dentro de lo posible.

Una vez dentro del saco me puse a pensar en todo lo que había pasado ese día. En el dragón infectado, mi experiencia más próxima a la muerte, y en la charla que acababa de tener con Hércules. Mi vida había cambiado mucho en un año y ya era hora de aceptarlo. Porque me resultaba muy cómodo vivir en el pasado, cuando las cosas eran más sencillas y no tenía que lidiar con dioses, monstruos o dragones; pero tras ese día algo en mi interior cambió, algo había hecho que mi manera de pensar cambiara de golpe. Ahora tenía ganas de cambiar el mundo, de hacerlo mejor para todos, y tal vez entonces podría encontrarme en paz conmigo mismo.

*****

—¡Arriba! ¡Despertad! ¡Ya es la hora! —gritaba Hércules dando golpes a la tela de la tienda, haciendo que nos despertáramos incómodos y molestos por su emoción.

Me levanté al lado de Natalie. Los dos nos desperezamos, nos estiramos y a ambos se nos escapó algún que otro bostezo en medio de tanto silencio. Yo me vestí primero, ya que a ella ahora le daba pudor cambiarse delante de mí. Pero justo cuando iba a empezar a vestirme la cremallera de la tienda se abrió y Hércules arrojó al interior dos armaduras y dos capas y nos pidió que nos las pusiéramos. Dijo que servirían para dar una buena impresión cuando viéramos al resto de semidioses.

Le hicimos caso. Yo me vestí primero con mis ropas normales, todas muy anchas y prácticas, y después me puse la armadura encima y las capas. Una era corta y verde y la otra era bastante más larga, negra y morada. Obviamente, me puse a la espalda la negra y salí de la tienda, no sin antes meterme el frasquito que me dio Hera en un bolsillo interior de mi armadura.

Tras vestirme adecuadamente y ajustarme la armadura me colgué mis espadas en un cinturón de la misma y salí de la tienda. Los demás ya estaban vestidos y todos esperamos a que Natalie saliera para desayunar juntos un poco del caldo de carne que nos sobraba de los días anteriores y que Cristina guardaba en unos recipientes herméticos muy prácticos.

Una vez recogimos todo, Hércules se volvió a metamorfosear en dragón. Como todos los días, atamos las tiendas y las mochilas a los cuernos de su espalda y nos subimos a su lomo para emprender el vuelo. Mientras volábamos en silencio intercambiamos miradas entre todos al ver que el paisaje nos resultaba cada vez más y más familiar.

—¿Crees que estás preparado? —me preguntó Kika, la cual estaba a mi lado. Aun sin decir a lo que se refería exactamente, entendí la pregunta de sobra.

—No, la verdad es que no estoy para nada preparado. No sé cómo acabó Sesenya aquel día. Solo recuerdo el caos, a la gente huyendo, los incendios, inferis por todas partes. No sé qué es lo que vamos a ver allí, pero tengo que estar centrado. Todos tenemos que estarlo —respondí en voz alta.

Kika asintió con la cabeza y volvió a mirar al frente, seria pero muy serena, con su corta capa amarilla ondulándose por el viento y con su nueva y reciente armadura plateada, la cual le quedaba algo ceñida por la parte del pecho, y su espada de oro enfundada en su cinturón, el cual le cruzaba en diagonal todo su torso.

Todos íbamos con nuestras armaduras plateadas, cada una con grabados en relieve, los cuales decían a simple vista quiénes éramos. La mía era la más extravagante, ya que las hombreras tenían la forma de la cabeza de unos perros y el relieve de mi pecho representaba un cancerbero, un perro de tres cabezas. También llevaba mi capa negra y morada, la cual se me enredaba un poco con esas hombreras tan extravagantes y poco prácticas, y después tenía las dos espadas de mi padre en el cinturón, al alcance de mi mano para poder desenvainarlas rápidamente si la situación lo requería.

Kika, por su parte, tenía un rayo grabado en su armadura, la cual no tenía hombreras, solo una cota de malla interior muy fina, tanto que se le transparentaba bastante la zona del escote. De igual manera, resultaba muy imponente así vestida.

Cristina tenía el grabado de un tridente rodeado de olas y ondulaciones muy agresivas en su armadura. Daba la impresión de que tenía cubierto el cuerpo entero de escamas, las cuales eran en verdad una cota de malla bastante ceñida. Llevaba su tridente colgado a la espalda, acompañado de su capa azul oscura.

Natalie tenía un árbol grabado en mitad de su armadura y como hombreras tenía grabadas al detalle dos cabezas de ciervos, con las cornamentas bastante pequeñas, pues si fuesen más grandes se las clavaría en el cuello. También llevaba su capa verde, muy corta, la cual apenas le llegaría a la cintura, y su cuchillo de caza metido en su funda, la cual colgaba de su cinturón. Asimismo, su arco y su carcaj de flechas rudimentarias iban colgados a la espalda.

Las armaduras y las capas eran regalos que nos habían dado los dioses. Las armaduras estaban forjadas por el mismísimo Hefesto. O eso es lo que nos dijo Hércules al entregárnoslas. Cualquiera que nos mirara entonces diría que éramos personas importantes a pesar de ser tan jóvenes. Lo único que nos faltaba era un ejército que aportar a nuestros posibles aliados.

—¡Percy! ¡Mira! —me gritó Cris desde el otro lado del dragón. Cuando miré hacia el horizonte, instantáneamente dejé de pensar en nuestro aspecto al ver cómo una columna enorme de humo subía en el cielo. También se podían ver pequeños incendios a lo lejos—. ¿Percy? —me seguía diciendo Cristina, pero yo no respondía. Tan solo observaba en silencio mi antiguo hogar mientras nos acercábamos lentamente viajando a lomos de Hércules, el cual parecía estar volando mucho más lentamente de lo normal.

Si me hubieran contado esto hacía unos meses estaba seguro de que no me lo habría creído. No obstante, allí estaba, con mi antiguo mundo en llamas y repleto de caos. Y saber que nosotros éramos la clave para arreglarlo me ponía nervioso.

Kika y Cristina se me quedaron mirando mientras yo trataba de asimilar lo más rápido que podía lo que estaba viendo a lo lejos. Incluso Hércules se ladeó un poco para poder mirarnos de reojo. Pero a quien nadie miraba era a Natalie, que parecía estar en la misma situación mental que yo.

—No os preocupéis. Estoy bien —les mentí cuando empezamos a sobrevolar las ruinas de lo que fue una vez mi hogar.

Pasamos por encima de edificios derruidos, muchos de ellos hundidos, otros en llamas, y al agudizar un poco la vista vi que cientos de inferis deambulaban por las calles. Después de unos minutos volando en círculos sin saber bien lo que hacer, escuchamos el sonido de disparos a lo lejos y, sin necesidad de decírselo, Hércules voló hacia el lugar de donde provenían los tiros.

Las chicas y yo nos quejamos por los giros tan bruscos del dragón, pero Hércules hizo caso omiso a nuestras quejas y tras unos segundos conseguimos divisar a lo lejos la causa de los disparos. Antes de que pudiéramos decir nada, Hércules decidió aterrizar en la azotea de un edificio que parecía seguir estando en condiciones.

Una vez nos bajamos del dragón y observamos el escenario en el que nos encontrábamos, al fin pudimos distinguir con claridad la causa de los disparos y de todo el ruido que había en el ambiente. Y es que desde esa azotea podíamos ver cómo a unos quinientos metros del edificio, atravesando una parte de campo y de secarrales, estaba el río, en el cual había un puente de madera muy grande que lo atravesaba. Al otro lado del puente había un parque enorme, de un par de kilómetros de largo, el cual rodeaba al barrio más famoso de Sesenya. Y si era tan famoso era porque era un barrio rodeado por una muralla de piedra enorme. Yo vivía en ese barrio antes del estallido.

Era de la muralla de donde provenían los disparos. En sus almenas había cientos de hombres disparando, tanto con armas de fuego como con arcos y flechas, a una horda de inferis que estaba atravesando el ancho del parque. Los inferis no presentaban una amenaza para la gente de la muralla, pero igualmente disparaban contra ellos, tal vez para despejar el parque y tener visibilidad del pueblo, aunque no lo sabíamos. Los inferis iban cayendo, ya que los soldados los mantenían a raya desde lo alto de la muralla. La mayor parte de los tiros y las flechas acertaban de lleno en las cabezas de los infectados y al ver eso supimos que era allí a donde debíamos ir. Con soldados entrenados, supuse que ese era el lugar que habían escogido los semidioses para atrincherarse y reunirse. Era algo obvio; visto desde un punto de vista estratégico, ese era el mejor lugar del pueblo para asentarse.

—Esos son nuestros aliados, muchachos —anunció Hércules emocionado—. Pero tenemos que ingeniárnoslas para poder pasar, porque como lo intentemos volando nos querrán derribar sin hacer preguntas —puntualizó. Era razonable pensar que no era buena idea volar en dragón sobre un ejército con armas de fuego.

Nos quedamos pensativos, intentando averiguar cuál era la mejor manera para poder entrar sin que nos dispararan antes de poder presentarnos. Después de unos minutos a Cristina y a mí se nos ocurrió algo.

—Hemos tenido una idea, pero es arriesgada —intenté decir mientras trataba de empezar a contar el plan de actuación, pero antes de que pudiera empezar a explicarlo Natalie me cortó y me contestó con una de esas frases supuestamente hirientes que tanto le estaba gustando soltarme.

—¿Cómo no? Tener malas ideas y tomar malas decisiones es tu fuerte. Ya estamos acostumbradas, tranquilo —afirmó Natalie irónica, poniendo los ojos en blanco, pero yo hice caso omiso de su comentario y su indirecta.

Después Cristina empezó a explicarles el plan a los demás.

*****

Quince minutos después decidimos bajar a pie hasta la planta baja del edificio, haciendo lo posible por no encontrarnos con ningún inferi directamente. Cuando conseguimos llegar hasta la calle empezamos a avanzar hacia el parque a través del secarral que había antes de llegar al río. Estábamos todos ya preparados. Esta sería la primera vez que nos enfrentaríamos a una horda de inferis en buenas condiciones.

—Más nos vale que funcione —me dijo Hércules al oído.

—Funcionará —le respondí, aunque había muchas probabilidades de que algo no saliera como habíamos pensado. En cualquier caso, decidí no pensar en ello y me ceñí al plan.

A medida que íbamos avanzando todos nos notábamos más y más tensos. Yo intentaba apartar los malos pensamientos de mi mente para no perder el control, ya que si lo hacía lo más seguro era que nos dispararan o que matara yo a alguien.

Cuando llegamos al río y pisamos el puente todos nos miramos y, con caras de decisión, empezamos a avanzar por el puente. Al atravesarlo y llegar al parque empezamos a acelerar nuestro paso, ya que cuanto más tardáramos en actuar más probabilidades teníamos de que alguno se llevara un tiro.

—¡Vamos a ello! —gritó Cristina y en cuanto lo dijo empezamos a correr todos juntos hacia la horda de inferis que se aproximaba a la muralla. A medida que nos acercábamos a los inferis, estos empezaron a percatarse de nuestra presencia y a volcar su atención en nosotros—. Preparaos —nos alertó Cris, ya que a ella se le había ocurrido esta parte del plan, que era la más arriesgada y difícil.

Todos desenfundamos y sacamos nuestras armas. Kika desenvainó dos espadas, tanto la normal como la de oro; Cristina se descolgó su tridente de la espalda; Natalie tomó también su arco y, en un rápido movimiento, sacó una de sus flechas del carcaj y la colocó en su arma para después tensarla elegantemente y apuntar a los inferis más próximos; yo desenvainé mis espadas y vi que sus hojas volvían a brillar con fuerza, y Hércules hizo un movimiento extravagante con su túnica y de la nada hizo aparecer ese extraño y deforme garrote con el que hizo frente a la horda de inferis en el bosque hacía unas semanas. Todos nos pusimos en posición, juntamos nuestras espaldas como hicimos aquel día y nos preparamos para actuar.

Los inferis parecían confundidos y tardaron un buen rato en reaccionar. De repente dejamos de escuchar los disparos y cesó la lluvia de flechas del cielo. Entonces supimos que había llegado el momento.

—Cuando digas, muchacho —comentó Hércules, el cual estaba a mi derecha. A la suya estaba Natalie.

—¡Esperad! —ordené en voz muy alta mientras les daba más tiempo a los inferis para acercarse en masa hacia nosotros, ya que se movían muy lentamente debido a su confusión.

—¿Percy? —dijo Kika desde mi izquierda cuando vio que se estaban aproximando demasiados muertos.

—¡Esperad! —les volví a gritar para que no se movieran, pues cualquier movimiento brusco haría que los inferis empezaran a correr y a la distancia a la que estaban de nosotros era muy peligroso, ya que no nos los podríamos quitar a todos de encima sin más. Decidimos que lo mejor era esperar a tenerles a una distancia suficiente como para luchar cuerpo a cuerpo; así reuniríamos al mayor número de muertos posibles para después matarlos a todos de golpe usando nuestros poderes. Los inferis ya se encontraban a diez pasos de nosotros, siete, seis, cinco, cuatro, tres…—. ¡Ahora! —grité a pleno pulmón.

En ese momento una lluvia de colores y de confusión inundó el parque. Tras quitarnos de encima a la primera línea de enemigos utilizando nuestras armas, empezamos a usar nuestros poderes para así atraer la atención de los soldados.

Kika lanzaba sus rayos con furia y precisión, Cristina había recogido en una cantimplora algo de agua del río y la usaba de la misma manera que lo hizo en las montañas en el primer entrenamiento, dándole forma de puntas de lanza y haciéndolas volar entre los muertos con complicados giros de muñeca. Yo iba intercambiando. Cuando alguno se acercaba demasiado ayudaba a Hércules y a Natalie en el combate cuerpo a cuerpo, el cual requería de suma precisión, ya que era importante acertar los golpes a las cabezas de los monstruos; y cuando me veía con algo más de libertad prendía mis brazos con ese fuego negro para hacer estallar a grupos enteros de inferis.

Los no muertos caían fácilmente, sin suponernos muchos problemas, y cuando nos hubimos quitado de encima los que nos quedaban más cerca Kika, Natalie y yo salimos del círculo para mantenerlos a raya mientras dejábamos a Hércules y a Cristina trabajar.

Kika me miró y ambos sacamos nuestras espadas. Entonces volví a cerrar los ojos y a pensar en la muerte, en lo cerca que había estado de ella en tantas ocasiones. Empezamos a movernos todo lo rápido que podíamos para distraer la atención de los inferis mientras nos llevábamos por delante a los que se apresuraban y se acercaban demasiado a nosotros.

—¡Kika, ayuda a Cristina! ¡Nosotros nos encargamos de esto! —le dije a Kika al ver que Cristina estaba tardando más de lo esperado en llevar a cabo la parte más importante del plan. Si no lo conseguía, seguramente acabaríamos por vernos saturados de muertos. Kika intentó replicar, pero la miré muy seriamente y después le rebané la cabeza a un inferi. Cuando volví a mirar en su dirección ya estaba yendo hacia Cristina y Hércules. Los muertos caían rápidamente, puesto que llegaban en grupos relativamente pequeños y tanto a Natalie como a mí nos era cómodo acabar con ellos después de tantos entrenamientos enfocados a afrontar ese tipo de situaciones—. ¡Daos prisa! —grité cuando vi que los muertos empezaban a formar un grupo demasiado grande como para enfrentarlos directamente.

—¡Estamos en ello! —me respondió Hércules—. ¡Vamos, hija de Poseidón! —le gritó a Cristina, la cual estaba sentada en la hierba con las piernas cruzadas entre sí, en una postura que parecía estar diseñada para hacer yoga.

Varios segundos agonizantes después escuchamos cómo el agua del río se salía de su caudal y se levantaba en el aire débilmente para después arremolinarse con fuerza sobre nosotros. Y unos momentos después el agua verduzca empezó a envolvernos y rodearnos mientras se movía con fuerza, hasta que formó una cúpula a nuestro alrededor, la cual hacía que ningún inferi pudiera pasar, ya que por la fuerza del agua salían disparados en otras direcciones. Poco a poco la cúpula comenzó a llenarse de agua con nosotros dentro, ya preparados para contener la respiración cuando se llenara por completo.

De repente la cúpula de agua pasó a convertirse en una esfera y empezó a levitar en el aire, cada vez más alto, dejando atrás a los inferis que quedaban y acercándonos a la muralla. A pesar de estar rodeados de agua y aguantando difícilmente la respiración, notamos cómo los disparos volvían a escucharse. Pero esta vez los soldados no disparaban contra los inferis, sino contra nosotros.

Por suerte, al estar rodeados de agua ni las flechas ni las balas nos alcanzaban. Poco a poco vimos borrosamente cómo la esfera de agua flotante en la que estábamos metidos sobrevolaba la muralla. Teníamos pensado aterrizar suavemente en el suelo, pero nos estábamos quedando ya sin oxígeno en los pulmones y Cristina, sin fuerzas para controlar tal masa de agua, así que descendimos, aterrizando sobre una caseta de madera, ya al otro lado de la muralla.

Caímos desde una altura considerable y al impactar en el suelo la caseta de madera se hizo añicos y toda el agua que nos rodeaba se desparramó, tirando al suelo y llevándose por delante a varios soldados que ya nos estaban esperando, apuntándonos con sus rifles y arcos. Casi nos quedamos sin aire, estando al límite de desmayarnos, pero por suerte el agua se expandió rápidamente y conseguimos respirar antes de que ninguno de nosotros llegara a ahogarse.

Una vez que recobramos el aliento y pudimos respirar con normalidad tratamos de levantarnos, lo cual se nos hizo bastante difícil por el peso de nuestra ropa, las armaduras y las capas, que pesaban más de lo normal al estar mojadas. No obstante conseguimos levantarnos y una vez en pie nos aseguramos de que todos estábamos bien. Entonces fue cuando miramos a nuestro alrededor.

Vimos miles de tiendas de campaña que ocupaban todo nuestro lado izquierdo, en el que no había apenas edificaciones. A nuestro lado derecho había numerosas casas tipo chalet y muchas estaban intactas y aparentemente abandonadas. Cuando miramos al frente observamos asombrados cómo una calle muy ancha separaba las tiendas de los chalets y muy al final, a lo lejos, se podía distinguir un castillo tremendo, el cual siempre había estado allí. Ese castillo era de la época feudal y siempre había sido el sitio más atractivo y visitado de Sesenya.

—¡Quietos! ¡No os mováis! —nos gritó un soldado, situado a nuestro lado, que estaba apuntándonos con un rifle y llevaba equipamiento militar bastante avanzado.

—¡Las manos a la cabeza! —ordenó otro soldado, el cual llevaba una cota de malla, un chaleco de tela negra y un arco con una flecha cargada en él.

Nosotros levantamos lentamente los brazos y nos pusimos de rodillas muy despacio. No había sido la entrada triunfal ni la bienvenida que esperábamos, pero seguro que podríamos hablar con alguien para aclararlo todo.

Los soldados gritaban todos a la vez y eso hacía que me fuera imposible entender a ninguno de ellos. Iba a girarme hacia un lado para preguntarle a Hércules sobre si se le ocurría alguna idea, pero al voltear la cabeza vi que tanto el viejo como las chicas estaban tirados en el suelo sin moverse.

Me quedé un par de segundos confundido, pero cuando volví a mirar al frente un soldado enorme se me puso delante y me asestó un fortísimo golpe en la cabeza con la culata de su arma. Instantáneamente, yo también caí de golpe al embarrado y mojado suelo junto a los demás.

Los hijos del caos

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