Читать книгу Los hijos del caos - Pablo Cea Ochoa - Страница 14
ОглавлениеCAPÍTULO 6
Un bosque enfermo
PERCY
La noche se nos pasó rápido, sin sobresaltos, aunque llovió bastante durante un par de horas, pero después amainó. Cuando empezamos a dar las primeras cabezadas despertamos a Cristina para que nos relevase e hiciese la segunda guardia, con lo que ambos nos metimos en nuestra pequeña tienda para caer rendidos al instante.
Cuando desperté a la mañana siguiente ya estaba empezando a amanecer. Un amanecer vago y lento, que casi no se podía ver debido a las nubes que tapaban el sol constantemente y también por los árboles, que eran tan altos que casi no conseguíamos otear el horizonte para ver el sol.
Bostecé varias veces y me estiré para desperezarme, ya que había dormido un poco mal esa noche. Kika me saludó y me dio los buenos días desde la roca, que seguía enfrente de la casi apagada fogata. Después me senté en el suelo, frente a las brasas, y me quedé embobado mirándolas mientras dejaba que pasasen así los minutos. Pero al rato Hércules salió de la nada y nos dio un buen susto al darnos los buenos días. No iba a acostumbrarme nunca a que apareciera y desapareciera cada dos por tres.
Despertamos a Natalie y a Cristina, que, al igual que todos, tenían el sueño muy ligero la mayor parte de los días. Recogimos entre todos el campamento para después comer las últimas provisiones que nos quedaban: unos bocadillos precocinados que tenían Kika y Cristina, los cuales ya estaban duros e inmordibles, y una especie de revuelto de hongos y setas que había recogido Natalie el día anterior mientras caminábamos, ya que ella era la única que sabía cuáles se podían comer y cuáles era mejor ni tocar. Extrañamente, el revuelto de setas estaba bastante rico, pero casi no nos quedaba comida y tendríamos que cazar algo pronto o empezar a poner algunas trampas por las noches; si no, no duraríamos ni dos días antes de empezar a delirar por el hambre.
Cuando terminamos de desayunar y de recoger pretendimos iniciar la marcha, pero Hércules nos obligó a entrenar nada más terminar de desayunar. Esta vez pretendía que peleásemos entre nosotros cuatro, sin armas y sin hacer uso de poderes, simplemente cuerpo a cuerpo. Claramente, la que destacaba en esa modalidad de combate era Natalie.
Yo me tuve que retirar varias veces porque al recibir golpes y sentir dolor empezaba a notar calor en mi interior, lo que hacía que me fuera imposible pelear sin sentir que podía estallar en cualquier momento. Pero cuando Natalie venció a Kika y a Cristina Hércules nos dijo que probásemos a hacer lo mismo, pero esta vez pudiendo usar nuestras armas, aunque sin usar ninguna clase de poderes. Entonces sí conseguí poder pelear en condiciones, ya que rara vez consiguieron darme. No estaba acostumbrado a usar dos espadas, pues había aprendido con el tiempo a usar solo una.
Cuando Natalie, que usaba la espada de Kika (la que no estaba bañada en oro), recibió un corte en el hombro por parte de Kika, Hércules hizo que la herida se retirara. A mí no me llevó demasiado tiempo hacer lo mismo con Cristina, la cual aún se encontraba incómoda tratando de usar un arma tan grande, pesada y extravagante como era su tridente.
Cuando Kika y yo vimos que nos tocaba arremeter contra el otro lo hicimos con mucho respeto, tratando de no cagarla ni dar pasos en falso, pero una vez que empezamos el duelo ya no paramos. Cuando Hércules vio que habían pasado cinco minutos y que ninguno de los dos conseguía vencer al otro nos dio permiso para usar los poderes. En cuanto lo dijo, a Kika se le iluminó la cara e hizo aparecer rayos en sus manos. Después empezó a arrojármelos, obligándome a moverme para esquivarlos.
Kika era bastante rápida, pero al usar la espada noté que no conseguía asestar golpes muy fuertes y que se esforzaba más en que fueran rápidos. Entonces se me ocurrió una fatal idea, pero no se me ocurría otra mejor. Así que cuando esquivé por los pelos uno de sus rayos, que impactó en un árbol detrás de mí, en vez de prepararme para esquivar el siguiente corrí hacia ella gritando todo lo que pude. Entonces Kika se asustó pensando que habría vuelto a estallar y que iba a por ella y, entre tanto, a mí me dio el tiempo suficiente como para acercarme a la chica y arrebatarle su espada, dando un golpe lento pero fuerte con mis dos espadas a la vez. Golpeé tan fuerte que la espada de Kika salió disparada y ella se quedó desarmada y sin ningún rayo en las manos para lanzármelo.
Cuando se dio cuenta de que la había engañado con mi falso estallido de ira se enfadó un poco y me miró algo cabreada y con los ojos entrecerrados, pero a Hércules parecía haberle gustado mi método de actuación, porque estaba aplaudiendo. Lenta e irónicamente, pero aplaudía al fin y al cabo.
*****
Después del entrenamiento, el cual consistió básicamente en enfrentarnos unos contra otros constantemente, acabamos por descubrir nuevas facetas de nosotros mismos que no sabíamos que teníamos y también nuevas habilidades.
Natalie descubrió que también podía controlar ligeramente el curso del viento y la voluntad de los animales salvajes. Hizo que un par de conejos adultos salieran de sus madrigueras por voluntad propia para que pudiésemos matarlos y cocinarlos más tarde. Esa sería la comida y la cena de ese día.
Cristina mejoró su habilidad en combate con el tridente rápidamente porque Hércules la tuvo bastante rato obligándola a lanzarlo contra un árbol para que aprendiese a arrojarlo adecuadamente hasta que esta consiguió clavarlo en el tronco. Después de eso le dijo a Natalie que le enseñara algo de técnicas para combatir cuerpo a cuerpo, ya que ese era uno de los puntos flacos de Cristina.
En cuanto a Kika, una vez se dio cuenta de su error a la hora de asestar golpes rápidos pero poco contundentes, estuvo entrenando con la espada casi todo el tiempo y cuando no lo hacía intentaba aprender a luchar usando dos.
Todas estaban contentas con los progresos que habían logrado en tan solo un par de horas de entrenamiento. Según Hércules, la versatilidad y la adaptación eran grandes virtudes de los semidioses, junto con la habilidad del aprendizaje rápido en cuanto a temas de combate. Pero a mí continuaban sin hacerme demasiada gracia mis habilidades, las cuales seguían teniendo más de licántropo que de semidiós. Y, sinceramente, siendo hijo de Hades tampoco pensaba que mis poderes fueran a estar hechos para hacer cosas precisamente buenas.
—¿Qué te pasa? No pareces muy contento —me preguntó Kika, que se acercó a mí dejando atrás a Natalie y Cristina, que estaban hablando muy animadamente con Hércules acerca de sus talentos.
—Ya has visto lo que hago, lo que gracias a mi padre he heredado: la predisposición a tener una rabia descontrolada y una enfermedad incurable. No son poderes tan bonitos como controlar el agua o poder lanzar rayos. Están hechos para hacer daño —le respondí. Kika se quedó parada, pensando, y me dijo algo muy poco propio de ella.
—Mira, por muy malvadas o dañinas que creas que son tus habilidades, solo son todo lo malas que tú quieras que sean —manifestó con tono filosófico. Me quedé un poco confuso tratando de buscarle el sentido a la frase—. Tú piensa en ello —añadió guiñándome un ojo y yo asentí con la cabeza para darle las gracias. Cuando iba a darse la vuelta para volverse con las demás se detuvo y me propuso algo—. Oye, sé que a tu chica no le hará demasiada gracia, pero esta mañana he estado pensando en ir a cazar un poco cuando pueda. No es que no aprecie los conejos de Natalie y sus revueltos de setas, pero eso no nos dará ni para una cena, siendo cinco —concluyó antes de marcharse y volver con el resto.
En cierto modo, sabía que era algún tipo de excusa que ponía o para pasar tiempo conmigo o para hablar a solas de algo que ella considerara importante. En cualquier caso, no me gustaba demasiado la idea, porque siempre que Kika te oculta algo hay un plan por detrás seguro. Aunque, pensándolo de una manera más inocente, sería pasar tiempo con alguien a quien dabas por muerta y, además, lo que había dicho era cierto: teníamos que comer y seguramente los poderes de Natalie no funcionarían igual de bien con un ciervo o un animal más grande. Teníamos que salir de caza.
Después de la comida volvimos a recoger todo y emprendimos la marcha. Esta vez procuré no pensar demasiado y traté de divertirme un poco. Al principio nos costó un poco entablar conversación, pero finalmente Cristina se abrió a mí, y yo a ella supongo que también, ya que nos pasamos gran cantidad de la caminata hablando. Hablamos tanto que acabamos conversando sobre políticas nacionalistas cuando habíamos empezado charlando sobre su comida favorita, que, por cierto, era la tarta de chocolate.
A medida que caminábamos también nos íbamos fijando en el paisaje, árboles enormes que impedían que la luz del sol llegase al suelo y vegetación por todas partes. A pesar de haber tanta naturaleza, al ir adentrándonos más en el bosque vimos que los árboles empezaban a estar más secos, que ya no había tanta vegetación y que la luz del sol empezaba a llegar al suelo porque los árboles casi no tenían hojas ni ramas…
Decidimos no prestarle mucha atención al entorno, ya que solo era un bosque, y yo seguí mi conversación con Cristina hasta que Natalie nos interrumpió, chistándonos para decirnos que no hiciésemos ruido, ya que acababa de ver cómo un grupo de ciervos pasaba cerca sin percatarse de nuestra presencia.
Cuando vimos las lejanas siluetas de los ciervos, mi mente y la de Kika se sincronizaron, ya que pensamos en lo mismo. Seguramente por distintas motivaciones, pero en lo mismo al fin y al cabo. Aunque no nos dio tiempo ni a sacar los arcos para acecharlos, ya que todos salieron corriendo en dirección contraria a la que nosotros seguíamos, así que seguimos nuestro camino sin decir ni una sola palabra al respecto, aunque se notaba que Kika quería que yo dijese algo. Pero en ese momento estaba demasiado ocupado hablando con Natalie.
—Pero si ya lo sabes, Percy. Mi comida favorita siempre han sido y serán las judías —comentó Natalie entre risas cuando vio que puse cara de asco al escuchar la palabra «judías»—. No pongas esa cara, porque ahora mismo harías lo que fuera para que alguien te cocinara un plato de judías —bromeó ella en tono acusica, pero yo seguí sin cambiar la expresión de mi cara. Yo el comer verduras y legumbres nunca lo había llevado muy bien. Siempre había preferido la carne u otras cosas con más proteínas.
—Oye, Kika y yo hemos estado pensándolo y nos gustaría salir a cazar algo para comer mañana mientras vosotras entrenáis. Una o dos horas como mucho. —A Natalie le cambió la cara al instante y esa sonrisa que tenía hacía un momento se le borró de golpe—. Sé que no te hace gracia que vaya a cazar, y menos con ella, pero tú también cazas a veces y yo necesito desahogarme y soltarme un poquito. Pero si te molesta mucho le puedo decir a Kika que vaya sola y ya está. No pasa nada —le dije esbozando una pequeña sonrisa, con lo que ella me miró y acabó por sonreírme también.
—Bien, ve, yo me fío de ti. Pero no hagas mucho el bestia —me pidió, aún con la sonrisita en la cara—. Ah, y por favor, traednos algo rico que podamos comer, porque no es que no aprecie los durísimos bocadillos precocinados de Cristina, pero un poco de carne y caldo nunca viene mal, ¿no? —Me pegó en el hombro mientras nos reíamos por lo bajo de su broma sobre los bocadillos de Cristina.
Después de eso seguimos hablando de trivialidades como cuáles eran nuestros animales o películas favoritos.
Era extraño que hubiésemos pasado tanto tiempo uno junto al otro y que casi nunca hubiéramos hablado de ese tipo de cosas. La verdad es que me sorprendí bastante al averiguar que teníamos gustos muy parecidos en cuanto a música o cine. Hasta hablamos de bailar, algo que nunca me había gustado demasiado, pero era algo que a ella le encantaba. Sabía bailar merengue, bachata, tango, chachachá, pasodoble y bolero. Nunca antes nos habíamos contado ese tipo de cosas, por extraño que fuera. Antes del fin del mundo nuestra relación era un tanto extraña y después nos pasamos los días pensando y tratando de sobrevivir, así que rara vez hablábamos de cosas anteriores al estallido inferi.
—La verdad, me da mucha pena tener que cazar animales tan bellos como los ciervos. Los animales son de las pocas cosas que siguen siendo lo que eran antes del estallido. Por cierto, ¿tú antes por qué despreciabas a los animales? —Escuché cómo me decía la voz de Natalie de fondo, aunque yo estaba un poco en mi mundo, sumido en mis pensamientos—. ¡Percy! —me gritó ella mientras se reía de mí—. ¿Me estás escuchando? Porque tienes una cara de estar empanado mentalmente —dijo entre risas.
—¿Eh? Sí, desde luego que sí —respondí yo sin saber con certeza lo que me acababa de preguntar.
—¿Y bien? —añadió ella expectante. Sabía que no la había escuchado.
—¿Y bien qué? —repetí yo directamente.
—Estás empanado —concluyó ella mientras se reía de mí—. Te he preguntado qué te pasaba antes con los animales. No los podías ni ver.
—Ah, era eso. Sí, bueno, ya sabes que yo siempre quise tener un perro, pero mis padres nunca me dejaron tenerlo. Y cada vez que llevaba un perro o un gato callejero a casa mis padres lo echaban a la calle de nuevo a patadas. No les gustaba nada. Y me pasé varios años de mi preadolescencia enfadado con todos los animales por no poder tener uno. Sé que es estúpido, pero por entonces yo era bastante mal bicho —le conté. Tenía la sensación de haberle narrado esa historia a alguien hacía relativamente poco tiempo, lo cual era prácticamente imposible.
—Pues tus viejos eran unos amargados —afirmó Natalie exagerando su voz con un tono bastante cómico, lo cual no venía nada a cuento y por eso mismo me hizo reír.
Así nos pasamos un buen rato, hablando y hablando sin parar, haciendo bromas y hasta cantando a dúo algunas canciones de los Beatles y de Queen. Era algo fuera de lo normal esa situación, pero me encantaba eso de poder sentirme así de unido con ella. Hacía ya demasiado tiempo que ninguno de los dos se reía o hacía un chiste. Abusamos tanto de los chistes malos que hasta Hércules tuvo que rogarnos que lo dejásemos y nos estuviéramos callados un rato. Cuando nos quisimos dar cuenta, de nuevo era de noche y estábamos ya a punto de no ver nada a más de unos metros de distancia.
—Mejor acampar ya, chicos. No es sensato que sigamos caminando si no somos capaces de saber dónde estamos. Además, no se ve ni una estrella por las nubes, así que tampoco podemos orientarnos —indicó Hércules en un tono que nos daba a entender que estaba agotadísimo de la caminata de ese día. Más o menos, tanteándolo, yo diría que habríamos recorrido casi veinticinco kilómetros con las mochilas a cuestas.
Como siempre, montamos las tiendas y encendimos la hoguera. Dado que no teníamos mucho espacio de visión, intentamos hacer que el fuego fuese más grande de lo normal para ahuyentar a posibles depredadores y para poder ver mejor, lo cual requería bastante madera.
Tras asegurarnos de que el fuego estuviera estable Kika y Cristina se fueron a dormir, dejándonos a Natalie y a mí solos de nuevo para hacer la primera guardia. Aunque, como en ese momento la noté un poco desganada, me ofrecí a hacer yo esa guardia para que ella pudiera descansar en la tienda.
—Qué va. Hoy tengo la sensación de que voy a dormir poco. Hace demasiado frío como para que consiga dormirme, incluso dentro de la tienda. Me quedo aquí contigo y así me cuentas en lo que piensas, que se te ve diferente desde hace un par de días —me dijo sin mover ni un solo músculo de su cara mientras miraba fijamente a un punto entre los árboles. Yo me tomé unos segundos, respiré hondo, extendí la manta que tenía entre mis piernas para cobijarla también a ella y traté de abrirme sentimentalmente todo lo que pude.
—Pues no sé, me siento extraño. No por este tema de los dioses, por ser licántropo o por los inferis. Creo que con el tiempo he aprendido a asimilar rápido ese tipo de cosas —empecé a contar y entonces ella giró su cabeza para poder mirarme desde cerca—. Por lo que me siento raro es, bueno, porque siento que te quiero —esperaba que se asombrara cuando se lo dije, pero pareció no sorprenderle en absoluto esa afirmación— y es algo frustrante el saber que hemos pasado por cosas impensables, hemos vivido aventuras juntos, hemos recorrido miles de kilómetros uno al lado del otro… y es raro que te quiera y que hasta hoy no supiera que imitas la voz de Freddy Mercury a la perfección —le comenté con una pequeña sonrisa y ella se sonrojó un poco—. No sé, es raro que te quiera por el simple hecho de que nunca he querido de esta manera a nadie. Y al mismo tiempo siento que te conozco muy poco, pero, si te soy sincero, me da un poco igual. Tal y como están las cosas ahora mismo, no sabemos si mañana estaremos muertos y deberíamos aprovechar el tiempo que tenemos. Quiero que el tiempo que te quede seas feliz, pero no sé si un monstruo como yo podría hacerlo.
Ella se quedó callada. Ahora la que respiró hondo varias veces seguidas fue Natalie. Después me volvió a mirar y clavó sus preciosos ojos en los míos. Entonces me abrazó y empezó a sollozar.
—Lo sé. Ninguno hemos pedido nada de esto. Y créeme cuando te digo que me hubiera encantado que nos hubiéramos podido conocer mejor en otras circunstancias, pero, como has dicho, estamos en un momento en el que es mejor no ponernos trabas si sentimos algo. Yo también te quiero y confío en ti. Y si crees que el problema es que eres un monstruo, entonces seamos monstruos juntos —me respondió ella muy seria, dándome a entender claramente sus intenciones y a lo que se estaba refiriendo.
—¿Qué? ¡No! ¡Ni hablar! —contesté horrorizado al pensar en la idea de tener que convertirla a ella también cuando vi que extendía su brazo y comenzaba a arremangarse.
—¿Incluso si de ello depende mi felicidad? Yo también quiero estar contigo y lo tengo muy claro. Si crees que el problema es lo que eres, pues aquí tenemos la solución. Un simple mordisco y listo, ya podemos estar juntos del todo —expuso ansiosa, como si creyese que yo aceptaría encantado esa propuesta tan descabellada. Y aunque lo hiciera tenía el presentimiento de que eso no arreglaría las cosas, que sería todo mucho más difícil.
—Natalie, no sabes lo que estás diciendo. Estás cansada; pásate a la tienda e intenta dormir. Mañana, cuando pienses en frío lo que me has dicho, verás que no es una buena idea —afirmé extremadamente seco y cortante para darle a entender que no cambiaría de opinión al respecto. Ella resopló, puso los ojos en blanco y se hizo la ofendida, pero finalmente acabó asintiendo y se levantó para ir hacia la tienda.
—Vale, pero sé lo que estoy diciendo. Es una manera de que podamos estar juntos del todo —insistió, dándome un beso en la mejilla para después meterse en la tienda.
Aquella conversación me había dejado muy descolocado y las cuatro horas que estuve haciendo guardia hasta que desperté a Cristina le estuve dando vueltas sin parar al tema. Por más que intentara verle los puntos positivos a convertirla, los puntos negativos siempre pesaban mucho más. Aun sabiendo que nunca llegaría a hacerle eso a Natalie, no podía evitar sonreír al pensar en lo que ella era capaz de hacer por estar conmigo y por entenderme. Finalmente, acabé por no saber si era una idea mala, pésima o simplemente era un poco insensata.
*****
Cuando me hube dormido, a pesar del malestar con el que me acosté, acabé soñando con cosas bonitas. Sueños felices de los cuales seguramente nunca me acordaría, pero sabía que esa noche fui feliz. Al menos en mis sueños. Eso hasta que un grito estrepitoso proveniente de la tienda de Kika y Cristina nos levantó de golpe e interrumpió mis sueños.
Natalie y yo nos miramos al mismo tiempo y mientras ella cogía su arco e iba montando una flecha yo saqué mis espadas. Ambos salimos de nuestra tienda en tensión y nerviosos para después ver la cómica situación de cómo Kika trataba de matar una araña con su espada en el interior de su tienda mientras estaba en ropa interior. Lejos de ayudarla a matarla, nos quedamos fuera riéndonos descontroladamente mientras Kika y Cristina intentaban ponerse algo de ropa mientras huían despavoridas de la araña, la cual correteaba por toda su tienda.
Cuando pasaron un par de minutos y Natalie consideró que ya habían sufrido bastante, se metió en su tienda y diez segundos después salió llevando a la araña en la mano para dejarla fuera de la tienda sin matarla.
Kika nos miró malhumorada por habernos reído tanto al ver esa situación y Cristina aún se estaba recuperando del susto. Era gracioso saber que podían enfrentarse solas a una manada entera de licántropos y que no eran capaces de coger una arañita y sacarla de su tienda.
—Tenemos… pánico a las arañas —explicó Cristina entrecortadamente mientras intentaba recuperar el aliento y se empezaba a vestir tranquilamente.
—¿No me digas? —le respondió Natalie irónicamente, aún con una sonrisa en su cara. Le había hecho muchísima gracia haberlas visto así.
—Empieza divertido el día —le comenté entre risas a Natalie una vez nos volvimos a nuestra tienda para dejar que Kika y Cristina se vistieran en paz.
Desayunamos un bocadillo de los de Cristina y nada más terminar Hércules apareció de la nada, como siempre. No nos dejó ni recoger el campamento y nos obligó a entrenar. El entrenamiento de esa mañana consistía en movernos sigilosamente y con rapidez por entre los árboles y la maleza.
Cuando Kika y yo, que aprendíamos algo más rápido que Cris y Natalie, le demostramos a Hércules que eso ya lo dominábamos, le planteamos la posibilidad de salir a cazar durante un rato, lo cual no le hizo ninguna gracia en un principio, aunque nos dejó hacer lo que quisiéramos. Nos dio de margen cuarenta y cinco minutos para regresar, antes de que terminara el entrenamiento y recogieran las cosas para ponerse en marcha.
Antes de irnos me quedé mirando un par de minutos a Natalie y a Cristina mientras Kika preparaba su arco y sus flechas. A Natalie no se le daba nada mal el moverse rápidamente entre los árboles, además de que su recién descubierta agilidad le hacía las cosas mucho más fáciles, aunque Cristina le ganaba a la hora de moverse con sigilo.
—¡Venga, vamos! ¡Que no tenemos todo el día! ¿Y tu arco? —me preguntó Kika, dejándome ver lo impaciente que estaba con tal de irse.
—Yo no uso arco —le aclaré mientras me metía en el cinturón el cuchillo de caza de Natalie y mis dos espadas. En cuanto me lo ajusté todo ambos empezamos a correr en dirección norte, en la que se había ido la manada de ciervos que vimos el día anterior.
—Han pasado por aquí —anunció Kika cuando vimos un tramo del bosque con ramas partidas y con la tierra removida—. ¿Podrás encontrarlos? —me preguntó.
—Puedo intentarlo. —Me agaché y al oler varias veces el aroma que había en la tierra comencé a ver las figuras borrosas de los animales moviéndose a cámara lenta por donde estábamos. Al ver que seguían moviéndose decidí seguirlas, ya que casi con completa seguridad me llevarían hacia donde estuviera la manada. Nunca me hubiera imaginado que seguir un olor resultara ser una experiencia tan emocionante—. ¡Sígueme! —le grité a Kika y enseguida me puse a correr siguiendo a esas distorsionadas figuras de los venados.
Corriendo de esa manera me sentía bien, libre. Subiendo troncos, saltando rocas y esquivando árboles. Era algo muy frenético. Me sentía vivo y hasta me divertía. De repente, cuando el olor se hizo más fuerte, dejé de ver esas siluetas borrosas y dejé de correr de golpe. Tras unos veinte segundos Kika me alcanzó y se paró a mi lado, sofocada y con varios cortes en brazos y cara causados por las secas ramas de los árboles.
—¿Por qué te detienes? Si ya casi te había cogido —me dijo ella irónicamente en un tono de voz demasiado alto.
—Calla. Están cerca —respondí en voz baja. Pero había algo raro en ese olor. Era el de los ciervos, sí, pero notaba como un olor a miedo en el aire. No sabía exactamente cómo podía oler una emoción, pero así era y, dado que ni Kika ni yo estábamos asustados, eso me dejaba pocas opciones con sentido en la mente. Eso hasta que capté otro nuevo olor—. Rápido, sube a los árboles —le ordené a Kika en un susurro.
—¿Qué? ¿Por qué? —preguntó confundida.
—¡Rápido! —le volví a decir mientras la empujaba hacia el árbol más cercano y la obligaba a empezar a escalar. Yo la seguí unos segundos después. Cuando nos quedamos los dos a una altura razonable, Kika abrió la boca para volver a decirme algo, pero yo me adelanté antes de que ella hablara demasiado alto de nuevo—. No hagas ruido —susurré.
Ella cerró la boca y se quedó callada. Unos segundos después empezamos a escuchar como algo se empezó a mover a nuestro alrededor y de golpe apareció un grupo enorme de ciervos, que se detuvieron justo debajo del árbol en el que nosotros estábamos subidos para después agruparse y juntarse entre sí, dejando a los machos con sus enormes cornamentas en la parte más externa del círculo y a las crías en el centro, protegidas por sus madres.
Kika estaba a punto de sacar una flecha para montarla en su arco y disparar a los ciervos, pero yo la detuve y volví a decirle que no hiciera ruido. En cuestión de unos pocos segundos mis sospechas acabaron por confirmarse cuando de entre la maleza muerta empezaron a salir inferis por todas partes y de todas direcciones.
—Nos han seguido —dijo ella muy bajito mientras los inferis comenzaron a arremeter contra los ciervos. Los animales cargaron también contra los muertos haciendo uso de sus puntiagudas cornamentas. Consiguieron aguantar un poco, pero no dejaban de salir inferis de todas partes e inevitablemente acabaron por superar en número a los ciervos, los cuales empezaban a caer mientras los monstruos se paraban a devorarlos. Antes de que los pobres animales pudieran darse cuenta estaban completamente rodeados—. Hay que hacer algo o nos quedaremos sin comida. Yo ya estoy lista para hacerles frente —aseguró Kika.
Pero antes de que me diera tiempo a contestarle ella ya había saltado del árbol para caer justo encima de un grupo de inferis y nada más tocar el suelo se puso a lanzar rayos, apuntando como objetivos tanto a los ciervos como a los inferis, que se acababan de percatar de la presencia de Kika y estaban empezando a avanzar en su dirección.
Al ver que casi un centenar de inferis empezaron a arremolinarse alrededor de mi compañera, me vi obligado a bajar yo también a pesar del enorme respeto y temor que les tenía a esos monstruos porque ya había vivido en mis carnes lo que eran capaces de hacerle a una persona.
Cuando caí al suelo empecé a asestar golpes en la cabeza a los inferis que se iban acercando demasiado, pero una vez empezaron a llegar seguidos, uno tras otro, tuve que empezar a hacer uso de mis espadas mientras Kika seguía a lo suyo con sus rayos, los cuales me dejaban sin visión durante un par de segundos cada vez que uno estallaba cerca de mí.
Un inferi no representaba una gran amenaza de por sí. Si sabías defenderte más o menos bien no tendrías ningún problema en poder matar a unos cuantos. Lo realmente peligroso de los inferis era que a veces viajaban en grupos muy grandes y era eso lo que realmente hacía que fueran tan letales, el número de los grupos.
Los ciervos no tardaron mucho en caer todos, ya fuese a causa de los inferis o de los rayos de Kika. En cuanto el último ciervo se calcinó, empezamos a vernos rodeados por más enemigos de los que podíamos matar o contar y poco a poco nos fuimos quedando sin espacio para poder movernos con libertad.
Durante un instante a Kika la agarraron de las manos y se quedó indefensa, sin poder lanzar ningún rayo. Al ver que la tiraron al suelo, dispuestos a devorarla viva, volví a alzar mi brazo de manera instintiva y apunté con él al grupo de inferis que estaban arremolinados sobre Kika. En cuanto pensé en matarlos noté un fuerte cosquilleo por todo el brazo, el cual se me acababa de envolver completamente por las llamas de un fuego de color negro que me rodeaba y cubría todo el brazo. No me quemaba ni me dolía, pero justo cuando pensé en la muerte de aquellos inferis todos a los que estaba apuntando con mi brazo estallaron en mil pedazos. Otros cayeron desplomados al suelo sin razón aparente y otros salieron despedidos por el aire.
En un primer momento me quedé flipando viendo como el fuego me envolvía el brazo, pero cuando vi que Kika se volvió a poner en pie para seguir lanzando rayos me centré en mí y apunté a los inferis que iban llegando hacia nosotros, los cuales morían directamente nada más apuntarles con la palma de mi mano.
Tras unos minutos llenos de tensión, caos y gritos muy agudos, conseguimos acabar con todos los inferis sin tener demasiados percances.
Cuando hubimos terminado y no quedó ni uno en pie nos apoyamos en el tronco del árbol que antes habíamos escalado y nos quedamos allí, sin decir nada durante varios minutos, hasta que un inferi sin piernas, seguramente víctima de los rayos de Kika, empezó a gritar cerca de nosotros. Me acerqué al cuerpo del inferi, que no podía moverse, y al pensar en su muerte mi brazo se volvió a ver envuelto en llamas. Cuando le apunté directamente el inferi se puso a gritar mientras se descomponía, tal como haría si le diera directamente la luz del sol, hasta que quedó reducido a esa papilla de sangre, piel y huesos que me resultaba tan desagradable de ver y de oler.
—¡Podríamos haber muerto! —le grité a Kika, la cual me miró con una cara de circunstancias bastante sarcástica. Cuando vi que no tenía ningún sentido discutir con ella, le dije que me ayudara a amontonar los cadáveres de los ciervos que no estuvieran calcinados o infectados por los inferis.
—Tarde o temprano todos vamos a tener que enfrentarnos a ellos y a cosas mucho peores. ¿No viste a esos gigantes de la visión? No nos viene mal prepararnos; esto es lo que nos espera a partir de ahora —me dijo ella una vez que recogimos un par de ciervos grandes no contaminados por los inferis.
Yo no le respondí nada porque estaba intentando contener mi enfado. No porque me hubiera obligado a luchar, eso me daba igual, sino porque había actuado sin pensar, arriesgando su vida sin tener ninguna estrategia ni ningún plan. Por suerte, había salido todo bien, pero perfectamente podría haber salido de una manera muy diferente.
A pesar de lo enfadado que pudiera estar con ella, sabía que no le faltaba razón en lo que había dicho. Todos sabíamos que nuestras vidas peligrarían mucho más de lo normal al aceptar la misión de los dioses. Y ahora nos tocaría apechugar con las consecuencias.
—Oye, Percy —comenzó a decir Kika cuando se sentó encima del cuerpo de un ciervo carbonizado—, ¿tú que rollo te traes con la Natalie esa? —me preguntó con un tono de voz que no era muy propio de ella, ya que era muy poco firme y muy parecido al de una persona que se hubiera tomado diez cervezas.
—Pues la quiero. Y ella a mí. Hemos pasado muchas cosas juntos. ¿A qué viene esa pregunta? —le respondí algo cortante, ya que no me parecía que, estando rodeados de cadáveres, aquel fuese el mejor momento para hablar de ese tema. Además, me resultaba bastante incómodo hablar de ello con Kika.
—¿Ah sí? —dijo ella sorprendida—. ¿Seguro que la quieres? —me interrogaba usando aún ese tono de borracha que no me gustaba ni un pelo
—Eh… Pues sí, estoy seguro —contesté algo ofendido e incómodo.
—¿Y entonces por qué llevas todos estos días pensando en que hiciera esto? —agregó ella levantándose del cuerpo del ciervo y acercándose a mí para, sin previo aviso, besarme.
En un principio, cuando lo hizo mi primer instinto fue apartarla de mí, pero al sentir el contacto de mis labios con los suyos llegaron a mi mente flashbacks de todos los momentos que había pasado con ella: los de aquel último verano en el campamento, esas noches que salíamos a escondidas para mirar las estrellas, las charlas hasta las cinco de la mañana, las bromas pesadas que les gastábamos a los monitores, también las semanas que pasamos enviándonos e-mails con emoticonos de corazones, las noches que me quedaba despierto por echarla de menos, la tristeza que sentí cuando dejamos de hablar, la rabia que inundó mi cuerpo cuando la vi con otro chico… También recordé perfectamente cómo me gritó barbaridades mientras le limpiaba la sangre de la cara al otro chaval y también los días que habíamos pasado juntos desde que ella y Cristina nos salvaron de los lobos, la tensión que había entre nosotros, la discusión en el bosque, conocer a Hércules, las montañas, los entrenamientos… Todo. Y mientras esas imágenes pasaban una a una por mi cabeza, inconscientemente yo seguí besándola.
Todo eso duró unos pocos segundos, pero fue como si lo hubiera vuelto a vivir y a sentir todo desde el principio. Y cuando esas imágenes llegaron hasta el momento en el que estábamos ahora, a lo que estábamos haciendo en ese momento, fui consciente de lo que estaba pasando y le di un fuerte empujón a Kika para alejarla de mí. Ella cayó de espaldas al tropezar con el cuerpo del ciervo en el que se había sentado anteriormente y cuando se reincorporó tenía puesta la capucha de su sudadera, que estaba completamente manchada de sangre negra, igual que la mía. Después se volvió a sentar encima del cuerpo calcinado del ciervo mientras se cubría la cara con la capucha, seguramente por la vergüenza de lo que acababa de hacer o, más posiblemente, enfadada por el hecho de que la hubiera besado y después la tirara al suelo.
Tras un par de minutos de incómodo silencio, sin mirarnos ni decirnos nada el uno al otro, ambos cogimos el cuerpo de un ciervo que no estuviera ni calcinado ni infectado por los inferis, nos los colgamos a la espalda y nos pusimos a caminar para volver con los demás.
—Oye, Kika, siento lo del empujón —me disculpé cuando ya llevábamos un buen rato andando y sin mirarnos—. Es solo que ya no siento eso por ti. No deberíamos haberlo hecho —le dije mientras hacía el esfuerzo de llevar el cuerpo del ciervo a cuestas. Ella siguió caminando lentamente, tambaleándose un poco por el peso de su ciervo. Seguía sin decir nada, con la mirada vaga y cabizbaja todo el camino—. En serio, Kika, no te comportes como una niña. Ha sido solo un beso sin importancia. No quiero que por esto estemos a malas, pero entiende que quiero a Natalie y que no voy a hacerle daño de esa manera —le expliqué intentando poner un tono lo más tranquilo y sereno posible, pero ella seguía sin mirarme y sin apartar la vista del suelo. Parecía que estaba meditando mientras caminaba. Eso o que trataba de ignorarme para asimilar lo que había pasado. Aunque tenía la duda de si ella también había visto esas imágenes y había sentido todo ese cúmulo de sensaciones extrañamente rápido—. Oye, ¿al besarnos tú viste algo? ¿Algún tipo de imágenes o de recuerdos? —le acabé preguntando, aunque sabía que seguramente no obtendría respuesta por su parte.
—El sol poniente… tiñe el desierto… de un tono… carmesí —me respondió entrecortadamente y con la voz ronca y repitió esa frase varias veces hasta que consiguió decirla de seguido. Por la manera en la que hablaba, parecía como si estuviera borracha o drogada desde hacía ya un rato, desde antes de besarme.
Entonces fue cuando caí en la cuenta de la razón tan obvia por la que Kika se había comportado así. No me podía creer que no hubiese reconocido su sintomatología. Solté el cuerpo del ciervo que llevaba a la espalda y dejé que cayera al suelo para poder correr hacia Kika. Cuando la alcancé la obligué a soltar el cuerpo de su ciervo y le quité su capucha de golpe. Al hacerlo, ella se desplomó de golpe en el suelo.
Fue entonces cuando confirmé mis sospechas: tenía fiebre y la cara muy pálida, los labios morados por el frío y las pupilas muy dilatadas. Esos, junto con los delirios y alucinaciones, eran los síntomas típicos producidos por la mordedura de un inferi. Cuando le quité la sudadera y su camiseta de golpe vi que tenía un pequeño mordisco en su costado derecho. Seguramente, se lo habrían hecho en el momento en el que tuvo a más de cinco inferis encima, antes de que yo prendiera mi brazo en llamas por primera vez.
—¡Kika! ¡Kika! ¡Joder! ¡Kika, reacciona! —le gritaba mientras le daba fuertes golpecitos en el entrecejo y en las mejillas para que volviera en sí. Pero estaba completamente inconsciente, lo cual quería decir que no le quedaba demasiado tiempo hasta que llegara el momento en el que su corazón se pararía de golpe.
Me pasé un minuto entero tratando de reanimarla, dándole golpes, soplándole. Incluso opté por romperle un dedo para ver si reaccionaba, pero ni así. Entonces fue cuando volví a escuchar a los inferis. Eran gritos aún lejanos, pero se acercaban rápidamente a nuestra posición.
Yo solo no podría luchar y cuidar de Kika al mismo tiempo. Si no hacía nada, acabaríamos devorados los dos, así que, presa del pánico, la cogí en brazos y empecé a correr, olvidándome por completo de los ciervos. Salvarla era mucho más importante en ese momento.
Sabía que si la llevaba con los demás Natalie seguramente podría salvarla haciendo uso del frasco que le entregó Hércules la noche en que le conocimos. Eso si el viejo había dicho la verdad acerca de que curaría heridas mortales. A la vista de que a Kika no le quedaba demasiado tiempo, corrí todo lo rápido que pude para llegar cuanto antes con los demás, a sabiendas de que habíamos sobrepasado bastante los cuarenta y cinco minutos que nos había dado Hércules para cazar.
«¡Corre! ¡Más rápido!», me decía a mí mismo mientras seguía corriendo a toda prisa tratando de no tropezarme, algo que al llevar a Kika en brazos inevitablemente acabaría pasando. Y así fue: uno de mis pies se enganchó con varias raíces que sobresalían del suelo en una zona con árboles muy juntos entre sí y eso me hizo caer de golpe al suelo, obligándome a soltar a Kika. Cuando pude levantarme y seguir corriendo empecé a ver a unos cincuenta metros de mí las figuras de varios inferis que corrían tras nosotros. Por suerte, acabé encontrando a los demás en un pequeño claro, cerca de donde habíamos acampado aquella noche, donde estaban entrenando aún con ejercicios de agilidad y sigilo. En cuanto salí de entre los árboles empecé a gritar.
—¡Inferis! ¡Inferis! —les grité.
En cuanto me vieron aparecer de entre los árboles con Kika en mis brazos se miraron entre sí aterrorizados; aun así, sacaron sus armas al ver que tras de mí iban apareciendo inferis que salían corriendo y gritando de entre los árboles.
Cuando llegué hasta ellos le dije a Natalie que usara el líquido de su frasco con Kika y que se lo echara sobre la mordedura. Aún respiraba, pero muy lenta y forzosamente, y tenía el pulso muy lento y débil.
Mientras Natalie trataba de echarle la cura a Kika, Cristina había sacado su tridente y también una botella de plástico con agua y Hércules sacó un gran bastón de su túnica, el cual seguramente usaría como maza. Así que me uní a ellos y entre los tres cubrimos a Natalie y a Kika.
Los inferis iban llegando en masa hasta nosotros y eran más de los que podía contar. Una vez que llegó hasta nosotros el primero, el cual murió por un brutal golpe de maza en la cabeza, después fue todo demasiado rápido.
Hércules apartaba a los inferis de las chicas haciendo movimientos muy extravagantes y lentos con su maza, pero eran movimientos efectivos. Cristina, por su parte, sacó el agua de la botella, la hizo levitar para que adoptase la forma de un puñal y mentalmente lo controlaba para matar a los que estaban más lejos, mientras con su afilado tridente atravesaba a los inferis que se acercaban demasiado a Natalie y a Kika.
Yo me limité a hacer lo mismo que Cristina, proteger a las demás matando con mis espadas a los inferis que se acercaban demasiado. A cada inferi que moría por mis hojas, una de esas pequeñas neblinas blancas se metía dentro de mis espadas. En cuanto tenía un par de segundos libres alzaba mi brazo, el cual se envolvía de llamas y hacía estallar a varios grupos de inferis a lo lejos.
Tras un par de minutos conteniéndolos como pudimos, Natalie se unió a nosotros y empezó a disparar flechas con su arco. Y cuando estas se le acabaron se limitó a esperar a que los monstruos se acercaran para poder golpearles en la cabeza y rebanársela usando una de las dos espadas de Kika, ya que esta última no estaba en disposición de luchar.
Pasamos unos cuantos minutos conteniéndolos casi sin problemas, pero cuando los cadáveres empezaron a amontonarse nos fuimos quedando de nuevo sin espacio para movernos bien y eso fue aprovechado por los inferis para ir rodeándonos poco a poco.
Eran monstruos muy rápidos a la hora de correr, pero muy lentos a la hora de atacar, aunque sus movimientos eran casi imprevisibles. Cuando los cuatro nos vimos acorralados juntamos nuestras espaldas, dejando a Kika en medio de nosotros, parcialmente protegida. Pero seguía habiendo demasiados enemigos a nuestro alrededor y, aunque fuésemos mejores luchadores que ellos, su número acabaría por superarnos.
—¡Chico! ¡Este sería un buen momento para sacar esa parte que tienes de licántropo! —me gritó Hércules cuando vio que no podíamos matarlos lo suficientemente rápido.
—¿En serio? ¿Ahora me pides que me descontrole después de todas tus putas charlas? —le respondí gritando mientras empujaba a varios inferis que se estaban aproximando a Kika demasiado.
—¡No te lo diría si tuviéramos una opción mejor! —me volvió a gritar al mismo tiempo que le aplastaba la cabeza a otro inferi con su maza.
—¡Yo eso no lo controlo! —le dije al tiempo que agarraba a Natalie para echarla hacia atrás, ya que se estaba empezando a ver superada por la enorme cantidad de inferis que nos rodeaban—. ¡No sé cómo activarlo! —grité lo suficientemente alto como para que Hércules me escuchase.
—¡Yo sí! —me contestó e inmediatamente se dio la vuelta y me asestó un fuerte puñetazo en la cara. No lo suficientemente fuerte como para marearme, pero sí lo justo como para hacer que me enfadase. Y ese golpe tuvo un efecto casi instantáneo en mí, el efecto que Hércules esperaba.
Mientras seguía conteniendo a los inferis usando mis espadas, ya que no tenía espacio suficiente como para estirar el brazo completamente, me iba cabreando cada vez más y más, notando que cada vez que mataba a un inferi y me manchaba con su sangre mi enfado y el calor del estómago aumentaban en igual medida, hasta que llegó un punto en el que se me hizo imposible seguir teniendo el control y mis músculos empezaron a hincharse y a cubrirse de pelo, mis dientes se volvieron más grandes y afilados y me crecieron garras para sustituir a mis uñas.
Había adoptado una forma que no llegaba a ser ni de lobo ni de humano, igual que la que adopté hacía unos días cuando casi maté a Kika. Estaba a medio camino entre ambos: no era ni hombre ni lobo.
Pero al completar la transformación dejé de sentir tensión, miedo y cansancio por la lucha. Todas esas sensaciones se evaporaron y lo único que sentí era que una rabia desmedida se apoderaba de mi cuerpo y también de mi mente, haciendo que matara a absolutamente todo lo que tuviera enfrente. Cuando Hércules se dio cuenta de que corrían más peligro por mí que por los inferis ordenó a las chicas que cogiesen a Kika y que subieran rápidamente a un árbol, aprovechando que los inferis ahora centraban toda su atención en mí.
Estando transformado me daba igual todo. Recuerdo que lo único que quería era acabar con todo lo que se me pusiese delante. Y en este caso era una horda entera de inferis. Si antes de la transformación me resultaba fácil matarlos, así casi ni notaba cuando aplastaba un cráneo o cuando arrancaba una extremidad. No tenía que hacer ningún esfuerzo físico porque en ese momento yo no era quien controlaba mi cuerpo.
Los inferis intentaban rodearme y morderme, pero gracias a la enorme cantidad de pelo que me había salido sus mordiscos nunca llegaban a tocar mi piel.
Desde lo alto de un árbol, el viejo y las demás miraban cómo un monstruo mataba a otros monstruos, haciéndoles volar por los aires, arrancándoles la cabeza, aplastándosela, empujándoles y zarandeándoles como si fueran muñecos de trapo. Era hasta divertido ver cómo intentaban arremeter contra mí en vano.
Podía llegar a saltar una altura de más de dos metros sin despeinarme y tenía una fuerza, una agilidad y una velocidad trepidantes. La mayoría de las veces, antes de que me atacaran ya había reaccionado. Era como poder usar todos mis sentidos agudizados al mismo tiempo y para una única cosa…, matar.
Tras otro par de minutos los inferis, al ver que no podían hacer nada, optaron por retirarse, pero yo no dejé que se escapasen y los cacé uno a uno sin que ninguno consiguiera salir del claro para internarse de nuevo en el bosque.
Cuando no hubo más enemigos a los que matar empecé a relajarme y a poder volver a controlar mis pensamientos y, más tarde, mis actos para finalmente volver a mi forma humana tras otra dolorosa «destransformación» y volver a quedarme parcialmente desnudo. Rápidamente llegó Natalie hasta mí y me cubrió con el que era mi abrigo de pieles para darme algo de calor, aunque no sentía nada de frío a pesar del ambiente y de estar casi desnudo. Justo después llegaron Hércules y Cristina, que entre ambos llevaban a Kika, que seguía inconsciente.
—¿Estáis todos bien? —preguntó Hércules mientras intentaba recuperar el aliento después de haber hecho tanto esfuerzo físico en tan poco tiempo. Todos nos revisamos buscando algún indicio de posibles mordeduras y cuando vimos que estábamos limpios asentimos a pesar de tener las caras y los brazos llenos de arañazos y manchados de sangre negra y de tierra—. Oye, chico, tenemos que hablar —me dijo mirándome muy serio. La verdad, esperaba que me pidiera alguna explicación acerca de lo que le había pasado a Kika, pero no lo hizo.
*****
Después de todo aquello nos pasamos el resto de la mañana en el campamento atendiendo a Kika, que parecía mejorar muy rápidamente tras haberle aplicado la solución del frasco de Natalie. Cuando se despertó tenía dolores horribles y ardor en la zona del mordisco, pero por suerte llegamos a tiempo para que el daño de la infección por la mordedura no fuera letal.
Cuidamos de Kika por turnos mientras el resto vigilaba la zona, pero no hablamos casi nada. Nos limitamos a vigilar y a hacerlo todo en silencio para que cuando Kika se recuperara, ya por la tarde, recogiéramos el campamento todo lo rápido que pudiéramos y nos pusiéramos a caminar siguiendo a Hércules. Lo haríamos a un paso mucho más lento que el resto de días para no forzar a Kika, la cual podía caminar, pero no muy rápido a causa de los dolores, aparte de que seguía teniendo un poco de fiebre, que se le fue pasando a lo largo del día.
Mientras caminábamos hubo un momento en el que pude hablar con Kika a solas para preguntarle qué tal se encontraba. Al parecer, no se acordaba de nada desde momentos después de recibir el mordisco, así que se lo conté todo de nuevo, aunque omití varios detalles relacionados con su comportamiento antes de desmayarse. Creí conveniente que el momento del beso debía quedarse en el olvido, así que decidí no contárselo, al igual que las palabras que había dicho bajo los efectos del mordisco: «El sol poniente tiñe el desierto de un tono carmesí». No sabía lo que significaban esas palabras.
Cuando le dije que cargué con ella corriendo durante casi diez minutos por el bosque se echó a llorar, para después agradecérmelo, y pasó lo mismo al contarle cómo la defendimos entre todos de las hordas de inferis. Como Cristina y Natalie seguían sensibles después de esa experiencia, al escucharla llorar ellas también lo hicieron.
A partir de ese momento hablamos mientras caminábamos hasta que se hizo de noche y Hércules nos dijo de acampar de nuevo en una zona con muy pocos árboles y mucha visibilidad. A pesar de que la luna se encontraba en estado decreciente, entre su luz, la de la hoguera que encendimos y la de nuestros dos farolillos esa noche teníamos una gran visibilidad para poder estar atentos.
En cuanto terminamos de montar las tiendas todas las chicas se metieron en ellas directamente y sin decir nada y en menos de cinco minutos ya estaban dormidas y nos habían dejado a Hércules y a mí solos frente al fuego, mirándonos fijamente durante un buen rato.
—Tenemos que hablar —me volvió a decir el anciano cuando vio que no tenía intención de empezar yo la conversación.
—No ha sido mi culpa —le dejé claro tras un rato al ver que me miraba incriminatoriamente. Él me hizo un gesto de indiferencia, demostrándome que no le interesaba lo que había pasado antes de que llegara al claro con Kika en brazos—. ¿Y entonces qué? ¿De qué querías hablar? ¿Me vas a explicar algo de todo lo que me ha pasado hoy? —le pregunté en tono prepotente.
—Te he visto esta mañana cuando luchabas, tanto antes como después de que yo te pidiera eso, y creo que tu condición de licántropo afecta a tus poderes de una manera alarmante. Porque tu habilidad para el combate es una cosa que parece casi innata y ser semidiós potencia enormemente tu fuerza y velocidad, pero al ser licántropo tendrás poderes que ni te puedes imaginar y que seguramente no podrás controlar. Es algo muy peligroso eso que has hecho esta mañana con el brazo, porque al más mínimo desliz o error de pensamiento podrías matar a cualquiera —explicó muy serio, mirándome a los ojos sin mover ni un músculo. Parecía como si conociera a la perfección cómo funcionaba aquello.
—Pero puedo hacerlo, ya lo has visto. Puedo controlarlo —respondí a la defensiva.
—Sí, pero entiende que las habilidades que tienes son demasiado peligrosas para los que te rodean, porque puedes cometer fácilmente un daño irreparable en los demás simplemente por el hecho de tener un mal día —objetó él, intentando poner un tono que inspirase empatía y comprensión—. Así que mañana no habrá entrenamiento para ellas. Tú y yo dedicaremos la mañana a comprobar lo que puedes hacer. Créeme cuando te digo que soy el último al que le apetece ponerse enfrente de ti, pero es necesario que lo hagamos para que aprendas a controlar tus poderes a voluntad —siguió diciendo sin moverse ni pestañear mientras jugueteaba con los cordones de sus sandalias—. Es lo mejor. Tanto para tu propia supervivencia como para la de los demás —me aconsejó, hablándome como si fuera un niño pequeño yendo al psicólogo—. Así que descansa, vete a dormir ya. Hoy yo trasnocharé por vosotros —acabó de decir y salió del campamento a buscar madera para la hoguera.
«Viejo arrogante… Me trata como si fuese una bomba de relojería», pensaba mientras entraba en mi tienda tratando de hacer el menor ruido posible, ya que parecía ser que Natalie ya estaba dormida del todo. Pero cuando me metí en mi saco de dormir lo pensé todo fríamente y concluí que quizá Hércules tuviera razón acerca de mis poderes. Tal vez no estuvieran hechos para otra cosa que no fuera matar o destruir.
—He escuchado vuestra conversación desde aquí dentro —me comentó Natalie, que al parecer no estaba dormida—. Yo no creo que seas peligroso, al menos para mí, pero creo que sería una buena idea eso que dice de que aprendas a controlarlo. —Se dio la vuelta de golpe para poder mirarme estando tumbados y metidos en nuestros sacos de dormir.
—Ya, puede que tengáis razón —respondí brevemente, pues la verdad era que no me apetecía demasiado hablar de ello—. Bueno, ¿y cuánta carne pudisteis traer mientras yo cuidaba a Kika? —le pregunté por cambiar de tema.
—La suficiente como para poder comer todos durante varios días, pero nos llevó un buen tiempo desollar al ciervo que nos llevamos. Aunque ahora tenemos comida de sobra —me respondió en un tono un poco cortante—. ¿Cómo está Kika? ¿Sigue mal? —preguntó mientras se arropaba con la manta que cubría nuestros sacos.
—Seguía con dolores y fiebre cuando se ha ido a dormir, pero se recuperará. El líquido ese que tienes le ha salvado la vida —le contesté mientras me cubría también con la manta por encima. Tras un rato me di cuenta de que Natalie no se acercaba a mí para que durmiéramos abrazados como siempre—. Nat, ¿estás bien? —le pregunté en voz baja al oído.
—Pues si te soy sincera, no lo sé. Lo de hoy ha sido algo muy intenso y lo he pasado muy mal. Esto ha sido nuevo para mí. Y no sé tú, pero mientras peleaba, por dentro me estaba muriendo del miedo. No por los inferis, sino por mí misma, porque ha habido un momento en el que estaba no disfrutando, sino cómoda entre tanta sangre y tanta muerte. Entonces no lo pensé, pero ahora he estado reflexionando acerca de ello y esos monstruos en su momento fueron personas y no deberíamos tener que sentirnos cómodos a la hora de matar a alguien. No lo sé, supongo que a partir de ahora será todo así y que acabaré por acostumbrarme de una manera u otra, pero no quiero convertirme en algo que no soy —explicó ella con preocupación.
Asentí con la cabeza y durante unos segundos pensé en lo que Natalie acababa de decir hasta que conseguí arrancar y decirle lo que yo pensaba al respecto, sobre los inferis y sobre todo lo que estaba pasando.
—Te entiendo. Es normal que pienses eso, es tu naturaleza. No te gusta hacerle daño a nadie, ni siquiera a los monstruos. Y en cuanto a los inferis, a ti te duele al pensar en lo que fueron antes, pero cíñete a lo que son en este mismo momento, unos monstruos sin escrúpulos que lo único que quieren es despellejarte y devorarte. Sé que siempre te ha costado entenderlo, pero esos monstruos no tienen sentimientos, solo se mueven por pequeñas descargas nerviosas en el cerebro. Pero no están vivos, no pueden sentir, no viven, Natalie. Y no sé qué pensarás, pero a mí me gustaría que tú pudieras seguir estándolo —le respondí. Ahora la que se quedó pensativa fue ella. Tras un par de minutos de silencio la miré directamente a los ojos y vi que los tenía humedecidos y que varias lágrimas resbalaban por su cara—. No es por ser duro contigo, pero quiero que sigas viva y para eso tienes que ser del todo consciente de lo que son y de que ya no les queda nada de humano dentro. —Parecía ser que ella no sabía muy bien qué decir, pero pasaron varios minutos hasta que dejó de llorar.
—Sé que te preocupas por mí. En serio, gracias. Pero no sé cómo a los demás os es tan fácil matarlos y luego no sentiros mal. Parece como si os saliera de manera instintiva, como si no os hiciera falta pensar para hacerlo. Pero yo no soy así y no entiendo cómo sois capaces de matar algo y luego no sentir nada —respondió aún con los ojos llorosos y humedecidos.
—No nos malentiendas. No es que no tengamos escrúpulos al matar, Nat. Todos hemos tenido que hacerlo en algún momento y al final acabas pensando que si te ves obligado a matar a alguien o a algo es porque es la única y la mejor opción que tienes. Además, los inferis no merecen que tengamos escrúpulos con ellos. A lo único que te puede llevar eso es a morir —le dejé claro, aunque todo lo que le estaba diciendo ella en el fondo ya lo sabía, pero intentaba resistirse y no aceptar la realidad. Y la realidad era que en este mundo una persona con dificultades para matar no duraría demasiado.
—Ya lo sé, ya lo sé. Pero bueno, dejando de lado ese tema, cada día que pasa se ve que vas mostrando más lo que tienes dentro. No te lo había dicho hasta ahora, pero, aunque no me parezcas peligroso para mí, estás más distante, más agresivo, y he visto cómo miras la luna por las noches. Me preocupas, Percy. ¿Qué te está pasando? —me preguntó ella cambiando completamente el tema de la conversación, no sé si para desviar mi atención de su problema con la muerte o para hacerme ver el mío conmigo mismo.
—Ya, no te lo puedo negar, pero el ser licántropo va a cambiar facetas de mi personalidad. Es así y sé que eso puede echar para atrás a cualquiera a la hora de tener una relación. Lo entiendo perfectamente —le dije sin rodeos, ante lo que ella me miró con decisión y frunció el ceño.
—Pues muérdeme —me pidió con seguridad y sin titubear.
—¿Qué? No. Ya lo hablamos, Nat. No pienso hacerte eso —respondí instantáneamente.
—¡Que sí! ¿Por qué no? Así solucionaríamos ese problema y podríamos estar juntos y compartir las mismas experiencias —siguió insistiendo ella.
—¡Que no! No lo voy a hacer. Te quiero y soy incapaz de hacerte eso. Créeme, es horrible, y eso que aún no he llegado a transformarme del todo o con luna llena. Olvídalo, Natalie —repliqué en un tono de voz más alto de lo normal.
—¡Pero que me da igual! ¿Te crees que no sé a lo que me arriesgo? Si no lo hago sé que tú vivirás mucho más tiempo aunque yo me muera de vieja. Escúchame bien. Yo también te quiero, y si mordiéndome puedo conseguir estar más tiempo y mejor contigo quiero hacerlo. Estoy dispuesta a pasar por todas esas cosas horribles —aseguró acercándose a mí mientras me acariciaba la cara lentamente de una forma muy cariñosa.
—Natalie, es una decisión que no debemos tomarnos a la ligera ni tú ni yo. Que las cosas cambiarían es algo innegable. Tú crees que mejorarían, pero ¿y si no es así? ¿Y si en vez de mejorar empeoran? —le respondí temeroso.
—Que eso ya lo sé, Percy. ¿Pero y si las cosas mejoran? Intentémoslo, por favor —volvió a pedir, ahora acariciándome la cara con ambas manos.
«No sabe lo que está diciendo, debería pensarlo más. No quiero que luego nos arrepintamos», pensaba mientras me negaba nuevamente a aceptar su petición.
—Mira, Nat, no lo voy a hacer porque te quiero y no quiero una vida así para ti si tienes otras opciones. —Ella me miró, frunciendo el ceño de nuevo, y abrió la boca para seguir replicando—. No obstante —proseguí, ante lo cual ella cerró la boca—, en un caso de extrema necesidad te prometo hacerlo. Lo juro, en serio. Pero ahora mismo puedes vivir de una manera mejor y más segura. Ponte en mi lugar, Natalie. ¿Tú qué harías? —le planteé, dándole a entender que en mi cabeza esa era la única solución con un poco de sentido.
—Pues… supongo que lo mismo que tú —reconoció cabizbaja.
—Anímate. En serio, vive el presente ahora que podemos estar juntos —le pedí con una pequeña sonrisa algo forzada y le di un beso. Al principio ella hizo un amago por apartarse, pero rápidamente cambió de idea y me siguió durante un buen rato.
—Vale, Percy —acabó por decir ella cuando nos separamos el uno del otro.
—Está bien, pero no quiero que hagas ninguna tontería —le advertí sabiendo las cosas que era capaz de hacer con tal de estar conmigo.
—No las haré, te lo prometo.
Me dio un abrazo. A mí, antes de conocerla, nunca me habían gustado demasiado ese tipo de muestras de afecto, pero sentir que se resguardaba en mi pecho por las noches me gustaba. Sentir su calor corporal me ayudaba a conciliar el sueño. Era una sensación agradable.
Cuando conocí a Natalie ella era como yo, callada, algo tímida, pero cuando ya tuvimos cierta confianza era genial. Constantemente me iba a dormir a su casa para pasarnos las noches enteras viendo películas o tocando la guitarra o el piano juntos. Hasta llegamos a componer un par de canciones. Era una de esas amistades en las que nunca pensarías en tener algo más con tal de no estropearlas. Y la verdad es que estábamos genial. Hasta que todo cambió el día del estallido.
*****
Esa mañana hacía frío; acababa de rociar y los pájaros adornaban el hermoso paisaje con sus cantos y su piar. Era increíble cómo a pesar de estar viendo que acabábamos de salir de un bosque enfermo y destrozado me seguía pareciendo que todo eso era precioso. Me sentía libre y a gusto viendo aquel paisaje mientras el viento me daba en la cara. Aunque en el fondo sabía perfectamente que no era libre por los dioses, por la misión, por mis propios instintos, incluso por Natalie, pero trataba de no pensarlo e intentaba autoengañarme diciéndome que yo era dueño de mis acciones y de mi destino.
—¡Eh, muchacho! ¡Ven aquí! —me gritó Hércules desde lejos. Estaba en un lugar donde había una extensión de hierba enorme, casi sin árboles ni vegetación. Comencé a caminar hacia él para ver lo que quería mientras el anciano me hacía gestos con las manos. Ese hombre me ponía muy nervioso con demasiada facilidad. Cuando estuve a menos de veinte metros de él dejó de gritar y también de hacer gestos para adoptar una posición imponente y muy seria—. Hoy el entrenamiento empieza pronto. Veamos lo que puedes hacer, hijo de Hades.
Unos instantes después el viejo empezó a palidecer de una manera asombrosamente rápida. Su cuello se estiró y creció junto con sus brazos y piernas, entre las cuales parecía empezar a asomar una puntiaguda y escamosa cola de reptil.
Pegó un grito atronador, un grito largo que a medida que pasaban los segundos se fue convirtiendo más bien en un rugido una vez que hubo completado su transformación. Yo me quedé inmóvil y alucinado cuando vi que el que antes era un viejo con una ligera joroba se había convertido en un majestuoso dragón. Su piel rojiza y escamosa era increíble, las enormes escamas de su cuerpo parecía que hacían el efecto de miles de espejos minúsculos.
Pero poco duraron mis pensamientos de asombro, porque unos instantes después me vi esquivando un pisotón de un dragón de unos siete u ocho metros de altura.
—¿Pero qué haces? —le chillé al dragón tras rodar varias veces por el suelo esquivando sus pisotones, los cuales dejaban levantada la tierra debajo de él.
El animal me respondió con un golpe en el pecho por cortesía de su enorme y larga cola escamosa. El golpe me dejó en el suelo y sin respiración durante varios segundos.
Cuando me levanté del suelo y miré fijamente a los ojos al monstruo, vi mi reflejo en sus ojos rojos de reptil. Tenía mis músculos hinchados y más grandes de lo normal, pero no me dejé llevar por la rabia. Era consciente de que todo eso era solo una prueba.
El dragón me miró y no sé si esbozó una sonrisita, aquella sonrisita pícara de Hércules, la cual me indicaba que iba en serio. Aunque podría haber sido perfectamente que me hubiera enseñado los dientes. Antes de que pudiera hacer nada volvió a intentar lanzarme por los aires de un coletazo, el cual conseguí esquivar a duras penas tirándome de nuevo al suelo. Entre tanto, el reptil hinchó su pecho, se le iluminó la garganta al abrir la boca y yo, temiéndome lo que aquello significaba, volví a rodar por el suelo, clavándome piedrecitas en la espalda, para resguardarme tras una roca muy grande. Cuando noté cómo un calor abrasador pasaba a mi lado, casi rozando mi pierna, me asusté bastante.
«No lo subestimes, Percy, que este va en serio», me dije a mí mismo. «No tengo mis armas y no sé cómo hacer que aparezcan en mis manos, pero no me hacen falta las espadas para poder defenderme», pensé al tiempo que cerraba los ojos y trataba de visualizar ese fuego negro rodeándome los brazos. Cuando abrí los ojos ahí lo tenía de nuevo, ardiendo, pero sin quemarme lo más mínimo. Instantáneamente me noté con más fuerza, así que salí de detrás de la roca quemada y me puse en posición, esperando al próximo movimiento de Hércules, pero este no hacía nada por el momento. Se limitaba a mirar a lo lejos para ver como tres impresionadas chicas se sentaban alrededor de la ya apagada hoguera para observar el desenlace de la situación.
«Vamos, venga, muévete», me dije, pero el dragón seguía inmóvil y yo, impaciente, levanté mi brazo derecho e hice estallar una de las dos alas del reptil. Muchos huesos y gran cantidad de sangre salieron volando en todas direcciones a causa de la explosión y el dragón se retorcía de dolor para después levantar su cornuda cabeza hacia mí. Acto seguido empezó a lanzarme golpes, que acababan impactando en el suelo y levantando la tierra.
En uno de esos pequeños espacios de tiempo en los que lanzaba un golpe y cargaba el siguiente vi mi oportunidad y mis instintos me empujaron a saltar, aunque no sabía exactamente el porqué. Al elevar mi cuerpo varios metros de altura conseguí encaramarme en la espalda del dragón para empezar a correr entre las enormes escamas que tenía sobre su columna vertebral. El monstruo, molesto, se movió violentamente, intentando alzar el vuelo usando su única ala, ya que la otra estaba en un estado inservible. Esa situación me recordaba mucho a la sensación de estar subido a un toro mecánico, aunque esto era un poco más peligroso. En una de esas violentas y aleatorias sacudidas estuve a punto de caerme al suelo desde una altura ya bastante considerable, así que intenté agarrarme, pero, para mi sorpresa, hundí mis brazos casi hasta el codo dentro de la piel del dragón. Había conseguido atravesar sus durísimas escamas con mi propio brazo. Pero no a cualquier precio. Había conseguido atravesarlas para sujetarme y no caerme, pero esas escamas rotas me cortaron la piel de los brazos con suma facilidad.
En un principio, cuando vi que brotaba mi sangre junto con la del dragón me dolió bastante, pero después me concentré y traté de ignorar el dolor para no sucumbir por completo a mis instintos de licántropo. Cuando conseguí subirme de nuevo a la espalda del reptil vi que los tremendos cortes de mis brazos habían empezado a cerrarse y a curarse sin necesidad de medicamentos ni suturas. Lo hacían solos.
El asombro al ver mi rapidísima curación hizo que me desconcentrase y caí del lomo del dragón debido a una de sus sacudidas. Era una altura bastante alta como para romperme varios huesos en la caída y cuando sentí que estaba cayendo cerré los ojos, esperando a impactar de lleno en el suelo, ya que no podía hacer nada al respecto. Pero cuando pasaron varios segundos y no tuve la sensación de haberme golpeado contra nada abrí los ojos. Estaba tumbado en la hierba sin un solo rasguño por la caída.
Me levanté tambaleándome y miré en dirección a las chicas, las cuales estaban en pie, gritándome cosas que no llegaba a entender y haciéndome señas que tampoco podía interpretar. Cuando me giré en dirección al dragón me llevé un golpe en el pecho que no sé de dónde vino y acabé estampado contra uno de los pocos árboles que había por allí, partiendo su tronco en dos por la fuerza del golpe.
Me quedé sin poder moverme por el golpe durante bastante tiempo, el cual Hércules aprovechó para ir acercándose lentamente hacia mí. No lo supe porque lo estuviera viendo, sino porque el suelo temblaba con cada paso que daba y cada vez sentía que todo temblaba más a mi alrededor.
—Tal vez me haya equivocado contigo, chico —dijo el dragón sin necesidad de abrir la boca para poder hablar, aunque seguramente esa voz tan profunda solo la habría escuchado dentro de mi cabeza.
Entonces se me pasaron por la mente todos los momentos que había vivido desde el día del estallido: la salida de Sesenya con mis amigos y familiares que no se habían vacunado, cómo los perdimos en Praga a manos de Gerges, cuando Natalie y yo descubrimos quiénes éramos en realidad…
En ese momento volví a sentir ese calor sofocante, pero esta vez no era la llamarada del dragón, el cual estaba mirándome a menos de un metro. Ese calor lo sentía por mi ira, pero no era una ira descontrolada. Era extraño e impulsivamente levanté mis brazos y golpeé lateralmente la cabeza del monstruo, que se desplomó en el suelo por el golpe a pesar de sus tremendas dimensiones.
Aprovechando esa situación de debilidad de Hércules, salté para caer junto a su cabeza para golpearla repetidamente contra la tierra y las piedras y así no dejarle que se levantase ni que pudiera reaccionar. Cuando me cansé de golpear con los brazos agarré con fuerza uno de los dos cuernos que el dragón tenía en la parte posterior de su cabeza y, tras varios tirones, conseguí arrancárselo de cuajo, partiendo el hueso que lo unía al cráneo. Una vez que tuve el cuerno, lo sujeté con ambas manos y lo clavé con fuerza en la testa del reptil, atravesando su cráneo con mucha facilidad mientras borbotones de sangre manchaban la cabeza del dragón. Este se retorció y gimió durante unos segundos y después dejó de moverse.
Parecía que el combate ya estaba ganado, pero como había estado ocupado golpeando su cabeza y clavándole uno de sus cuernos se me olvidó completamente fijarme en el resto de su cuerpo. El dragón utilizó la punta afilada y escamosa de su cola para atravesarme el hombro izquierdo con su extremo.
Yo no me había dado cuenta de ello, no sé si fue por la adrenalina o por mis poderes. El caso era que a pesar de tener el hombro descolocado y sangrando seguía sin sentir nada de dolor, solo notaba el calor de mi sangre mezclada con la fría del dragón. Ignoré el nauseabundo olor que esa mezcla producía y prendí de nuevo mi brazo. Con solo hacer un gesto de muñeca corté el cuello del enorme dragón en un tajo perfecto. Cuando la cabeza del reptil se separó de su cuerpo, una neblina negra rodeó al monstruo y me obligó a alejarme, ya que no podía ver nada mientras estaba metido en ella.
—Impresionante, muchacho… Muy impresionante… —Volví a escuchar como la voz de Hércules me hablaba en tono irónico—. Ahora me gustaría ver cómo te las apañas contra esto —me dijo entre risas la voz del viejo.
Yo estaba exhausto, me costaba respirar de otra manera que no fuera entrecortadamente. Cuando la niebla negra se disipó y vi cuál era la nueva transformación de Hércules me quedé inmóvil y atónito al ver que había adoptado la forma de Natalie. En ese momento los lejanos gritos de las chicas cesaron y nos quedamos todos en silencio para observar como la falsa Natalie se paraba frente a mí, a varios metros, y me miraba fijamente.
—Adelante —me indicó Hércules, pero con la inconfundible voz de Natalie.
Yo no sabía qué era lo que pretendía exactamente con eso. ¿Obligarme a matar a Natalie? ¿Jugar con mis sentimientos tal vez? Fueran cuales fueran las intenciones de Hércules, decidí no pensar en ello y lentamente me fui acercando a Natalie. Conforme me iba aproximando, ella me lanzó un cuchillo que iba hacia mi cabeza, el cual esquivé fácilmente.
«No te lo pienses, Percy. Sabes que no es ella», me repetía una y otra vez mientras seguía avanzando hacia ella, así que decidí correr antes de cambiar de opinión, prendí mis brazos y cuando llegué hasta ella intenté asestarle varias cadenas de golpes sucesivos, pero por muy rápido que yo me moviera ella lo hacía más y me los esquivaba todos sin despeinarse.
Cuando vi que intentar golpearla era inútil alcé mi brazo y le apunté directamente con la palma de mi mano. Ella se quedó quieta, sin hacer ni decir nada. Solo me miraba a los ojos. Cuando comprendió que eso no podría esquivarlo abrió sus brazos de par en par y cerró los ojos, esperando su final. Pero a la hora de actuar… no pude. Era consciente de que ella no era real, pero me bloqueé. No podía matarla; era exactamente igual que ella, con los mismos ojos, la misma expresión en la cara, la misma manera de moverse y de hablar.
Sabía que, si la mataba, esa imagen no se me iría de la mente nunca, así que poco a poco bajé el brazo e hice que las llamas que lo envolvían desaparecieran con un simple movimiento de muñeca. Cuando Natalie se percató de ello se acercó hacia mí lentamente y, antes de que pudiera decirle nada a Hércules, me asestó un golpe en la cabeza y me dejó sin conocimiento, noqueándome al instante.
*****
Me desperté dentro de mi tienda. Ya era de noche, porque no se veía ninguna luz afuera. Abrí los ojos y vi a todas las chicas a mi alrededor. Me empezó a dar un dolor muy fuerte en la parte de la cabeza en la que la falsa Natalie me había golpeado.
—¿Percy? ¿Estás bien? Oh, Dios mío. Dime que te encuentras bien —me decía Natalie mientras me sujetaba la cabeza desde atrás con mucha delicadeza. Yo no pude evitar apartarme, dudando de si era ella o Hércules.
Las chicas parecían preocupadas por mí y hablaron conmigo durante unos minutos, hasta que escuchamos cómo se abría el cierre de la tienda y, seguidamente, Hércules asomaba la cabeza por la cremallera semiabierta.
—Gracias, chicas. Ya podéis iros a dormir. Natalie, ¿nos dejas a solas unos minutos? —le solicitó el anciano, así que ellas se fueron tras darme las buenas noches, pero antes dejaron a mi lado un tazón con caldo de carne caliente. Yo les di las gracias y empecé a comer mientras Hércules cerraba la cremallera de la tienda tras de sí y se sentaba frente a mí, mirándome con cara de admiración, pero también de lástima—. ¿Y bien? —preguntó él después de un rato.
—¿Y bien qué? —contesté enfadado mientras me terminaba el caldo de carne a una velocidad de competición—. ¿Qué coño pretendías? —le grité indignado.
—Esperaba que pudieras decírmelo tú —respondió el viejo con su típico tono sarcástico envuelto de misterio. Yo lo miré de la forma más intimidante y agresiva que pude, pero él continuó hablando—. Relájate, muchacho. Yo solo te he querido enseñar lo que te niegas a ver: que eres el semidiós más fuerte que he conocido a lo largo de los siglos, no te lo voy a negar. —Al oír esto esbocé una falsa sonrisa a modo de agradecimiento por el supuesto cumplido—. Sin embargo, también eres el más débil —agregó con cierta tristeza.
—¿Por qué? No lo entiendo; explícame eso —respondí yo, aunque ya me estaba oliendo por dónde iban los tiros y no me gustaba nada.
—En el fondo lo entiendes, pero te niegas a admitirlo por tus sentimientos. No te preocupes, yo te lo aclaro. Sí, eres el semidiós más fuerte que he conocido. Tus habilidades son impresionantes, puedes hacer cosas con las que otros solo han podido soñar y sumándole eso a tu… condición eres el soldado perfecto, como lo fueron muchos otros antes que tú. Pero tú no sirves para ser soldado, no aguantas a la gente que te dice lo que tienes que hacer. No obstante, como líder tal vez ejerzas un papel determinante en la guerra que va a comenzar —aseguró con ilusión—. Pero si algo tenéis en común esos soldados perfectos y tú es que todos tenéis un punto débil. Y como en Aquiles fue su talón o en mí lo fue mi arrogancia, en ti es Natalie. Dependes completamente de sus sentimientos para no venirte abajo. Y nunca serás el líder perfecto ni serás completamente libre para actuar si dependes de otro que no seas tú mismo. Todo esto te lo digo desde mi punto de vista y el de los dioses. No sé si tú pensarás lo mismo al respecto —dijo para terminar.
—Eh… ¿Qué? —repliqué confuso pero pensativo, ya que sabía que no le faltaba razón. El caso es que yo estaba a gusto con ella ahora. ¿Por qué iba a estropearlo? ¿Por un consejo de los dioses? Ya me habían fastidiado demasiadas cosas. ¿Por qué querían hacerlo con Natalie? ¿No me habían arrebatado ya lo suficiente?
—Tómate tu tiempo para asimilarlo, pero yo tenía que hacértelo ver, porque solo siendo un líder que no dependa de nadie podrás tener un papel determinante en la guerra. Y es bueno que cortes este problema de raíz si de verdad quieres ayudar a cambiar el mundo y a vencer a los titánides —afirmó mirándome como si esperara una respuesta. Cuando yo, tristemente, asentí involuntariamente con la cabeza se le iluminó la cara—. Sabía que lo entenderías. Quieres ser libre, pero así no puedes y lo sabes —añadió con cierto tono paternal.
—Entonces con todo esto me estás diciendo que los dioses consideran que debería terminar las cosas con ella, ¿no? —manifesté para resumir.
—En cierta manera, sí. Imagínate que la perdiéramos en combate, que es algo que os podría pasar a cualquiera. Tú caerías rendido aun pudiendo seguir luchando para ganar la batalla. Lo digo por la seguridad de todos. Eres y serás el más fuerte de tu generación y Natalie es una de las más débiles. No es ningún secreto, se puede ver a simple vista. Tú reflexiona sobre ello. Sé que no te gusta nada de lo que te he dicho, pero es lo que hay que hacer por el bien del mundo.
—Sí, si ya lo sé. ¿Pero qué quieres que haga exactamente? No puedo decirle así, de repente, que se terminó. No sé si aguantará un golpe así. Y más a sabiendas de que yo la seguiré queriendo ——apunté, todavía cabizbajo.
—Pues piénsatelo. Es por el bien de nuestra misión. Además, créeme, hay personas como tú. Tal vez una loba te vendría bien, pero entiendo que no quieras convertirla. Yo tampoco lo haría —reconoció el viejo—. Tú solo piensa en ello —reiteró Hércules mientras ponía su mano sobre mi hombro—. Confío en que harás lo correcto.
Dicho eso, se puso en pie y abrió la cremallera interior para salir de la tienda. Nada más salir él por la puerta entró Natalie, la cual estaba ya dispuesta a meterse en su saco para dormir.
—¿Estás bien, Percy? —me preguntó ella cuando me vio con mala cara. Cuando levanté la mirada para responderle, vi que ella la tenía peor que yo.
—No, la verdad es que no. Este hombre tiene la habilidad de dejarme jodido después de cada charla. Y esta me ha dejado con mal cuerpo, pero supongo que ya se me pasará. No te preocupes, Nat. ¿A ti qué te ocurre?
—¿Por? ¿De qué habéis hablado? —quiso saber ella, que seguramente ya intuía algo de todo aquello de lo que me había dicho Hércules.
—No, nada. Sobre mis poderes y esas cosas —respondí con dificultad, ya que a pesar de que pudiera tener mucha facilidad para mentir, a ella nunca se lo había hecho. La respetaba demasiado como para mentirle, así que al responderle di a entender que no era toda la verdad.
—No me mientas, Percy. Desde fuera he podido escucharlo casi todo. —Al escuchar eso volví a agachar la cabeza cuando vi que me lo dijo con una lágrima en la cara, que le resbalaba por la mejilla—. Es igual, Percy. Lloro no por lo que habéis dicho, sino porque, por mucho que me duela, tenéis razón. Hemos pasado por muchas cosas, pero si queremos devolver el mundo a lo que era es lo que tenemos que hacer. Y como sé que no te ibas a perdonar por hacerme daño, seré yo la que termine esto. Por el bien de todos es mejor que esto se acabe, al menos hasta que arreglemos el mundo —me dijo ella.
Cuando escuché eso me quedé sin habla, sin saber qué decir ni qué hacer, así que me limité a asentir con la cabeza con tristeza. Cada uno se metió en su saco de dormir y, mirando en direcciones opuestas, nos dormimos los dos, ambos con varias lágrimas cubriéndonos la cara.
*****
«¡Dios! ¡Menudo ruido!», pensé cuando me desperté por el sonido metálico que había fuera y que se repetía una y otra vez. Me levanté, me desperecé y, cuando vi que Natalie no estaba, me tomé mi tiempo para vestirme y colocar mis cosas. Cuando salí de la tienda vi que las chicas ya estaban entrenando entre ellas. Kika trataba de afinar su puntería con los rayos y parecía estar mejorando enormemente. Mientras, Natalie y Cristina entrenaban esquivando e intercambiando golpes cuerpo a cuerpo e iban cambiando entre la práctica de esas técnicas de combate y el uso de armas, pero Cristina seguía siendo demasiado lenta con su tridente como para poder parar las rápidas arremetidas de Natalie con la antigua espada de Kika.
Entre tanto, Hércules estaba sentado en el tronco partido que yo había roto el día anterior. Le observé durante un buen rato y después caí en la cuenta.
—¡Hércules! ¡Viejo hijo de perra! ¿Lo de ayer lo puedes hacer cuando quieras? —le grité cuando me acerqué lo suficiente a él como para que pudiera escucharme.
—Los insultos no son necesarios, hijo de Hades. Y sí, claro, pero por un tiempo limitado y siempre que no esté demasiado cansado. ¿Por qué lo preguntas? —me respondió el viejo, que acababa de levantarse del árbol partido.
—Porque, si puedes hacer eso siempre que quieras, ¿por qué no te transformas de nuevo en dragón y nos llevas volando hasta Sesenya? ¿O esperas que lleguemos andando en solo unas semanas? ¿Por qué no lo has hecho antes? —seguí gritándole a Hércules, el cual sonreía y me miraba con admiración.
—¿Te cuento un secreto? Es lo que pensaba hacer en cuanto completarais el entrenamiento y estos días repletos de pruebas —aseguró sonriendo con su típica picardía.
—¿Pruebas? ¿Estás diciendo que todo lo que hemos pasado desde que te encontramos aquella noche solo han sido pruebas de los dioses para entrenar? —pregunté incrédulo y enfadado, a lo que el viejo respondió encogiéndose de hombros y sonriendo mientras miraba cómo las chicas terminaban de entrenar. Todos parecíamos haber mejorado mucho en solo unos días—. ¡Estoy harto de los dioses y de sus putas pruebas! Por cierto, lo de Natalie ya está hecho. No sé si era tu intención, pero nos escuchó hablar anoche y decidió terminarlo ella —le anuncié para terminar con la conversación mientras me alejaba de él y me iba acercando de nuevo a mi tienda hecho una furia, pues acababa de pensar que los dioses no se tomarían muy bien que matara a su emisario.
Esa mañana salí yo solo cazar. Casi se había agotado la carne del ciervo que nos trajimos del bosque y cuando volví con los demás traje unas cuantas liebres y un par de ardillas, las cuales nos comimos en silencio para después guardar las sobras en bolsas herméticas dentro de nuestras mochilas.
Cuando hubimos terminado de comer, Hércules les contó la verdad a las chicas sobre lo que habían sido todos aquellos días: las experiencias con los inferis, las caminatas interminables y los entrenamientos. Que solo habían sido una prueba de los dioses para prepararnos de cara a lo que estaba por venir. Al enterarse, a las chicas les hizo la misma gracia que a mí. Después de eso les propuso la posibilidad de ir volando a Sesenya. La idea tampoco les hizo demasiada ilusión, en especial a Natalie por su miedo a las alturas. Para ser sincero, a mí tampoco me gustaba eso de volar, pero así llegaríamos mucho más rápido.
Empezamos a recoger las cosas, a apagar del todo las brasas de las hogueras y a desmontar las tiendas. Cuando terminamos y ya lo tuvimos todo preparado Hércules adoptó la forma de un dragón blanco, algo más pequeño que el del día anterior, pero igualmente muy grande. Seguía teniendo unas dimensiones gigantescas y tenía unos ojos rojos que le daban un aspecto bastante peligroso e imponente, igual que el dragón con el que me enfrenté. Por detrás de la cabeza del reptil asomaban varios cuernos, cuatro a cada lado, y aprovechamos los cuernos que también le sobresalían de la columna, en la espalda, para atar ahí el equipaje y para sujetarnos. Kika y yo nos pusimos juntos a un lado y a un par de metros de nosotros se colocaron Natalie y Cris.
Cuando ya nos hubimos colocado en la escamosa e incómoda espalda del dragón, este hizo un movimiento brusco con la espalda y sacudió la cabeza violentamente para despejarse. Acto seguido cogió carrerilla para, forzosamente, conseguir elevarse en el aire y alzar el vuelo. Al empezar a volar, según íbamos tomando altura, se me iba difuminando la vista, pero cuando dejamos de subir y nos estabilizamos a una buena altura no tardé demasiado en poder enfocar bien para ver los paisajes que había debajo de nosotros. Sobrevolábamos bosques inmensos a una velocidad de vértigo, atravesábamos cordilleras y montañas altísimas y cruzábamos ríos sin necesidad de mojarnos.
Llevábamos a lomos de un dragón gigantesco unas tres horas y aún no podía creérmelo. Si hacía unos años alguien me hubiera dicho que volaría en dragón lo hubiera tomado por lunático y habría hecho lo mismo con quien me hubiera hablado de dioses, semidioses o titánides.
Cuando casi llegamos a las cuatro horas de vuelo notamos cómo Hércules comenzó a perder fuerzas y a debilitarse y poco a poco fuimos descendiendo hasta llegar a un antiguo campo de cultivo. El aterrizaje fue algo forzoso, pero por suerte ninguno de nosotros sufrió ningún daño, ni siquiera Hércules.
Pasamos ese día entrenando, cazando lo que pudimos y paseando por el campo. Al llegar la noche montamos las tiendas al raso y encendimos nuestra rutinaria hoguera con la madera que pudimos recoger. En mitad del campo corría más el viento que en los bosques, ya que no había árboles para cubrirnos, pero a pesar del frío y del viento nos las apañamos para que al menos uno se quedara despierto afuera para hacer guardia mientras el resto descansaba. Muy a mi pesar, a mí me tocó hacer el segundo turno de guardia e inmediatamente Natalie se pidió hacer el tercero, así que no dormimos juntos esa noche.
Al darme cuenta de que ella se intentaba distanciar poco a poco me vi obligado a pensar en si realmente había sido la mejor decisión el apartarla de mí de esa forma cuando aún la quería.