Читать книгу Los hijos del caos - Pablo Cea Ochoa - Страница 9
ОглавлениеCAPÍTULO 1
Sombras nocturnas
PERCY
Era un día frío de invierno. Estaba en medio de un pinar, en mitad del bosque, y sentía cómo el viento helado soplaba y pasaba entre los árboles para después golpearme en la cara y congelar levemente mis pulmones cuando me veía obligado a inspirar.
De repente escuché algo que se movió entre la espesa maleza y, temiéndome lo peor, me tumbé en el suelo y me quedé oculto e inmóvil tras unos arbustos. Varios segundos después logré distinguir la grácil figura de un pequeño corzo, que apareció vagando por entre los árboles. Antes de levantarme lentamente me quedé mirándolo unos segundos. «Precioso. Aún queda algo de belleza en el mundo», pensé mientras el animal se detenía frente a otros arbustos próximos a los míos y agachaba la cabeza para comer algo, aprovechando ese breve momento de tranquilidad.
Cuando casi estuve en pie, noté que a mi lado se empezó a airear una rizada melena negra, arreada por el viento, y un segundo más tarde un fugaz destello plateado atravesó el arbusto e impactó de lleno en el cuerpo del animal, que se desplomó al instante, dando un golpe seco en el suelo.
—¿Sentimental otra vez, Percy? —preguntó mi compañera mirándome a los ojos mientras se echaba el pelo hacia atrás y se colgaba su arco a la espalda. Yo no le dije nada y me acerqué al animal para recoger el cuerpo.
—Bueno, aunque sea pequeño tendremos comida para unos cuantos días —comenté por lo bajo mientras observaba lo delgado y desnutrido que estaba el corzo.
Natalie se acercó a mí y me sonrió. Como siempre, yo clavé mi mirada en sus ojos, que eran marrones y corrientes, aunque algo más grandes de lo habitual. También dirigí la mirada a su pelo, negro como el azabache, rizado y despeinado, y cuando ella se dio cuenta de que la estaba mirando tan fijamente se sonrojó y me volvió a sonreír, dejando al descubierto su perfecta dentadura. Siempre había sido una chica bastante guapa, incluso tras el apocalipsis.
Llevábamos más o menos un año y unos cuantos meses huyendo, desde que se desató la catástrofe mundial de los inferis. Tratábamos de encontrar a alguien, algún grupo con el que sobrevivir, pero desde que ambos perdimos a todos nuestros amigos y familiares en un ataque de los titánides no volvimos a ser los mismos, pues fue justo en ese momento de caos y de pérdidas cuando nos dimos cuenta de quiénes éramos en realidad y de la enorme responsabilidad que recaía sobre nuestros hombros al saberlo.
Me dispuse a cocinar la carne del ciervo cuando Natalie terminó de desollarlo. Tenía poca carne aprovechable, ya que el animal era muy joven y estaba muy escuálido. Mi amiga se sentó a mi lado, frente a la hoguera que yo acababa de encender para retener el calor que el fuego nos proporcionaba, ya que estaba empezando a oscurecer y eso nunca era bueno.
—¿Crees que nosotros somos capaces de arreglar todo esto? ¿De verdad? —me susurró ella mientras miraba hipnotizada a las llamas, que poco a poco iban ahumando y haciendo la carne.
—Antes sí lo creía, pero ahora ya no estoy tan seguro de ello —le respondí, siendo consciente de que esa no era la respuesta que quería oír. Pero ella, igualmente, se acurrucó bajo mi abrigo de piel mientras exhalaba vaho por la boca a causa del frío.
«Podría quedarme así toda la vida», pensé mientras me acomodaba a su lado yo también, sintiendo el calor que me daba el estar tan cerca de ella.
Después de un rato le entregué un trozo de carne y ambos nos la comimos avariciosa y ansiosamente, como animales. No era la mejor carne del mundo, ni siquiera nos sabía bien, pero ya era algo. Al menos no moriríamos de hambre.
Cuando terminamos de cenar y después de guardar la carne sobrante en un agujero que excavamos en la tierra, los dos nos metimos en nuestra tienda de campaña, donde Natalie se dejó caer sobre su saco de dormir y comenzó a cerrar poco a poco los ojos. Yo le di un pequeño beso en la mejilla antes de taparla con una manta hecha de pieles.
—Más tarde te despierto, cuando te toque hacer tu guardia —le dije, a lo que ella asintió sin llegar a abrir los ojos y después soltó un par de bostezos a causa del sueño.
Salí de nuevo afuera, dispuesto a empezar mis cinco horas de guardia. Me abroché como pude mis holgadas ropas y me quedé un buen rato sentado en un tocón frente al fuego. Entre tanto, fui pensando en cómo me había cambiado la vida en cuestión de un año. Y no había sido un cambio precisamente bueno. Según me iba sumiendo en mis tristes pensamientos y en mis retorcidas ideas del mundo, me empezó a entrar el sueño. Miré mi reloj, que siempre llevaba en mi mano izquierda, y vi que marcaba ya las tres de la mañana. Y eso fue lo último que recuerdo antes de caer rendido y de dormirme frente a la hoguera.
Supe que me había dormido porque al despertarme en mitad de la noche vi que las únicas luces que aún seguían encendidas eran las de las brasas de la hoguera y los dos farolillos de aceite que poníamos a la entrada de la tienda por las noches. Las luces y el fuego ahuyentaban a los inferis y a los animales.
Rápidamente intenté volver a avivar el fuego, pero esa era una tarea que siempre me había costado mucho hacer. Tras intentarlo durante unos minutos muy tensos, escuché el crujido de varias ramas al partirse. La había fastidiado bastante quedándome dormido. Pegué un pequeño bote por el susto e instintivamente me puse en posición defensiva mientras sostenía con fuerza el palo que usaba para intentar avivar el fuego. Tras unos segundos vi que ante mí fueron apareciendo varios pares de ojos amarillos que brillaban en la oscuridad. Pensé en gritar para despertar a Natalie, pero aun bajo tensión era consciente de lo imprudente que sería gritar en ese momento.
Las figuras portadoras de esos siniestros ojos amarillos se acercaban al campamento, avanzando lentamente desde la penumbra, y noté cómo el corazón se me empezó a acelerar. Entonces intenté razonar y usar un poco la cabeza. Unos ojos amarillos así no podían pertenecer a inferis, que siempre tenían los ojos hundidos y negros. Pertenecían a unos animales que no había visto desde hacía ya mucho tiempo y que habían aprovechado la ausencia del fuego para poder merodear por la zona sin ser vistos.
Cuando me di cuenta de la gravedad de la situación, presa del pánico, agarré un montón de hierbajos del suelo y los arrojé a las brasas, que los consumieron en cuestión de unos segundos. Eso me dio la luz suficiente como para poder distinguir las siluetas de al menos diez lobos de un tamaño descomunal que acababan de rodear el campamento. Estuve a punto de correr hacia la tienda para coger las armas que guardábamos en su interior, pero antes de que pudiera hacer nada uno de los lobos me atacó por la espalda y me mordió con fuerza en el muslo izquierdo. Caí al suelo enseguida y, al ver mi pierna aprisionada por esas enormes mandíbulas, instintivamente cogí una piedra con mis manos y golpeé con ella al lobo en el hocico. Le aticé con la piedra un par de veces con todas mis fuerzas, lo cual hizo que se tambaleara y que la mitad de su cara cayera sobre las brasas.
El animal gimió por el dolor mientras se quemaba la carne. Cuando consiguió levantarse se quedó parado frente a mí, mostrándome los dientes. Al fijarme en sus ojos vi que el contacto con las brasas le había dejado completamente ciego de un ojo, aparte de haberse abrasado la mitad de su cara. Entonces salió corriendo y los demás lobos dudaron sobre atacarme o no, pero acabaron siguiendo al que, al parecer, era su alfa.
Respiré muy hondo y me bajé un poco el pantalón, pero cuando vi toda la sangre que manaba de mi muslo no pude hacer nada y me desmayé por el dolor.
*****
Me desperté con un dolor de cabeza tremendo e intenté ponerme en pie nada más despertarme, pero al intentarlo me caí hacia atrás y me di cuenta de que estaba en el interior de mi tienda, con Natalie a mi lado y nuestro kit de primeros auxilios abierto sobre sus rodillas.
—¡Eh, eh, eh, tranquilo! No te muevas demasiado o se te va a abrir todo y voy a tener que volver a coserte. Menuda la has armado. Has tenido suerte de que no hayan sido inferis —me dijo Natalie, que acababa de terminar de coserme y cerrarme la herida.
—Gracias —conseguí responderle mientras notaba como me empezaba a arder la pierna. Natalie me miró sorprendida cuando me empecé a quejar por la herida, como pidiéndome una explicación de lo que había ocurrido.
—Es una herida bastante profunda. ¿Qué pasó? —preguntó ella muy tensa, mirando aún hacia mi muslo. Pero yo ignoré su pregunta e hice como si no la estuviera escuchando. Intenté levantarme de nuevo, pero el ligero ardor que sentía en la pierna se transformó repentinamente en dolor y volví al suelo de la tienda mientras gritaba y me retorcía. Creo que esos movimientos tan inesperados hicieron que Natalie se asustase y se apartara de mí. Y eso no era algo fácil.
—¿Qué? —logré decir cuando se me pasó un poco el dolor y me reincorporé.
—Tus ojos… están diferentes —me contestó desde la otra punta de la tienda mientras me apuntaba con su cuchillo de caza. Así que yo, confundido, cogí un pequeño espejito que ella siempre guardaba en su mochila y cuando lo levanté para ver mi reflejo en él yo también me asusté bastante.
Mis ojos, antes marrones como los de Natalie, se habían vuelto amarillos, pero no del color de la miel, sino como el brillo fosforescente de una luciérnaga. Entonces dejé de verlo todo borroso y todos los recuerdos de la noche anterior volvieron a mi cabeza de golpe, lo que me causó bastante angustia y dolor de cabeza. Aun en ese estado, decidí volver a intentar ponerme en pie.
Esta vez no sentí ningún dolor en el muslo, así que asomé la cabeza por fuera de la tienda y junto a las piedras que rodeaban la fogata vi las enormes huellas del lobo que me había atacado la noche anterior. En ese momento me di cuenta de lo que había ocurrido y de que los recuerdos de mi cabeza eran verdad y no imaginaciones por el shock. Intenté razonar durante unos segundos y no me llevó demasiado tiempo llegar a una conclusión, una conclusión que aparentemente parecía algo estúpida, pero que era la única con algo de sentido que se me ocurría. Ahora era un licántropo.
Cuando terminé de contarle todo lo ocurrido a Natalie, ella llegó mucho más rápido que yo a la misma conclusión y empezó a gimotear y a sollozar mientras me miraba con los ojos llorosos e hinchados.
—¿Por qué? —gritó ella tirando al suelo su cuchillo de caza y acercándose a mí para mirarme de nuevo a los ojos—. Debe de haber algo que pueda hacerse al respecto —añadió tras unos segundos—. Pídele ayuda a tu padre, algo podrá hacer. O intenta… —trató de decir ella, pero yo le corté antes de que siguiera hablando con desesperación.
—¿Cómo? Rompí el colgante, ¿recuerdas? Y aunque pudiera hablar con él no me ayudaría. Ya viste cómo es; tanto tú como yo le damos igual —le respondí.
Era extraño ver como Natalie lloraba o demostraba algo de afecto por alguien. Normalmente, ella solía tomar el papel de la insensible y de la que no tenía escrúpulos, pero yo no se lo recriminé nunca. Sabía que perder a toda su familia le afectó a ella mucho más que a mí. Yo tardé unos cuantos días en superar y asimilar la muerte de toda mi familia e hice lo mismo cuando nos enteramos de que éramos semidioses y de que los dioses olímpicos existían. Ella, en cambio, estuvo casi tres semanas sin poder decir una sola palabra por el shock.
Mi compañera agachó la cabeza y se secó una lágrima con la manga de su abrigo. Acto seguido se reincorporó y me miró fijamente a los ojos, haciendo una pequeña mueca irónica. Después se acercó a mí muy rápidamente y me besó de golpe.
De primeras me quedé muy confuso; no entendía bien lo que estaba pasando y estaba siendo demasiada información para mi cabeza en muy pocas horas, pero debía intentar asimilarla como pudiera. Además, el beso de Natalie me dejó completamente descolocado. Yo llevaba enamorado de ella en secreto desde hacía un par de años, desde antes del apocalipsis, pero nunca imaginé que ella pudiera sentir lo mismo por mí.
Cuando Natalie se separó de mí me miró muy preocupada, seguramente por si yo no sentía lo mismo, así que sin dudarlo puse una de mis manos rodeando su cintura para acercarla a mí y coloqué la otra sobre su cuello y parte de su mejilla mientras le devolvía el beso, algo que llevaba esperando desde hacía ya mucho tiempo. Y en ese momento en el que nuestros labios se volvieron a juntar noté que el resto del mundo había dejado de importarme.