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XI

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Teresa:A las cuatro de la tarde, vendrán de la parroquia a llevarse los canastos llenos de libros. Le ruego no olvide limpiar las junturas de los azulejos de la cocina. Pasaré el día resolviendo un trámite en el Delta. Prepáreme la cena y guárdela en la heladera.I.P. D.: Dejé su dinero sobre el hogar.

Cinco minutos para escribir cinco líneas. Las lámparas encendidas, tan inútiles como el sol que entra por la ventana.

Una bruma encima de la hoja difumina el contorno de las letras. Mis pupilas ardientes, erráticas. La mancha opaca latiendo, flotando sobre las palabras. El trazo de la lapicera, difuso. Las letras vueltas fantasmas, en un blanco acuoso teñido de amarillo.

Resumo las ideas para acabar pronto el tormento. “I” en lugar de Irene. Una línea breve, veloz. Una sutura.

Pestañeo con fuerza, alzo las cejas con los ojos abiertos en una mueca que imagino patética.

Concluyo la nota, dejo caer la lapicera. Me froto las yemas de los dedos y reviso la hoja de soslayo. Las letras se acomodan, se enfilan, recuperan su trazo preciso y ondulado. Escribo rápido la posdata y tiro la lapicera al otro lado de la mesa.

Una escritora que pierde la vista. Un pintor sin brazos. Un barítono sin voz. ¿Se me permite decir un ángel sin alas?

Ciega. Impedida: sinónimo de inválida.

Lo digo en voz alta:

—Quedarme ciega.

Una niña aterrada que aprende a utilizar un término desconocido bajo el azote del maestro.

—Repitan todos conmigo: ciega.

Mis ojos pronto dejarán de ver. Cuando así sea, que también dejen de llorar.

Tríptico del desamparo

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