Читать книгу Tríptico del desamparo - Pablo Di Marco - Страница 7

I

Оглавление

Buenos Aires, enero de 1976

Querida Tina:

En pocos días deberé entregar las llaves de mi departamento. Cerré la operación en un monto bastante menor al esperado, pero la necesidad de partir es tan grande que muy poco me preocupa.

Como ya te escribí anteriormente, de la venta de los muebles se está encargando una casa de antigüedades. No te agradaría contemplar el paisaje. Los ambientes se vacían de a poco, y el piso se reduce a sábanas cubriendo canastos, vajilla y arañas descolgadas. Desde hace semanas me persigue una pesadilla tan grotesca como terrorífica: esas mismas interminables sábanas me acechan por los pasillos. Y huyo espantada, incapaz de librarme de ellas. Aprendí a resignarme a que mis últimos días en Buenos Aires transcurran entre fantasmas, querida hermana. Aun así, la pesadilla no cesa.

Decidí donar la mitad de la biblioteca, pero, como te imaginarás, tendrás que hacerme espacio para el resto. Puedo oírte: “¡Cuánto va a costarte esa locura, Irene! ¿Para qué traer miles de libros a la otra punta del mundo?”. No puedo evitarlo. Sabés que jamás podría desprenderme de ellos, los necesito a mi lado. Y, cuando ya no pueda leerlos, me bastará con acariciarlos, respirar profundo y saber que al menos sus lomos gastados permanecen cerca de mí.

Me restan tantas cosas por hacer antes de partir a Venecia… Esta semana debo desprenderme de la bóveda del cementerio y de la casa del Delta. Seguramente la habías olvidado. Yo misma creía haberla olvidado. Es extraño y triste: lo único que quedó del anhelo de Gianluca —envejecer juntos a la vera del río, ¿te acordás?— es un polvoriento título de propiedad que me hace estornudar cuando lo tengo entre las manos.

Esta tarde me encontraré con Álvaro para entregarle mi última traducción. No será sencillo, le estaremos poniendo fin a una relación de trabajo de más de treinta años. A partir de allí, solo nos quedará la complicidad y el cariño de décadas de amistad.

Álvaro —vos lo conocés— utilizó todos sus recursos para hacerme desistir de mi partida a Italia. Solo se resignó, de mala gana, tras leer el diagnóstico de Kestenbaum y pedirles una segunda y también tercera opinión a oftalmólogos conocidos suyos.

Prometió visitarme apenas tenga un respiro en la editorial. Ya lo verás: buen mozo y galante como siempre, aunque los años han comenzado a hacerle mella. ¿Pero acaso a nosotras no nos sucede lo mismo?

Desde que concluí la última traducción, me persigue un vacío de melancolía. Qué palabra poco frecuente en una mujer de mi inverosímil edad. Pero melancolía, sí. Una desazón similar me cercó al morir Gianluca. Cuando la tristeza partió con él, y junto a mí quedaron únicamente los días por venir.

En tu carta más reciente me escribís sobre volver a cuidarme como cuando éramos pequeñas y jugábamos solas en casa. Yo también recuerdo esos días de ocultarnos detrás de las máscaras de la biblioteca, de disfrazarnos con las capelinas, tules y encajes de mamá. De cuando volvías a vestirme y peinarme minutos antes de la cena. ¿Cuántos años han pasado, hermana? ¿Cuántos siglos?

Te quiere, eternamente.

Irene

Tríptico del desamparo

Подняться наверх