Читать книгу Soy mujer - Patrick Bennett - Страница 12
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Cuando me retiraron las manos de los ojos, vi encima de mi teclado una flor de lavanda, mi favorita.
—Le pregunté a Lola, espero haberte sorprendido al menos un poco —dijo Paul algo avergonzado.
—Muchas gracias, me encanta el olor que desprende.
—¿Paso a recogerte sobre las cinco?
—Vale, perfecto. Te espero a las cinco.
Cuando llegué a casa encontré a Lola con el brazo en cabestrillo revolviendo mi ropa en el armario. Había vestidos tirados por toda la habitación y los zapatos inundaban prácticamente todo el piso.
—¡Hola Sam! ¿Qué tal el día? —me preguntó como si no fuese la responsable del estropicio.
—¿Pero se puede saber qué estás haciendo? Parece que ha pasado un huracán por mi cuarto.
—Estaba preparando tu modelito para el gran día, ¿pensarás ponerte guapa no?
En realidad, no me había parado a pensar en lo que iba a ponerme para esa noche, había estado demasiado centrada en otro nuevo diseño que me habían encargado para la página web.
—La verdad que sí me apetece arreglarme un poco, hace tiempo que no lo hago.
—¡Así me gusta! ¿Me dejas ayudarte?
—Por supuesto, estoy en tus manos.
Me probé unos cuantos conjuntos que me aconsejó Lola, y finalmente me decanté por unos pantalones vaqueros negros ajustados y una blusa también de color negro con botas altas de tacón. Mi compañera me onduló la melena y me maquilló como toda una profesional, a pesar de hacerlo con una sola mano; tenía mucha más práctica que yo.
Cuando me miré al espejo, la imagen que me devolvió era bastante sorprendente. Lola había escogido un eyeliner con sombra difuminada y unas cuantas capas de máscara de pestañas con las que resaltaban mis ojos de color azul de una forma alucinante, un colorete suave y brillo de labios muy natural.
—Muchas gracias Lola, eres una artista.
—La verdad que deberías sacarte mucho más partido, aunque ya eres muy guapa al natural.
—Deséame suerte.
—Suerte, cariño.
Lola me dio un beso y, en ese momento, sonó el timbre. Era él. Bajé intentando mantener a raya los nervios para no caerme de bruces con los tacones y respirando profundamente, y cuando salí a la calle allí estaba apoyado en un Ford Mustang descapotable de color negro. Había escogido también un look bastante arreglado y su pelo tenía el aspecto revuelto de siempre; la barba de tres días le sentaba estupendamente.
—Madre mía, ¿qué has hecho con Sam? Estás impresionante.
—Muchas gracias Paul, tú también estás muy guapo.
—Bueno qué, ¿te vienes a dar una vuelta conmigo? —dijo mostrándome las llaves del coche.
—¿Qué ha pasado con tu coche?
—Es algo viejo y quería que este paseo fuera algo más especial.
—¿Dónde vamos?
—Es una sorpresa —dijo mientras me abría la puerta del copiloto con una media sonrisa que hacía que me temblaran las piernas.
Arrancó el motor y el rugido se escuchó por toda la calle. Miré hacia arriba y Lola estaba asomada a la ventana haciendo gestos triunfantes con su escayola, me sentía como si estuviera en una comedia romántica de Hollywood.
Paul tenía la ruta preparada y, unas tres horas después, cuando vi el cartel de Cupertino no me lo podía creer, me llevaba a la sede central del gigante Apple. La verdad es que con el ajetreo del trabajo no nos había dado tiempo a hacer un tour por las grandes empresas que tanto admirábamos y teníamos relativamente cerca.
Cuando llegamos, en la radio sonaba el tema ‘It must have been love’ de Roxette; vi ese enorme edificio brillante con forma de OVNI y mi corazón dio un salto de emoción. Sin pensármelo dos veces me incorporé del respaldo del asiento y besé a Paul.
En ese momento sentí que mi cuerpo flotaba, sus labios carnosos se adecuaban perfectamente a los míos y la calidez del momento fue tal y como la había imaginado en mis pensamientos.
—Vaya, pensaba que iba a hacerte ilusión, pero no tanta —me dijo sorprendido.
—Por el momento está siendo la mejor cita que he tenido. Gracias Paul —volví a besarle sin dudar un segundo.
—Me quedaría aquí todo el tiempo, pero nos esperan más destinos —dijo sin poder borrar la sonrisa de su rostro.
Fuimos a Ebay, Yahoo!, el increíble edificio de cristaleras de Google, Facebook y terminamos la ruta en Youtube. Puedo decir que hasta el momento ese se convirtió en el mejor día de mi vida sin ninguna duda.
—No me lo puedo creer, en realidad sabes cómo sorprenderme —le dije con una sonrisa de oreja a oreja.
—Sabía que no eras la típica chica que quiere ir al cine o a cenar a un restaurante elegante. Me alegro de haberte sorprendido —afirmó emocionado—. Pero todavía queda lo mejor.
Volvió a arrancar ese flamante coche que había alquilado para la ocasión, y por la dirección que tomó supe que íbamos a San Francisco.
Cuando nos fuimos acercando al centro, me quedé estupefacta admirando los enormes edificios empresariales, que contrastaban totalmente con las afueras, en las que abundaban los bloques mucho más bajos, y el aspecto era bastante menos sofisticado. Paseamos un rato por las empinadas cuestas de la ciudad, hasta que llegamos al mítico Golden Gate. Nos sentamos en un banco y nos relajamos mirando la bahía.
—¿Tienes hambre? —me preguntó Paul.
—Pues la verdad es que sí.
Decidimos acercarnos al puerto y cenar en una de las marisquerías típicas de la zona. La conversación durante la cena fue de lo más amena; nos reímos recordando momentos en el trabajo; me contó cosas de su vida y su familia y me escuchó atentamente cuando yo le contaba detalles de la mía.
Cuando terminamos fuimos a buscar el coche paseando, y yo ya empezaba a sentir cómo mis pies se iban resintiendo por los tacones, cuando de repente Paul se paró en la puerta del Four Seasons.
—No puedes seguir caminando con esos tacones, ¿te apetece que pasemos aquí la noche? —preguntó entreabriendo los ojos como si le diera miedo mi respuesta.
—Me parece una idea estupenda —respondí con una sonrisa e intentando disimular la euforia que recorría mi cuerpo por la emoción.
En ese momento noté cómo Paul volvía a respirar de nuevo. Se acercó al coche, abrió el maletero y sacó una pequeña nevera cuyo contenido pude adivinar al instante. Cual fue mi sorpresa cuando le seguí directamente a la zona de ascensores sin pasar por recepción. ¡Paul lo tenía todo planeado!
Llegamos a una lujosa habitación con sala de estar, unos grandes ventanales con vistas a la ciudad y una cama King—Size perfectamente decorada con pétalos de rosa.
—Eres demasiado Paul, esta habitación es espectacular.
—Me encanta que te guste preciosa —dijo mientras abría la pequeña nevera portátil y sacaba la famosa botella de champán que llevaba varias semanas esperándonos— ¿te apetece?
Asentí y Paul cogió dos copas, descorchó la botella y sirvió el champán con cuidado para no derramarlo. En ese momento sentí que por fin habíamos llegado a un objetivo, esa botella significaba mucho para ambos.