Читать книгу Sincronía - Paula Velásquez "Escalofriada" - Страница 11
ОглавлениеElla creaba fantasías.
Él las hacía realidad
Ella
(Un año antes)
La señora Williams puso una mano en su hombro y le susurró al oído que la acompañara. Se disculpó con sus amigos y se levantó de la mesa para seguirla.
—¿Recuerdas la amiga que te dije que va a inaugurar su pastelería pronto? Te la presentaré —dijo su cliente—. Por cierto, ¿dónde está Dawson, cariño? Pensaba que iba a acompañarte a la inauguración.
—Tenía mucho trabajo atrasado —mintió. No sabía por qué lo estaba cubriendo, si su novio ni siquiera contestaba sus llamadas—. Pero dijo que te desea muchos éxitos con la pastelería.
—Pobre chico, es un adicto al trabajo. Recuérdame enviarle un postre de agradecimiento antes de irte. —Tomó su mano entre las suyas—. Si no fuera por él, no habría tenido tus maravillosos servicios y esta inauguración no habría sido un éxito.
—Muchas gracias, señora Williams. Fue un placer trabajar para usted —respondió y le dio un abrazo a la pastelera.
Llegaron a una mesa que ocupaba una mujer rolliza y pequeña, que debía rozar los cincuenta años. Su cabello rubio caía en suaves ondas y usaba una boina morada; llevaba puesto un vestido de flores del mismo color. Se puso de pie y le ofreció una gran sonrisa. A primera vista, parecía ser una mujer afable.
—Mira, Jessica, ella es la mujer de la que te hablé, Layla Bramson.
La Sra. Williams las presentó y se marchó para saludar a los demás invitados.
—¿Eres la fotógrafa de comida, cierto? Déjame decirte que Midnight’s Baker luce espectacular. Esas fotos son fantásticas, el menú quedó elegante y Annie me contó que además eres repostera, eso me encanta.
Sonrió y tomó asiento.
—Muchas gracias. Pero… De hecho, el fotógrafo es mi hermano. —Se giró para señalarlo. Elijah estaba demasiado ocupado devorando postres para prestarle atención—. Yo soy una estilista de alimentos.
—¿Qué haces tú exactamente, querida?
—Yo preparo la comida para que luzca increíble en las fotos.
Jessica se inclinó hacia adelante, interesada.
—¿Y cómo la preparas?
—Bueno, no es tan fácil fotografiar la comida como se pensaría. El helado se derrite, la espuma se acaba, el plato se enfría. Ahí entro yo, tengo buena experiencia y conozco muchos trucos para hacer que la comida se vea como se supone que se tiene que ver. ¿Sabías que para las fotos de los tacos mexicanos la carne suele ser en realidad esponjas pintadas con salsa marrón?
La mujer alzó las cejas.
—No tenía idea.
—Bueno, mi trabajo consiste en hacer que tus clientes babeen por ese plato que le estás ofreciendo. ¿Qué vas a ofrecer en tu restaurante?
—Verás, trabajé como repostera por años en restaurantes cinco estrellas y sí, era fantástico, pero ahora es mi turno de crear mi propia pastelería. La llamaré —levantó sus manos y agitó los dedos— Sweet Heaven. Por supuesto, no le haré competencia a mi querida Annie, Dios, no, yo vivo al otro lado de Vancouver.
—Eso suena estupendo, te ayudaremos a que todo quede asombroso en tu pastelería. Volviendo al tema, en ese caso,
retomemos el ejemplo del helado. El tiempo de duración de un helado no es el suficiente para tomar la foto que queremos lograr. Así que ¿qué hacemos? Para que tus clientes vean ese helado cremoso, ese chocolate derretido que se desliza por tu boca y ¡mmm! —Cerró los ojos y se saboreó los labios; después de unos segundos los volvió a abrir—. Lo siento. Para que se vea ese helado así debemos recurrir a lo que podamos. Grasa vegetal, sirope de maíz e incluso crema de afeitar.
—¿Pero no le estaríamos vendiendo una fantasía?
Una sonrisa se dibujó en su rostro.
—Yo me encargo de crear la fantasía; tú, de hacerla realidad.
Él
(Un año antes)
—Yo sabía que había personas que hacían esto, ¿sabe? Pero no sabía que podía ponerme en contacto con una. Cuando lo encontré, tuve un debate interno antes de llamarlo.
Apoyó los codos sobre la mesa, entrelazó sus manos y recostó el mentón en ellas.
—Y dígame, Jenny, ¿puedo llamarla Jenny? ¿A qué se debió su debate?
Ella lo meditó unos instantes.
—No me siento bien robando el crédito de una obra.
—Créame, no es la primera clienta que tiene dudas al respecto, ni será la última. Pero déjeme tranquilizarla. Llevo años haciendo esto, no es el crédito lo que me alimenta, es el éxtasis que me produce escribir. Así que no me está robando ningún crédito. Está pagando por él, de hecho. Se sorprendería de la cantidad de escritores que usted ha leído que contrataron los servicios de un escritor fantasma. Se dice que las obras de Shakespeare las escribió Christopher Marlowe. También dicen que Alejandro Dumas, para escribir Los tres mosqueteros y El conde de Montecristo, contrató un escritor fantasma. Hay una anécdota que cuenta que Dumas le preguntó un día a su hijo: «¿Ya leíste mi nueva novela?», y él le contesta: «No, ¿y tú?».
Ella se removió en su asiento, se recostó hacia atrás.
—¿Ha escrito muchos libros de esta forma?
—Nueve en total.
Eso era inflar un poco la cifra, pero ella no tenía forma de averiguarlo.
—¿Ha escrito algún libro que yo conozca?
La miró fijamente a los ojos y una sonrisa se fue desplegando lentamente en su boca. Ella le sostuvo la mirada unos instantes, pero se rio nerviosa y desvió la vista. Un pequeño sonrojo le cubrió la cara.
—Por supuesto, no puede decirme.
—Mi trabajo requiere absoluta confidencialidad.
—¿Nadie sabe para quién escribe usted? ¿Ni su familia?
—Ellos piensan que me gano la vida como traductor. Lo cual no es mentira, también me dedico a traducir novelas del húngaro, francés y español al inglés.
Ella asintió, un silencio se instaló entre ambos. El mesero llegó con su orden.
—No tiene nada que temer, Jenny. Hay una historia dentro de su cabeza pidiendo ser escrita y usted sabe que es hora de hacerlo. Ya tomó esa decisión. ¿Por qué otra razón estaría aquí conmigo?
Ella bebió un sorbo de su café y acomodó sus lentes.
—Mi hermana mayor está preparando todo para inaugurar su pastelería. Ha sido su sueño de toda la vida, pero hasta ahora tuvo el valor de hacerlo realidad. El mío siempre ha sido escribir una novela. Trabajo en la Biblioteca Pública de Vancouver, ¿sabe? Vivo rodeada de libros y he leído cientos de historias, pero nunca he podido crear la mía. Verla tan feliz me inspiró para decidirme a cumplir mi sueño también.
—Eso haremos, confíe en mí. Ahora, dígame, ¿qué libro quiere escribir?
Dejó la taza sobre la mesa y tomó un trozo del croissant.
—¿Está usted enamorado, Sr. Hawkins?
La pregunta lo sorprendió. ¿Por qué quería saber eso? Quizá quería escribir un crimen pasional, debía ser eso. ¿Por qué otra razón la haría? Fabrizio nunca le hubiera asignado a un cliente que quisiera escribir un romance, ¿o sí? Él no tenía ninguna experiencia escribiendo romance. La pregunta, debía contestar la pregunta.
—Sí, lo estoy. —Ella lo miró expectante, como si esperara más detalles—. Llevamos saliendo unos meses, su nombre es Maggie —añadió.
—Qué bueno, así no tendrá problemas para inspirarse. Quiero escribir una historia de amor. Tengo la trama, los personajes, los eventos principales, todo. La he estado pensando por años, pero no he podido escribirla. No logro que las palabras expresen lo que quiero. No sé cómo organizar mis ideas. No tengo buena redacción. Escribo una cosa y la borro mil veces. ¿Me entiende? ¿Ha escrito historias de amor, señor Hawkins?
—Nunca. Pero no se preocupe, eso no supondrá un problema, los escritores fantasmas somos como camaleones. Usted crea una fantasía, yo la hago realidad.