Читать книгу Sincronía - Paula Velásquez "Escalofriada" - Страница 15

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Ella jugaba al omelette ruso.

Él, a las escondidas



Ella

(Un año y cuatro meses antes)

—Elijah, vamos, ¿ya están listos esos huevos? —insistió Macy, agitando la copa de vino que tenía en la mano.

—¡Ten paciencia! Explícale las reglas a Patrick mientras tanto —replicó Elijah.

Ella apoyó el codo en el espaldar del sofá y miró a Patrick, quien estaba sentado a su lado.

—Y dice que nosotros somos los perfeccionistas. Las reglas del «Omelette ruso» son simples: tienes dos opciones. Cumples el reto o eliges uno de los seis huevos en la cubeta; uno de ellos está crudo y los demás están duros. Lo tomas y te golpeas la cabeza con él, y vemos qué pasa.

Él rio.

—¿Quién se inventó este juego?

—No lo sé, lo jugamos con Layla desde que estábamos en la escuela de cocina.

—Y yo nunca pierdo —dijo ella, desde el escritorio, donde estaba navegando en el computador de su hermano.

—Eso es porque tienes una bendita buena fortuna —dijo Elijah—. No eres como yo, que cumplo cualquier reto para ganar.

—¿Qué se puede esperar de un hombre que se disfraza de drag queen para Halloween? Yo nunca sería capaz de usar esas botas de treinta centímetros —dijo ella.

Elijah rio.

—Tú le dices no a demasiadas cosas.

Ella sonrió y negó con la cabeza. Ser espontánea no era una de sus mayores cualidades.

—Encontré un sitio online en el que das clic y te da un reto al azar.

—Perfecto —dijo Macy.

Elijah trajo la cubeta y la dejó con sumo cuidado sobre la mesa. Patrick le dio unas cuantas vueltas para que él no supiera con exactitud donde había quedado el huevo. Layla se sentó en el sofá y su hermano trajo una silla del comedor y se sentó junto a ella.

—Bueno, la cumpleañera va primero —anunció su hermano.

Layla se encogió de hombros.

—Está bien.

—¿Y si ella pierde, se acaba el juego? —inquirió Patrick.

—Oh, no, ponemos un huevo crudo nuevo, no te preocupes —dijo Elijah.

Patrick asintió. Layla dio un clic en el generador automático. Se inclinó para leer el reto y sonrió.

—Esto es demasiado cursi.

—¿Qué dice? —preguntó Macy.

Leyó en voz alta.

—«Dile en menos de un minuto a todos en la habitación cuánto los amas».

—Oh, no, eso es muy cursi para ella —dijo su hermano.

—No me imagino eso —dijo Macy.

—¿Soy el único que quiere recibir algo más que golpes e insultos por parte de Layla? —preguntó Patrick.

—¡Hey! El otro día te di unos cupcakes S’mores1 —replicó ella, indignada.

—Pero fue porque te encontré de casualidad y ni siquiera me ofreciste, yo te pedí.

—El orden de los factores no altera el resultado. Pon el cronómetro, llorón —respondió.

Él ajustó su reloj a un minuto.

—Ya, adelante, dame amor.

—Pat, eres un gran amigo. Me quieres con todo y mis... manías. Fuiste el único amigo que tuve en el Gaia’s Restaurant y le diste este giro increíble a mi carrera y por eso te agradezco.

—Yo no lo hice, lo hiciste tú.

La abrazó fuerte, la apretó contra sí tanto que parecía no quererla soltar. Ella aspiró su aroma a limón.

—Hey, tengo que decirles algo a los demás.

Él apoyó el mentón en su cabeza.

—Lo sé, pero quiero que pierdas.

Lo empujó usando sus puños. Patrick sobó su abdomen.

—Auch, a esto me refiero.

—No exageres —le respondió y dirigió su atención a Macy—. Tú eres mi única amiga, y desde que estudiábamos juntas me has empujado a ser la mejor versión de mí misma. Sabes que puedes contar conmigo para lo que sea, ¿verdad?

—¿Incluso para acompañarme a la feria de apicultura? —respondió ella ilusionada.

—No me presiones.

Su mejor amiga rio. No se dieron un abrazo, Macy no era muy emotiva.

—Quince segundos —anunció Patrick.

Miró a su hermano.

—Tú ya sabes lo que siento por ti.

—No, no lo sé.

—Oh, ¡vamos! Vivimos y trabajamos juntos, eso lo dice todo.

—Patrick, no la escucho decir cuánto me ama.

—Diez segundos.

Layla pensó en alguna referencia que su hermano comprendiera.

—Si yo fuera... Am... Leatherface, tú serías mi motosierra.

Él se llevó las manos a los cachetes.

—Eso es lo más tierno que me has dicho jamás.

La abrazó fuerte.

—Lo sé.

Ella eligió quién continuaba y fue el turno de Macy. Fue hacia la computadora y dio clic en el sitio web. Permaneció en silencio frente a la pantalla.

—¿Qué dice? —le preguntó Patrick.

Ella los miró, todo rastro de diversión se borró de su rostro.

—No voy a hacerlo.

—Pero ¿qué dice? —preguntó Layla.

Les dio una mirada a todos antes de leer.

—«Besa en la boca a todas las personas de tu sexo opuesto que estén contigo».

Patrick soltó una risa, Elijah se cruzó de brazos y se recostó en su silla.

—Supongo que no has bebido lo suficiente.

Contuvo el aliento. La tensión se acumuló en la sala como una neblina. Su mejor amiga clavó sus ojos oscuros en su

hermano como una serpiente a punto de saltar sobre su presa. Rogó mentalmente que no discutieran en su cumpleaños. Antes que pudiera decir algo, Patrick respondió:

—Vamos, ni que fuéramos tan feos que tuviera que emborracharse para besarnos.

Negó con la cabeza. No podía culpar a Patrick, él no sabía lo que había pasado.

La primera y única vez que Macy Hudson besó a Elijah Bramson estaba borracha. Para ella fue apenas una cosa de una noche, pero para él, que lo había deseado por años, lo fue todo. Al día siguiente, le confesó sus sentimientos y ella contestó apenada: «Si hubiera sabido lo que sentías por mí, nunca te habría besado».

—No es eso —dijo Macy poniéndose de pie finalmente y caminando hacia la cubeta—. La única persona a la que quiero besar no está aquí.

—Lo siento, no sabía que estabas enamorada, Macy —dijo Patrick.

Ella tomó un huevo y lo agitó junto a su oído, le dio una sonrisa triste.

—Él viaja mucho por su trabajo con escritores, así que es... complicado.

Fue todo lo que dijo al respecto.

Así era Macy, no daba explicaciones muy largas sobre su vida, ni se entretenía con detalles. Esa era la razón por la que habían simpatizado en primer lugar. Elijah tenía una mueca de disgusto en el rostro. La morena se golpeó la cabeza con el huevo y cerró los ojos.

—¡Mierda! —exclamó y se sobó la cabeza. Luego procedió a pelar el huevo para comérselo, era uno de los duros—. Es tu turno, chef Patrick.

Él trotó hacia el computador y le dio clic al generador. Apenas leyó, se rio y leyó su reto.

—«Cuenta una historia asquerosa de alguien que esté contigo para avergonzarlo».

Él la miró directamente.

—No te atrevas, Patrick Foster.

—Lo siento, Layla, pero después de ver la cara de Macy, no quiero enfrentarme al huevo. Tengo un cráneo sensible.

—Sí, claro.

—Déjame decidir cuál de todas las historias que se vienen a mi mente...

—Ni que fueran tantas.

—Era el almuerzo de fin de año en el Gaia’s Restaurant...

—¡No! ¡Esa historia no! —pidió.

Él rio.

—Todos sabemos que Layla es un poco impresionable, ¿no? Uno se da cuenta después de tener unas cuantas conversaciones con ella. Pero en esa época, nosotros no hablábamos. De hecho, Layla no hablaba con nadie a menos que fuera de trabajo. Así que yo no sabía que a ella no se le pueden hablar de ciertas cosas.

»Ese almuerzo, todos estábamos reunidos alrededor de una mesa ovalada y nos pusimos a hablar de cosas nuevas que habíamos probado ese año. Contamos experiencias buenas y desagradables. Cuando llegó mi turno, les hablé de ciertos gusanos, ¿de dónde eran, Layla? ¿Filipinas?

—Te odio.

—Ah, ¡no! ¡Eran de Tailandia! Ya lo recordé. Allá comen unos deliciosos gusanos de bambú. Yo les describí cómo eran con lujo de detalles ¿Sí saben cuáles gusanos son? Son unos blancos que...

—Sin detalles, Foster —reclamó.

«Sin detalles» era su frase más usada.

—Por supuesto todos me dijeron «hey, ya basta, ya entendimos». Pero Layla... ¿cómo decirlo? Dejó más claro su desagrado.

Macy se encogió en su asiento.

—No quiero escuchar esto.

—No, créeme —terció ella.

—Se quedó con la vista fija en el plato como si hubiera visto algo un bicho ahí flotando. Estática. —Imitó sus movimientos y la expresión que hizo—. Estaba justo frente a mí en la mesa y recuerdo que miré hacia su plato para ver qué estaba mirando. Entonces ella vomitó en su comida.

Macy y Elijah se echaron hacía atrás en sus puestos.

—Uughhh —dijeron al unísono.

—Todos nos quedamos en silencio. Faggot, la chica más buena onda de la cocina estaba sentada a su lado, así que puso la mano en su hombro y dijo: «¿estás bien?», y Layla la esquivó, tomó su plato y le dijo: «déjame en paz».

Se cubrió el rostro con las manos. Ese era un recuerdo que había enterrado en el cementerio de su memoria; para su mala suerte, Patrick era un asaltatumbas, siempre estaba trayendo historias de momentos que creía olvidados.

—No recordaba eso.

—Entiendo por qué no era muy popular en el restaurante —dijo Elijah.

Le dio una patada desde el sofá. Cambió el tema rápido antes de que evocara el sabor de los gusanos de bambú.

—Es tu turno, cabeza de nabo.

Su hermano fue al computador y probó su suerte.

—A ver, dice: «cumplirás la penitencia que te ponga la persona mayor con la que estés». —Él frunció el ceño—. ¿Quién es el mayor aquí?

—Layla cumple veinticinco, ¿no? —dijo Macy, ella asintió—. ¿Tú cuántos tienes, Pat?

—Veintiséis.

—Igual yo —dijeron Macy y Elijah al tiempo.

—Tú no cuentas, no te puedes poner tu propia penitencia

—dijo Macy—. ¿qué mes, Patrick?

—Julio.

—Mayo —dijo Macy—. Soy la mayor —concluyó, con una ceja levantada. Una sonrisa malévola de medio lado se formó en sus labios gruesos.

Layla rio por lo bajo. No iba a tener misericordia.

Macy entrelazó los dedos detrás de su nuca.

—Quiero que nos cuentes toda la trama de Harry Potter y el prisionero de Azkaban en un minuto.

Layla soltó una carcajada.

—¡Eso es injusto! Qué estupidez —reclamó Elijah poniéndose de pie.

—Espera, no he terminado. Quiero que lo hagas saltando en un pie.

—Eres malvada —dijo Layla.

Patrick ajustó su reloj.

—¿Vas a hacerlo?

Elijah rodó los ojos.

—Cuando me digas.

—Ya.

Se tomó una pierna y empezó a saltar.

—Harry Potter es un tonto niño mágico cuatro ojos que siempre se la arregla para meterse en problemas y tiene un amigo pelirrojo con cara de bobo y una amiga sabionda que nunca se peina.

Patrick se rio.

—¿No le gusta? —le preguntó a Layla.

—Lo odia —le respondió riendo.

—Juntos enfrentan a unas arañas gigantes, una copia de El Hobbit, claro, y se chocan con un árbol que se mueve solo, ¿alguien recuerda los Ents de El Señor de los Anillos? Mientras vuelan en un auto volador.

—Nada de eso pasa en El prisionero de Azkaban —dijo Layla.

—¿No? Entonces que se joda. Que se joda Harry Potter.

Elijah caminó determinado a la cubeta, tomó un huevo al azar y se lo estrelló en la cabeza.

La clara se deslizó por su cara.

Patrick se echó a reír tan fuerte que cayó al suelo, Layla se cubrió la risa con la mano y Macy se sacudía como si le dieran choques eléctricos. Él meneó la cabeza para quitarse la cascara. El timbre de la puerta sonó. Se levantó a abrirla, pero su hermano se le adelantó. Miró por el ojo de la puerta.

—Es tu novio —dijo y abrió la puerta—. Hola, sigue —le indicó y se fue hacia el baño.

Dawson apareció en la entrada con una caja de regalo y una de pastel de cumpleaños. Miró en la dirección en que se había ido Elijah.

—¿Eso era huevo?

Había una sonrisa genuina en su rostro, la miraba como si solo ella existiera en la habitación. Patrick había dicho que solo hacía falta un par de conversaciones para notar lo impresionable que era, pero Dawson aún no daba señales de hacerlo.

¿Cuánto tiempo pasaría antes de que lo notara?


Él

(Un año antes)

—Hoy me reuní con un cliente —dijo Hannibal, tomando la taza de azúcar de la mesa—. Estamos escribiendo una novela bastante... gráfica, ¿sabes?

—¿Mucha sangre y tripas? —preguntó él.

Tomó la taza de su café y limpió el residuo con una servilleta. La puso boca abajo, cubriéndola del azúcar.

—Exacto. Trata sobre un asesino repulsivo. Mi cliente está apuntándole a las emociones de las personas. Pero yo le expliqué lo siguiente. —Cubrió las tazas con el plato boca abajo—. Las historias de terror deben tener tres capas. La primera, es la capa emocional. —Él levantó el plato—. La historia debe remover las emociones del lector; hacerle sentir miedo, rabia, tristeza, desasosiego. Es apuntar a lo que cualquier humano sentiría al leer cierta escena.

—¿Y qué hay de los que son como yo y se ríen con las escenas grotescas?

—Hablo de humanos promedio. No de escritores frívolos y calculadores como tú, Charlie.

Él se llevó la mano al pecho, como si lo hubiera ofendido.

—Que escriba novelas policiacas no significa que tenga la mente calculadora. ¿Acaso meterme en las mentes de los criminales, causarles ansiedad a los lectores porque ningún personaje está a salvo de morir y jugar con sus mentes poniendo pistas reales y falsas me hace un calculador?

Hannibal sonrió.

—¿Puedo continuar?

—Adelante.

Él levantó la taza de café.

—La segunda capa es la intelectual. Tiene que haber una buena trama. Clientes como él piensan que con mutilaciones y gritos es suficiente, pero no, debe haber una trama que envuelva al lector. Un misterio que resolver, un trasfondo del lugar en que se desarrolla la historia, conflictos internos de los personajes... Sabes a lo que me refiero.

—Sí.

Él asintió y tomó la taza del azúcar.

—Y la tercera es... —Se quedó con la vista perdida en algo detrás de él, con la boca abierta—. Fabrizio.

Zack rio de buena gana.

—Admito que nuestro jefe da miedo, pero tampoco es para tanto.

Hannibal se cubrió el rostro con la carta del menú y musitó:

—No, Fabrizio acaba de entrar. No voltees.

Una ola de pánico se apoderó de él y sus manos se congelaron. Se cubrió la cabeza con la capota de chaqueta.

—¿Qué? ¿Qué hace aquí? —susurró.

—No lo sé, viene con una mujer. Te dije que no viniéramos aquí —masculló su amigo.

—¿Crees que yo sabía que Fabrizio vendría a comer a mi pastelería favorita? ¿Qué crees que diga cuando nos vea?

—¿Vernos? ¿Estás loco? No puede vernos. Él es muy estricto con sus políticas. Se volvería loco si sabe que somos amigos

—dijo Hannibal, mientras sus ojos azules lo seguían sobre la carta—. Se sentó dándonos la espalda.

Miró sobre su hombro. Fabrizio se había sentado cerca a la entrada de la pastelería, unas tres mesas adelante. Su figura

imponente desbordaba la silla, la chaqueta beige resaltaba su piel negra. No había forma de salir sin pasar a su lado. Al ver la mujer a la que le estaba acariciando el rostro, se giró rápido.

—Estamos jodidos. Es peor de lo que pensaba.

—¿A qué te refieres?

—Esa no es su mujer. Yo conozco su esposa y te puedo asegurar que no se parece nada a ella. Si vino hasta aquí es porque se está ocultando. Si nos descubre, va a matarnos para no dejar testigos y apuesto que será una muerte lenta y dolorosa. Esa puerta junto a la oficina debe ser su sala de torturas.

—Charlie, no es hora de bromas, estamos en serios problemas.

—Hablo en serio. ¿Por qué nunca volvimos a saber de Jane Eyre?

—Porque ella se tomó un año sabático.

—Eso es lo que él nos quiere hacer creer. La última vez que la vi en la editorial, me dijo que Fabrizio había visto que Carmilla estuvo en su boda.

Hannibal frunció el ceño.

—¿Cuál es Carmilla?

—¿Cómo que cuál es Carmilla? Es la de las novelas paranormales.

—Pero de esas se encarga Canterville.

—Sí, pero también hay una Carmilla. Tiene pequeñas pecas, los ojos muy oscuros y el cabello muy rizado. Es preciosa.

—Nunca la he visto.

—Yo solo la vi una vez y luego supe que había ido a la boda de Jane. —Él lo miró—. Fabrizio se enteró de eso y no volví a ver a ninguna de las dos. ¿Sabes lo que significa?

Los hombros de Hannibal se tensionaron.

—Oh, no.

Él negó con la cabeza.

—Lo sé, buscaron su propio fin.

—¿Qué hacemos?

—¿Y si solo pasamos muy rápido por su lado?

—Apenas le bloquees toda la luz, va a notar tu presencia.

—Hey, no soy tan alto.

—Ni yo soy rubio y Digby es un pitbull.

Se mordió el labio.

—Una distracción, ¿quizá? —propuso Zack.

—La idea es desviar su atención de nosotros, no atraerla.

—Pero ¿y si ve a uno de nosotros mientras el otro se va?

—¿Vas a sacrificarte?

—No. Esperaba que tú lo hicieras —repuso—. Tú llevas más tiempo que yo trabajando con él; eres su favorito.

—Eso no me va a dar ventaja cuando esté lanzando sus dardos a mis genitales.

—¿Tienes una mejor idea?

Los ojos de Hannibal se perdieron en la vitrina. Tenía la expresión de estar maquinando un plan.

—Tal vez sí necesitamos una distracción.

Le hizo una seña a la mesera para que viniera. Le susurró unas cosas al oído, sacó un par de dólares y los deslizó en su bolsillo. Luego dejó varios billetes en la libreta de la cuenta.

—Quédate con el cambio —dijo y le guiñó el ojo. Ella tomó la libreta y se fue.

—¿Qué le dijiste? —preguntó.

—Es una idea simple, pero creo que funcionará. Cuando sea el momento, vamos a salir de aquí, Charlie.

—¿Y cuándo será el momento?

—Lo sabrás, créeme, ahora solo nos queda esperar.

—¿Por qué no podemos ser como los escritores fantasmas normales? Ellos se la pasan hablando de su misterioso trabajo en las fiestas.

—Porque no tienen a Fabrizio Castell como jefe.

Se recostó hacia atrás.

—Es una lástima que nunca le haya hablado a Carmilla. Ahora ya murió y es demasiado tarde.

Hannibal rio.

—Sabes que probablemente no la despidieron, ¿cierto? Es poco usual que nos encontremos a los otros fantasmas en la oficina. Fabrizio nos cita en días diferentes para que no nos crucemos. ¿Cómo supiste que se llamaba Carmilla entonces?

—Soborné a Daphne para que me contara.

—¿Con qué la sobornaste?

—Le compré uno de esos persas —dijo, señalándolos en la vitrina. Eran pasteles tostados con sabor a canela, recubiertos con un glaseado de fresa rosa vibrante.

—¿Y ella te dijo su seudónimo? Debían estar buenos esos persas.

—Por supuesto que lo estaban, la señora Williams es la mejor pastelera de Vancouver, sin discusión, nunca he probado nada igual.

O eso pensaba antes de probar los de Layla Bramson.

—No discutiré eso.

Zack tamborileó los dedos sobre la mesa. Echó una mirada hacia atrás y vio a Fabrizio comiendo animado.

—Además, tú tienes novia —añadió.

Él rio.

—Apenas llevamos saliendo cuatro meses y ¿sabes qué hizo Maggie? La otra noche se quedó a dormir en mi apartamento

y cuando desperté en la mañana, había ordenado todo.

—Define todo.

—Todo. Apiló mis manuscritos de distintas novelas, guardó los libros en los estantes sin siquiera doblar la esquina de donde iba, botó algunos papeles sueltos donde había anotado cosas. Es decir, sí, yo sé que mi apartamento se ve desorganizado, pero yo sé dónde está todo, o por lo menos, dónde debería estar todo. Tengo un sistema, ¿sabes?

—Y me imagino que le explicaste. —Hizo comillas con los dedos—. «Tu sistema».

—No te burles, sí tengo un sistema, y sí, se lo expliqué. Le dije que cada zona tenía su función: en el sillón escribo las ideas iniciales, los bocetos, hago una lluvia de ideas; en el escritorio investigo; en el comedor hago correcciones.

—¿Y dónde se supone que te sientas a escribir?

—En mi oficina, claro. Pero a ese lugar no puede entrar nadie, es mi santuario. Ahí tengo toda la información sobre las novelas que he escrito como negro literario.

—Entonces me imagino que le dijiste a qué te dedicas. Si pasa tanto tiempo en tu apartamento, no le tomará mucho descubrirlo.

—¿Qué me crees? ¡Claro que no! Soy muy cuidadoso con el tema. Le dije que eran novelas que estaba traduciendo, lo cual técnicamente es cierto. Bueno, al menos una de ellas. La mayoría de los papeles eran de mi proyecto actual.

—¿Y en qué andas trabajando ahora, Charlie Parker?

Él suspiró.

—Una novela de amor.

Hannibal se rio con ganas.

—¿Desde cuándo escribes historias de amor?

—Desde que Fabrizio me asignó ese cliente. Gatsby está ocupado con una saga juvenil.

—Pudiste rechazarlo.

—Es una buena historia, tiene potencial. Además, es un giro de trama interesante. ¿No crees? Pasar de una novela negra a un romance. ¿Quién sabe? Tal vez sea bueno en esto.

—Tal vez si hay algún psicópata en la historia.

—Tal vez me dejen agregarle alguno.

Hannibal rio.

—Podrías escribir una novela policíaca mientras tanto, ¿sabes? Para no perder los estribos.

Se cruzó de brazos.

—Podría llamarla El extraño caso de los escritores degollados en Midnight’s Baker.

Ambos rieron.

—Hablo en serio, ¿no has pensado volver a pub...? —dijo y se quedó a la mitad de la frase pasmado—. No puede ser, Fabrizio se va a levantar.

Miró sobre su hombro; su jefe estaba corriendo la silla.

—Ay, no, pero ella no se levanta. ¿Por qué? Y si... ¿Y si viene hacia el baño? —dijo.

El baño estaba justo al lado de ellos.

Se dio la vuelta y hundió la vista en su plato vacío. Hannibal se agachó y lo miró directo a los ojos. Una gota de sudor bajaba por su frente y la sangre había abandonado su rostro.

—Él me vio. Se puso de pie y me vio.

Los pasos de Fabrizio yendo hacia ellos retumbaron en sus oídos. Cerró los ojos y esperó su final. Adiós, empleo; adiós, carrera; adiós, familia; adiós, Maggie; adiós todo. Su mirada ferviente taladraba su cráneo. Apretó las rodillas con sus dedos delgados. Empezó a divagar en posibles excusas: «Nos encontramos de casualidad», «¿él también trabaja para ti?», «¿Zack Hawkins? Debe estar confundiéndome con mi hermano gemelo. Yo soy Rudolf».

—Happy birthday to you, happy birthday to you... —Un coro de voces surgió de la cocina—. Happy birthday, dear Molly.

Happy birthday to you…

Fabrizio no llegaba.

—From good friends and true, from old friends and new...

Abrió los ojos. Hannibal había tomado sus cosas y se estaba poniendo de pie. Miró a sus espaldas, un grupo de personas estaba rodeando a Fabrizio, conduciéndolo de nuevo a su mesa. La señora Williams —la pastelera de Midnight’s Baker—, su esposo, su hijo mayor, una anciana que no distinguía y las dos meseras. Ellos eran los que cantaban, llevando consigo globos y un pastel de cumpleaños con las velas encendidas.

—¿Qué esperas? —dijo su amigo.

Corrió detrás de Hannibal hacia la salida, agachándose para pasar detrás de las personas.

—¡Esto es un error! —Escuchó vociferar a su jefe—. ¡Ella no es la tal Molly! ¡Nadie está cumpliendo años!

Salieron, la brisa nocturna golpeó sus rostros. Corrieron sin parar hasta llegar al conjunto de apartamentos donde vivía él. Cuando llegaron, se sentó en las escaleras de la entrada, agotado.

—Mi pecho va a explotar.

Hannibal se sentó a su lado, riendo.

—Casi que podía sentir a Fabrizio pisándonos los talones, ¿no?

—El viejo nos tiene traumatizados.

—Creo que ni siquiera nos perseguía.

Zack se rio.

—No, creo que no. ¿Qué le dijiste a la mesera?

—Le dije que era una vieja amiga y quería sorprenderla.

—Cuando él les pregunte quién los envió, y la mesera diga que el rubio guapo del fondo, sabrá que fuiste tú.

—Sí, creo que sí —dijo y le pasó el brazo por los hombros—. Ya veré cómo arreglar el asunto, no te preocupes. ¿Ves los problemas en los que me metes por no respetar las reglas?

Fabrizio les imponía muchas reglas, la mayoría respecto a su trabajo como escritores fantasmas, pero había unas cuantas en lo que respectaba a su relación con los demás colegas:


—Si hubiera seguido las reglas, no serías mi mejor amigo, Zack Hawkins.

—Y eso sería una lástima, Dexter Coleman.

Había una regla, una sola regla que no había roto todavía con él: nunca le había hablado sobre sus clientes. Solo una persona sabía sobre ellos. Hannibal había dicho que Maggie no iba a tardar en descubrir sobre su trabajo, pero hasta el momento, ella no tenía idea.

¿Cuánto tiempo pasaría antes que lo supiera?

1 Magdalena de chocolate, galleta Graham y glaseado de malvavisco.

Sincronía

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