Читать книгу Sincronía - Paula Velásquez "Escalofriada" - Страница 13

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Ella recuperó a su padre.

Él perdió dos



Ella

(Dos años y cuatro meses antes)

Alguien estaba batiendo huevos en su cabeza. Abrió los ojos haciendo un esfuerzo monumental, la luz que entraba por la ventana la hirió enseguida. Apenas si podía mover el cuerpo, las náuseas le subían por el esófago y su garganta estaba seca. Tenía resaca, pero no por beber demasiado; era una resaca por haber terminado de leer un libro que le había roto el corazón.

Levantó la cobija para salir de la cama, algo cayó al suelo. Se estiró para ver qué había sido. Se trataba del culpable de todo: Elixir. Recogió el libro y lo puso encima de la mesa de noche. Se había dormido con él sobre su pecho. Frotó sus sienes y miró la hora: 6:40 a. m.

¡Ya era hora!

Salió de su cuarto en un santiamén. Elijah estaba desayunando en la cocina.

—Pensaba que ya te habías id... —Se interrumpió—. ¿Qué te pasó? ¿Estás bien?

¿Así de mal se veía? Se sirvió un vaso de agua y lo bebió en unos cuantos tragos. Fue hasta el fregadero, abrió la llave y se echó agua en la cara.

—Sé que no lo parece, pero estoy de maravilla, nunca había estado mejor. —Tomó una manzana de la mesa y la cortó hábilmente en trozos con un cuchillo encima de un plato—.

Ahora, necesito que le digas a Susan que tengo diarrea y no iré a trabajar hoy.

—Tener diarrea no es lo que llamaría estar de maravilla.

—No tengo diarrea —aclaró. Cortó un banano y los trozos cayeron sobre el plato—, es lo que le diré cuando la llame, tú solo debes respaldarme.

—¿Por qué? —Puso su mano sobre mi hombro—. ¿No tienes ánimos de ir hoy?

Lucía preocupado.

—No es eso. Anoche terminé de leer el libro y tuve una revelación. —Le quitó las hojas a unas cuantas fresas y las cortó por la mitad—. Hoy iré a buscar a papá.

Lo miró para ver su reacción. Él se quedó pasmado unos instantes, luego, una sonrisa de ilusión le cubrió la cara.

—¿Es en serio?

Ella sonrió y las lágrimas se anegaron en sus ojos.

—Sí.

La estrujó entre sus brazos musculosos. Después acunó su rostro entre sus manos.

—Eso me hace sentir tan feliz. Espera que le cuente a mamá.

—¡No le cuentes! —Ella se dirigió hacia la nevera y sacó la crema de leche—. Podría contarle a papá y quiero atraparlo de sorpresa para que no escape.

Él rodó los ojos y se recostó en el fregadero.

—No va a escapar, lleva un año esperando que le vuelvas a hablar.

—Por eso mismo. —Cubrió la fruta picada con la crema de leche—. No sé cómo reaccionará al verme. ¿Qué tal si dice que ya es muy tarde? ¿Qué tal si no puede perdonarme?

Se miró las manos temblorosas. Limpió el cuchillo y lo guardó.

—Todo va a salir bien —dijo su hermano—, no tienes nada que temer. Es lo mejor que podría pasarle.

—¿Mejor que reseñar para The Guardian?

Tomó sus hombros con sus manos firmes para tranquilizarla.

—Incluso mejor que eso. Eso sí, tienes que comer y bañarte primero, luces como si vinieras de un funeral. A él le preocuparía verte así.

Se sentó en un banco a desayunar.

—Creo que fue así. —Alcanzó un tenedor de un recipiente—. Estuve llorando toda la noche después de leer el final de la novela. Te juro que hace mucho no sufría tanto por un libro.

Él se calzó las botas.

—¿Y por qué?

—No puedo decirte, te arruinaría la historia.

—¿El libro tiene dibujitos?

Ella frunció el ceño. Comió unos cuantos trozos antes de contestar.

—No.

—Entonces no voy a leerlo, adelante, arruínalo.

Ella rio.

—La historia trata sobre un papá y el hijo. En momentos de la lectura me detenía y sonreía pensando: «vaya, esto me recuerda a mí y a papá». No es que los personajes se parezcan a nosotros, pero me sentí identificada con la complicidad que ellos compartían, ¿sabes? Son un par de hombres increíbles, tan… tan reales, con sus virtudes y defectos, y me encariñé con ellos, especialmente con el protagonista, creo que estoy un poco enamorada de él. Es una lástima que los hombres así solo existen en la ficción.

Siguió comiendo.

—Ahora tendré que aguantarte hablando del fulano, ¿no?

—Él se puso de pie y tomó su chaqueta de cuero del perchero—. ¿Y cómo terminó la historia?

—Su padre murió y… —Su voz se cortó, las lágrimas se asomaron de nuevo a sus ojos—. Nadie nunca me había transmitido sus sentimientos de esa manera tan intensa. Yo realmente sentí su dolor, me hizo trizas. Él me destrozó, pero me hizo entender muchas cosas importantes.

—¿Él? ¿El protagonista?

—¡No! Bueno, sí, pero me refiero al escritor del libro. —Se levantó y corrió a su habitación para traer el ejemplar. Señaló su nombre en la portada—. Se llama Zacharias Hawkins. Después de buscar a papá, voy a ir a la primera librería que encuentre a comprar una copia y a conseguir sus datos de contacto para expresarle todo mi agradecimiento y decirle que lo amo.

Elijah tomó el libro y lo dejó sobre la mesa de la cocina, le devolvió el plato para que siguiera comiendo.

—Ya estás enamorada de él, diablos. Ojalá alguien se enamorara de mí solo con ver mis fotos.

Se sentó de nuevo.

—¡No! Es solo una expresión. Es como decir que amo a J. K. Rowling, no es que la ame, me refiero a que admiro mucho su trabajo y quisiera lamer su cerebro.

—Sí, claro.

Le dio un ligero empujón a su hombro.

—Ni siquiera lo conozco, no me molestes.

Él le dio un beso en la frente.

—Buena suerte con papá, ¿okey? Todo saldrá bien.

—¿Puedes hacerme un favor?

—Claro, el que sea.

—¿Podrías prestarme tu auto?

Dejó caer el rostro y soltó un suspiro.

—El que sea menos ese.

—¡Vamos! ¡Por favor! Prometo cuidarlo.

—Sabes que lo segundo más importante para mí después de ti, es mi bebé, ¿verdad? No quiero que le hagas algo y tenga que acabar contigo, y me quede sin las dos cosas que más quiero en el mundo.

Ella rio.

—No le haré nada. Lo prometo, solo lo usaré para buscar

a papá y lo llevaré sano y salvo a la agencia.

Él asintió. Sabía que no se iba a negar si se trataba de eso. Caminó hacia la entrada, tomó las llaves de la pared y se las arrojó, ella las agarró en el aire.

—Por cierto, el nombre de ese escritor me resulta familiar

—dijo desde la entrada—, estoy seguro que lo conozco de alguna parte.

Ella inclinó el banco para verlo, casi pierde el equilibrio, se agarró de la mesa para no caer.

—¡¿Qué?!

Él ya se había ido.

S

La puerta se abrió y su madre apareció en el marco. Su cabello castaño estaba sujeto por una pañoleta al mejor estilo pin-up, vestía un overol color oliva que llegaba debajo de sus rodillas y estaba cubierto de tierra. Dejó caer la regadera que traía en la mano cuando la vio.

—Layla.

—Hola, mamá —dijo, tenía las manos metidas en los bolsillos. El corazón aleteaba dentro de su pecho.

Ella bajó los escalones de la entrada corriendo y la abrazó fuerte. La sombrilla quedó atrapada entre las dos.

—Volviste a casa —sollozó. Cuando se separaron, sus ojos cafés estaban humedecidos—. No sabes cuán feliz me hace verte acá.

Entonces Eleanor desvió la vista a su ropa, le había ensuciado el abrigo con la tierra que traía en su overol. Lo sacudió con la mano.

—Lo siento, estaba trabajando en el invernadero.

Tomó su mano para sostenerla. Eran las manos de una mujer que había trabajado toda la vida con ellas.

—A mí también me hace feliz estar aquí. Vine a buscar

a papá.

Ella entreabrió los labios, tardó unos segundos en contestar.

—¿En serio? —Se cubrió la boca con la mano libre—. No puedo creerlo.

—Sí, por fin reuní el valor —rio—, ¿él está aquí?

Torció el labio hacia abajo.

—No, ya se fue al periódico.

Soltó el aire que estaba conteniendo, la decepción y el alivio competían dentro de su pecho.

—Volveré en la noche, lo prometo. —Apretó su mano—. Voy a ir a buscarlo antes de que pierda el coraje.

Su madre la abrazó de nuevo.

—Espera, ¿viniste en el auto de Elijah?

Layla miró hacia el Chevrolet Bel Air que la esperaba bajo la lluvia junto a la acera.

—Sí, ¿puedes creerlo?

Ella se secó la lágrima del ojo y sonrió.

—Es un día de milagros.

S

—¿Cómo que no está? ¿Dónde está?

La mujer separó los ojos del computador unos segundos para darle una mirada disgustada. Layla quitó las manos del escritorio y se recordó que se había propuesto ser más amable a partir de ese día.

—Lo siento, es que lo estoy buscando con urgencia, ¿podrías decirme dónde está? Soy su hija.

La mujer dejó lo que estaba haciendo y apoyó los codos en la mesa para prestarle toda su atención.

—Así que tú debes ser Layla, ¿no?

¿Él hablaba de ella en el periódico?

—Sí.

—Verás, Vincent sale todo el tiempo. Seguramente debe estar en algún restaurante.

—¿Podrías averiguarlo? Es de suma importancia.

—¿Por qué no lo llamas?

Tragó saliva.

—No tengo su número.

Entrecerró los ojos.

—¿No tienes el número de tu papá?

Sabía que era difícil de creer, pero era cierto. La mujer se veía escéptica, como si dudara de que ella fuera en verdad su hija. Podía decirle la verdad, pero era algo muy personal para decírselo a una extraña, además, no sabía si ella era de fiar, ¿y si le contaba a todos en el periódico?

—Robaron mi teléfono —mintió—. No tengo el número de nadie.

Sacó su billetera del bolso, allí tenía una fotografía de los dos. Se la enseñó.

—Somos nosotros, mi hermano la tomó el día en que me dieron una beca en la Escuela...

—Internacional de Cocina —completó la mujer—. Tu papá lo dice todo el tiempo.

Se le encogió un poco el corazón al saber que su padre hablaba de ella.

—¿Puedes ayudarme?

La secretaria la miró en silencio.

—Puedo darte su número, claro.

Tomó una libreta y repasó las hojas hasta que encontró el número. Luego arrancó una hoja amarilla de un taco de papel y lo anotó allí. Ella no quería llamarlo, necesitaba ver su reacción, no le gustaba hacer cosas importantes por teléfono. Hubiera sido mejor decirle la verdad. La mujer le extendió el papel, ella miró su mano, reacia a recibirlo.

—Preferiría hablar con él personalmente. Quería darle una sorpresa, por eso vine hasta acá.

La mujer sacudió el papel para que lo tomara. Ella lo deslizó de sus dedos y lo observó. Allí estaba el teléfono y debajo decía «Le chevalier de fleur».

—Es el restaurante donde fue a desayunar.

Le dio una mirada de agradecimiento a la secretaria, incluso tuvo ganas de abrazarla.

—Qué gentil eres. —Tomó su sombrilla que escurría agua en el suelo y salió corriendo hacia la puerta—. ¡Adiós!

—Señorita Bramson —la llamó la mujer.

Se detuvo, sus mocasines se deslizaron por el piso de cerámica.

—¿Sí?

—Tu papá me habló de… ustedes. Él la necesita, créame.

—Lo sé. Yo también lo necesito.

S

Conducía feliz. Tenía los audífonos puestos, cantaba una canción que aparecía en Elixir y había comprado en la tienda de iTunes. Ya la había repetido tantas veces que se la sabía de memoria.

—Runnin’ down the avenue, see how the sun shines brightly in the city on the streets where once was pity, Mr. Blue Sky is living here today, hey hey —cantó.

Las calles de Vancouver estaban cubiertas de lluvia, pero en su corazón el cielo había vuelto a ser azul. Conocía ese restaurante, estaba segura de que él no lo había reseñado todavía. Lo sabía porque leía todas las reseñas que publicaba en el Canada Post y en su blog, era su forma de sentirlo cerca.

—And today is the day we’ve waited for.

Parqueó el auto junto a la acera, media calle arriba. Trotó hacia el restaurante, esquivó el rompetráfico que anunciaba el menú del día e ingresó al pequeño establecimiento. El calor y el pan recién horneado le dieron la bienvenida. Las personas a su alrededor lucían optimistas y amigables si tenía Mr. Blue Sky de fondo, casi como si fueran a levantarse en cualquier momento para bailar y cantar juntos. Era una lástima que eso solo pasara en las películas.

Escaneó uno a uno los rostros de los comensales. Un hombre de cejas pobladas que escuchaba con atención a una mujer que hablaba con la boca llena, una mujer que retocaba su labial mientras su amiga de gafas remendadas terminaba de comer,

un hombre con la quijada cuadrada con la vista perdida en el pasado, un joven encorvado que le sonreía a una mujer de rastas, una chica leyendo un libro que no era apropiado para su edad, un anciano que le ayudaba a su esposa a cortar su tocino, un joven que tenía los ojos clavados en el televisor mientras su acompañante hundía su vista en su plato de comida. Ninguno era su padre.

La canción terminó.

Una mesera se le acercó y le dio la bienvenida en francés, le preguntó si quería una mesa. Ella se negó y dijo que estaba buscando a Vincent Bramson.

—Monsieur Bramson acaba de irse —respondió.

Esta vez la desilusión le ganó al alivio.

—Merci —dijo en un hilo de voz—. Bonne chance! —añadió. La iba a necesitar si su reputación estaba en las manos de la reseña de su padre.

Salió del café y abrió de nuevo su sombrilla para cobijarse de la lluvia. ¿Dónde estaría su papá ahora? Tendría que llamarlo después de todo. El destino parecía burlarse de ella. Podía decirle a Elijah que lo llamara y le preguntara dónde estaba. Era una buena idea si ignoraba lo raro que sería para su papá recibir una llamada espontanea de él. No importaba, ya lo había dicho su mamá: era un día de milagros.

Había un hombre junto al auto de Elijah, dándole la espalda; estaba debajo de una sombrilla. Ella se detuvo un momento, su corazón se agitó por segunda vez en el día. Tenía el cabello negro desordenado, cubierto por una boina gris, vestía una chaqueta de gamuza de un gris más claro y pantalones azules de mezclilla que se doblaban al final por ser más largos que sus piernas, pero que a él le gustaba usarlos así. Caminó lentamente en su dirección, como si fuera un ciervo al que no quería espantar. Cuando estuvo a una distancia de un metro, levantó su voz.

—¿Papá?

Él se dio la vuelta de inmediato. Ahora tenía una barba candado, tal vez unas cuantas canas más y un par de arrugas nuevas, pero por lo demás, era el mismo. Ella se quitó sus audífonos, quedaron colgando de su bufanda. Vincent permaneció turbado unos segundos, mirándola como si fuera una aparición. Ella cerró su sombrilla y avanzó los últimos pasos hasta quedar cubierta por la sombrilla de su padre. Él ladeó la cabeza, acarició su cabello con el envés de su mano y escrudiñó su rostro.

—Estuviste llorando —comentó, preocupado.

—Anoche murió el padre de un amigo —respondió—, era un gran hombre.

No importaba que fueran personajes ficticios, lo que sentía por ellos era real.

—Lo siento.

Ella puso las manos en sus hombros.

—No, yo lo lamento. Estaba tan asustada de perderte… Creí que alejarme era la única forma de protegerte.

Él suspiró.

—No tienes forma de protegerme de mí mismo.

Miró sus ojos verdes que relucían.

—Lo sé. Solo que tengo miedo de lo que no puedo controlar.

—Todos lo tenemos, hay que vivir con ello, hija. Lo único que puedes hacer es escoger bien los ingredientes, confiar en la receta, ponerle el corazón y esperar que resulte lo mejor.

Ella lo abrazó y enterró la nariz en su hombro. Las lágrimas de felicidad corrieron por sus mejillas sin su permiso. Él sobó su espalda con la mano libre.

—¿Puedes perdonarme? —sollozó.

—Solo con una condición —respondió.

Levantó el rostro para mirarlo, se secó las lágrimas con las mangas de su abrigo.

—¿Cuál?

—Que me ayudes a preparar la cena.

Ella sonrió y agradeció en silencio al escritor que le había dado el valor de perdonarse.

En ese momento decidió que lo buscaría por cielo y tierra para darle las gracias y así lo hizo. Recorrió las librerías, pero ninguna tenía un ejemplar de Elixir, ni conocía el autor. Fue a la editorial a preguntar por él, pero no le dieron razón de su paradero. Lo buscó en internet, en el directorio telefónico y hasta en las lápidas del cementerio, pero él nunca apareció.

Era como si fuera un fantasma.


Él

(Seis años antes)

Necesitaba irse de allí.

Buceó entre las personas para encontrar a su madre. Cada tres pasos que avanzaba, alguien le daba su sentido pésame y decía lo mucho que apreciaba a su abuelo. Los saludos variaban muy poco entre sí, como si en la entrada hubieran repartido tarjetas con mensajes de condolencia. El más popular de todos era el que más detestaba: «Imagino lo que estás sintiendo».

No, no sabían lo que estaba sintiendo.

La cara rolliza de su hermana menor apareció entre la multitud.

—Zack, te estaba buscando. —Puso una mano sobre su hombro.

—Yo también, ¿dónde está mamá? Quiero despedirme.

Lo miró como si no creyera lo que acababa de escuchar.

—¿Qué es más importante para ti que esto? ¿A dónde tienes que ir?

A cualquier lugar donde pudiera derrumbarse a solas.

—Tengo migraña y no traje pastillas, necesito ir a una farmacia. Los ambientes de los cementerios me enferman. ¿Y quiénes son todas estas personas? No conozco ni la mitad.

—Quizás alguien filtró la información en el club de fans

—dijo, encogiendo sus hombros—. Está bien, vete. Yo vigilaré al tío Ethan.

—¿El tío Jack no estaba con él?

—Por eso mismo.

Ella los señaló. El tío Jack estaba recostado en un árbol fumando y el tío Ethan estaba bebiendo de una botella.

—¿Eso es Jack Daniels?

—Cuando se lo llevó, dijo que iba a presentarle a un tocayo suyo que lo ayudaría a lidiar con el duelo.

Negó con la cabeza.

—Tendremos que llevarlo en brazos a la casa.

—Sí, supongo. Te estaba buscando porque Janine está aquí, pero le diré que te fuiste.

Su corazón se saltó un latido al escuchar su nombre. Resistió la urgencia de ir a buscarla, si había una persona con la que no podía aparentar ser fuerte, era ella.

Acarició su cabeza y le dio un beso en la frente.

—Hazme ese favor, ¿quieres? Dile que vaya a la casa en la noche.

—Ella no se va a quedar tanto tiempo. Tomó un avión solo para venir aquí, mañana temprano tiene que estar de vuelta en Estados Unidos para presentar su tesis de grado.

Suspiró. Si había hecho todo ese viaje solo por un par de horas, sería un imbécil si no le daba siquiera unos minutos.

—¿Dónde está?

Hannah lo guio hasta que la cabeza castaña de su madre apareció entre las personas, Janine estaba tomando sus manos entre las suyas. Al principio, no la reconoció: su cabello había cambiado a rubio platino y estaba más largo que la última vez. Giró su rostro hacia ellos. Como sucedía siempre que lloraba, su cara estaba manchada de rojo por partes; los ojos cafés estaban irritados; la nariz, enrojecida y los labios, hinchados a su alrededor. Su corazón se encogió al ver en su rostro el reflejo de su propia tristeza.

Ella le susurró algo a Caryn y corrió hacia él. Permaneció estático, con las manos en los bolsillos. Ella se abalanzó a su pecho, enviando un brazo sobre su hombro y el otro por debajo de su axila; enterró las puntas de los dedos en su espalda, aferrándose con fuerza. Hundió el rostro en la curvatura de su cuello, él la rodeó con los brazos, apoyó el mentón en su cabeza y cerró los ojos para inhalar su olor. Menta, aire reciclado de avión y metrópoli.

Se abrazaron durante un minuto, consolándose mutuamente en silencio.

Ella le pidió permiso a Caryn para retirarse con él unos minutos. Caminaron hasta alejarse lo suficiente de las tumbas.

—No era necesario que vinieras, Jan.

—¿Estás bromeando? Tenía que despedirme del tío Thom. No lo vi venir, ¿sabes? Él se veía tan saludable a pesar de su edad. Mi abuelo me llamó para contarme, estaba destrozado. La noticia me aplastó, como si una ola gigante me enviara al fondo del mar en cuestión de segundos. ¿Qué clase de amiga sería si no hubiera venido?

—No he podido hablar con el tío Norman, ¿cómo lo está llevando?

—Tú sabes, eran como hermanos. El abuelo estaba feliz editando la recopilación de material inédito del tío Thom. Decían que era su última gran travesía, querían cerrar con broche de oro cuarenta años de trabajo en esa serie de libros. Ahora él tendrá que completarla solo. Planearon tantas cosas pensando que la vida les alcanzaría. Creo que todos pensábamos que Thomas Hawkins era inmortal.

—Yo lo ayudaré a terminarlo. No soy un escritor y menos un editor, pero soy quien mejor conoce la obra de mi abuelo después de él.

—Ambos lo haremos, ¿okey? Así nos consolaremos entre los tres, rindiéndole honor.

Él asintió. Se miraron a los ojos unos instantes; un nudo se le formó en la garganta. Necesitaba cambiar de tema urgente.

—Cuéntame de ti, ¿cómo va todo en Nueva York? —preguntó, un ligero temblor en su voz.

—No volviste a escribirme —respondió Janine.

—He estado ocupado.

—Tu abuelo terminó de escribir su autobiografía, trabajó en la recopilación y ayudó a tu mamá con todos los preparativos para montar la librería, y aun así se las arreglaba para mandarme una carta al mes.

—Él le pagaba a alguien para que escribiera sus cartas.

—¡Qué tonto eres! —Empujó levemente su hombro—. Te creería si no supiera que tu abuelo odia los escritores fantasmas. Vamos, ¿cuál es tu excusa?

—No tenía nada que contar sobre mí, al menos nada que no sepas.

—Me gustaría enterarme por ti y no por los demás.

—¿Cuál es la diferencia?

—Me gusta cómo cuentas las historias, son el alma de las fiestas.

—Bueno, es una lástima que en mi casa últimamente no hacemos fiestas, solo funerales.

Ella apretó los labios.

—Lo siento. —Suspiró—. Me duele la cabeza y estoy pasando por dos lutos consecutivos, eso me pone sarcástico.

Janine no respondió nada, en su lugar, abrió su bolso y sacó una botella de agua.

—Ábrela.

Acto seguido, sacó un sobre de pastillas nuevo de Fioricet1. Ella sacó una y le pidió que estirara la mano, depositó la pastilla en su palma y él la tomó.

—No sabía que sufrías de migraña.

—No —replicó Janine—. Las compré para ti. Estaba casi segura de que te daría migraña y, como te gusta hacerte el macho, no traerías pastas.

Ella metió el sobre a su bolsillo de la chaqueta.

—Gracias, Jan.

—¿Puedo saber por qué no me has escrito?

Desvió la mirada. Cuando algo se le metía a Janine, no había poder humano que se lo sacara.

—No lo sé, tal vez no quería que Tony se pusiera celoso.

—Tony no está celoso de ti.

—Olvidaba que Tony no es celoso y por eso están en una relación abierta.

—No estamos en una relación abierta. Sí, intercambiamos parejas en ese bar swinger. Admito que fue excitante, pero fue solo una vez y acordamos no volver a hacerlo.

—Excitante, me imagino.

—No seas mojigato, Zack.

—Lo siento por no querer protagonizar un episodio de Sexo en Nueva York.

—¡Yo tampoco! Lo que quiero decir es que Tony no está celoso de ti, no después de que le conté todo.

—¿Qué es todo?

—Que somos viejos amigos, que hicimos la escuela primaria juntos, pasábamos los veranos juntos, que nuestros abuelos trabajan juntos, que nuestras mamás son socias. Todo.

—Creo que tu versión de «todo» omite muchos detalles importantes.

—¿Qué detalles?

La noche despejada en la playa Jericó. Sus cuerpos desnudos nadando en el mar. Sus ojos brillantes fijos en los suyos.

—Como aquella vez que te hiciste pipi en tus pantalones y entré al baño de niñas para prestarte mi sudadera. Eso refuerza el mensaje de nuestra amistad.

Ella rio.

—No sé cómo no se me ocurrió antes. —Luego su rostro se agravó—. Había tenido novios antes, nunca me habías dejado de hablar por eso.

—Ya basta con el tema, Janine, ¿qué quieres que te diga? ¿Es necesario que me explique? Creo que resulta evidente.

—No es tan evidente para mí.

Retrocedió y metió las manos en sus bolsillos, apretó sus puños por la frustración.

—¿Pero por qué te interesa tanto? ¿Por qué simplemente no sigues tu vida y ya?

—¡Porque te extraño, Zacharias! —exclamó. Sus ojos fulguraban—. Extraño hablar contigo, extraño tenerte en mi vida.

—¡Tú extrañas algo que ya no existe, Janine! —respondió—. Ya no soy ese Zack que conocías. Ya no soy divertido, ni interesante, ni espontáneo. Ya no soy ese chico que quería viajar por el mundo, ni me interesan las cosas que solía amar. Todo lo que era se murió con mi papá.

Sus ojos cafés se cristalizaron y ella parpadeó rápido para alejar las lágrimas. Él puso las manos en sus caderas, desvió la vista hacia el horizonte, dio un largo suspiro y bajó su tono de voz.

—He intentado seguir mi vida sin él, pero ya nada puede ser como antes. Apenas estuvimos haciendo una misa de aniversario el mes pasado y ahora murió mi abuelo. Sé que te gustaría ayudarme con esto, pero no puedes, nadie puede. No quiero hacerte sentir impotente y tampoco sé cómo encajar en tu nueva vida. No tengo nada mejor que ofrecerte que Tony y tus nuevos amigos en Nueva York. Tú necesitas rodearte de personas que te hagan feliz.

—No me digas qué necesito, ¿escuchaste? No me importa si cambiaste, si eres alguien más. Si así fue, te conoceré de nuevo y estoy segura de que también te querré. Si te conociera en mil vidas, en todas volvería a quererte.

Si él mismo odiaba la persona en que se había convertido, ¿quién podría quererlo? Todas las personas que le habían dicho que estarían para él se habían alejado.

—Es fácil decirlo ahora, pero deja que pase un mes y ya me habrás olvidado, y esas palabras se irán a la basura.

Ella le dio una cachetada.

Su mejilla ardió al instante; ella había empleado toda su fuerza. Le había dado solo una cachetada en toda su vida y fue cuando tenían quince años, y él parecía estar teniendo un ataque de pánico. Permaneció en shock asimilando lo que acababa de pasar.

—No puedo creer que hayas dicho eso. Eres tan idiota a veces. Te quedas con la vista pérdida mirando hacia lo que ya no está y alejas a todo lo que todavía sigue aquí. Para que lo sepas, no voy a quedarme en Estados Unidos. En dos semanas voy a volver a Vancouver. Voy a estar aquí y te voy a sacar de tu maldito encierro así no te guste. Lo haré porque te quiero y porque así lo quería tu abuelo. Así que no me vengas con canalladas.

Escuchar eso fue como recibir otra cachetada. Tal vez si no se hubiera negado a buscarla o a saber de ella, se habría enterado. Acababa de acusarla de ser como los demás y ella iba a volver al país por él.

Idiota.

—¿A qué te refieres con que así lo quería mi abuelo?

—¿Pero por qué te interesa? ¿Por qué no sigues tu vida y ya? —replicó, con resentimiento en su voz.

Dio un largo suspiro, avanzó hacia Janine y la tomó por los hombros.

—Lo siento. No quería ofenderte. No sé lo que digo, yo...

Otro nudo se formó en su garganta, así que prefirió guardar silencio.

Ella asintió, sacó una libreta morada mediana de su bolso, tomó un papel que había dentro y se lo dio. Él lo abrió. Sintió una opresión en el pecho cuando reconoció la caligrafía.

Era la letra de su abuelo.

Janine apuntó hacia unos párrafos al final del papel.

—Quiero que leas esto.

—¿Segura? —dijo, intentando lucir desinteresado—. Se supone que las correspondencias son privadas, ¿no?

—Sí, claro, por eso nadie ha leído las cartas de Lovecraft, ni de Kafka. Vamos, léela.

Hemos estado atareados con la librería. Es un alivio que tu mamá está al tanto de todo para ayudarnos. Ha sido una guía esplendida. Caryn ha recuperado un poco el semblante y se mantiene ocupada con los encargos. Hannah no permanece en casa, ahora se la pasa con un grupo de chicos callejeros, se ha vuelto una adolescente rebelde. Supongo que es su forma de lidiar con el duelo.

Aun así, no me preocupa tanto como Zack, no lo reconocerías. Parece que hubiera perdido toda su vivacidad, ni siquiera su grado lo hizo feliz. La sonrisa nunca le sube a los ojos. Me gustaría que estuvieras aquí a ver si lo haces sonreír de verdad. Le he dicho que te llame, pero se niega a hacerlo. Somos tan tontos los hombres.

Pero no todo respecto a él son malas noticias, el otro día lo vi escribiendo. Le pregunté que era y dijo que nada importante. Pero cuando se fue a prepararse una taza de chocolate, espié el papel (no me juzgues), y adivina qué, ¡era una historia! Solo alcancé a leer las primeras líneas y el título.

No sabes cuán feliz me siento, supongo que me lo dirá a su debido tiempo. No sé de qué se trata, pero sé que será magnifica. Él siempre dice que nunca escribirá una novela completa, y que mucho menos será escritor, pero yo estoy seguro de que, si lo hiciera, sería incluso mucho mejor que yo. Lo supe desde que tenía diez años y leí su primer cuento.

Así que, ahora que has decidido que volverás a Vancouver a ser una editora de éxito, déjame decirte cuál será uno de tus próximos proyectos: Elixir de Zacharias Hawkins.

Su pecho tembló como una hoja. La puerta que estaba bloqueando todo su dolor fue arrancada de los goznes y sus sentimientos salieron disparados a borbotones. Las lágrimas diluyeron las letras y tuvo que devolverle la carta a Janine. Su cuerpo se inclinó hacia adelante, incapaz de soportar el peso de su pena. La realidad abrumadora de que su abuelo ya no estaba en este mundo cayó sobre él.

Janine le quitó los lentes, pasó los dedos por su cabello, guiando su cabeza hacia su hombro. Él no se opuso, a pesar de que se sentía desnudo como árbol en el otoño.

—Quería decírselo, quería... sor-sorprenderlo, pe-pero estaba esperando. —Pausó para calmarse un poco—. Estaba esperado ter-terminar el primer capítulo. —Levantó la cabeza y la miró directo a los ojos—. Ahora nunca lo leerá. Ahora nun-nunca me dirá si es una buena historia o no. ¿Por qué tuve que esperar tanto? ¿Por-por qué siempre pienso tanto para hacer las cosas?

Ella negó con la cabeza.

—Él se fue sabiendo que tú ibas a escribir una novela. Ahora solo te queda escribirla y cumplir su deseo. Yo la editaré y buscaremos una editorial que la publique. Tu abuelo y tu papá, donde estén, estarán muy orgullosos de ti, ¿okey? Mi mamá me contó que en la librería tienen un estante para los libros de la familia. Vamos a poner tu libro ahí, ¿está bien?

—Lo haces sonar tan fácil, no soy un novelista.

—Tu abuelo lo dice aquí —dijo levantando la carta—, llevas escribiendo once años. Además, eres un lector ávido, has leído novelas en todos los idiomas que existen. Tienes suficiente experiencia para hacer tu propia historia.

—Solo he leído novelas en cuatro idiomas, mi alemán todavía es muy básico, he leído únicamente cuentos.

Ella rio y rodó los ojos.

—Me encanta tu falsa modestia.

Pasaron juntos el resto del día. Ayudaron al tío Ethan a llegar a casa, los abuelos de Janine invitaron a su familia a almorzar y todos contaron historias sobre su abuelo. Caminaron juntos por la playa Jericó y ella le recitó la presentación de su tesis. Él le contó de su vida en el último año y de qué trataría Elixir. La llevó al aeropuerto y se despidieron con un cálido abrazo.

Cuando llegó a la casa, su madre estaba en el comedor, rezando el rosario. Al verlo entrar, se interrumpió para preguntarle cómo le había ido.

—Janine va a volver a Vancouver.

Ella asintió.

—Eso me dijo. ¿Y cómo te sientes al respecto?

—No lo sé, tal vez cuando vuelva y esté lejos de esa vida salvaje de Nueva York, podremos seguir donde nos quedamos.

Ella clavó la vista en los cuencos de su rosario.

—Es lo que me temía.

—¿Qué?

—Que tú sigas con esa idea de que Janine va a ser el amor de tu vida.

—Pero tú la conoces y sabes lo que siento por ella.

—Sí, la conozco desde que era una bebé. Le guardo cariño a Janine y lo sabes. Creo que es una amiga fantástica, pero no es material de novia.

—Yo sé que podría comprometerse si ella estuviera con alguien que realmente ame.

—Zack, tú crees que Nueva York cambió a Janine, pero no fue así. Nueva York solo reveló lo que ella es en realidad.

—Caryn se levantó y se dirigió a las escaleras—. Piensa en eso, buenas noches.

Odiaba cuando su madre daba esas sentencias. Lo odiaba porque siempre resultaba teniendo razón.

—Buenas noches, mamá. Descansa.

Bajó a la librería y encendió la luz. Observó el estante principal, ocupado por las obras de su abuelo. Tomó una escalerita para alcanzar lo más alto, reacomodó los libros, corriéndolos hacia los lados.

Abrió espacio suficiente para poner un nuevo libro.

Su libro.

1 Medicamento usado para tratar el dolor de cabeza causado por el estrés.

Sincronía

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