Читать книгу Sincronía - Paula Velásquez "Escalofriada" - Страница 12
ОглавлениеElla tenía los ojos chocolate.
Él tenía la piel canela
Ella
(Dos años y cuatro meses antes)
—No te pareces nada a como te imaginé.
Layla lo miró con detenimiento.
—¿A qué se refiere?
¿Había dicho eso en voz alta? Qué buena forma de empezar una reunión.
—Yo... Me refiero a que no te pareces a tu padre.
Eso no sonó mejor.
Ella levantó su mano derecha y con el dedo índice y pulgar de la izquierda pellizcó el dedo corazón y retiró el guante azul petróleo que la cubría. Era el mismo azul de sus mocasines y de las rayas de su blusa.
—Soy adoptada.
Se removió incómodo en su asiento. Había intentado arreglar un comentario maleducado con otro peor y había pagado las consecuencias.
—Lo siento, no sabía...
Una sonrisa se desplegó lentamente en sus labios rosados. Había una ligera separación entre sus dos dientes superiores frontales.
—Solo bromeaba. La próxima vez que vea a mi padre, Sr. Hardy, fíjese en su nariz y verá que la tenemos igual de delgada.
—Llámame Dawson, por favor.
Sonrió. No se lo había tomado a mal, era un alivio. Ella abrió su maletín rojo —que parecía más una maleta de viaje— para buscar algo en su interior. Estaba lleno de utensilios de estilismo. Sacó una libreta y un bolígrafo. Lo observó expectante; sus ojos enmarcados por delineador azul, ojeras y unas cejas delgadas del color del chocolate caliente que se servía en invierno.
Debía concentrarse.
—Pensaba que tu hermano nos acompañaría —dijo, para entrar en calor.
—No pudo venir, tenía una sesión de fotos importante a la que no podía faltar. Puede contarme todos los detalles de su proyecto y yo lo pondré al día.
Asintió.
—Está bien. Dime qué sabes acerca de la revista Flavours.
—Bueno, soy suscriptora hace cinco años. Es una de las mejores revistas de comida del país.
—Sí, de hecho, tenemos el segundo lugar. Después de Food & Wine de Toronto. ¿La lees?
—Sí, también.
—Este mes hemos decidido invertir en impresiones en gran formato para hacer publicidad masiva. Aún no te puedo dar los detalles, pero la idea es hacer algo grande para aumentar las ventas.
—Suena excelente.
—Ahora, cuando hablamos de Flavours no hablamos solo de comida, estamos hablando de experiencias, de cultura. Los mejores recuerdos se hacen alrededor de una mesa, ¿verdad? Tenemos columnistas en las mayores capitales culinarias del mundo. En Tokio, Singapur, New Orleans, Lima, Budapest, San Sebastián, Lyon, Sao Paulo... Como nuestro lema dice: «Del mundo a su mesa». Nos interesa saber qué están comiendo, cómo y dónde. Hablamos de festivales de comida, tendencias, novedades, todo lo que está pasando en el mundo culinario.
—He visto bastantes artículos sobre nuestra comida también.
—Por supuesto, también nos interesan las novedades de
Canadá. Por eso tenemos la sección de recetas o restaurantes nuevos que merecen nuestra atención. Pero no nos limitamos por filosofías nacionalistas, también nos interesa saber del nuevo restaurante danés que inauguraron y que es increíble. ¿Por qué negarles la oportunidad a los extranjeros? La comida es un lenguaje universal que ayuda a las personas a entenderse mejor que las mismas palabras.
—Eso es...
El timbre del teléfono la interrumpió. Él contestó usando el altavoz.
—¿Sí, Rachel?
—Sr. Hardy, Reneé está en la otra línea y desea saber si va a desayunar abajo o si le sube el desayuno.
Ella estaba tomando notas en su libreta.
—Dame un momento. —Oprimió el botón de espera—. Discúlpame, esta mañana estuve trabajando desde las cuatro y cuando me di cuenta, tenía el tiempo justo para llegar a la oficina, no he desayunado. ¿Te puedo invitar a desayunar? Si ya desayunaste, no te preocupes, puedo posponerlo.
—Oh, no, yo tampoco he desayunado —dijo—, pero no es necesario que me invite, pagaré mi propio desayuno.
—Es una cuestión de etiqueta de los negocios, Layla. Aquel que va a hacerte una propuesta de trabajo siempre paga todo. Ya después puedes invitarme a un desayuno informal si quieres.
Ella no insistió.
En quince minutos, el escritorio rectangular color caoba de su oficina cambió por una mesa redonda de cerezo de un pequeño restaurante. Su macbook fue reemplazado por un plato con tocino peameal 1, huevos, tostadas y una rodaja de limón. En lugar de un vaso plástico de café, había dos vasos de vidrio con jugo de naranja y zanahoria. Sus anotaciones pasaron a ser servilletas y el lugar del portalápices lo ocupaba un recipiente con los cubiertos. La libreta de Layla había vuelto al maletín y ahora un plato con huevos benedictinos era en lo que concentraba su atención para evadir su mirada.
—Nuestros subscriptores oscilan entre aquella mujer apasionada de la cocina que está buscando algo nuevo que probar en su hogar —continuó explicándole— hasta aquel chef profesional que quiere conocer las novedades de la competencia.
Cortó un trozo de tocino peameal y lo masticó. Admiró los perfectos modales de Layla en la mesa. Ella apenas si lo miraba. Un flequillo irregular cubría su frente y el cabello castaño estaba sujeto en lo alto en una cola de caballo, con las puntas rubias cayendo sobre su hombro.
—Una necesidad básica se ha convertido en todo un arte y debemos tratarlo como tal. El arte culinario es altamente visual. La comida ofrece combinaciones infinitas de colores, texturas, formas y tamaños. Si hay alguna tendencia nueva en cuanto a la presentación de platos, la usaremos en nuestras fotos. Los chefs buscan inspiración en Flavours. Por eso las fotografías son tan importantes.
Pequeños lunares cubrían sus mejillas, candongas colgaban de sus orejas y sus pestañas eran apenas notorias. Vestía un overol gris gastado, pero impecable. No tenía un pecho prominente, pero había observado su trasero al salir del ascensor, y no estaba nada mal.
—Hemos alcanzado un nivel estético único gracias al trabajo en conjunto con Royce Stoddard y necesitaba encontrar a
alguien que equiparara ese nivel. Entonces recordé que tu padre me dijo que tenía una increíble estilista de comida y un fotógrafo como hijos, así que llamé a Caleidoscope para pedir su portafolio y vi su trabajo. Quedé impresionado. Las composiciones son excelentes, el manejo y la combinación de las texturas generan imágenes interesantes y me gusta cómo se arriesgan con perspectivas poco usuales. Hay un trecho entre su trabajo y el de Royce, por supuesto. Pero sé que con su talento y mi visión podemos lograrlo.
—Será un reto, pero pondremos todo el empeño para conseguirlo.
—Podría contratar a algún estilista más experimentado como Marilyn Turner o Donna Melton, pero, así como Debra Laforge me dio una oportunidad a mí para que fuera el jefe de redacción de su revista a pesar que solo tengo veintinueve años, yo quiero dársela a ustedes.
—Le agradezco mucho por la oportunidad, estamos muy felices de trabajar con su revista —dijo con una sincera sonrisa.
—Eso es todo. Ahora es tu turno de hablarme sobre ti.
—Amm... Yo... —Tomó un sorbo de jugo—. Me pregunto qué vamos a fotografiar.
Rio.
—Por supuesto, olvidé lo básico. Son aves, hablaremos de los tipos de cocción. Cuando volvamos a la oficina te daré las recetas que debes recrear para que te prepares. Royce hizo la mitad de las fotos, pero estuvo en el hospital y lo incapacitaron, así que no pudo terminar las fotos del mes. En cada artículo aparecerá Elijah como el fotógrafo y tú aparecerás en la lista general de créditos junto a Royce.
—Suena genial.
No añadió nada más, siguió comiendo en silencio. Tal vez pedirle que le contara sobre ella era muy general, así que optó por preguntarle algo específico. Algo que la animara a hablar.
—Tu padre me contó que trabajaste en el Gaia’s Restaurant, ¿cómo fue esa experiencia?
Ella se detuvo por unos instantes, con la vista fija en su plato. Miró hacia el techo y sonrió.
—¿Conoces esa canción?
El asintió. En los pequeños parlantes sonaba Take the “A” Train, un jazz estándar.
Layla trazó la melodía en el aire con los dedos índice y cerró los ojos embelesada unos segundos.
—Amo esa canción. La letra en esa versión la compuso Joya Sherrill. Inventó la letra mientras sonaba la melodía en la radio. Algunas canciones tienen melodías preciosas, pero letras tan equivocadas. Aprendí cómo quitarles las voces a las canciones usando un programa. A veces me gusta hacer lo mismo que Joya. Me gusta inventarles letras a las canciones mientras las escucho.
—¿Y qué programa utilizas? A mí también me gustaría quitarles la letra a unas cuantas.
Así la conversación tomó otro rumbo.
En la noche, cuando Dawson repasó en su mente la charla con Layla, llegó a la conclusión que aquel comentario sobre las canciones era lo único que ella le había dicho sobre sí misma. Le habló de comida, de fotografía, de saxofones, del periódico donde publicaba las críticas su padre y de bicicletas. Pero no le contó ninguna anécdota personal, no mencionó ningún rasgo de su personalidad, ni describió su vida.
Tampoco dejó que pagara su desayuno; le extendió el dinero a la cajera antes que el siquiera sacara la billetera.
Sí, no se parecía nada a cómo la había imaginado.
Él
(Dos años antes)
Cuando Maggie levantó la vista de su libro, vio un hombre joven mirándola fijamente.
Él recorrió con la vista los asientos vacíos alrededor y luego se fijó en la silla vacía a su lado. Aparentaba unos veinticinco años. Tenía la espalda ancha y las caderas estrechas. Vestía unos vaqueros desgastados que quizás en algún punto fueron negros, pero ahora era difícil saber; zapatillas Converse negras con la suela y los cordones bastante blancos, y chaqueta azul con una capota que llevaba puesta.
Algo nuevo, algo usado y algo azul. Seguro iba a casarse.
Volvió su atención hacia su libro. Vio por el rabillo del ojo que él caminaba por todo el pasillo del bus y se detenía junto a su asiento. Podía sentirlo a su lado, pero no pronunciaba palabra. Levantó el rostro para mirarlo, de hecho, tuvo que inclinar la cabeza bastante para observar su expresión. Él señaló con el mentón al asiento vacío junto a la ventana. Había decenas de asientos vacíos junto a la ventana, ¿por qué quería justo ese? Él esbozó una sonrisa; no podía ver sus ojos por el reflejo de la luz del sol en sus gafas. Se giró de medio lado y le dio paso. Cuando terminara de ahorrar para comprarse su auto, no tendría que pasar por extraños momentos como ese.
Volvió a su libro.
«Cada vez que se acercaba al cadáver, las formas se tornaban más familiares. Aquellas formas que había memorizado noche tras noche en la intimidad de la luz de la vela».
Una risa a su lado interrumpió la creciente angustia que surgió en su pecho al leer esas líneas. Le dio una ojeada; él miraba hacia la ventana y lucía como si estuviera intentando suprimir la risa. Ya se había bajado la capota, tenía el cabello negro peinado hacia atrás y a un lado, pero un mechón rebelde caía sobre su frente; el cabello en la base de la nuca era bastante corto. Tenía los indicios de una barba, como si no se hubiera afeitado en tres días.
«Las extremidades del cuerpo estaban dispuestas en ángulos absurdos haciendo más grotesca la escena».
Otra risa. Ella suspiró.
—¿Crees en el destino? —dijo el hombre.
Frunció el ceño.
—¿Qué?
—Que si crees que somos las piezas en algún juego de mesa universal, que todo ocurre por una razón.
Ella se quedó mirándolo perpleja unos segundos. Un rayo de luz atravesó las gafas del joven; sus ojos eran de color avellana. Amaba ese color de ojos y le gustaba cómo combinaban con esa piel canela.
—No lo sé, ¿a qué viene esa pregunta?
—A que el destino me ha traído a ti. Estás leyendo un libro que yo... leí, y te daré un consejo que me agradecerás. Léelo hasta la página 254, ese es el verdadero final. Si lees después de eso, te arrepentirás. El sentido real de toda la historia se perderá.
Revisó el número de la página.
—¿Cómo puede una historia quedar concluida diez páginas antes del final? ¿No quedaría faltando algo?
Él se lamió los labios resecos.
—No, tal vez él hizo el perfecto final de la historia, pero la editorial quería algo más comercial, y aun así no removieron el final original para generar tensión. Una pena.
—Ella.
—¿Qué?
—Lo escribió una mujer. —Le mostró la cubierta del libro—. Nina Lemonov.
Él cerró los ojos, arrugando su larga nariz; sacudió la cabeza.
—Sí, es verdad, ella. Ella es la autora, claro.
Él tamborileó los dedos sobre las rodillas. Eran delgados, tenía un callo en el dedo corazón de la mano derecha.
Arqueó una ceja.
—Entonces, según tú, ¿ella no quería ese final?
—No, claro que no. Ella tenía que haber defendido su idea, pero tenía miedo de no ser publicada.
—Lo dices como si hubieras estado allí.
Él se rio de buena gana, un par de líneas se dibujaron a lado y lado de su boca.
—Es como si hubiera estado, sí, convenciéndola de que no se cuestionara el final, de que la obra ya estaba concluida —dijo, lleno de convicción.
—En serio detestas ese final, ¿no?, para venir aquí a hablarle a una extraña solo para decirle eso.
—Como no te imaginas, es una de las pocas desventajas de mi trabajo.
Quiso preguntarle a qué se refería, cómo se llamaba, de donde sacaba tantas teorías, pero había llegado a su parada.
—Tendré en cuenta tu consejo, adiós.
Se bajó del bus.
Tres días después, cuando llegó a la página 254, cerró el libro.
Dos días después lo abrió y leyó lo demás.
Un día después se arrepintió.
1 Tipo de jamón hecho de lomo de cerdo sin hueso magro enrollado en harina de maíz.