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LA LOCA DEL RÍO MIRA HACIA LA IGLESIA EN LO ALTO DE la sierra, que le abre los caminos de la memoria. Parece que ya estuve aquí. Pero,

¿cuándo? ¿En qué circunstancias? En esta iglesia yo entré, yo recé, en algún momento de mi infancia. ¿Qué lugar es este?

Años de memorias confluyen en su mente. En pequeños pedazos, como gotas de agua formando un río. Las imágenes oscurecidas por el tiempo se revelan una a una, recortadas y confundidas como las piezas de un puzzle. Como si un arqueólogo de memorias excavara fotografías antiguas. Siento que ya estuve aquí, pero,

¿cuándo?

Mira hacia el paisaje con más atención. La cordillera. La cabeza del monte alto cubierta con el sombrero de nubes. Un manantial, un río, creciendo hacia lo desconocido. Ya escalé aquel monte.

¿Qué buscaba yo?

De repente se acuerda de José, su padre, hablando de la vida en los montes. Y recuerda que partió hacia el gran viaje, había recorrido todo el perímetro de la tierra y había regresado al punto de partida. Todo comenzó la mañana en que salió de casa con los tres pequeños cargados. Hace muchos años. Y parece que todo sucedió ayer, como si la pesadilla de veinticinco años de peregrinación no pasara de pesadilla de veinticinco horas. En los cuentos de hadas la bella durmiente durmió cien años que no pasan de cien segundos.

El tiempo corrió, sí. Cuando partió, no tenía callos en los pies. Ni cabellos blancos. Ni imágenes tenebrosas en los archivos de la memoria. Cuando partió no conocía tantos caminos ni paisajes ni personas. No conocía todavía los terrores de la vida. El tiempo pasó, sí.

¿Cómo es que todo comenzó? ¿Comenzó o terminó? En la vida nada es principio, nada es fin. Todo es continuidad. Pero todo comenzó el día en que el padre negro partió para no regresar más. Todo comenzó cuando el padre blanco amó a su madre. Todo comenzó cuando nació su hermana mulata. Todo comenzó cuando su madre vendió su virginidad para mejorar el negocio de pan. Todo comenzó con una relación que involucraba sexo y amargura. Hijos y fuga. Adormecimiento y ausencia. Escalamiento de una montaña. Soldados blancos en defensa del imperio de Portugal. Dinero y virginidad. Magia. Fortuna.

Se acuerda de todo, de la tierra y del mundo. Donde la cultura dicta normas sobre hombres y mujeres. Donde el dinero vale más que la vida. Donde el mulato vale más que el negro y el blanco vale más que todos ellos. Donde el color y el sexo determinan el estatuto de un ser humano. Donde el amor es abstracción poética y la vida se teje con mallas de odio.

La imagen del marido es la fórmula de la amargura, no quiere recordarla. La madre es la fórmula de la traición, no quiere revivirla. La familia era una constelación de negros, blancos, mulatos entremezclados, basada en jerarquías y falsas grandezas. Por eso huyó de todo y aprendió los secretos de la soledad. La brisa sonriendo. Conversar con el viento y besar las estrellas.


Se siente atraída por aquel lugar y decide quedarse allí para reposar del cansancio de todas las caminatas. Sin saber que en aquel momento escribía el prefacio para la nueva vida.

Mira hacia el mundo de encima. Las casas ricas de la pequeña ciudad, las casuchas. El humo de las cocinas subiendo en espirales en el aire, como hongos gigantes, pilastras que sostienen el techo del cielo. Colinas. Árboles vaporosos que se disuelven en el espacio. Está presente y ausente. Mirada de seducción de gata brava que mata ratones en la noche cerrada. Absorbe todos los aromas de la naturaleza. El olor del río. De las aguas detenidas de los charcos. De la frescura de las algas y de las piedras. Olor de las flores de nenúfar. Olor de la verdura fresca de los arrozales.

La mujer del régulo busca la frescura del atardecer en las callejuelas de la villa. Tal vez venga a buscar la soledad y la inspiración traídas por la brisa de la tarde. Acaso a contemplar la puesta del Sol. Encuentra a Maria, flotando en la margen del río, completamente desnuda. Una onda magnética se abate sobre las dos mujeres. ¿Qué palabras pueden traer de vuelta a una loca en la más profunda ausencia? ¿Qué utilidad puede tener su presencia ante un caso perdido?

—Hola, Maria. La tarde está caliente, ¿verdad?

—Sí.

—Dime una cosa, Maria, ¿qué fue lo que te hicieron para que andes así, moviéndote sin ruido por las calles, sin rumbo, sin nombre, sin techo? ¿Qué haces por los caminos, prendida al suelo como una babosa, vegetando, despertando sentimientos de piedad, repulsa, infamia, de asco y de rabia ante tu imagen desnuda?

¿Qué destino es el tuyo, que alimenta indignaciones, tiranías, llevando palazos y pedradas de cualquier persona, compitiendo por pedazos de alimento con perros, ratones, gatos, en las latas de cualquier esquina? ¿Qué vida es la tuya, que se alarga sucesivamente en una lucha permanente contra las tinieblas, contra las fieras animales y humanas, contra los reptiles traicioneros de los caminos? Dime, Maria, ¿de dónde vienes? ¿Qué comes? ¿Quién te mata?, ¿quién te tortura?

Gotas de luz se encienden tímidas en el rostro de Maria. La voz de la mujer del régulo es el remedio dulce que lava las heridas de la soledad. Respondió a todas las preguntas con una sonrisa.

—¿Dónde duermes, Maria?

—¿Yo?

Ella debe de dormir al relente, en el abandono total de los desposeídos de tierra. Debe de tener la mente poblada de dragones, dinosaurios, paisajes pavorosos. Debe de sufrir pesadillas terribles que la destruyen y acaban por transformarse en esto. Últimamente han aparecido muchos dementes desfilando en la villa. Abandonados en la tranquilidad del día. En el entumecimiento de los sonidos y de las músicas a la orilla de los mercados. Les gusta frecuentar lugares públicos, caminando solos entre la multitud. Las sociedades modernas producen cada vez más locos y marginales como productos de lujo. Las familias acomodadas prefieren, cada día más, ofrecer una muñeca de peluche al hijo y no un hermano de verdad. Prefieren tener en casa perros y gatos como compañeros de soledad. Porque el gato y el perro no protestan. Y prefieren apartar cada vez más a los humanos hacia la locura y la marginalidad.

—Dime, Maria. ¿Dónde reposas el cuerpo cuando el sol duerme? ¿Comiste algo hoy, Mariita? ¿No quieres venir conmigo para una merienda?

—No tengo hambre ninguna —responde la loca con voz distante.

La mujer del régulo lee el perfil de Maria. Parece una mujer con dignidad. Con buenos hábitos. De buena cuna. Ella baja los ojos cuando habla, timidez típica de las mujeres educadas. Habla bajo. Y habla buen portugués. Parece venir de las aldeas. Del interior, los tatuajes en el cuerpo son cosa del campo. Del interior ella no viene, pueden creerlo. Debe de venir de la ciudad. De la gran ciudad. Es muy aseada, no come en la mano. Pide limosna. Pide pan con quesito. Con mantequillita. Tiene el paladar fino de las personas de la ciudad. Cuando tiene hambre abandona las márgenes del río y va hasta las calles de la villa a pedir, a mendigar la supervivencia. Educadamente. Arrodillándose para recibir la limosna de los hombres. Baja la cabeza en una venia para recibir la limosna de las mujeres. Y lanza miradas de ternura a los niños de pecho. ¿Dónde estará su tierra? Nadie conoce el vientre que la parió. Ni las manos firmes que la elevaron al cielo en la ceremonia de la luna.7 Nadie, a no ser el viento solitario que susurra en la brisa.

—Vamos a conversar, Maria. Háblame de ti, de los tuyos. Dime todo que te apetezca, que estoy aquí para oírte. ¿Tienes familia?

La confusión de razas en su mente de niño, debajo del mismo techo, en una mezcla difícil de mezclar, como leche y limón en la misma taza.

—¿Y por qué es que estás aquí? ¿Dónde está tu familia? ¿Cómo es que te separaste de ellos hasta llegar aquí?

—El día en que el padre negro partió, mi madre no lloró. Se emborrachó. El día en que mi padre blanco partió, la madre lloró y se desmayó.

—¿Y cómo era tu madre?

—Muy bonita. Amaba a los blancos. Ella quería ser blanca. En la referencia a la madre, un indicio de odio y de traición. La mujer del régulo trata de dibujar imágenes de la madre de

la loca. No hay gente buena en este mundo. Ni mala. La vida es un permanente riesgo en busca de oportunidad. El asesino pensó que era mejor matar. El ladrón pensó que era bueno robar. La madre de Maria pensó que era bueno lanzarla al abismo. ¿De quién es la verdad?

La mujer del régulo la mira. Ella es un alga. Medusa. Flor de nenúfar. Sus ojos parecen luna que se muestra, que se esconde, que va y vuelve. Ella sufre de la enfermedad de la luna. La luna estaba dentro de ella. La luna es ella misma. La luz de sus ojos se expande en las curvas de las colinas. En el camino de los pájaros que vuelan cruzando espacios en el cielo. Su domicilio es el infinito nublado y coloreado. Parece un estandarte del barco de vela triunfando sobre las aguas. Su real enfermedad parece ser la ansiedad extrema. Quiera Dios que ella encuentre en el mundo todo lo que busca, para que su alma se sosiegue.

—Tienes lindos tatuajes en el vientre. ¿Puedo verlos? ¿Quién los hizo?

La vieja arqueó las cejas mirando hacia el vientre de Maria con interés redoblado.

Los tatuajes bellos, geométricos, parecían una telaraña, malla, cinto de encaje bordado a mano, cubriendo apenas el vientre. Analiza los relieves. Los salientes. Concavidades. Descifra el mensaje de cada símbolo y reconoce los orígenes de Maria. Son tatuajes lómwè.8 Ella es oriunda de las montañas, y por aquellas venas corre la sangre sagrada de las piedras. Era la hija de la tierra, regresando del gran viaje, llamada por los espíritus. Para curarse en las aguas del Licungo o para escalar el monte del reposo eterno.

Los tatuajes remontan al tiempo del esclavismo, la vieja lo sabe. Los pueblos africanos tuvieron que estampar los cuerpos con marcas de identidad. Cada tatuaje es único. Es marca de nacimiento. En el cuerpo, dibujándose, el mapa de la tierra. De la aldea. Del linaje. En cada trazo un mensaje. Árbol genealógico. El tatuaje ayudó a la reunificación de los miembros de la familia, en São Tomé. En América. En el Caribe. En las islas Comores, en Madagascar, en las Mauricio y otros lugares del mundo. Cambiaron los tiempos, los africanos ya no necesitan tatuajes, terminó el tiempo de la esclavitud.

La mujer del régulo sabía ahora el origen de Maria. Pero nada podía hacer para ayudarla. La vieja señora concretiza la ilusión de la existencia al ver la corrosión y la muerte del edificio tenido por perenne. Las familias estaban destruidas, estaban dispersas, a causa de las guerras, de las migraciones. En los nuevos tiempos la sociedad se autocorroía en nombre de una modernidad que arrastra centenares de semejantes a la marginalidad y la locura. El mundo adoptó nuevos desafíos y combate nuevos enemigos.

Mira de nuevo hacia el rostro de Maria. Viste una sonrisa virginal, fulgurante. De mirada fija en la luna o en algún lugar. La vieja señora le extiende la mano. Para abrazarla y darle algún cariño. Pero Maria se esquiva.

—Maria, dime el nombre de por lo menos uno de tus antepasados.

—No me acuerdo.

—¿De dónde viniste?

—De lejos.

—¿Qué buscas tú?

—Los hijos que perdí.

La mujer del régulo busca dentro de sí una palabra, una respuesta. Conoció muchas historias, pero ninguna igual a aquella. Maria debe de haber sido casada y repudiada. Por esterilidad. La obsesiva idea de la mujer madre aparta a la mujer estéril de la categoría humana.

Las locas crean fantasías y proyectan en el espacio historias inverosímiles. ¿Puede una madre recordar el rostro de los hijos perdidos hace más de veinte años? ¿Cuánto tiempo dura una memoria? ¿Pueden los pies humanos recorrer el perímetro del mundo? ¿Cuántos pasos se recorren, en más de veinte años? Perder un hijo es un dolor que mata. Perder tres es algo que sepulta en lo más profundo de los infiernos. No, esta historia no puede ser verdadera. ¿Será que reside en la fantasía de ella?

—Ah, Maria, brava mujer, que camina sola y enfrenta cualquier peligro en busca del tesoro perdido en el tiempo. Niña que manos malvadas lanzaron al desierto. Las mujeres del mundo entero se enorgullecerán de tu heroísmo.

—¿Le parece?

—¡Claro! Ahora, Maria, ponte tu ropa, aquí las noches son frías. Estás en las montañas, muy cerca de Dios. Tienes que vestirte.

La mujer del régulo da la razón a Maria. En Zambézia todavía hay gente que no conoce algodón ni seda. Ni artificios. Adultos en tangas y niños de trasero al aire. La mujer del régulo se acuerda de las ropas de las esposas de los antiguos administradores. Sayas anchas de mil faralaes, en el intenso calor de los trópicos. Y consideraban inmoralidad la desnudez y la libertad de las personas de la tierra. Los tiempos cambiaron mucho. Hasta los sacerdotes aprendieron de los negros a dar desnudos una zambullida en la orilla del mar. Las mujeres blancas aprendieron de las negras a andar en tangas, las que llaman minifaldas, estrechas. Ahora son esos europeos quienes gustan de andar por ahí en tangas mientras el pueblo viste, con rigor, las ropas antiguas.

—Maria, tienes que vestirte.

—¿Para qué?

—Para que te protejas y seas igual a las otras mujeres.

La desnudez de Maria era el regreso al estado de pureza. De la transparencia. Las mujeres quedan escandalizadas, porque el desnudo de una se refleja en el cuerpo de la otra.

—¡Ah!

En las ciudades humanas la libertad está prohibida. El ser humano tiene que andar siempre vestido, documentado, calzado. Por andar sin rumbo, la policía prende por vagabundeo, como si alguien conociera realmente el rumbo de cada paso. ¿Por qué se tiene que andar en un rumbo exacto si todos los lugares son lugares para andar? ¿Por qué tengo que caminar a horas exactas, si todas las horas son horas para caminar?

—Debías esconder el cuerpo.

—¿Para qué?

¿Para qué, si no tiene nada que esconder debajo de las ropas? Ella no tiene nada que esconder, sí. Es hija de una gota de agua del río desbordado. Nació de las algas. De los pantanos. De los peces voladores que desovan en las piedras de los montes. Nació en los cañaverales y en los campos de arroz. Nació en el desierto caliente, sin sudor ni humedad. Por eso le gusta el agua. Es amante del agua. Ella vino como espuma en las olas del río. Ella vino de ninguna parte.

—¿Cuándo es que regresas a casa, Maria?

—¿Regresar? Nunca. Estoy muy bien aquí.

Ella tiene razón. Todo lugar es bueno para nacer. Y morir. El vientre de la madre es el único punto de partida hacia todos los caminos del mundo.

El alegre canto de la perdiz

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