Читать книгу Falso nueve - Philip Kerr - Страница 11

6

Оглавление

Con intención de evitar los periódicos ingleses, pasé las siguientes dos semanas con mis padres en su chalé de Courchevel 1850 y hablando por Skype con Louise, quien, de todos modos, estaba muy ocupada con su trabajo. Gracias a los rusos, Courchevel se había convertido en una de las zonas residenciales más caras de la tierra, donde comer una sencilla tortilla en un restaurante podía costarte la friolera de treinta euros. Esquié (mal), leí mucho, bebí demasiado y vi la tele. Bueno, mi padre lo llama «ver la tele», pero la estancia donde disfruta de los partidos se parece más a un cine de pueblo, con una pantalla de alta definición y un proyector, y una especie de área técnica. Yo diría que es la mejor manera que hay de ver fútbol.

El único inconveniente es tener que escuchar a Gary Neville, que parece que no tenga nada bueno que decir de nadie y que, además, no es nada agradable; cosa que, por otro lado, parece que sea lo que cabría esperar de un defensa. Y sé de lo que hablo. Yo tampoco soy muy agradable. A veces me las he arreglado para conseguir que Roy Keane parezca un presentador de un programa de entretenimiento.

—No creo que esté bien que te permitan ser comentarista de un equipo que acabas de dejar —sentenció mi padre—. Está claro que no vas a ser objetivo. ¿Un día eres el jugador más leal del United y al día siguiente eres comentarista del Sky? ¡Venga, no me jodas! Sí, vale, aportas experiencia a los demás comentaristas, pero no puedes dejar a un lado los sentimientos de rivalidad y enemistad que tienes contra el Arsenal o el Manchester City, ni las opiniones que tienes sobre algunos jugadores. Es como pedirle a Tony Blair que se haga cargo de Newsnight y que tenga que preguntarle a George Osborne acerca de la política económica de los conservadores. No podría hacerlo con ecuanimidad. A mi entender, siempre debería haber un periodo de enfriamiento. Al menos, tendría que pasar una temporada antes de que te dejasen participar en la tele.

—Bueno, pues tuitéalo.

—Y tú no vuelvas a meterte en Twitter, ¿entendido? —me recomendó mi padre—. No vuelvas a pisar ese terreno. Eso del Twitter déjaselo a Mario Balotelli.

En un sitio como Courchevel, evitar a la prensa era bastante sencillo, pero evitar los comentarios acerca de mí en Twitter era más difícil; en especial, porque no tenía otra cosa mejor que hacer con tanto tiempo libre.

Parece que los amarillos tienen el mismo

problema que los blancos: no saben distinguir

a un negro hijoputa de otro.

#Mansonestajodido

Comentarios así eran de lo más típicos, pero había otros que eran divertidos:

Confucio dice: «Más vale ruso malo que

chino por conocer». #Cityencrisis

¿Cómo se dice «entrenador retrasado» en

chino? ¿Ke Chun Go o Scott Man Son?

Mi padre vive muy bien, las cosas como son. En su chalé de esquí cuidan de él los del Kilimandjaro, un hotel local que le proporciona un chef y otros servicios de hostelería, lo que significa que no tienes que hacer nada cuando estás allí. Mi padre, sin embargo, se dio cuenta de que estaba empezando a ponerme nervioso y, una mañana, mientras caminábamos hacia el telesilla, me contó que le había llamado un amigo que estaba en la junta del F. C. Barcelona.

—Dime, hijo, cuando trabajaste para Pep Guardiola, ¿conociste a un vicepresidente llamado Jacint Grangel?

—Sí, creo que sí, pero lo cierto es que, ahora mismo, no me acuerdo de él. En el Barcelona tienen más vicepresidentes que Ann Summers.

—Pues parece que tiene trabajo para ti. No es de entrenador, ni nada de eso, sino de otra cosa. Algo temporal, pero que podría resultar muy lucrativo y que, por lo que me ha contado, requiere ciertas habilidades especiales. Lo ha dicho él, no yo.

—¿Como cuáles?

—No ha querido explicármelo por teléfono, pero creo que sé de qué va el tema. Ahora bien, conozco a Jacint desde hace treinta años y, desde luego, no es de esas personas que te hacen perder el tiempo. Además, hablas bien castellano e incluso un poco de catalán, así que seguro que puedes arreglártelas bien allí.

—No sé, papá.

—Aquí estás perdiendo el tiempo y lo sabes. No puedes pasarte la vida escondido. La cagaste, ¿y qué? El fútbol está lleno de cagadas. Es lo que lo hace interesante. ¿Te caes del caballo? Pues te vuelves a montar.

—Siempre que vayas a caballo... y no en un burro.

—Solo hay una manera de saberlo: ir a Barcelona. Te pagarán los gastos y verás jugar al mejor equipo del mundo. Me encantaría ir contigo, pero es preferible que estés solo. Así tomarás las decisiones sin que tu viejo te empuje hacia uno u otro lado. No quiero que acabes responsabilizándome de lo que decidas.

—Bueno, quizá.

—¡Venga! ¿Por qué no? Siempre te ha gustado Barcelona. Las mujeres son guapas, la comida es buena y, por alguna razón, parece que les caes bien. Debería bastarte con eso, no con los cabrones que te odian. Hay gente que quiere que te estrelles, ¿no? Pues les dices que les jodan y te cagas en ellos. Tienes que estar por encima de ellos, Scott. Así es como se mide el éxito.

Falso nueve

Подняться наверх