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ОглавлениеTempest O’Brien era una de las tres únicas agentes que había en el mundo del fútbol. Otra era Rachel Anderson, que se hizo famosa porque llevó a juicio —y ganó— a la Asociación de Fútbol Profesional inglesa por prohibirle la entrada a su cena anual de 1997, a pesar de ser una agente registrada por la FIFA. Fue Rachel la que derrumbó las barreras para gente como Tempest, a quien contraté justo antes de ir a trabajar con Zarco al London City. Antes de convertirse en agente de futbolistas, Tempest había trabajado para Brunswick PR y para International Management Group. Es inteligente y muy atractiva y, además, consigue que todos los que están a su alrededor se sientan tan inteligentes como ella. Puede que el fútbol ya no sea tan racista como antes, pero, tal y como Andy Gray o Richard Keys demostraron en 2011, sigue siendo un bastión del sexismo. Y lo sé de buena tinta, porque hasta yo soy un pelín sexista a veces. Sin embargo, como soy un entrenador de fútbol negro, pensé que debía darle a Tempest la oportunidad de representarme y ayudar, así, a derrumbar ciertas barreras. Solo me he arrepentido en una ocasión, hace un par de años. Estábamos en la fiesta de los premios del Balón de Oro, en Zúrich, y ambos nos alojábamos en el Baur au Lac... y casi nos acostamos. Ella quería, y yo quería, pero, por suerte, prevaleció el buen juicio y conseguimos acabar la noche solos, cada uno en su habitación. Se parece un poco a Cameron Diaz, así que está claro por qué —al menos en aquel momento— me arrepentí de no acostarme con ella, como habría hecho cualquiera. Después de visitar Edimburgo, Tempest pretendía que fichara por el OGC Niza.
—A decir verdad —admitió—, no estoy del todo segura de que quieran fichar a alguien, y puede que ni siquiera ellos lo tengan claro. Son franceses y juegan con las cartas muy cerca del pecho. Además, no sé tanto francés como para leer entre líneas lo que se ha hablado. Tú lo hablas mucho mejor que yo, así que tal vez te enteres más de cómo están las cosas. En cualquier caso, es el Niza, uno de los equipos fuertes de la competición francesa, por lo que no te hará ningún daño conocerlos y a ellos les vendrá bien darse cuenta de que eres un entrenador que les iría como anillo al dedo. Si no ahora, puede que en el futuro. No se me ocurre una ciudad más bonita en la que trabajar. Me han dicho que podríais conoceros en París, porque este sábado se enfrentan allí al PSG. Será un buen partido. Llévate a Louise. Alojaos en algún hotel bonito y caro, y follad como locos.
Fue un buen consejo y lo cierto es que no tuve que esforzarme para convencer a mi novia, Louise Considine. Louise era inspectora en la Policía Metropolitana y le debían muchos días, por lo que cogimos el Eurostar hasta París a primera hora de un sábado de noviembre.
—Ya sabes que no tienes por qué ir al partido —le dije—. Si yo fuera tú, iría de compras a las Galerías Lafayette o a ver el museo Picasso.
—Bueno, por lo menos no me has recomendado que vaya a comprar lencería cara —me respondió mientras ponía los ojos en blanco—, o que vaya a la peluquería. Supongo que debería alegrarme.
—¿Acaso he dicho algo malo?
—¿Qué tipo de novia sería si me separara de ti un solo minuto del fin de semana? Quiero que durmamos juntos, que nos bañemos juntos y que vayamos juntos al fútbol. Ahora bien, te pongo una condición: que dejes en casa esos pijamas horribles tuyos.
—Pero ¡si son de seda! —protesté.
—Por mí, como si le pertenecieron a Luis XIV. Me gusta sentir tu piel desnuda en la cama, ¿está claro?
—Sí, inspectora.
El tren estaba lleno de gente que viajaba a París para hacer compras navideñas un tanto tempraneras, gente entre la que se contaban unos bulliciosos hinchas de fútbol que me reconocieron en el vestíbulo de salidas internacionales de Saint Pancras y que empezaron a cantar:
—¡Te fuiste porque eras un mierda, Scott Manson! ¡Te fuiste porque eras un mieeerda!
Que, si te paras a pensarlo, tampoco estaba tan mal. Me han dicho cosas muchísimo peores. Además, era yo quien iba a la Gare du Nord con una preciosa rubia del brazo, por mucho que fuera poli.
—¿Te molestan los cánticos?
—Bah.
—Mejor, porque, en estos momentos, solo tengo potestad para detener a tuiteros. Eso de perseguir a criminales y maleantes ya no se considera una manera adecuada de invertir el tiempo de la policía.
—Desde luego, es lo que parece.
—Es que es verdad.
Cuando llegamos, nos registramos en el hotel y salimos directos a comer. Incluso en París, a veces debes anteponer la comida a cualquier otra consideración, aunque Louise no compartía tal parecer.
—Soupe à l’oignon es lo que se debería comer antes de un partido —comenté—. Por no decir una cassoulet acompañada de una buena botella de riesling.
—No se me ocurre nada mejor que comer. Y, en cuanto hallamos acabado, quiero que me lleves al hotel y me folles por detrás sin parar.
Así que, después de una excelente comida, volvimos al hotel. Teníamos el tiempo justo para follármela por detrás sin parar, que es lo que hice antes de que cogiéramos el metro desde Alma Marceau a Porte de Saint-Cloud.
Me gusta ir al fútbol en metro porque nadie me reconoce y porque así pareces un hincha más. Hasta en Edimburgo me hicieron algún que otro comentario mientras caminaba de Leith Walk a Easter Road. En el vagón del metro, los aficionados del PSG olían a realidad. Era como estar en un bar. Aun así, eran muy educados y no mostraron esos signos de violencia que se supone que los caracterizan y que, en 2006, llevaron a la policía de París a abatir a tiros a un hincha después de un ataque racista contra un aficionado del Hapoel Tel Aviv. Al Millwall puede tocarle los huevos el hecho de que no le caigan bien a nadie, pero se suele decir que, aun así, a nadie le caen tan mal como para matarlos a tiros. Al menos, todavía.
En el exterior del Parque de los Príncipes, en la calle, había más policías que candados de enamorados en el Pont des Arts. Y, además, daba la impresión de que quisieran marcha, porque casi todos ellos iban armados y con el uniforme de antidisturbios, si bien no parecía necesario. Al fin y al cabo, su rival de toda la vida era el Marsella —que, además, iba el primero de la Ligue 1—, no el Niza.
—Está claro que no tienen intención de jugársela, ¿eh? —comentó Louise.
—Cada vez que vengo a París, me da la impresión de que ha aumentado el número de policías. Yo diría que si estás buscando trabajo en Francia, la gendarmería es el mejor sitio por el que empezar. Parece como si el gobierno francés no confiara en el pueblo.
—Tampoco los culpes por ello. —Louise solía dar la cara por las fuerzas de seguridad de otros países—. Entre 1789 y 1871, en esta ciudad vivieron cinco revoluciones. A veces, parece que haya manifestaciones cada fin de semana. Los franceses son unos alborotadores.
—En un mundo en el que se habla tanto inglés es normal que la gente quiera alborotar. Admiro la convicción con que se aferran a lo que los hace franceses. No nos vendría mal un poco de eso en Inglaterra. Quizá debiéramos aprender algo de los escoceses y, no sé, celebrar un referéndum para ver si queremos echarlos de Gran Bretaña. O algo así.
—¿Nunca te has planteado afiliarte a los populistas de derechas del UKIP?
El Olympique Gymnaste Club Nice Côte d’Azur iba el undécimo —de veinte equipos— en la Ligue 1 francesa, y el París Saint-Germain, el segundo. El Niza, fundado en 1904, era el equipo más antiguo de los dos, por casi siete décadas, y no iba demasiado mal si se tenía en cuenta que durante el mercado de verano había vendido media plantilla a precio de saldo. El PSG no había perdido ni un solo partido desde el comienzo de la temporada y, aunque había llegado a París con muchas ganas de ver jugar a Thiago Silva, David Luiz y Zlatan Ibrahimovic´, fue el número nueve de los parisinos, Jérôme Dumas, el que más me impresionó de todos ellos. Era rápido como un relámpago e igual de impredecible, con una pierna izquierda tan dulce como la que más. Me recordó un montón a Lionel Messi. No entendía esos rumores de que estaba en venta. No paraba de correr para uno y otro lado, e incluso habría marcado de haberse entendido un poco mejor con Edinson Cavani, a quien apodaban Matador debido a sus ostentosas actuaciones en el campo. Zlatan marcó el único gol del partido —de penalti en el minuto 17—, pero el PSG no convenció. Además, después del gol hizo algo inexplicable: bajó el pistón. Eso permitió a los nizardos tomar la iniciativa y, desde luego, pareció auténtica mala suerte que no volvieran a casa con un punto.
Regresamos al hotel, nos dimos una ducha rápida y salimos a cenar.
A la mañana siguiente, dejé a Louise en la cama y me fui a desayunar con Gerard Danton, que era uno de los directores del OSG Niza. Se trataba de un hombre atractivo y bien vestido de unos cuarenta y tantos años, así que me alegré de haber seguido el consejo de Louise y de haberme puesto la americana azul, camisa y la corbata nueva de Charvet que ella me había regalado el día anterior. Nos comunicamos en francés. Es un idioma que me encanta hablar, aunque me expreso mejor en castellano y alemán.
—Bonito hotel —comentó Danton—. Nunca me he alojado en él. Suelo quedarme en el Meurice, pero creo que este me gusta más.
—Yo diría que mi novia coincidiría con usted. Además, tiene el metro muy a mano.
Danton frunció el ceño, como si no fuera capaz de entender por qué alguien que se aloja en el Plaza considera importante tener el metro cerca.
—Cogimos el metro para ir al partido —le expliqué.
—¿Fueron en metro al Parque de los Príncipes?
Su tono era de sorpresa, como si nunca se hubiera planteado aquella posibilidad.
—Es más rápido que ir en coche. No tardamos nada en llegar. Además, me gusta ir en metro a los partidos. En Londres no puedo. Al menos, no de momento. Me la tienen jurada.
Danton miró por la ventana, que daba al patio del hotel y preguntó:
—¿Qué están levantando ahí fuera?
—Parece una pista de hielo.
Danton se estremeció como si hubiera sentido un escalofrío y comentó.
—París es demasiado frío para mí. Prefiero el sur. Doy por hecho que habrá estado en Niza.
—Muchas veces. Me encanta la Riviera y, en especial, Niza. Es la única ciudad de la Costa Azul que parece una ciudad de verdad.
—Con todos los problemas que eso supone.
—¡Venga ya! Pero si tienen ustedes el mejor clima de Europa. España e Italia son demasiado cálidas. En Niza es donde mejor se está.
—Dígame, ¿por qué narices dejó el City? Lo estaba haciendo muy bien.
—Me encantaba ese equipo, es cierto, y cada día que pasa, lo echo más de menos. Supongo que soy un idealista. Se podría decir que creo en un estilo concreto de fútbol. Además... puede que no fuera lo bastante pragmático.
—Esa es una respuesta muy diplomática.
—Y me temo que es la única que voy a darle. De verdad, mejor será que no diga nada más. Desde Tony Blair y George Bush, la diplomacia suena a mentiras.
—De acuerdo. Y bien, ¿qué opina de nuestro fútbol?
—La primera media hora de ayer les resultó complicada. De todas maneras, el árbitro no habría pitado ese penalti de no estar en el Parque de los Príncipes. Grégoire Puel organizó muy bien a sus jugadores y ustedes capearon el temporal que, por suerte, fue muy corto. Si somos sinceros, fue el propio PSG el que les permitió entrar en él cuando estaban en un punto en que podrían haberlo sentenciado. Si juegan ustedes con la misma intensidad que mostraron en la segunda parte, les espera una buena temporada, señor Danton. Además, si tenemos en cuenta que les faltaban algunos jugadores clave, creo que hicieron ustedes un muy buen partido. El PSG tuvo suerte de quedarse con los tres puntos.
—Y, aun así, solo hemos conseguido un punto en nuestros últimos cuatro encuentros. ¿Cómo podemos arreglar eso? ¿Cuál es el mejor camino que podría tomar el Niza? ¿Qué es lo que estamos haciendo mal?
—En mi opinión, nada. Nada de nada. El único problema es que no tienen ustedes dinero catarí para lanzarlo al aire como si fuera confeti y gastárselo en jugadores como Cavani, Ibrahimovic´, Luiz, Silva o Dumas. El PSG ha comprado esa segunda posición, como hace el Manchester City. Las cosas serían muy diferentes si tuvieran ustedes alguno de esos jugadores en la plantilla. ¿Les sobran treinta y cinco millones para comprar a Jérôme Dumas? Porque he oído que el PSG está pensando en deshacerse de él en enero.
Danton negó con la cabeza.
—Hemos pasado un verano complicado. Hemos tenido que reducir los salarios de forma sustancial. No podríamos permitirnos pagar eso. —Se encogió de hombros—. Y nadie puede, a menos que tenga un papaíto ruso o árabe que le compre todos los pastelitos que se le antojen.
—Los petrodólares lo distorsionan todo, no solo el fútbol. Fíjese en este hotel. Aquí se alojan personas que gastan el dinero a espuertas, como si no tuviera significado real.
—Así es. En el Meurice pasa lo mismo.
En esa ocasión, fui yo quien se encogió de hombros.
—Están ustedes luchando contra las adversidades, señor Danton. Puel está haciendo un buen trabajo. No creo que yo fuera a hacerlo mejor. Al menos, no con los mismos recursos. Su portero, Mouez Hassen, hizo todo un paradón. Mantuvo a su equipo en el partido. Y si Eysseric hubiera marcado, esta conversación habría seguido otros derroteros. En la primera mitad, parecía que el balón les quemase en los pies. En la segunda, sin embargo, empezaron a disfrutar. No creo que haya que cambiar gran cosa. No sé, quizá debieran aconsejar a sus jugadores que se sientan un poco más libres. Que disfruten de los partidos. Y, dicho esto, me pregunto por qué querían que tuviéramos esta reunión.
—Estamos mirando escaparates. Es lo que hace todo el mundo en esta ciudad. Al fin y al cabo, en París, ¿quién puede permitirse hacer otra cosa que no sea mirar? Aparte de los rusos y de los árabes, claro.
—Y no nos olvidemos de los chinos. Puede que tengan algo menos de dinero que los rusos y que los árabes, pero parece que a muchos de ellos les encanta gastárselo aquí.
—No hay mucha gente que hable con tanta franqueza como usted, señor Manson. En especial, cuando está en el paro. Esa sinceridad habla muy bien de usted, de su naturaleza. Además, admiro a las personas que no son tan orgullosas como para no coger el metro, así que espero que me permita que lo invite a este fin de semana. A decir verdad, es posible que me haya ahorrado usted mucho dinero esta mañana, que es lo que más me importa, ¡sobre todo, en París!