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La mejor manera de ver Shanghái es por la noche, cuando la gigantesca ciudad de neón parece un fabuloso joyero con el interior de terciopelo negro; un joyero lleno de rubíes brillantes, de diamantes resplandecientes y de relumbrantes zafiros. Tempest tenía razón, era igual que en Skyfall, solo que yo no tenía planeado matar a nadie. Aunque es muy probable que nadie se hubiera dado cuenta. Nunca había visto tanta gente. Shanghái tiene veinte millones de habitantes, por lo que resulta muy complicado pensar que el individuo tiene significado real allí. Asimismo, es muy complicado darse cuenta de lo que está pasando. Todo lo que te rodea se parece a una metrópolis gigante pero, en cuanto te topas con algo que no eres capaz de interpretar, es muy fácil sentirse perdido y que la cosa se te vaya de las manos. Además, al principio me costaba distinguir a unos chinos de otros, lo cual no es racista si partimos de la base de que lo más probable es que a ellos les pase lo mismo con los occidentales.

Mi anfitrión era Jack Kong Jia, un multimillonario que se había puesto en contacto con Tempest para decirle que me invitaba a ir a Shanghái y a entrenar a su equipo de fútbol, el Shanghái Xuhui Nueve Dragones, con un contrato de seis meses prorrogables. JKJ, como lo conocen comúnmente, era el dueño de la Compañía Minera Nueve Dragones, que valía seis mil millones de dólares, lo que explicaba por qué me había instalado en una suite presidencial de ocho mil libras la noche, en el piso 88 del Park Hyatt, uno de los hoteles más altos del mundo.

—Al parecer, Jack Kong Jia está intentando comprar un club inglés —me había explicado Tempest en Londres—. No está buscando solo un entrenador para Shanghái, sino también a alguien que conozca bien el fútbol inglés y que pueda aconsejarle sobre lo del club, por lo que sería interesante que os llevarais bien.

—¿Sabes qué club le interesa?

—El Reading. El Leeds. El Fulham. Elige. Ser dueño de un equipo de fútbol no es para apocados, eso está claro. Puede que necesites nueve dragones para que te insuflen el valor necesario.

—No sé si quiero trabajar con otro multimillonario extranjero... Por si no lo recuerdas, ya he trabajado para uno y le experiencia no me gustó.

—Razón por la que un contrato de seis meses en Shanghái sería una buena opción. De esa manera, eres tú quien decide si quiere prorrogar o no. Mira, Scott, este tipo podría ser el próximo Roman Abramovich o el próximo jeque Mansour, y, además, seamos realistas, tampoco es que tengas más ofertas ahora mismo.

—Cierto, pero no es que necesite dinero. Puedo permitirme esperar a que llegue la oferta adecuada, y, desde luego, no tengo claro que esta lo sea. ¡Si ni siquiera sé chino!

—Solo he charlado con él por teléfono, pero el señor Jia habla un inglés perfecto, así que eso no va a ser ningún problema. Además, la mitad de los jugadores del equipo son europeos.

Refunfuñé.

—Sigo pensando que en Alemania tiene que haber algún equipo que me venga bien. Al fin y al cabo, hablo alemán con fluidez. Y me gusta el país.

—No has estado en Shanghái, ¿verdad?

—No.

—En mi opinión, rechazar esto sería como darle la espalda al futuro.

—¿Hablas por experiencia?

—No.

—Vamos, que es una suposición.

—Llámalo intuición. Mira, Scott, una de las razones por las que me contrataste fue para darme una oportunidad en un mundo de hombres en el que, como quien dice, no hay ninguna mujer. Eso significa que vas a tener que aceptar que no pienso como todo el mundo. También quiero recordarte que tengo que ganarme la vida y que, ahora mismo, como tu representante, estoy ganando el diez por ciento de nada. Así que, por favor, dale una oportunidad a lo de Shanghái. —Me cogió la mano y me la besó con cariño—. Y anímate, Scott. Sonríe, que las cosas van a ir a mejor. Estoy segura.

—De acuerdo, iré. Además, seguro que tienes razón.

—Y, cuando estés allí, no te desaconsejes para el trabajo, como hiciste en París. Intenta no ser tan sincero. El actual entrenador del equipo, Nicola Salieri, ya ha dimitido. Al parecer, el señor Jia tiene muy buena opinión de ti. Lo único que tienes que hacer es ir al partido y escuchar lo que quiere decirte.

El señor Jia me recibió en un lujoso palco privado del Yu Garden, un estadio con capacidad para treinta mil espectadores, donde el Shanghái Xuhui, que llevaba camiseta a rayas azules y rojas —sospechosamente parecidas a las del Barcelona— recibía al Guangzhou Evergrande. Era un hombre atractivo que tendría treinta y pocos años, llevaba unas gafas a lo Michael Caine, hablaba inglés con acento estadounidense y lucía un reloj con incrustaciones de diamantes tan grande como la corona de la reina de Inglaterra y, en la solapa de la americana, una banderita china. Nos atendieron con suma dedicación ocho guapísimas jovencitas chinas que lucían una sonrisa más larga que su minifalda. Nos sirvieron la bebida, nos prepararon la comida, encendieron los larguísimos cigarrillos del señor Jia y se encargaron de sus cuantiosas y casi continuas apuestas sobre el partido. El hombre bebía champán Krug, pero en ningún momento me pareció que lo hiciera porque le gustara, sino porque era el más caro. Yo me limité a beber cerveza china —la Tsingtao— porque me gustaba y porque quería tener la cabeza clara para los negocios y para el partido; aunque, a decir verdad, estábamos tan arriba, tan lejos del campo, que era complicado seguir el encuentro. Por mucho que los jugadores llevaran en la camiseta el nombre en un visible color amarillo, estaba escrito en chino, por lo que no entendía nada. Si bien llevaban también el número, el programa del partido estaba en chino, por lo que no tenía ni idea de quién era quién.

—¿Le gusta Shanghái? ¿Le gusta la habitación del hotel? ¿Está cómodo?

—Sí, todo es estupendo, señor Jia.

—Quiero que le guste Shanghái. Esta ciudad es el futuro, señor Manson. Es imposible verla y no pensarlo, ¿no le parece?

—¿No fue Confucio quien dijo que profetizar siempre es difícil, en especial, cuando se trata de profetizar acerca del futuro?

El señor Jia se echó a reír.

—¿Ha leído a Confucio? Eso es bueno. No son muchos los entrenadores capaces de citar a Confucio. ¡Ni siquiera en China!

Me encogí de hombros con modestia. Sabía que eran varios los personajes famosos a los que se les atribuía la frase, pero también sabía que Confucio era uno de ellos. Al mismo tiempo, y por no ofender al señor Jia, no quería que pareciera que consideraba aquellas palabras una de las típicas citas que te salen en las galletas de la fortuna.

—Yo era admirador del London City —comentó.

—Yo también. Y sigo siéndolo.

—Admiraba a João Zarco y también lo admiro a usted, aunque le digo con toda sinceridad que, si el señor Zarco siguiera con vida, sería él quien estaría sentado donde está usted.

—Zarco era el mejor entrenador de Europa —opiné—. Por no decir del mundo.

—Yo también lo creo, pero también creo que usted terminará siendo grande. Si se hubiera quedado usted en el London City, ya habría alcanzado la excelencia. Aunque, claro, cabe la posibilidad de la pérdida del City vaya a ser mi ganancia.

El señor Jia levantó la copa para que una de las azafatas se la rellenara. Mientras lo hacía, le puso la mano por debajo de la falda y la dejó allí un rato. La joven ni pestañeó ni perdió la sonrisa. Era evidente que estaba acostumbrada a aquel comportamiento a lo Juego de Tronos. Y tengo la sensación de que, en caso de que yo hubiera decidido mostrar la misma actitud, tampoco habría pestañeado. Sin embargo, mantuve las manos alrededor de mi vaso de cerveza.

—Me han llegado rumores, a los que concedo cierta credibilidad, que dicen que se marchó usted del City debido a un asuntillo turbio con un sindicato de apuestas extranjero. Que descubrió usted que la muerte de Bekim Develi en Atenas estaba relacionada con una apuesta que se había hecho en Rusia acerca de aquel partido. Pero tranquilo, tranquilo, que no pretendo que me confirme el rumor. En China es un secreto a voces. A mí también me gusta apostar... Bueno, a todos los chinos nos gusta, pero tengo por norma no apostar jamás sobre mi equipo. Todas las apuestas que me está viendo hacer están relacionadas con partidos que se están jugando esta tarde; en especial, con el encuentro entre nuestro principal rival, el Shanghái Shenhua y el Beijing Guoan. Se lo explico para que no piense usted que soy un corrupto. Lo que sí soy es muy rico y, claro, ¿qué otra cosa se puede hacer con el dinero sino gastárselo? Tengo casi un millón de yuanes invertidos en el resultado de ese partido, es decir... unas cien mil libras. Ahora bien, nada le impide a usted apostar por los Nueve Dragones, señor Manson, o, si lo prefiere, por esos perros del Guangzhou Evergrande, aunque no se lo recomiendo. Les falta su mejor jugador, Arturo, el brasileño. Estoy casi seguro de que el Shanghái Xuhui Nueve Dragones va a derrotar a los Verdes esta tarde.

—¿A qué viene lo de los nueve dragones? —Pretendía cambiar de tema—. ¿Por qué no siete u ocho? ¿¡O diez!?

—En chino, «nueve» tiene la misma pronunciación que una palabra que significa «eterno», por lo que, para nosotros, es un número de la suerte. —Mientras me lo explicaba, seguía el partido, que se reflejaba en sus gafas como si fueran pequeños televisores—. Muchos emperadores chinos mostraron predilección por el nueve. Llevaban túnicas imperiales con nueve dragones, ponían nueve dragones en las murallas de su palacio... En la Ciudad Prohibida, el número nueve aparece en casi todo. A la gente corriente también le gustan el nueve y sus múltiplos. El día de San Valentín, el hombre le ofrecerá noventa y nueve rosas a su enamorada para simbolizar amor eterno. A decir verdad, no existe fin para la fascinación que nos provoca el nueve. Yo, incluso llevo un nueve tatuado en la espalda. De esa manera, mi esposa sabrá siempre que soy yo. Cuando compré este equipo, quería hacer énfasis en el gran poderío que iba a demostrar y en la mucha esperanza que deposito en su futuro, que es donde entran en juego tanto el número nueve como usted, señor Manson. Tengo grandes planes para el futuro de este club de fútbol y para la Superliga china.

»Aunque no son nada en comparación con los planes que tengo para el fútbol inglés. Mi intención es comprar un equipo famoso de aquí a doce meses. Siento mucho no poder contarle más al respecto en este momento, pero le diré que dicho club estuvo en una ocasión en lo alto de la antigua Primera División inglesa y que quiero que vuelva a ser así. Para ello, necesitaré la ayuda de una persona como usted. Usted y yo juntos podemos hacer grandes cosas, así que espero que lleguemos a un acuerdo mientras está usted en Shanghái. Cuando lo alcancemos, recibirá usted un millón de libras solo por firmar. Tendremos dos contratos, uno con el Shanghái Xuhui y otro con la Compañía Minera Nueve Dragones. A eso le llamamos un contrato Yin Yang, que es como se hacen las cosas en China. El contrato con los Nueve Dragones será el más lucrativo de los dos pero, entre ambos, cobrará usted doscientas mil libras a la semana. También le propongo que empiece a trabajar en dos semanas. Puede quedarse en la suite presidencial del Grand Hyatt; corre de mi cuenta. Podría ser su casa mientras está en Shanghái. Eso también lo pondremos por escrito.

—Doscientas mil libras a la semana es muchísimo dinero.

—Sí, casi diez millones de libras al año. Eso lo convertiría en el entrenador mejor pagado del mundo, que, como comprenderá, es algo que también me interesa. El mejor club del mundo debería tener el entrenador mejor pagado. Además, no tendría usted que pagar impuestos por ese dinero. En China, a los extranjeros se les cobra un cuarenta y cinco por ciento de impuestos, pero, dado que su país tiene un acuerdo de doble imposición con China, podría trabajar usted aquí ciento ochenta y dos días antes de empezar a pagar impuestos. Eso significa que, si se queda, haremos también un contrato por ciento ochenta y dos días en este país. Luego, lo haremos por ciento ochenta y dos más en Gran Bretaña. De esa manera, no pagaría usted impuestos.

—No me importa pagar unos impuestos justos.

—Ya, pero dígame, ¿qué es justo? —Se echó a reír. Su risa sonaba como la de los fumadores empedernidos, como si estuviera intentando arrancar un coche antiguo—. Esa es la pregunta de los cuatro millones y medio de libras, ¿verdad? ¡Al menos, en este caso! No hay un solo país del mundo cuyos habitantes no consideren que pagan demasiados impuestos.

—Mire, antes de que tratemos esos asuntos, ¿no le parece mejor que hablemos de fútbol?

—¿Más? ¿Acaso ha tenido alguna revelación sobre este deporte desde la última vez que habló de él? Fue en el Match of the Day de la BBC, ¿no es así?

—En ese programa dije muchas cosas acerca del fútbol.

—Sí, pero, a diferencia de lo que suele decirse, lo que usted expresó fue interesante.

—Me alegro de que se lo pareciera.

El señor Jia se cambió las gafas, cogió un bloc de notas Smythson encuadernado en cuero rojo y hojeó las páginas, que estaban llenas de caracteres chinos muy pequeños.

—«Los pensamientos del presidente Mao». —Nada más decirlo, me miró y sonrió—. No lo digo en serio, es una broma. Mire, estas son algunas de las frases que dijo usted, señor Manson. Déjeme ver... Sí, que a veces se tiene demasiados jugadores geniales en el equipo. Que todos ellos sienten la tentación de probarse frente al entrenador, de alardear, y que tantísimo talento puede entorpecer la eficacia. Esta es una manera de pensar característica china.

Asentí. Aquella era una de las frases que a la BBC no le había gustado que pronunciara. De lo que ellos querían que hablase es de que en la Premier no hay entrenadores negros. A decir verdad, no suelo tratar ese asunto por la mera razón de que no me considero ni negro ni blanco. No quiero convertirme en el portavoz de los asuntos raciales del fútbol. El investigador de la BBC puso cara de sorpresa cuando se lo sugerí y, entonces, fui yo quien se dio cuenta —también sorprendido— de que el verdadero racismo que hay hoy en día en Gran Bretaña consiste en que, por poco negro que haya en tu piel, te consideran negro del todo. El hombre no me miraba como a una persona que es blanca en parte, sino como a alguien completamente negro. Al parecer, una porción de negrura, por pequeña que sea, mancha toda tu posible blancura. Puta BBC. Con ellos, todo es cuestión de política y siempre dejan el deporte de lado. Por eso prefiero Sky.

—También dijo usted... ¿Qué venía ahora...? A ver si lo encuentro... Sí, dijo que el fútbol siempre debería ser sencillo, pero que, en el futbol moderno, lo más difícil era conseguir que lo pareciera. Y eso es aplicable a casi todo lo genial, señor Manson. No tiene más que ver alguna grabación de Picasso pintando. Hace que parezca sencillo. Consigue que dé la impresión de que cualquiera podría hacerlo. Lo difícil, sin embargo, es hacer que parezca fácil. Tenía usted toda la razón. Y eso es lo que quiero de usted, un fútbol sencillo y atractivo.

—¿No quiere oír mis ideas para el futuro de su equipo?

—He leído su libro. He visto sus entrevistas en televisión. Lo he visto en YouTube. Incluso lo he escuchado en TalkSPORT. Cada vez que viajo a Londres, voy a ver al London City. Ya sé cuáles son sus ideas, señor Manson. Lo sé todo sobre usted. Que lo acusaron en falso de violación y que lo encarcelaron. Que, finalmente, lo exoneraron. Que se sacó el título de entrenador mientras estaba en prisión y que, al poco de que lo pusieran en libertad, fichó por el F. C. Barcelona. Que su padre, exfutbolista, es ahora un exitoso emprendedor deportivo. La manzana nunca cae lejos del árbol, señor Manson. Para mí es evidente que, con ustedes dos, se cumple lo de «de tal palo, tal astilla». Me parece que usted quiere alcanzar un éxito rotundo por derecho propio en vez de depender del dinero de su padre. ¿Me equivoco?

—No, no se equivoca, señor Jia —admití.

—Podría hablarle de cuál es mi filosofía acerca del fútbol, que es la misma que tengo acerca de los negocios. Por eso me gusta el fútbol. Es posible aprender lecciones del fútbol que después se pueden aplicar en la fábrica y en la sala de juntas. Mire, mi filosofía es la siguiente: si no puedes obtener beneficios, asegúrate de que tampoco tienes pérdidas. Ese es el abecé de los negocios. En el terreno de juego se expresa de una manera diferente pero, en esencia, es lo mismo. Si no puedes ganar, al menos, asegúrate de no perder. Un empate es un empate y un punto es un punto, y, al final de la temporada, cuando todo depende del último partido y ganas la liga, aunque sea por un solo punto, como le pasó al Manchester City en 2014, nadie discute que eres el campeón de liga.

Asentí. Como su teoría era igualmente válida y no quería estropearle la historia, no le recordé que, en realidad, el Manchester City le había quitado de las manos el título al Liverpool por dos puntos. También le podría haber dicho que si el Liverpool hubiera vuelto de su enfrentamiento fuera de casa contra el Crystal Palace con algo más que un empate —lo que habría sido lógico, dado que habían ido ganando 3-0—, habrían sido ellos quienes ganasen el título. En el fútbol hay más variables que en una reunión de guionistas de la Warner Brothers.

—También me gustaría decirle que contará con un presupuesto de trescientos millones de yuanes para comprar jugadores nuevos que considere adecuados para el Shanghái Xuhui. Eso también lo especificaremos en el contrato. Exigir aquello por lo que se ha pagado es parte de mi filosofía. —Sacó otro cigarrillo y esperó a que una de las azafatas se lo encendiera—. Ni que decir tiene que soy consciente de que Shanghái no está aún en el epicentro del mundo del fútbol, pero el dinero de Shanghái lo será. Y dentro de poco. Doy por hecho que no tengo que explicarle que, en el fútbol, el éxito depende del dinero. Por desgracia, la época en la que el Nottingham Forest ganaba la Copa de Europa sin necesidad de invertir muchísimo dinero en jugadores estrella ha quedado atrás. En el mundo del fútbol, ya no hay hueco para el romanticismo. Hoy en día, es el dinero el que manda, no las flores, ni los bombones, ni un entrenador con mucha labia. El que quiera romanticismo, ya tiene la FA Cup. Para todo lo demás, es cuestión de dinero.

—Estoy de acuerdo. Me gustaría que no fuera así, pero es la realidad.

Hablamos un rato más y, entonces, cuando acabó el partido —el Shanghái Xuhui ganó por 2-0—, se ofreció a darme una vuelta por el estadio Yu Garden a la mañana siguiente.

—Prefiero no llevarlo ahora, nada más acabar el partido. Nicola Salieri ha accedido a posponer el anuncio de su dimisión hasta que tuviera un nuevo entrenador. Llame a su agente, a la señora O’Brien, y hable con ella del tema. Ahora bien, espero una respuesta por la mañana, señor Manson.

Falso nueve

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