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I

El placer de regalar

Ayer por la mañana compré tres hombres. Un capricho repentino, extraño e irracional. Es Navidad. A mi mujer no le gustan las joyas. Nunca sé qué regalarle. La dependienta me los empaquetó. No fue fácil. Se resistieron un poco. Los coloqué bajo el abeto. No esperamos a medianoche. Por qué tres. Uno para cada orificio. Muy gracioso. Mi mujer no parecía contenta. Sabes de sobra que ya no practico sexo múltiple. Lo había olvidado. También nos aburrimos de eso. Yo mismo perdí el deseo. Hace un año estuve tentado de castrarme químicamente, pero los efectos secundarios me echaron para atrás. Aconsejado por Legros, me he hecho socio de un club de bridge. Juego todos los jueves. Está bien. También soy miembro de un club de vinos. Tengo una bonita bodega. Pero eso también me aburre. Tinto o blanco, el vino no es más que vino. Y la vida todavía es larga y lenta. Comimos tronco de Navidad. Un poco. Me sacio enseguida. Los vecinos tenían invitados. Había ruido, música, risas. Cómo hacen para reírse todo el tiempo. Los tres hombres encadenados bajo el abeto nos observaban en silencio. Por qué un negro. Por qué no. Mi mujer se encogió de hombros. Subió a acostarse. Yo no podía dejar a los hombres en la sala de estar. Intenté hablar con ellos. Decirles que me siguiesen. No se movieron. Intenté levantarlos. No se dejaban. No querían andar. Los arrastré hasta el garaje. Los amarré al banco de carpintero. Regresé junto a mi mujer. Ya estaba dormida. Soñé que iba en un velero. Era agradable. Ligero. Me gusta el perfume del mar. El sonido de las olas. Su agradable chapoteo contra el casco. Las elegantes gaviotas. O quizás eran cormoranes. No soy un especialista. El despertar fue difícil. Como siempre. El día de Navidad es uno de los más depresivos del año. En él se resume todo el estupor de la existencia. Poco después de comer, mi mujer fue a visitar a su familia. No me volvió a hablar más de los hombres. Fui a verlos. No se habían movido. Me miraron con tristeza. Vosotros lo habéis querido. Si hubieseis sido un poco más simpáticos y cooperativos, no estaríamos en esta situación. Cogí una pala. Cavé un gran agujero en el jardín, debajo del abedul. Me llevó tres horas. El tiempo se me pasó volando. El esfuerzo físico tiene sus ventajas. No deja pensar. Empujé a los hombres dentro del hoyo. Los cubrí de tierra. Gemían, pero sus quejas pronto fueron sofocadas por la tierra. De repente, silencio. Eso me hizo recordar ciertos hechos históricos, pero no conseguí acordarme de cuáles. Mi memoria está extenuada. Compré cinco ordenadores cuyos discos duros tienen una capacidad infinita de memoria. Para qué acordarse de las cosas. Las máquinas están ahí para eso. Aplasté la tierra. Arreglé el césped. Mi mujer regresó. Qué has hecho esta tarde. Un agujero. Dónde. En el jardín. Para qué. Para meter en él a los tres hombres que no querías. Lo taparías bien, no. Vete a ver si quieres. Mañana quizás. Esta noche estoy cansada. Yo también. Acabamos el pavo, el champán y el tronco de Navidad. Después nos acostamos. Temprano. Me dolían los músculos. Era doloroso pero agradable. Me dormí muy rápido. Como un bebé.

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