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IV

Matrimonio para todos

Morel, del Departamento de Contabilidad, se casó con una osa. Fuimos a la boda. Una ceremonia magnífica. Las bodas mixtas se multiplican y ya nadie se sorprende. Qué tiempos tan extraños. En realidad, pocas cosas nos sorprenden. Qué nos podría sorprender. No lo sé. Quizás que se quiera todo el mundo. Que la paz se extienda por todo el mundo como un fertilizante biológico sobre un césped que germina. La osa estaba vestida de blanco. Algo que me pareció dudoso. A mi mujer también. Como si a sus años todavía fuese virgen. Sí, tienes razón. Se burlan de nosotros. La osa estaba un poco oprimida dentro de su vestido. Un vestido de alta costura. Margaritas a los cerdos. Gruñía de vez en cuando. La felicidad. El novio parecía estar en la gloria. Yo ya no me acuerdo de mi boda. Es algo lejano. Los días borran los años. Mucho mejor. El cielo era azul. Había pájaros en los bosquetes. La celebración era en un gran jardín. Había un castillo. De Luis XIII, me parece. La familia de la novia permanecía bajo los árboles. Apartados. Arrogantes. Distantes. Negligentes. Apenas venían de vez en cuando dos o tres para servirse algo del bufé y volvían a marcharse con las garras y la boca llenas de comida, babeando el salmón ahumado, el foie-gras, masticando al mismo tiempo la mousse de gamba, la pularda con trufas y la tarta nupcial. Hubo un incidente. El cura quiso saludarlos. Ellos consideraron este gesto como una agresión. Se creyeron que quería recuperar el cordero con gelatina que devoraban. Se lo comieron de un bocado. Esto no aguó la fiesta. Un cura. A quién le importa. Hay tan pocos. Uno menos. Pronto dejaremos de verlos. Entre el cero y lo infinitesimal, cuál es la diferencia. Bailamos. A los osos parecía gustarles. Se movían lentamente. Uno de ellos invitó a bailar a mi mujer. Bailaron juntos durante un buen rato. Bastante habilidoso. Para el vals. El jerk. El slow. Tenía un olor penetrante. Pero esto no molestó a mi mujer. Bailaba bien. Creo que intentó abrazarla, pero solo consiguió lamerle la cara. Su miembro era enorme. Sin embargo mi mujer se mostraba receptiva. No llegó hasta el final. Yo no estaba celoso. No se puede estar celoso de alguien tan diferente. Nos marchamos al amanecer. Algunas semanas más tarde, Morel volvió al trabajo. Nos enseñó las fotos de la luna de miel. Los grandes parques americanos. Yosemite. Yellowstone. Colorado. Montañas y bosques. También lagos. Se veía a su esposa pescar salmones. Dormir la siesta. Subir a los árboles. Rebuscar en las papeleras del camping. Relamerse con la miel salvaje. Discutir con uno de sus congéneres que se encontró cerca de las duchas. Y sexualmente. Legros no se anda con rodeos. Morel esbozó una gran sonrisa. Un volcán en erupción. Una vulva de seda. Suave y al mismo tiempo musculosa. Eternamente lubricada. La follo. Insaciable. Es verdad que había perdido algunos kilos. Suertudo. Dumoulin suspiraba. Su mujer y él duermen en habitaciones separadas desde hace seis años. Entonces, el niño para cuándo. Fournier y su habilidad para meter la pata. Morel no se escandalizó. Estaba en una nube. Lo estamos pensando, pero ahora no. Después del invierno. Por el momento, ella descansa.

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