Читать книгу Inhumanos - Philippe Claudel - Страница 8

Оглавление

V

Destinos cruzados

En agosto siempre nos vamos de vacaciones. Al mismo lugar. Un pueblo. Una farsa. Un pueblo turístico. Nos reencontramos con todos nuestros conocidos. Mis colegas, sus esposas y sus hijos. El pueblo pertenece al comité de empresa. Es grande, concebido inteligentemente. Aquí se puede engañar al aburrimiento durante algunas semanas. Tres, en lo que a nosotros respecta. El mar está ahí. Azul. Infinitamente caliente. Emoliente. Nos bañamos. Buceamos. Pescamos. Navegamos. Oteamos el horizonte. La playa es larga. La arena es fina. Los cuerpos tendidos sienten esta finura. Les agrada. Los animadores turísticos del pueblo organizan juegos para grandes y pequeños. Participamos en ellos con gusto o resignación. Petanca. Carreras de sacos. Urología. Vóley-playa. Candaulismo. Concursos de castillos. Los animadores son jóvenes y musculosos. Tienen abundantes melenas con mechas doradas por el salitre del mar. Los dientes curiosamente blancos. A veces, detrás de una duna, se follan a la mujer de algún turista. Algunos de nosotros los rodeamos y los observamos, un paso atrás de un marido que graba la escena con su móvil. Antes, yo utilizaba la cámara de video. Otros, hacían fotos. Dos o tres, por lo general los jóvenes, se masturban. Nos entretenemos como podemos. Hace años a veces mi mujer iba detrás de las dunas. Yo la animaba. Ya no va. Me aburres con eso. Vete tú si eso te divierte. A mí ya no me dice nada. Conozco a todos los animadores. Ya no existe el factor sorpresa. Tengo otras cosas que hacer. Guardé las cintas de video. En el despacho de mi casa. A veces las imágenes me vienen a la cabeza. Intento sentir remordimientos. Pero no lo consigo. Mi mujer toma el sol. Hace crucigramas y sudokus. Para los hombres hay masajistas. Son exóticas. No hablan nuestro idioma. Nos reunimos con ellas en las cabañas de paja que huelen a aceites esenciales. Siempre sonríen, tienen las manos suaves y el sexo depilado. Las comidas son abundantes pero monótonas. Comemos demasiado. A continuación echamos la siesta en nuestras habitaciones o en la playa. Nos despertamos sobre las cinco. Me ducho. Mi mujer se da un baño. Pone velas en el borde de la bañera. Se seca. Se da una crema hidratante por todo el cuerpo. Se maquilla. Nos vestimos para la velada. A menudo de blanco. Eso resalta nuestro bronceado. Materias nobles. Lino. Seda. Crespón de China. La cena se sirve a partir de las ocho. Los barcos zarpan a las seis. Navegamos aproximadamente una hora. Mar adentro. Hacia el Sur. Unos están en el puente. Otros en la proa. Los primeros que los avistan, alertan a los demás. Estamos excitados. Es el mejor momento del día. Una barca, dos, a veces tres o cuatro. Grandes y construidas a mano. Largas, con capacidad para una decena de personas. Pero triplican su capacidad. Están sobrecargadas. Los botes neumáticos a veces. Niños, hombres, mujeres, de pie los unos contra los otros. Negros. Hacinados. Tan jodidamente hacinados. Jodidamente negros. Los viejos igual. Negros también. Y las barcas a ras de agua. A dos pasos de hundirse bajo su peso. Nos ven. Agitan sus brazos para llamar nuestra atención. Nosotros también los agitamos. Nos acercamos a las barcas. Nuestros barcos giran a su alrededor. Cada vez más rápido. Creando inmensas olas que hacen que se tambaleen y provocan que vuelquen. Aplaudimos cuando zozobran. Miramos los cuerpos en el agua. Algunos se hunden inmediatamente. Otros nadan. Los que nadan acaban por hundirse también. Su agonía es más larga. Son los que llevan la peor parte. Hacemos apuestas. Pronto desaparecen todos. Siempre ganamos. En el fondo no es divertido, pero nos entretiene. El mar está de nuevo plano y tranquilo. Sublime. El sol cae lentamente. Regresamos. La brisa marina nos ha fatigado. Hablamos poco. Estamos pensativos. Pero en qué pensamos. Es la hora del aperitivo. Después vendrá la cena. Cada día es idéntico al anterior. Las vacaciones son monótonas. Pero son las vacaciones.

Inhumanos

Подняться наверх