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Pregunta

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Era jueves en la tarde, y me encontraba sentada en mi cojín en el piso, con la espalda contra la pared y mirando el atardecer por la ventana como todos los jueves, oyendo la canción de Bruno Mars “Talking to the Moon”, preguntándome ¿qué carajos estoy haciendo yo aquí?

Todos los jueves venía a mi cabeza la misma pregunta a las 6 p.m.: “¿Qué hago yo acá?”. Pregunta que siempre hacía mirando al cielo, como si alguien fuera a caer de la nada y me diera la respuesta. Al mismo tiempo, pensaba que me encantaría que cayera un hombre, aunque después pensaba que sería un poco raro. Acto seguido, me reía de las incoherencias de mi propia conversación. Todos los jueves, ese era mi plan. Hacer una comida para mí, tomarme un vino, preguntar cosas al cielo sin sentido y reírme de mí misma. Al mismo tiempo que me fumaba 10 cigarrillos,

de la ansiedad.

Mis preguntas típicas eran: “¿Quién soy?”, “¿Qué hago aquí?”, “¿Por qué me tocó ser vieja?”. Y siempre pedía respuestas claras y concretas, ya que a veces no entendía cómo funcionaba el mundo.

Llevaba tres meses con el mismo ritual de los jueves, después de una ruptura amorosa por un hombre. Había días en los que me sentaba a llorar por horas, sin entender nada, me había baja- do 10 kilos y fumado miles de cajetillas de cigarrillos. No había querido salir en todo este tiempo, ya que encontraba sin sentido conocer gente nueva, sobre todo hombres, por miedo a repetir la misma historia, la cual había ocurrido tantas veces que sentía que era ya un tema patológico. No sabía manejar la relación con los hombres, siempre era lo mismo: 2 a 4 años de feliz noviazgo y después todo cambiaba y ellos se esfumaban. Pensaba, a veces, que hay quienes nacen con el don para ser novias, esposas y mamás, y yo no era una de ellas, así como tampoco me dieron el don de cocinar ni nada que tuviera que ver con las labores caseras necesarias para ser una buena mujer, según esta sociedad en la que nací. Me dieron el don de escribir, crear empresa y ser fuerte. Era una mujer de estatura promedio, a la que le gusta leer y escribir, hacer ejercicio, ir de compras, ir al cine, vestirse bien, con colecciones interminables de zapatos, carteras, accesorios, maquillaje y libros, con una maravillosa familia y amigos, pero aún algo faltaba. No entendía muy bien mi papel en la sociedad, ya que sentía que no encajaba en la mujer típica escogida por los hombres para ser esposa, ni tampoco en la feminista extrema que no necesita de los hombres. Era fuerte y emprendedora, algo raro

para ser mujer en un mundo machista.

Quería que hubiera algo más, alguna razón más grande que yo misma, algo más grande, más fuerte, pero no sabía qué.

Después de mi plan de reflexión y preguntas me acostaba a dormir.

En un lugar llamado Ser…

—Miguel, otra vez está Pilar haciendo sus preguntas.

—Sí, ya lo sé, todos los jueves las hace, pero recuerda que no podemos intervenir, ella debe encontrar las respuestas sola.

—Miguel, pero me va a enloquecer, al igual que todos los que están en la Tierra. Todos los días recibo miles de preguntas y peticiones sin sentido, y ya estoy cansado. Voy a renunciar a mi puesto de recibidor de peticiones, que alguien más las oiga y reciba. O que baje alguien a explicarle a esta gente, porque no entienden nada.

—Robert, tranquilo, recuerda que es parte del proceso. No puedes intervenir. Recuerda que ya casi van a despertar todos, es parte del proceso.

—Y ¿qué hacemos con Pilar?

—Roberto, avísame cuando ella puntualmente solicite que le enviemos una señal, de lo contrario no estará lista aún.

En Rem: Fuego (Tomo I)

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