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III. Todos alrededor de la madre

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Mi madre ama el tenis. Nadal gana gracias a la concentración que tiene ella en los partidos que ve por televisión. En su casa tiene una pista. Ella se ha empeñado en que sus nietos jueguen. Reúne a todos un día a la semana y dan clase con un profesor. Mi hija y mi hijo pequeño se acaban de ir a jugar. Vivimos todos a cinco minutos andando. Como en un pueblo. Todos alrededor de la madre, la abuela. La familia cerca. Los nietos adoran a su abuela. Qué suerte tenemos.

Es una maravilla cómo me cuida mi marido. Con tanto cariño. Me ayuda a sentarme, me coloca los pies para que no me duela, el almohadón siempre en su sitio. Me ducha, me viste, me cambia cuando me mojo. Siempre con dulzura, con paciencia y amor. Yo no soy tan cariñosa.

Yo le digo que siempre me está haciendo la pascua. Él se ríe. Bien.

Me encanta la casquería. Y las ostras. Las ostras me empezaron a gustar a los cuarenta y dos años. Con mi segundo marido, un gourmet de estos moluscos. La casquería me empezó a gustar a los cincuenta, con mi tercer marido. Ahora soy una fanática. Busco riñones, mollejas, hígado, sesos... creo que es la edad. Cada vez buscamos cosas más complejas, más íntimas, con más misterio. Sabores que te hagan buscar en el cerebro sensaciones desconocidas. Una pechuga de pollo a la plancha es demasiado conocida. Es una experiencia antigua, incluso infantil.

Mi hija se va a ver un rato a su novio. Me gusta ese novio. Es un chico estupendo porque hace feliz a mi hija. No hay mayor argumento que ese: hacer feliz a la persona que has elegido. Llevan juntos ya tres años. Este año ha muerto su madre, a los sesenta. Un cáncer fulminante. Ni siquiera la conocí. Ya nunca podré conocerla. Qué pena. Pienso en ella y en todo lo que ella no podrá conocer.

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