Читать книгу Malte vive en mi jardín - Pilar Orlando - Страница 7
prólogo
Los agujeros del amor
ОглавлениеPilar y yo coincidimos en el curso «Razón y corazón» que impartía Alejandro Gándara. Nos enseñaba la diferencia entre dolor y daño y al final de la clase preguntó si alguien tenia algún testimonio. Pilar, apoyada ligeramente en un bastón, se levantó y dijo: «Yo he perdido a mi hija y he sentido que el dolor me traspasaba. Casi muero de pena, pero aquel dolor me construyó, aprendí mucho con esa pérdida. Pilar no se hizo daño, aguantó bien el dolor. Escucharla fue muy impactante para mí, sentí su testimonio sereno y desgarrador como un regalo y quise conocerla, quise que me enseñara, y tengo la suerte de ser su amiga desde entonces.
Este libro es otro regalo. Pilar sabe que la vida te puede arrancar pedazos, o todo, si te dejas. Y ella no se deja. Porque sabe superar el miedo y siente que la vida le paga bien esa ausencia de miedo.
Las mayores pérdidas de Pilar son las invisibles; las visibles, que hoy parecen las más importantes: la movilidad, la salud, la belleza, el éxito, el dinero, la juventud... no son las más dolorosas. Ella perdió a su hija y la lleva tatuada junto con los otros tres, perdió —por una traición— la empresa pionera que fundó hace veinte años, perdió a su hermano, que le enseñó a volar con el rock; perdió a veces la fuerza para salir de sus infiernos. Pero como la Molly de Joyce, siguió siempre diciendo ¡sí, sí, sí!
Ha viajado en unas condiciones que la mayoría consideraría imposibles y que para ella solo eran pequeñas dificultades. Por eso ha ido a Jerusalén, ha flotado en el mar Muerto, ha recitado poemas en Estambul y ha sentido la mirada del Auriga de Delfos. Casi se muere en la isla de Egina, cerca de Atenas, pero después de algunos avatares logró llegar al último ferry diciendo que lo de morirse no es tan malo. Ha nadado en el Egeo, en las aguas que bañaron a Cleopatra, y allí se enamoró de nuevo y subió al templo de Apolo, salvó los incontables escalones apoyada en unos brazos más fuertes que los suyos, pero también impulsada por su propio anhelo de tocar el cielo. Hemos recorrido juntas las calles infinitas de San Petersburgo y hemos sentido lo bello y lo siniestro en Berlín. Y no se pierde la oportunidad de visitar la Bienal de arte de Venecia o de callejear Salónica y Meteora.
Pilar dice sí siempre, cueste lo que cueste. Ese sí también está en su patio, un patio que es la prolongación de su esencia. Ahí habita Malte, mucho más que su perro, su cómplice y amigo, que murió cuando terminaba este diario. En ese patio están también cobijadas sus pérdidas invisibles y todos los regalos que atesora: su familia, sus amigos y el hombre de su vida. En el patio de Malte descansan los pedazos de vida que nos faltan. Y los agujeros del amor.
María Sendagorta McDonnell
Madrid, abril de 2021