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VIII. Enfermedad, ¿qué enfermedad?
ОглавлениеHoy hace treinta y un años que me casé con mi primer marido. Decidimos esta fecha porque es víspera de festivo y así siempre podríamos celebrarlo a lo grande. Al día siguiente no había que madrugar. Pensamos que nos casábamos para toda la vida y que íbamos a celebrar el aniversario toda la vida. Pero eso resultó mucho y a los diez años nos divorciamos. Nadie se había divorciado en mi familia nunca. Y yo no entendía lo que me pasaba. Pero mis padres sí lo entendían. Habían visto mejor que yo. Cuando cae la venda, ves el infierno. Y cuando das el paso, ves el cielo. Azul.
Cada vez salgo menos. No está bien porque yo soy una persona que se alimenta de las personas. Pero me da pereza. Eso que yo siempre he dicho que la pereza no existe, que nos la inventamos. Y creo que tengo razón. Siempre hay un motivo oculto para la pereza. Hoy creía que no iba a escribir nada. Estaba perezosa. Pero no era eso, era miedo. Miedo a no saber qué decir.
Estoy contenta, he conseguido escribir una página. Tengo menos miedo.
¿Enfermedad? ¿Qué enfermedad? Esta que me tiene aquí sentada. Me aburre. Me cuesta más llevar el aburrimiento que la enfermedad.
Mi cuñada es escritora y lleva muchos años intentando que yo escriba. Tengo otra amiga escritora que también insiste en que lo haga. Pero yo no soy escritora y nunca lo he querido ser. Soy lectora, eso es lo que soy. Pero lo intenté y empecé a escribir sobre mi enfermedad. Parecía ser un tema sobre el que tengo mucho que decir. Pero yo no me sentía cómoda escribiendo sobre algo en lo que intento pensar lo menos posible. Mi cuñada me dijo entonces que yo me tenía que sentir a gusto escribiendo, que tenía que ser una especie de liberación.
Entonces decidí empezar este diario y aquí me siento cómoda. Es verdad que cito la enfermedad, pero creo que lo hago de la misma forma en que vivo con ella. Algo que existe, pero que no es el centro de mi vida. Y, realmente, para mí estas palabras que escribo son un consuelo. Escribo al final del día, casi en la oscuridad, después de haber cumplido con mi trabajo de lectora. Y es cierto: me siento mejor.
Tengo una vida plácida. ¿Quién puede decir eso? Mis amigas, que cenaron ayer en casa, dejaron claro que mi vida es envidiable. Habría que definir el adjetivo envidiable. Pero después de que se fueran, creo que es verdad. Poseo algo envidiable: armonía en el día a día. Aunque no me puedo mover. Eso puede ser una lata. Pero ellas estarán hoy en su trabajo. Yo sigo en mi jardín. Plácida, sí.