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II. Estoy tan bien en este jardín

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Estoy tan bien en este jardín, ¡qué suerte! No moverme no parece un problema. Mi marido va de un lado para otro mientras trabaja en las obras del cuarto de baño. Lo miro y sonrío. Me gusta muchísimo. Es fuerte y guapo. Da gusto verlo. Es mi tercer marido y lo amo. Nuestros días son muy tranquilos y las noches, muy apasionadas. Seguro que nadie se lo imagina, simplemente porque estoy en una silla de ruedas. Nadie tiene ni idea de lo que son nuestras noches. Lo conocí hace nueve años y perdimos la cabeza de amor. Todavía no la hemos encontrado.

Yo no sabía que esto existía. Tenía una intuición, por todos los libros que he leído, y es verdad: el amor pleno existe. Quiero explicárselo a mis hijos. Me gustaría que llegaran adonde yo estoy. Me ha costado mucho.

Mi hijo mayor me ha llamado. Tiene veinticinco años y comparte piso. Es un hippie del siglo xxi. Es dibujante y tatuador, no se compra ropa nueva, todo de segunda mano, y es feliz con muy poco, poquísimo. Creo que yo le he empujado a esa vida y ahora tengo miedo. Sus amigos tienen trabajos convencionales, ganan un buen sueldo, parece que su vida es más segura.

Pero él no se quiere meter en la rueda. Es valiente. ¿Quién dice qué es lo mejor? No lo sabemos. Yo no lo sé. La incertidumbre existe para todos, pero la felicidad solo para unos pocos. Sentirte a gusto con lo que haces. Eso es.

Tiene una novia. Intento explicarle lo que es el amor, ahora que lo sé. Estuve casada con su padre diez años. Y no me gusta pensar en ese matrimonio. Porque no había amor. Hubo otras cosas, sobre todo el deseo de irme de casa y hacer el tonto sin control. Su padre era divertido y salíamos mucho de marcha. Lo pasábamos muy bien. Nos casamos con veintitrés años. Diez años después nos divorciamos. Con dos hijos de tres y cuatro años. No me lo pensé.

Desde que tuve mi primer hijo, todo era una locura. Él quería mantener la vida de antes. Yo quería cuidar a mis hijos. Trabajábamos juntos, en nuestra empresa. Él era tiránico. Con todos, también conmigo. Después de la separación, tuve que hacer dos años de terapia. Maltrato psicológico. Yo no sabía quién era yo.

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