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SOBRE LA ENVIDIA Y EL ODIO

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1. Por consiguiente, no parece (la envidia)1 diferente del [536E] odio sino la misma cosa. En general, como un palangre, el vicio, al moverse aquí y allá con las pasiones ligadas a él, ocasiona muchos contactos y enlaces de unas cosas y otras. Y ellas por su parte, como las enfermedades, se contagian [F] mutuamente con sus inflamaciones. Pues el hombre feliz causa pesar tanto al que odia como al envidioso. Por eso creemos también que la benevolencia es opuesta a ambos, al ser un deseo de bienes para los próximos y ocurrirle lo mismo a la envidia con respecto al odio, porque tiene el fin contrario a la amistad. Pero ya que las semejanzas no hacen tanto la identidad como las diferencias la desemejanza, sigamos de cerca nuestra investigación conforme a éstas, comenzando por el origen de las pasiones.

2. Nace el odio de imaginar que el odiado es una mala persona ya sea en general o respecto a uno mismo, pues [537A] quienes creen recibir un trato injusto odian de una forma natural. Los hombres reprueban y miran con disgusto a los que, de alguna manera, se inclinan a la injusticia o la maldad, pero la envidia la sienten simplemente de quienes parecen prósperos2. Por eso, la envidia parece ilimitada como una afección a la vista3 que reacciona ante todo lo luminoso4, mientras que el odio tiene límites y se basa siempre en unos fundamentos.

3. En segundo lugar, el odio surge incluso contra animales irracionales (hay quienes odian a las comadrejas, los escarabajos, los sapos y las serpientes. Germánico no soportaba [B] ver ni oír a los gallos5. Los magos persas mataban las ratas, no sólo por odiarlas ellos sino en la idea de que la divinidad miraba con disgusto a este animal6. De forma parecida, todos los árabes y etíopes sienten aversión por ellas). Sin embargo la envidia nace sólo de un hombre hacia otro hombre.

4. Entre las fieras no es probable que nazca la envidia de unos hacia otros7 (pues no tienen noción de que el otro sea feliz o desgraciado ni tampoco les atañe la gloria o la falta de ésta, cosas con las que se exaspera principalmente la envidia8). En cambio, se odian, se aborrecen y combaten en guerras implacables las águilas y las serpientes, las cornejas y las lechuzas, los paros y los jilgueros, de tal manera que ni siquiera su sangre se junta, al menos según dicen, cuando [C] los degüellan, sino que, aun mezclándola, fluye de nuevo cada una separadamente9. Y es verosímil incluso, que el miedo genere un fuerte odio en el león contra el gallo y en el elefante contra el jabalí10. Pues de un modo natural odian aquello que temen11. Por consiguiente, también en esto parece la envidia diferente del odio, al aceptar la naturaleza de los animales al uno pero no a la otra.

5. Además, sentir envidia de alguien nunca es justo12 (pues nadie recibe daño de la felicidad de otro y sin embargo por eso se siente envidia). En cambio, muchos son odiados con razón, como a aquellos que llamamos «dignos de odio», de manera que incluso censuramos a los demás si no esquivan [D] a tales personas y no sienten por ellas aversión y disgusto. Y hay una prueba importante de esto: mientras algunos reconocen odiar a muchos, niegan en cambio envidiar a alguien.

Y por cierto, el odio a la maldad está entre los sentimientos que se alaban13. Así cuando elogiaban unos a Carilo, el sobrino de Licurgo y rey de Esparta, como hombre moderado y amable, replicó su colega: «¿Y cómo va a ser bueno Carilo, si ni siquiera es duro con los malvados?»14. El poeta configuró la fealdad del cuerpo de Tersites con [E] muchos detalles y rodeos, pero la maldad de su carácter la expresó resumiéndola en una sola frase

Era especialmente odioso a Aquiles y a Ulises15,

pues ser odiado por los mejores es un extremo de vileza.

Pero los hombres niegan sentir la envidia16. Y en el caso de que se les demuestre, pretextan innumerables excusas, afirmando que sienten irritación, temor u odio por ese hombre, o cubren la envidia con cualquier otro nombre de pasión que se les ocurra y la ocultan como si fuera ella, de entre las enfermedades del alma, la única innombrable17.

6. Ahora bien, esas pasiones, como las plantas, deben forzosamente nutrirse y crecer con los mismos alimentos y es natural que se intensifiquen mutuamente. Crece el odio, [F] en efecto, hacia quienes más se entregan a la maldad, en la medida que se siente mayor envidia por quienes más parecen progresar en la virtud. Por eso Temístocles, cuando aún era un muchacho, afirmaba no haber hecho nada notable porque todavía no era objeto de envidia18. Pues al igual que los escarabajos crecen con más fuerza en el trigo en sazón o en los rosales floridos, así la envidia alcanza más a los caracteres y personas de bien cuando se acrecientan en virtud y fama. Y al contrario, la maldad sin mezcla intensifica el odio. A los que acusaron falsamente a Sócrates, por haber [538A] llegado a tal extremo de vileza, los odiaron y rechazaron sus conciudadanos hasta tal punto que no les daban fuego, ni respondían a sus preguntas ni podían bañarse en la misma agua, sino que obligaban a los servidores de los baños a verterla como mancilla, hasta que se ahorcaron por no poder soportar este odio19. Pero la superioridad y el brillo de la buena suerte con frecuencia extingue la envidia. No es probable que nadie haya envidiado a Alejandro o a Ciro, cuando triunfaron y llegaron a ser dueños del mundo20. Por el contrario, como el sol, cuando vierte su luz sobre la cabeza de alguien, o le quita totalmente la sombra o la hace menor, así cuando la buena fortuna adquiere mayor elevación y se [B] alza por encima de la envidia, ésta disminuye y se retira deslumbrada. El odio, sin embargo, no cede ante la superioridad y el poder de sus enemigos. Ciertamente Alejandro no tenía quien le envidiara, pero sí muchos que le odiaban y finalmente murió a manos de éstos por una conspiración21. Pues bien, del mismo modo los infortunios hacen cesar la envidia pero, a su vez, no suprimen los odios. Pues se odia a los enemigos, incluso cuando están humillados, pero del infortunado nadie siente envidia. Más bien es verdad lo que [C] dijo un sofista contemporáneo: «Los envidiosos sienten mayor placer al apiadarse»22. Por tanto existe aquí una gran diferencia entre ambas pasiones, porque el odio, por naturaleza, no está separado ni de la felicidad ni de la desgracia, mientras que la envidia cesa con el exceso de ambas.

7. Además, o mejor, todavía consideremos esto mismo desde el punto de vista contrario. Los hombres extinguen sus enemistades y odios al persuadirse de no haber sufrido injusticia, o al admitir la fama de bondad de aquellos a quienes odiaban como malvados, o bien, en tercer lugar, por recibir de ellos beneficios. «Pues el último servicio», como dice Tucídides, «aunque sea pequeño, puede destruir una [D] acusación mayor, si ocurre oportunamente»23. La primera de estas causas no elimina la envidia (porque los hombres envidian, aun estando persuadidos desde el comienzo de no sufrir injusticias)24; las demás incluso la exasperan. Pues sienten mayores celos de quienes gozan de buena fama, en la idea de que poseen el mayor bien, la virtud. Y, aunque reciban beneficios de los afortunados, se atormentan envidiando su intención y su poder. Pues la una procede de la virtud, el otro de la felicidad y ambas cosas son buenas. Por eso la envidia es una pasión totalmente distinta del odio, si lo que dulcifica a uno molesta y exaspera a la otra.

8. Consideremos ahora la intención misma de cada una de estas dos pasiones. La intención del que odia es hacer [E] daño25 (y definen así su poder como una cierta disposición e intención que acecha la ocasión de hacer el mal). Eso, en efecto, está ausente de la envidia. Pues los envidiosos no querrían causar la perdición a muchos de sus amigos y conocidos ni hacerles sufrir, pero se apesadumbran de su felicidad26. Disminuyen, si pueden, su fama y gloria, pero no les procurarían males irreparables, sino que, como si se tratara de una casa más alta, se contentan con quitar lo que les hace sombra27.


1 Incluido. El no aparecer en el texto ho phthónos parece probar que el tratado, como decíamos en la «Introducción», ha perdido su parte inicial o bien que sólo se trata de unos apuntes de redacción.

2 Cf. Aud. 39E; ARISTÓTELES, Ét. Nic. 1108b3-5; CICERÓN, De or. II 52, 210; Tusc. Disp. IV 7, 16. Véase también VON ARNIM, Stoic. Vet. Frag. III 415, pág. 101.

3 Cf. FILODEMO, Liber Dec. col. XII 15 JENSEN.

4 Cf. NAUCK2, Trag. Graec. Frag., adesp. 547, 12.

5 Germánico, hijo de Druso (el hermano de Tiberio) y esposo de Agripina la Mayor. Cf. OLIMPIODORO, In Plat. Phaed. comment. 156 NORVIN.

6 Por el testimonio del De Iside et Osiride 369F, y de Quaestiones convivales IV 670D, parece tratarse, no de las ratas comunes, sino de ratas de agua.

7 En cambio, De sollertia animalium 961D, parece sustentar lo contrario.

8 Cf. CICERÓN, De or. II 51, 208.

9 Sobre estos ejemplos véase ARISTÓTELES, Hist. anim. IX 1, 10 (609a4 y 609a8); 22 (610a6-8); ELIANO, Nat. anim. V 48 y X 32.

10 Cf. De sollertia animalium 981E.

11 Cf. ESTOBEO, Florilegio IV 7, 20 HENSE.

12 Cf. PLATÓN, Filebo 49d; ARISTÓTELES, Ét. Eud. III 7, 12 (1234a30); NAUCK2, Trag. Graec. Frag., adesp. 532, e HIPOTOÓN, frag. 2 (ibid. pág. 827).

13 Cf. De virtute morali, 451 E; ARISTÓTELES, De virtute et vitio V 3 (1250b23ss.).

14 Cf. De adulatore et amico 55E; Apophthegmata Laconica 218B, donde se atribuye la frase a Arquidámidas y en la Vida de Licurgo 5, 9 (42D). Una anécdota parecida con Diógenes y Platón como protagonistas se encuentra en Virt. mor. 452D.

15 Ilíada II 220. También cita este verso PLUTARCO en Aud. poet. 30A.

16 Cf. EPICTETO, II 21, 3.

17 Cf. SAN BASILIO, De invidia 92A.

18 Cf. HIPASO, frag. 6 (DIELS-KRANZ, Frag. der Vors., I 109).

19 Relatos sobre la suerte final de Ánito y Meleto se encuentran con variantes en DIÓGENES LAERCIO, II 43, VI 9-10; DIODORO, XIV 37, 7; TEMISTIO, Or. 20 (239C).

20 Cf. ARISTÓTELES, Retórica II 10, 5 (1388a11-12).

21 Cf. Vida de Alejandro 77 (707A).

22 Personaje sin identificar.

23 TUCÍDIDES, I 42, 3.

24 Cf. ARISTÓTELES, Retórica II 9, 3 (1386b20-25); CICERÓN, Tusc. Disp. IV 8, 17.

25 Cf. De capienda ex inimicis utilitate 87B; ARISTÓTELES, Retórica II 4, 31 (1382a8); DIÓGENES LAERCIO, VII 113 (=VON ARNIM, Stoic. Vet. Frag., III 396, 96).

26 PLATÓN, Filebo 48b, 49d, 50a, y JENOFONTE, Memorables III 9, 8, tratan el tema del amigo como objeto de envidia.

27 Cf. JENOFONTE, Memorables III 9, 8, y PLUTARCO, De stoicorum repugnantiis 1046B-C, donde aparece una definición de la envidia de Crisipo.

Obras morales y de costumbres (Moralia) VIII

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